Mercedes Morán
"Para mí, el precio más alto es callarme"
Texto de Fabiana Scherer // Fotos: Mariana Roveda
“No quise disfrazarme de otra cosa”, dice Mercedes Morán como una declaración de vida. La fuerza de sus palabras es su sello, al igual que la coherencia con la que llevó adelante estos años de trabajo. “Las contradicciones están, pero la coherencia es lo que lo sostiene todo, sino sería una extraterrestre –comenta y suelta esa risa tan suya–. Yo he cambiado mis definiciones, mis opiniones, con honestidad y con todas las contradicciones incluidas. Vivo haciéndome preguntas, reformulándome miles de cosas, todo el tiempo, porque las necesidades, los deseos cambian. Una no es la misma a los 20, que a los 50, que a los 60”. Tiene las cejas marcadas. Un poco de base y apenas delineados los labios. El maquillador nos deja solas en el camarín del Paseo La Plaza. Volverá –después de la entrevista- a ingresar a ese pequeño universo para transformar a Mercedes en Ella, la protagonista junto a Imanol Arias de la pieza Mejor no decirlo, de la francesa Salomé Lelouch, con dirección de Claudio Tolcachir. Sentada en el sillón, con el pelo suelto, apenas sostenido con una pequeña hebilla, la actriz asegura que tiene ganas de hacer reír. “De escuchar la risa, de descomprimir en estos tiempos. Quería volver al teatro con una obra así, en la que pudiera repensar y redefinir algunas cosas que lo atraviesan todo. Es muy contemporánea”. La química que comparte con Imanol –el hombre que conquistó al público argentino con su inolvidable padre Ladislao, en Camila, el film de María Luisa Bemberg que este año celebra sus 40 años– generó rumores de una posible relación amorosa. “Estoy sola y muy bien. Siempre aparecen estas suposiciones entre los protagonistas”, responde rápido. Desde que subieron al escenario con Mejor no decirlo, no dejan de responder la misma pregunta, la que Mirtha Legrand les hizo en su mítica mesa: “¿Ustedes están de novios?”. Fiel su estilo, la “Chiqui” escuchó atenta la respuesta de la dupla: “Todo el mundo quiere. Sentimos la presión”, contó la actriz, a lo que Imanol agregó: “Es verdad que es a la única mujer a la que miércoles, jueves, viernes, sábado y domingo beso dos o tres veces, y en mi vida ahora mismo eso es una novedad porque yo vivo solo. Estoy en una etapa solitaria de mi vida”. –Parece que todo el mundo quiere verlos juntos. –[Ríe] En escena, con Imanol nos la pasamos discutiendo. Ese era nuestro mayor riesgo. Temíamos que el público pensara que la pareja estaba en crisis. Ellos no están en crisis, simplemente están tratando de llegar a un acuerdo en los diferentes temas que aparecen y como es una comedia todo está exagerado. Ella no puede parar de decir y él no puede parar de tratar de callarla. Por suerte, me tocó un compañero fantástico y un director [Tolcachir] que nos ayudó mucho en eso, de que la dinámica de discusión de la pareja no tirara por la borda el vínculo del cariño, del deseo en una pareja de adultos, en la que cada uno tiene su historia, sus hijos. Una pareja con sus secretos, esos que uno tiene debajo de la mesa desde hace mucho tiempo. Con sus estereotipos y prejuicios… –Al repasar tus trabajos, tanto en cine, como en la televisión y en el teatro aparecen estas mujeres que supieron romper con los estereotipos. –Siempre me obsesionó construir con mucha verdad las actuaciones y para hacerlo no podía partir de algo que yo no era… Pensá que cuando empecé en la televisión, ya con el solo hecho de habitar un espacio con mis características físicas estaba rompiendo prejuicios, porque en ese entonces las características físicas de las protagonistas de la televisión cumplían con cierto arquetipo de mujer. En ese entonces no tenía el físico ni la cara convencional de las protagonistas del prime time.“La curiosidad me trajo hasta aquí”
