miércoles, 1 de mayo de 2024

LÍDIA JORGE , SUS CHARLAS. Y SUS LIBROS..NO FALTES

Para agendar
El 2 de mayo, a las 19.30, y el 4 de mayo, a la misma hora, se presentará en el stand de Lisboa.

“Era una enseñanza maestra y se terminó revelando nuestra peor cara”
La escritora portuguesa habla de la fantasiosa idea de unión que había en pandemia y del actual mundo en guerra, del impacto de la obra de Gabo y Borges en su vida, y de su vínculo con la Argentina
Texto Fabiana Scherer


“Yo era una persona esperanzadora, pero ahora dudo de mis convicciones. Estoy triste. No veo la vida como antes. Creo que ya no soy la misma. Son tiempos tenebrosos, es doloroso lo que siento con todo lo que está ocurriendo. Me desmoronó”, se confiesa Lídia Jorge sentada en un rincón de la Biblioteca Palácio Galveias, que alguna vez fue la casa de la familia Távora, una de las más influyentes del Reino de Portugal. La escritora se refiere a las guerras que simultáneamente atraviesan al mundo, lo que hay no solo en el frente, sino detrás de ellas, y alude también a los cambios que se dan tan vertiginosamente, cuyos resultados le producen una profunda decepción.
Nacida en Boliqueime (1946), en el Algarve, en el sur del país, es considerada una de las voces más representativas de la literatura portuguesa posrevolucionaria y una de las autoras invitadas a la de la 48ª Feria Internacional del Libro de Buenos Aires, que tiene a la ciudad de Lisboa como invitada de honor. Filóloga de formación, Jorge se dedicó varios años a la enseñanza, viviendo en Angola y Mozambique durante la última etapa de las guerras independentistas. Su primer libro, El día de los prodigios (1980), representó el inicio de una nueva etapa de la literatura portuguesa, pero fue con La costa de los murmullos (1988) que su obra se consolidó. Desde entonces, su producción es imprescindible para la literatura universal y su nombre es considerado de forma consecutiva para los premios Nobel. Ganó varios otros galardones importantes, como el que otorga la Fundación Günter Grass, el Médicis y el FIL de Lenguas Romances. “Para agradecer, pensé que podría referirles un caso particular, cómo conocí a Homero hace muchos años –comenzó el discurso que ofreció en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, en 2020–. Homero, en la tierra donde nací, era mujer y se llamaba María Encarnación. Era una anciana, muy pequeña (...) A primera vista, parecía un despojo de persona. Pero los niños sabían que no era así y se sentaban en el suelo para oír lo que aquella mujer analfabeta tenía para contar. Solo que ella contaba cantando (…) Merecía haber ido a la escuela, aprendido a leer y escribir, merecía haber tenido acceso a los poetas de su patria, a Camões, Vieira y Pessoa, leer la Ilíada, la Odisea, la Divina Comedia, Don Quijote. Merecía ver Hamlet en el teatro y en el patio de su casa de piedra leer en voz alta la “Oda Triunfal” y desear ser la Creación entera, con las palabras con que Álvaro de Campos termina ese poema: “¡Ah, no ser yo toda la gente en todas partes! (…) Sabía cómo las mujeres eran obligadas a permanecer mudas e impotentes, similares a sombras”.
“El mundo está cambiando con tanta velocidad y yo estoy tan decepcionada –retoma la escritora, que llegará a Buenos Aires este jueves–. Ya no soy la misma”, insiste. “Transformé mi pensamiento. Durante la pandemia tenía una idea muy juvenil, muy fantasiosa, que los seres humanos nos íbamos a unir contra un enemigo en común, ver por fin lo que podíamos hacer juntos. Íbamos a aprender, era una enseñanza maestra, pero después se revelaron otros comportamientos que mostraron nuestra peor cara. Tantas muertes, tantos juegos de poder y dinero. Somos nosotros nuestros propios enemigos. Y ahora, finalmente las guerras que se están enfocando en el mundo fueron fraccionando con creces mis convicciones, mi esperanza”.
–Algo de esperanza debe quedar.
