Trump, el “hombre teflón” de la antipolítica
Guillermo Idiart (ENVIADO ESPECIAL)—
Cuando, hace cuatro años, Donald Trump perdió las elecciones ante Joe Biden, tras una turbulenta gestión, para muchos su carrera política parecía sentenciada. Más aún tras el inédito asalto al Capitolio de sus simpatizantes de extrema derecha el 6 de enero de 2021, cuando todavía era mandatario, múltiples investigaciones judiciales y el histórico veredicto este año que provocó un terremoto político en Estados Unidos, al convertirse en el primer expresidente del país declarado culpable por haber cometido un delito (en su caso, 34).
Sin embargo, nada fue suficiente para desviar a Trump del camino que se había trazado hacía exactamente dos años, en noviembre de 2022. “Somos una nación en declive. El regreso de Estados Unidos empieza ahora mismo”, había afirmado en su lujoso club Mar-a-Lago, en Palm Beach, al anunciar su tercera candidatura presidencial. Allí, el magnate inmobiliario neoyorquino, una de las figuras más divisivas que haya visto la primera potencia global, calificó su estadía fuera de la Casa Blanca de “una pausa”.
A los 78 años, el outsider y antisistema que con su impronta populista se adueñó del Partido Republicano, reconfiguró la política norteamericana desde 2016 y se convirtió en un faro para los líderes de la derecha global busca un desquite personal tras no aceptar la derrota de 2020 (“fueron robadas”, denunció). Ahora, en un duelo con la vicepresidenta Kamala Harris, tras el paso al costado de Biden. Según el propio Trump, esta será la última vez que competirá para volver a la Casa Blanca: no habrá 2028.
Para el líder republicano, es la revancha contra quienes él califica como sus “enemigos”, una retórica amenazante que se intensificó a medida que se acerca el “día D”, lo que encendió las alertas sobre cómo podría usar el poder para atacar a sus oponentes en caso de lograr la victoria. Sus planes declarados de llenar una posible segunda administración de leales, que no le opondrían resistencia, no hacen más que fogonear la preocupación.
“En su primer mandato, se apoyó en el Departamento de Justicia para perseguir a sus rivales políticos, y prometió que si vuelve a ser elegido les ordenará hacerlo de nuevo”, señaló a el politólogo lA nAcIon Christopher Kelley, de la Miami University.
“A diferencia de la primera gestión, en una segunda es más probable que nombre personas en la Justicia que lleven a cabo sus deseos”, advirtió.
En una campaña plagada de controversias, con discursos de odio y retórica antiinmigración, Trump llegó a decir que si ganara las elecciones sería “dictador el primer día” del mandato, se refirió a sus rivales políticos como “alimañas” que hay que “erradicar”, atacó a jueces y fiscales, catalogó a los medios como “el enemigo del pueblo” y que usará todos los recursos para vengarse, y sostuvo que los inmigrantes indocumentados “envenenan la sangre del país”, además de acusar a migrantes haitianos de “comerse las mascotas” de los vecinos de Springfield, en Ohio. Una de sus principales promesas es lanzar un operativo de deportación masiva, “el más grande en la historia” de Estados Unidos.
“No recuerdo que en toda mi vida la retórica contra los migrantes haya llegado a ser tan fuerte durante unas elecciones”, señaló Yonatan Lupu, politólogo de la Universidad George Washington.
Furia
El multitudinario mitin en el Madison Square Garden en su ciudad –Trump nació en Queens, en 1946–, que pretendía oficiar de cierre de campaña, finalmente fue una descarga de furia, con discursos racistas y xenófobos de varios de sus oradores (como la descalificación de un comediante a Puerto Rico, “una isla flotante de basura”).
Aunque muchos advirtieron por un impacto negativo para su candidatura, el “hombre teflón” –como ha sido llamado Trump– ya ha dado sobradas muestras de convertir reveses en oportunidades: a más imputaciones, más lealtad de sus fanáticos.
Trump enfrentó las elecciones a la espera del veredicto el 26 de noviembre –una sentencia que debía ser antes de la votación, pero que se pospuso dos veces– por 34 delitos graves de falsificación de registros para influir en los comicios de 2016 al ocultar un soborno para silenciar a la actriz porno Stormy Daniels. El equipo del expresidente cuenta con varias tácticas legales para evitar que vaya preso. Pero, según expertos, su mejor carta de triunfo para enterrar los cargos depende del resultado electoral.
Tras conocer el fallo del jurado, en mayo pasado, Trump calificó de “corrupto” al juez del caso, Juan Merchan, y afirmó que el proceso “estaba amañado desde el primer día”.
