viernes, 2 de junio de 2023

COMPARACIÓN DEL BID ENTRE GRANDES CENTROS DE AMÉRICA LATINA




Cómo cambia la expectativa de vida de los habitantes de Buenos Aires, según el barrio donde se reside
Un estudio difundido por el Banco Interamericano de Desarrollo analiza las conexiones entre el entorno urbano y la salud de las personas; se realizó en 371 ciudades de América Latina, incluida el Área Metropolitana de Buenos Aires
Mauricio Giambartolomei
Siete años más es el tiempo que puede llegar a vivir una persona que vive en la zona norte de la ciudad de Buenos Aires respecto de otro porteño radicado en la zona sur. En ambos casos sus vidas estarán atravesadas por entornos diferentes: el acceso a la atención médica, las oportunidades laborales, las condiciones habitacionales y la posición socioeconómica, todos aspectos que pueden influir en la expectativa de vida aún más que los factores genéticos o las condiciones clínicas.
Estas conclusiones surgen del último informe del proyecto Salud Urbana en América Latina (Salurbal), difundido por el Banco Interamericano de Desarrollo (BID), y que forma parte de la iniciativa Our Planet, Our Health que se enfoca en investigaciones que examinan las conexiones entre la sostenibilidad ambiental y la salud humana. A través del Urban Health Collaborative de la Universidad de Drexel, en Filadelfia, Estados Unidos, expertos estudiaron los efectos de los entornos y las políticas urbanas en la salud de los residentes de 371 ciudades con más de 100.000 habitantes en más de diez países de la región, entre las que se encuentra la ciudad de Buenos Aires y el conurbano.
De allí se desprende que Villa Lugano, Villa Riachuelo y Villa Real son los tres barrios con la esperanza de vida más baja de toda la ciudad en los hombres (69,8 a 70,5 años), seguidos por Nueva Pompeya, Parque Patricios, Barracas y La Boca (barrios de la comuna 4) con una ventana que va de los 70,6 a los 71,5 años. En esa misma zona aparece la menor esperanza de vida para las mujeres, con registros ubicándose entre 78,3 y 79,4 años
En el otro extremo las comunas de la zona norte, como la 12, la 13 y la 14, muestran los valores más altos que van entre 74,7 y 77,5 años para el caso de los hombres, y de 82 a 85,3 años en el caso de las mujeres. Villa Pueyrredón, Villa Urquiza, Coghlan, Saavedra, Núñez, Belgrano, Colegiales y Palermo son los mejores barrios para vivir.
Salurbal surgió hace seis años por las inquietudes de un grupo de especialistas vinculados a la salud pública que buscaban caracterizar la salud y la equidad en las ciudades de América Latina y cómo los entornos podían influir en la expectativa de vida de las personas. Los datos fueron recopilados en cinco áreas principales de cada país: características demográficas, mortalidad, salud, comportamientos y factores de riesgo autoreferidos o medidos, ambiente social y entorno urbano. La recolección de información ocurre a partir de fuentes existentes en cada país, estadísticas vitales, registros de población, encuestas, mapas e imágenes satelitales, entre otras. Muchos de sus protagonistas forman parte del documental Salud y Ciudad, producido por el Banco Interamericano de Desarrollo (BID), para analizar la repercusión del entorno urbano en la calidad de vida, que se estrena hoy a nivel mundial.