–Cada mañana espero que ocurra algo positivo. Fue muy doloroso lo que pasó en la pandemia, ser testigo de esa división de los que podían vivir y los que no. Fue bárbaro.
–En Misericordia, su novela más reciente en castellano, usted destaca el sentido de humanismo y tolerancia. También alude a la memoria y al perdón.
–Fue mi madre quien me pidió que escribiera un libro que llevara ese título, en plena pandemia, en marzo de 2020, cuando fui a verla después de un viaje. “Misericordia” parece un término religioso, ontológico, pero en realidad es un término de sobrevivencia, hasta te diría con un sentido filosófico, porque significa que nosotros somos seres grupales, seres de relación y, si se quiebra este concepto, esta filosofía no nos vamos a salvar. En aquel momento no entendí el pedido que me estaba haciendo, pero le prometí que lo haría, sin saber muy bien cómo y por qué. Nunca más volví a verla. Falleció meses después y sentí la obligación de escribir un libro con el título que ella me había sugerido. [La novela cuenta la historia de Alberti, una mujer que vive en un asilo donde reflexiona sobre el bien, el mal, el futuro y su propia vida. Para este texto, la autora se inspiró en su madre, que murió de Covid-19 en una casa de retiro para mayores]. La vejez guarda la memoria de todo lo que pasó, es sobre todo una nueva adolescencia, cuando se es viejo, una vuelve a las mismas cuestiones: ¿para qué sirvió mi vida? ¿Cuál es el sentido? ¿Por qué yo? ¿A dónde voy? Es un libro sobre el destino humano. No es solo sobre la resistencia de una mujer, es el símbolo del tiempo que pasa, una metáfora sobre los tiempos actuales de guerra y de incertidumbre”.
–¿Es un homenaje a su madre?
–Una oda a la vida. Una balada triste, un libro sobre la resistencia humana. Un homenaje a mi madre en el que se mezcla la realidad con la ficción. Ella, como el personaje principal, concluye que al final de la vida la sabiduría y el conocimiento son lo más valioso. Parto del principio de que todo es ficción, pero mi madre está en ciertos aspectos de la personalidad de Alberti, en su dichos. También está la soledad, que es parte de nosotros.
–¿Qué impacto tuvo en usted la literatura latinoamericana?
–Estaba en África cuando leí Cien años de soledad y Pedro Páramo, y fue realmente liberador. Son libros que alimentaron mi imaginación, me dijeron que era libre, que se podía transfigurar la realidad.
–Con la Argentina tiene una relación no solamente literaria...
–Cuando era niña mi padre me regaló el Martín Fierro, de José Hernández. Era un libro que tenía la cubierta con piel de vaca. Tiempo después, llegaron a mí las Obras completas de Borges. Luego tuve la suerte de conocer muchos escritores argentinos, como Luisa Valenzuela. ¡Qué persona magnífica! Sus libros me han encantado, su fuerza feminista. Estoy atenta a lo que ocurre con la literatura argentina. Me gusta e interesa mucho César Aira. Hay muchas otras voces. Y hay otra relación, porque mi padre vivió en la Argentina: se mudó después de dejarnos, a mi madre y a mí [se instaló en Mendoza, donde nació su única hermana].
–La comitiva portuguesa en la Feria del Libro tiene una fuerte presencia de escritoras mujeres, ¿qué reflexión le merece?
–En Portugal, en el mundo, través del arte, de la escritura, se habló de las injusticias, de las violencias, de las diferencias, se denunciaron los abusos, se generó toda una apertura para narrar esas miradas diferentes en busca de libertades. Y el puente que en la Feria se puede generar entre autoras argentinas y portuguesas es muy interesante para tejer una relación más sólida y escuchar las voces de unas y de otras.

Para agendar
El 2 de mayo, a las 19.30, y el 4 de mayo, a la misma hora, se presentará en el stand de Lisboa.

http://indecquetrabajaiii.blogspot.com.ar/INDECQUETRABAJA

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