Su teoría, sin mostrar prueba alguna, es que es objeto de una persecución política por parte de la administración Biden. Aquel día, con su repetida estrategia de victimización y presentarse como un mártir del sistema, desafió: “Esto es más grande que Trump y mi presidencia. El veredicto real lo dará el pueblo el 5 de noviembre”.
En otra época de la historia, tal vez hubiera sido imposible que un candidato en la telaraña judicial en la que él está tuviera posibilidades reales de ganar una elección en Estados Unidos (las encuestas anticipaban una definición ajustadísima con Harris).
Pero el dueño del emporio Trump, como en su sorpresivo triunfo de 2016 ante Hillary Clinton, volvió a romper los manuales de la política norteamericana, al sobreponerse a condenas por fraude fiscal, a dos impeachments en el Congreso (único presidente estadounidense en enfrentar dos), a escándalos sexuales y las acusaciones por su contribución al violento asalto al Capitolio, que dejó cinco muertos. En la campaña, supo sacar provecho del intento de asesinato que sufrió en un mitin en Pensilvania en julio, cuando un balazo le rozó la oreja derecha. “Por la gracia de Dios, ese villano no logró su cometido”, dijo.
En un país marcado por la polarización extrema, nada parece afectar el nivel de apoyo que logra entre la mayoría de los republicanos, consustanciados en torno al lema “Make America Great Again”. En la interna partidaria nadie le pudo siquiera hacer sombra, y sus seguidores confían a ciegas en su manejo de la economía y su dureza para enfrentar la crisis migratoria en la frontera con México, principales ejes de la campaña.
Perseverante, Trump va tras otra marca política histórica en Estados Unidos, que lleva 131 años sin quebrarse: en caso de ganar, se convertirá en el segundo presidente con dos mandatos no consecutivos. Hasta ahora, solo el demócrata Grover Cleveland (1885-1889 y 1893-1897) logró volver a la Casa Blanca tras perder en las urnas.
Imprevisible y disruptivo
En su primer mandato, el primero de un líder sin ninguna experiencia política o militar en Estados Unidos, Trump cumplió una serie de objetivos de corte conservador. Aplicó exenciones de impuestos corporativos, sacó al país del pacto nuclear con Irán y del acuerdo climático de París, y logró una mayoría conservadora en la Corte Suprema que finalmente anuló el derecho constitucional federal al aborto en Estados Unidos, al revocar la histórica sentencia “Roe vs. Wade”, de 1973.
Con su estilo directo, imprevisible y disruptivo, Trump remodeló las alianzas de Estados Unidos y se acercó a líderes populistas. De hecho, en estos casi cuatro años fuera de la Casa Blanca, actuó como un líder en la sombra en asuntos internacionales.
Incluso antes de que volviera a lanzarse como candidato, varios dirigentes extranjeros lo tuvieron muy en cuenta a la hora de calibrar sus relaciones con Estados Unidos. Un imán que se reforzó una vez que se transformó en el candidato republicano por tercera vez.
Un desfile de líderes mundiales ha peregrinado a Mar-a-Lago o a la Torre Trump, de Nueva York, entre otros el presidente ucraniano, Volodimir Zelensky; el primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, y el primer ministro húngaro, Viktor Orban.
Con Javier Milei tuvo su encuentro en Oxon Hill en la Conferencia de Acción Política de Acción Conservadora (CPAC), una meca de la derecha global. Con el líder ruso, Vladimir Putin, mantuvo al menos siete llamados en secreto desde que dejó el Salón Oval, según publicó el periodista Bob Woodward en su último libro, Guerra
“Muy inusual para un expresidente”, señaló a The New York Times Jeremy Shapiro, exfuncionario del Departamento de Estado y director de investigación del Consejo Europeo de Relaciones Exteriores.
El showman que hace una década dio el salto a la política, que atrae el fanatismo de sus seguidores y que para sus críticos pone en peligro la democracia norteamericana, se enfrenta tal vez a su último gran reto. Con la moneda ya en el aire, pone a prueba su capacidad política casi a prueba de balas en busca del regreso a la Casa Blanca, o en caso de derrota empezar a dilucidar si el trumpismo perdurará más allá del propio Trump.
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Harris, la elegida para una apuesta histórica
Rafael Mathus Ruiz —CORRESPONSAL EN EE. UU.—
El 21 de julio iba a ser un domingo más en la vida de Kamala Harris. Su plan para ese día era completar un rompecabezas con sus sobrinas. Pero recibió una llamada que cambiaría su vida: el presidente Joe Biden le avisó que había decidido poner punto final a su candidatura y le daría su apoyo para que lo reemplazara. Harris pasó el resto del día pegada al teléfono. En dos días, ya había conseguido suficiente respaldo entre los demócratas para ser su nueva candidata presidencial.