Como le ocurrió a Norma Aleandro, a Mercedes también le “sugirieron” operarse la nariz. Fueron varios los productores que les pronosticaron a ambas, en tiempos diferentes, que tenían talento, pero que “con esa nariz nunca iban a ser protagonistas”. Sin abandonar el carácter, la impronta, tomaron la decisión de esquivar el quirófano y, en contra de las frívolas predicciones y de los temores sembrados, Norma y Mercedes se impusieron a fuerza de talento y trabajo –y por qué no decirlo, lo hicieron reconociéndose frente al espejo– como dos de las actrices más celebradas de nuestro país. Es cierto que los tiempos cambiaron y pareciera ser que esa presión no existe sobre las actrices; en cambio, el desafío es otro, el paso del tiempo, envejecer. –En las últimas semanas, en Cannes homenajearon a Meryl Streep. Cuando subió al escenario dijo: “He pasado por tantos lugares y he visto tantas caras, pero hace 35 años, cuando vine aquí por primera vez, yo ya era madre de tres hijos. Estaba a punto de cumplir 40 y creía que mi carrera se había terminado”, haciendo referencia a las historias que se cuentan. –Es un cambio que hay que proponer al espectador, poder contar historias, porque en ese descarte, en el que te jubilaban a los 50, no solo se descartaban actrices por la edad, sino a las historias, a las mujeres como espectadoras condenadas a ver historias de amor protagonizadas por chicas jóvenes. Con los hombres eso no pasa tanto. Hay historias muy ricas de mujeres mayores, que son muy anheladas por un gran público femenino. Al teatro lo llenan las mujeres. –Eso mismo dice el productor teatral Carlos Rottemberg. –Es así, son las mujeres las que traen a los maridos… –Volviendo un poco a lo que comentabas al comienzo de la charla, a esa idea de romper con los arquetipos de las protagonistas de la televisión, en ese romper aparece Roxy Presutti como un referente. Claramente, marcó un antes y un después. Pasaron 25, 26 años de Gasoleros y allí está ella en la memoria colectiva. –Ni me digas los años que pasaron. Gasoleros rompió con todo lo que se veía, con esa prolijidad muerta de la televisión. Me acuerdo de las charlas con Adrián [Suar], cómo pensábamos este personaje, esta historia que salía a las 9 de la noche, que iba a ver toda la familia. Roxy era una mujer diferente, estaba llena de imperfecciones, de defectos. Tuve la suerte de que los autores me dieran el permiso de humanizarla, porque Roxy estaba llena de sombras, era mentirosa, mezquina, pero era una mujer que iba para adelante [madre soltera, tenía una pequeña flota de taxis, estaba casada con Jorge, interpretado por Manuel Callau, y en el correr de los capítulos se enamora de Héctor Panigazzi, mecánico de colectivos, viudo y con dos hijos, en la piel de Juan Leyrado]. Es un personaje que todavía está presente y para mí significó muchas cosas, más allá del reconocimiento y la popularidad que antes no había tenido. Fue un personaje poco convencional, era muy transgresora, ella engaña al marido con Panigazzi, pero no lo engañaba como pasaba en otras historias, porque el tipo era un desgraciado, no, lo engaña por pelotudo. –De un hit como Gasoleros al universo de Lucrecia Martel, ser parte de La ciénaga, su ópera prima. –En ese entonces, mientras filmábamos no podía darme cuenta de lo que iba a significar esta película. Sí, me sorprendía la manera de mirar de Lucrecia. Había visto un par de cortos de ella y su forma de contar me atrajo. Con Lucrecia empecé a aprender cine. Tuve la suerte de haber hecho algunas películas antes, de participar, pero nunca antes algo como lo de La ciénaga. Al viajar con ella, al exhibir la película en distintos lados, escuchaba lo que generaba, lo que decía esa gente, en muchos casos directores renombrados, algunos inalcanzables... Me gusta moverme tanto en el cine de películas de autor, las más independientes, y también las industriales porque en todas aprendo muchísimo. Soy curiosa, está en mí y por eso soy actriz, la curiosidad me trajo hasta aquí. Dios, castigo y rebeldía A los seis años, Mercedes Beatriz [detesta su segundo nombre] dejó Concarán, un pueblito de San Luis que limita con la provincia de Córdoba. Fue allí donde calaron las ideas religiosas de su madre, una maestra rural, algo “mano larga”, y donde