¿Complicaciones para Maduro?
Andrés Oppenheimer
Muchos están convencidos de que el dictador venezolano Nicolás Maduro, que ha proscripto a todos los principales candidatos opositores, se proclamará reelecto en la farsa electoral del 28 de julio. Pero las cosas no le están saliendo bien a Maduro, y los últimos acontecimientos generan la duda sobre si podrá salirse con la suya. Es cierto que Maduro está decidido a quedarse atornillado en el poder. Pero probablemente no contó con el grado de oposición interna que está enfrentando en Venezuela, ni con las ingeniosas reacciones de la oposición para evadir sus trampas electorales, ni con el menguante apoyo de algunos de sus aliados claves en América Latina.
En primer lugar, Maduro es muy impopular en Venezuela, y sus recientes medidas para inhabilitar a los candidatos opositores han sido tan burdas que provocan un creciente rechazo dentro y fuera de su país. Una encuesta realizada en diciembre por la firma encuestadora venezolana Delphos encontró que solo el 25% de la gente apoya al partido gobernante de Maduro, contra un 30% un año antes. Otro sondeo más reciente de More Consulting muestra que solo el 22% piensa votar por Maduro, mientras que un 46% planea votar por el candidato opositor más fuerte.
La vulnerabilidad de Maduro ya se había hecho evidente en las elecciones primarias de la oposición en octubre, cuando, superando los cálculos más optimistas, 2,4 millones de venezolanos se presentaron a votar. María Corina Machado, la candidata más dura contra Maduro, ganó con el 93% de los votos. Después de que el régimen de Maduro reaccionara inhabilitando a Machado, la candidata opositora nombró a Corina Yoris, una profesora universitaria de 80 años, para postularse en su lugar. Como era de esperar, poco después, el régimen de Maduro proscribió a Yoris.
A principios de este mes, sin embargo, sucedió algo extraordinario: Manuel Rosales, un gobernador que critica a Maduro, pero a quien los líderes opositores consideraban un aliado encubierto del dictador venezolano, anunció que no se postularía para presidente como candidato alternativo de la oposición. En cambio, Rosales se unió a Machado para apoyar a un candidato único de la oposición, el poco conocido diplomático Edmundo González Urrutia, de 74 años.
Por supuesto, hay grandes posibilidades de que Maduro inhabilite a González Urrutia –o a toda la coalición opositora Mesa de la Unidad Democrática (MUD) que lo nombró– tal vez incluso antes de que ustedes puedan leer estas líneas. Pero González Urrutia tomó la precaución de presentarse también como candidato de otro partido. Además, la MUD podría elegir a otro candidato desconocido, pero inscripto. Todo parece indicar que quien tenga el apoyo de Machado y la MUD podría ganar la mayoría de los votos.
En segundo lugar, los aliados más importantes de Maduro en América Latina –los presidentes izquierdistas democráticamente elegidos de Brasil y Colombia– están empezando a pedirle a Maduro que permita elecciones que sean creíbles. Obviamente, temen que una mayor radicalización de la dictadura de Venezuela dañe su propia reputación entre los votantes moderados de sus respectivos países.
Lula recientemente elogió como un hecho “extraordinario” que la oposición venezolana se uniera para apoyar a González Urrutia. Petro, quien años atrás sufrió él mismo una inhabilitación para postularse a la presidencia, ha dicho que la decisión de prohibir a Machado fue un “golpe antidemocrático”.
En tercer lugar, puede que el presidente Joe Biden aumente la presión económica y diplomática sobre Maduro para permitir que González Urrutia se postule. Biden ya reactivó las sanciones petroleras contra Maduro, que había suspendido temporalmente a la espera de que el dictador permita elecciones justas. Sin duda, Maduro no dejará el poder voluntariamente. Podría decidir suspender las elecciones y convertir a Venezuela en una tiranía sin complejos, como las de Cuba o Nicaragua. Pero Venezuela tiene una oposición mucho más organizada que la de Cuba y una economía menos diversificada que la de Nicaragua, lo que la hace más vulnerable a las sanciones petroleras de Estados Unidos.