Urbanismo y Salud
“Las ciudades siguen creciendo con gran heterogeneidad y comenzamos a ver que había elementos del ambiente urbano que podían impactar, más allá del acceso a la salud pública, en la vida de las personas y provocar que la expectativa de vida sea diferente hasta en distintos barrios de una misma ciudad, como ocurre en Buenos Aires, con hasta siete años de diferencia. Esto nos da la pauta de una inequidad”, dice  la epidemióloga Ana Diez Roux, investigadora principal del proyecto Salurbal.
“El análisis confirma que las condiciones ambientales, de vivienda, el acceso a agua potable, los sanitarios y la contaminación ambiental afectan la salud en las grandes ciudades. También el acceso a alimentos sanos, a espacios verdes, a oportunidades para la actividad física, qué tipo de transporte se prioriza (los viajes muy largos afectan la salud mental), la oportunidad de caminar la ciudad y hasta los cambios climáticos”, agrega la especialista.
En el despiece del Área Metropolitana se ve que en la franja central de la ciudad predomina el segmento de entre 72,6 y 74,6 años para los hombres y de 82 a 85,3 años en las mujeres. En el conurbano, en tanto, el partido con mejores valores es Vicente López, con una expectativa de vida de 74,7 a 77,5 años para los hombres y 82 a 85,3 años, para las mujeres, seguido por San Isidro, que tiene la misma expectativa de vida para las mujeres, pero un poco más baja en los hombres (80,5 a 82). Un caso llamativo es el de La Matanza, que también está entre los partidos con mejores valores.
Once países
El informe de los expertos concluyó que la expectativa de vida promedio en la ciudad de Buenos Aires para los hombres es de 72,5 años, mientras que para las mujeres es de 80,3 años. En la comparación con otras grandes ciudades de la región, aparece, en primer lugar, San José de Costa Rica (76,6 y 83,5); luego Ciudad de Panamá (74,9 y 84,3); Santiago de Chile (76 y 82,8 años, respectivamente), Belo Horizonte, en Brasil, con valores similares a los de CABA (71,3 y 81,2); y por último Ciudad de México (69,9 y 75,2).
“En América Latina el 80% de la gente vive en ciudades. Es la región más poblada del planeta, pero también la de mayor inequidad. De los 20 países más inicuos del mundo, ocho están en América Latina”, comparte Carolina Piedrafita, coordinadora del Laboratorio de Ciudades del BID y especialista en Desarrollo Urbano y Vivienda.
“En la salud de las personas, el 60% está ligada a sus entornos, el 20% a sus conductas, el 10% a los servicios de salud y el 10% a su genética. Entonces, hay un montón para trabajar en cuanto a los entornos. El mensaje es que tu código postal importa más que tu genética porque importa más el lugar donde vivís que la genética”, agrega.
“La contaminación del aire es el principal riesgo ambiental para las ciudades de América Latina. Las enfermedades asociadas a los altos niveles de contaminación del aire no son solo respiratorias, sino cardíacas, cardiovasculares y varios tipos de cánceres. Las políticas de transporte, la planificación urbana, tiene un impacto directo en los niveles de contaminación ambiental. Se debe trabajar en un proyecto multisectorial, un trabajo interministerial. Las ciudades están preparadas para hacerlo”, sostiene Piedrafita.
El acceso a la educación, el tipo de trabajo, el apoyo y la cohesión social, la interconectividad social, la segregación espacial por raza o grupo étnico, la desigualdad, la educación y la pobreza también impactan en la calidad de vida de las personas, como quedó demostrado en el informe.
El estudio Salurbal compiló y analizó datos sobre salud, ambiente y variables sociales en la Argentina, Brasil, Chile, Colombia, Costa Rica, El Salvador, Guatemala, México, Nicaragua, Panamá y Perú. En todos los casos se encontraron “diferencias espaciales en la esperanza de vida promedio”, pero las mayores brechas aparecieron en Ciudad de Panamá, Santiago de Chile y Ciudad de México, y las más estrechas en Buenos Aires, Belo Horizonte y San José. En todas ellas quedó de manifiesto que los entornos tenían un impacto poco saludable para sus habitantes.
“La inequidad se refleja en las ciudades de una manera muy tangible, no es abstracto, no es un paper, es una experiencia diaria, cotidiana, sostenida en el tiempo, donde una masa de gente que vive con estándares de tercer mundo no se cruza con un cuarto de la ciudad que vive con estándares de primer mundo. Este ir y venir, de un mundo a otro, genera una tensión de fricción, una bomba social que puede estallar”, opina el arquitecto chileno, Alejandro Aravena, en el documental del BID.
“La densidad es una cosa buena en las ciudades porque cuanto más concentrada esté la gente, mejor será la llegada de los servicios públicos como agua potable, cloacas, luz. Pero hay un límite en el cual la densidad se transforma en hacinamiento; densidad y hacinamiento no son sinónimos. Cuando las familias comienzan a construir hacia arriba sin planificación, buscando su mayor beneficio, y nadie coordina eso, hay un momento que ese beneficio personal termina siendo un mal colectivo”, agrega Aravena, que ganó el premio de arquitectura Pritzker en 2016.
Para la socióloga Patricia Jara, especialista en Protección Social y Salud del BID, la pobreza es de los temas que ha ocupado el mayor esfuerzo de los países de América Latina “pero más que medirse debe comprenderse” en todas sus variables. “Cuando pensamos en los pobres, tienen como parte de su patrimonio una vida en común para la construcción colectiva de una cultura que les da identidad y que le agrega valor al ser pobre en un barrio. No todos tienen identidad ni tienen patrimonio o comunidad”, analiza.
“Integrar la ciudad significa no solo facilitar de manera accesible y rápida la circulación, sino que personas de distinto origen y condiciones económicas pueden encontrarse e interactuar”, sostiene.

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