heredó el interés político, la importancia de priorizar lo social por sobre lo individual de su padre, quien fue remisero, empleado en la Biblioteca del Congreso, militante peronista que llegó a ser diputado provincial. “Cuando yo era chiquita, gracias a mi mamá, era una niña muy creyente –narró Mercedes en el unipersonal Ay, amor divino, un viaje introspectivo personal que dirigió su buen amigo Claudio Tolcachir–. Mi relación con Dios era total, ¡divina! Yo sentía su presencia […] El amor de Dios me hacía llorar. Para convencerlo, me flagelaba pegándome en la cara, golpeándome la cabeza contra la pared… literalmente. Sentí que había ofendido a Dios [espió a su hermano adolescente en la ducha]. Mi mamá me lo había dicho hasta el cansancio: a Dios no le gusta que miremos hombres desnudos, ni que durmamos desnudas. Un día me encontró durmiendo en bombachita y me dijo: «No, Mechita. Mirá que Dios te está mirando y no le gusta, y si dormís desnuda el diablo te rasguña la espalda». Qué mierda. Hasta el día de hoy duermo siempre en pijama. Si no me pongo una remerita no me quedo tranquila”. “Atea, agnóstica, budista –enumera la transformación vivida, su vínculo con la religión–. Meditación, la creencia en algo superior, en algo que nos trasciende. Luz, amor…”. Mercedes habla y detrás de ella asoma la imagen de Gilda, la diosa de la cumbia tropical, como una estampita junto a la de la Virgen de Guadalupe.
Con Imanol Arias, en Mejor no decirlo; en 2001 protagonizó La ciénaga, de Lucrecia Martel; Gasoleros, con Juan Leyrado, fue un éxito de la televisión local
–Chechu (Culpables), Tali (La Ciénaga), Graciela (Luna de Avellaneda), Helena (La niña santa), Celia (Diarios de motocicleta), Mónica Duarte (Guapas), Doña Tota (Maradona, sueño bendito), Elena Vázquez Pena (El Reino), Nurit Iscar (Betibú), Norma (Norma), Elena (Elena Sabe) y la lista de mujeres tan diversas, tan ricas, a las que le pusiste el cuerpo sigue… –Tengo mucha curiosidad por este universo femenino; es lo que me empuja a meterme en la piel de diferentes mujeres. Es lo que hace que trate de no repetir un personaje. No se trata de una estrategia de carrera, sino de una búsqueda personal. –Una vez me dijiste “por mi naturaleza, una sola vida no me alcanzaría”. –Es así…no es una estrategia, es una necesidad. Creo que mi elección de mi trabajo como actriz responde a eso, a poder tener la posibilidad de tener otras vidas. Además de la propia. Intento entender a cada personaje para interpretarlo, no juzgarlo, porque si lo juzgo no lo puedo hacer, lo que me permite estar mucho más abierta. Por eso, me resulta más fácil encarar personajes que están más alejados de lo que soy yo, componer a esas mujeres tan diferentes a mí. –En cambio, en Mejor no decirlo hay momentos en los que Mercedes aparece en escena. Ella, esa mujer comprometida con diversas causas, abierta a pensamientos que se alejan de los más conservadores, deja ver un poco a la Morán que conocemos. –[Risas]. Me siento muy cercana. Sí… se escapa un poco Mercedes y la risa ayuda, porque la risa ayuda a desarmar, a sacar los miedos. Entonces vos podés estar con alguien que piensa diferente y reírte de la situación, aflojar, lo que te permite hablar de esos temas que a veces incomodan, discutir… porque discutir hace bien. Discutir bien, escuchando a uno, al otro, es muy necesario. No hay que tenerle miedo a la discusión. –Vos no temés a la discusión y a dar tu opinión, al contrario, tu voz se hizo escuchar en diversas causas. ¿Te jugó muy en contra decir lo que pensás? ¿Te sigue pasando? –Sí, por supuesto, se paga un precio. De todas maneras, para mí el precio más alto es callarme. Estaría buenísimo que nos costara nada… yo viví la represión brutal que se vivió en este país por llevar el pelo largo, corto, por pensar distinto, porque te creían sospechosa, y también fui contemporánea en el regreso de la democracia. Y la mejor manera de mantener viva a la democracia es haciendo uso de las libertades que tenemos y decir lo que uno piensa, ¿qué mejor que poder decir lo que uno