La oposición venezolana está luchando una batalla cuesta arriba. Pero Maduro se encuentra en una situación mucho más difícil de lo que muchos pensábamos hace seis meses. Puede pasar cualquier cosa.
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Rousseau, el iconoclasta y la educación
Alejandro Poli Gonzalvo
Jean-Jacques Rousseau (17121778) fue un controvertido pensador suizo, cuya obra abarcó la filosofía, la literatura, la pedagogía, la música y la botánica, siendo uno de los grandes representantes del enciclopedismo de la Ilustración. Sin embargo, también fue un gran iconoclasta, que combatió las concepciones predominantes en su tiempo. Tal inconformismo lo llevó a enfrentarse con la Iglesia y con eminentes figuras de su tiempo, como Diderot, Voltaire, D’Alembert, Hume y el barón D’Holbach, entre otros. En Francia y Suiza se decretaron órdenes de arresto contra él, y varias de sus obras fueron quemadas en las plazas. Criticó el progreso de las ciencias y el teatro, por considerar que estimulaban la degradación moral y atentaban contra la comunidad misma. Y criticó la idea del progreso, verdadero baluarte intelectual de la Ilustración. Fiel a sus convicciones, renunció a sus puestos, no aceptó pensiones y buscaba apartarse de la sociedad. Padeció enfermedades y murió al borde de la miseria.
En El contrato social (1762), también se enfrentó al liberalismo representado por Locke, y abordó la idea de la existencia de una voluntad general, cuya soberanía reside directamente en el pueblo, que está por encima de los individuos y a la cual se someten. El hombre en estado de naturaleza decide asociarse con sus semejantes por un acto libre de su voluntad. El problema se plantea cuando Rousseau da el próximo paso y condiciona el individuo al reinado de la voluntad general: “Cada uno de nosotros sitúa en común sus bienes, su persona, su vida, y toda su potencia, bajo la suprema dirección de la voluntad general”. Fue el germen de posteriores teorías totalitarias y del radicalismo democrático que niega la posibilidad de que existan representantes del pueblo. Su prédica fue tomada por los jacobinos en la Revolución Francesa para justificar el sanguinario período del Terror.
En Emilio o de la educación (1762) del mismo modo ataca las concepciones de su época. Según Rousseau, el hombre en estado de naturaleza es puro y no corrompido por el egoísmo ni la maldad; son las presiones sociales las que desnaturalizan su libertad original. Pero no predica retornar al estado de naturaleza. Contra la interpretación vulgar de Rousseau, para él no hay retorno posible a un pasado idílico. El “buen salvaje” es una caricatura del sentido correcto que para Rousseau tiene la nueva forma de inserción del individuo en la sociedad: justamente porque no tiene escape de la convivencia social es que debe ser educado, pero debe ser educado incentivando su espontaneidad, permitiendo que madure libremente la personalidad del niño, haciendo de la educación un ejercicio de aprendizaje no sujeto a las necesidades futuras de la vida adulta.
La personalización del niño no se debe lograr a costa de sacrificar su vitalidad y sensibilidad. Rousseau enfatiza en recuperar una categoría de educación volcada a estimular las potencias innatas del niño, liberándolo de toda corintentó teza disciplinaria que sea un corsé prematuro para su espíritu. El niño debe aprender a pensar por sí mismo y la educación ha de fomentar la defensa de sus íntimas convicciones. El único camino para que el hombre conozca la felicidad es que sea educado sin restricciones a su libertad, lejos del medio social, en contacto con la naturaleza, con métodos permisivos que no inhiban sus apetencias. Para permitirle llegar a la edad adulta con sus reservas de espontaneidad intactas y no consumidas por un sistema educativo estrecho y adusto. Su visión sobre la educación de los niños se resume en una frase: “Vivir es el oficio que yo quiero enseñarles”. Estas ideas fueron anticipatorias y serán la base de los aportes que realizarán Johann Pestalozzi, Friedrich Froebel y María Montessori. Rousseau fue un atribulado iconoclasta que escribió: “Para ellos soy un bárbaro porque no me comprenden”, pero en materia de educación, a diferencia de sus ideas políticas, su visión fue reivindicada por la posteridad.
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