piensa? Claro que te van a juzgar, pero qué mejor que darme la posibilidad de hacerlo, de ser yo, aun con mis contradicciones, porque de esta manera voy a seguir siendo coherente. Por eso te decía que siempre me obsesionó construir con mucha verdad las actuaciones. Además, creo que en el escenario se ve todo. A diferencia de lo que pasa en el cine, en la televisión, el escenario es un lugar mágico para los actores, para quienes lo transitamos y también lo es para el que lo ve. Como espectadora veo la naturaleza de los actores y por esto te hablo de esa verdad, porque no se puede construir desde la impostura –reflexiona–. A nivel planeta estamos atravesando un momento muy difícil, mira que es larga la historia, qué mala suerte tenemos de ser contemporáneos justo en este momento [ríe]. Tenemos todos los frentes políticos, cambio climático, la derecha, los antiderechos. No nos falta nada… El éxito de la obra, una de las que más tickets vende a pesar de la crisis, la lleva a confirmar la idea post pandémica de que hay una necesidad de participar de una experiencia comunitaria. “Fijate que también pasa con los recitales, es esa cuestión bien relacionada con compartir con el otro, en comunidad, esa manera de volver a sentir que lo que me pasa a mí lo estoy compartiendo, le pasa al otro. Me río y él, ella, también... Sufro, lloro. Son experiencias y es lo que se busca. Ver al otro y eso es muy interesante, sobre todo en estos momentos”. Con Imanol preparan una gira con la que llevarán la obra a Córdoba, Rosario, luego a Uruguay, Chile y Paraguay. “Después paramos, porque los dos tenemos ya compromisos asumidos –anticipa Mercedes–. Luego, será el turno de Europa. En septiembre del año que viene vamos a ir a España. Antes, creo, no estoy segura de la fecha, vamos a volver a presentarnos acá en Buenos Aires para hacer la despedida. Me entusiasma la presentación en Chile, hacer teatro en aquel país, conozco a muchos actores, directores, dramaturgos”. Le gusta decir que es anticonvencional porque buena parte de su vida fue lo contrario, sin ser consciente del todo. Sin la aprobación de sus padres y sin siquiera haber terminado el colegio secundario, Mercedes se casó a los 17 años. Todos pensaban que se casaba embarazada, pero no fue así. Estaba enamorada y era, en esos tiempos, una manera de salir de casa. Y así lo hizo. Con Oscar Scápola tuvo a sus dos primeras hijas, Mercedes [actriz, dramaturga] y María [psicóloga]. Fue Scápola también su tutor para que pudiera terminar el secundario. El matrimonio no duró mucho, a pesar de que ella creía en el lema “para toda la vida, en las buenas y en las malas”, como le habían enseñado en su casa, y Mercedes. con 22 años. se separó y se fue a vivir con sus dos nenas. “Fue difícil superar ese mandato, pero todo lo que hice me convirtió en una mujer poco convencional”. Con el actor y director Oscar Martínez mantuvo una intensa relación, que se inició en los escenarios del teatro Maipo cuando hacían la comedia El último de los amantes ardientes. Vale decir que fueron una de las duplas más queridas del mundo del espectáculo nacional en aquellos años. Con Oscar tuvo a su tercera hija, Manuela, también actriz, dramaturga y escritora. –La más pequeña, ya no tan pequeña, te convirtió en abuela una vez más. –Sí, una hermosura. Tengo cuatro nietos de distintas edades, así que con cada uno tengo un viaje particular, diferente con la de 14, con el de 12, con el de 3 años y con la beba. La verdad es una experiencia que nunca me imaginé, porque yo casi no tuve abuela. Conocí a una sola abuela y se murió cuanto tenía 13, 14 años. No tuve casi vínculo. Todos dicen que es algo diferente ser abuela, y lo es. Es una cosa totalmente nueva, está esa mirada de amor, esa mirada como la de tus hijos cuando eran chicos, pero con la libertad de que no tenés que poner límites, todo lo contrario [se ríe]. Y tus hijos te perdonan porque saben que los chicos te aman y vos los amás. Que alguien ame mucho a tus hijos es maravilloso, qué más se puede pedir. Yo aprendo con cada uno, me agarran las playlist, me agregan temas, me cuentan cosas. Hay un montón de cosas que conozco por ellos. Fue con Yerma, de Federico García Lorca, que Morán, con un embarazo de siete meses, gritó el dolor estéril del monólogo ante la conmoción, más allá de la risa, de Lito Cruz y sus compañeros de clase. “Debe de haber sido muy cómico. Evidentemente, estaba cumpliendo con todas las reglas de lo que es un gag. Embarazada de mi hija mayor, con una panza enorme y sufriendo por la infertilidad... Solo hay que imaginarse la escena.” –El teatro genera un inmediato ida y vuelta con el público y resulta siempre curioso descubrir las reacciones en cada función. –Es cierto, más allá de que uno más o menos sabe el momento de la risa, de la sorpresa, los públicos reaccionan diferente. Pero yo cuando actúo me olvido de la gente, de todo lo que sucede. Los comentarios los recibo al final, en el saludo. Con Mejor no decirlo se identifican mucho con ciertas situaciones, son muchos los temas que aparecen y el público es muy diverso. Es una obra que tiene una apariencia sencillita, pero en la que hay muchas capas. Es entretenimiento, pero no está vacío de contenido. No es una obra convencional, son varias escenas donde los personajes discuten, piensan diferente sobre el cómo se dice, qué se dice, qué no se dice, qué se dice en privado, qué se dice en público, de qué manera. El mío es un personaje que tiene una especie de incontinencia verbal que no se detiene a ver lo que puede provocar. Me encanta decir incontinencia verbal [se ríe]. El personaje de Imanol es muy correcto, tiene muy claro qué se dice, dónde, cómo, pero solo en algunos temas. Ellos buscan con honestidad decir las cosas, sin esconderlas, siendo sinceros y sin lastimar al otro. –Por sobre todo honestidad, hasta en los deseos más íntimos, en los deseos, como esa confesión en la que decís que ves porno. –[Ríe] Qué tema, ¿no? El deseo con tu pareja, el deseo en general, el deseo a esta edad, esa negación a los deseos en la adultez. Me divierte que el personaje de Imanol quiere saber lo que veo, esa intriga que le genera, esa habilitación del deseo, del satisfacer del hombre y no en la mujer. Por eso le digo “no quiero que veas lo que yo miro, no es asunto tuyo”. Está llena de esas cositas, otras más reconocibles como quién paga la cuenta, o hablar del medio ambiente, de lo que nos dicen nuestros hijos, del futuro que estamos dejando. Aun con la mejor voluntad cometemos errores. Recién nombrabas a esas mujeres... –A las que les pusiste el cuerpo y, sin duda, algo más. –Como actriz intento ir más allá de lo que cuenta la historia. Por eso a mis personajes los armo a través de los vínculos. Porque creo que la vida es así, que si hay algo que nos define es con quién estamos, con quiénes compartimos, cómo nos comportamos, qué tipo de amiga tenemos, qué tipo de pareja tenemos, qué tipo de madre, hija y abuela somos. Cada personaje me sirve para reflexionar sobre mi vida misma. En varias oportunidades se revelaron ante mí cuestiones que ni siquiera había visto en terapia. Además de poder derribar prejuicios, como hablábamos, porque me permitió entender o preguntarme las razones de por qué hacen lo que hacen. –Tuviste la oportunidad de trabajar con tus dos hijas actrices, Mercedes y Manuela. –Y lo pasamos bien, porque mantenemos la distancia madre e hija. ¿Viste a Manuela en Paraguay? [Teatro Astros] ¡Qué divertida es! Mi otra hija, que no se dedica a esto, está muy feliz con su profesión. Es psicóloga, una excelente médica que trabaja en hospitales, consultorios [durante la pandemia trabajo como médica del Hospital Posadas para ofrecer psicoterapia a todos aquellos que sufrían con las medidas de aislamiento. Mercedes compartió su orgullo en las redes y resaltó su importante labor en aquellos días]. Es otro su universo, nos mira siempre y se ríe de nosotras. Siempre digo y no me canso de hacerlo, que mi mejor obra son ellas tres.
http://indecquetrabajaiii.blogspot.com.ar/. INDECQUETRABAJA
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