A los 60 años, Harris ha escrito una de las historias políticas más sorprendentes de Estados Unidos, un ascenso impensado y una campaña presidencial vertiginosa diferente de cualquiera que se haya visto antes, que cargó desde su génesis con una doble misión histórica: cerrarle las puertas de la Casa Blanca para siempre a Donald Trump y ser la primera mujer –y de ascendencia afroamericana y asiática– en llegar a la presidencia de Estados Unidos.
Al día siguiente de su conversación con Biden, Harris viajó a Wilmington, Delaware, la ciudad de Biden, a visitar el cuartel general de la campaña demócrata. El staff de la campaña había pasado esa mañana imprimiendo carteles con el nombre “Kamala” y tirando los que llevaban la leyenda “Biden-Harris”. Fue el primer cambio, y el más sencillo: luego vendrían un mensaje y una estrategia totalmente nuevos.
“Tenemos 106 días hasta el día de las elecciones, y en ese tiempo tenemos mucho trabajo duro por hacer”, le dijo Harris al equipo de campaña. “Por eso, en los próximos días y semanas, yo, junto con ustedes, haré todo lo que esté a mi alcance para unir a nuestro Partido Demócrata, para unir a nuestra nación y para ganar estas elecciones”, arengó.
Lo que vino después de esa presentación fue un sprint inédito y frenético en busca de la Casa Blanca, y un cambio de fortuna nunca visto en la alta política norteamericana.
Barack Obama construyó durante un año y medio la mística de su campaña presidencial de 2008, y sus cantos de guerra –“Fired up, ready to go!”, “Yes we can!”– se gestaron durante una larga y durísima temporada de primarias, que arrancó en el frío gélido de Iowa y terminó en el verano. Hillary Clinton tuvo que atravesar dos internas brutales antes de ser candidata, incluida la que perdió contra Obama. Trump derrotó a 16 rivales en 2016, y a 12 este año, aun después de haber sido presidente. Biden llegó a la Casa Blanca recién en su tercer intento, al igual que Ronald Reagan.
Por el contrario, Harris se convirtió en abanderada de los demócratas y candidata presidencial sin haber ganado una sola interna –tuvo que suspender su campaña en 2019 antes del caucus de Iowa– y sin pasar por el tamiz de los votantes. Normalmente, un candidato pasa tiempo haciendo campaña, puliendo su mensaje, su plataforma, encontrando su voz en incontables reuniones con votantes, actos, debates y entrevistas. Las primarias son una oportunidad para forjar el vínculo con el electorado. Harris aterrizó derecho en la convención demócrata en Chicago como candidata. Esa anomalía, forzada por las históricas circunstancias y la ofensiva sin cuartel de los demócratas para desplazar a Biden del medio, la dejó ante un desafío tan singular como complejo: estar a la altura del momento y cumplir con la misión de derrotar, por última vez, a Trump.
Académicos
Harris comenzó a forjar su carrera política en San Francisco, pero el salto final lo dio en Washington. Nació el 20 de octubre de 1964 en Oakland, California, en una familia dedicada a la academia. Su madre, una inmigrante de la India y la persona que más la marcó en su vida, era una bióloga que llegó a Estados Unidos para estudiar en Berkeley. Su padre, un inmigrante de Jamaica, con quien mantiene una relación distante, se instaló en el país para estudiar Economía, también en Berkeley. La pareja se divorció cuando Harris tenía 7 años.
Los primeros pasos de Harris en la política quedaron atados a su novio de entonces, Willie Brown, que llegó a ser alcalde de San Francisco. La nombró en dos comisiones locales y la ayudó con su primera campaña, en 2003, para fiscal de distrito. En 2010, Harris fue elegida fiscal general de California. Toda su carrera en la Justicia estuvo impulsada, según ella misma ha dicho varias veces, por un deseo de proteger a los demás.
Su paso por la Fiscalía General le dio un vínculo decisivo en su carrera: su amistad con Beau Biden, el hijo de Biden que falleció en 2015 debido a un cáncer cerebral. Beau Biden tenía el mismo cargo en Delaware y ambos trabajaron estrechamente. En su autobiografía, Harris lo calificó de un “amigo y colega increíble”.
“Hubo períodos, cuando yo estaba recibiendo críticas, en los que Beau y yo hablábamos todos los días, a veces varias veces al día”, escribió. “Nos apoyábamos mutuamente”, apuntó. Varios demócratas llegaron a imaginar una formula presidencial Biden-Harris en el futuro. Esa fórmula presidencial se concretó finalmente en 2020, pero con Joe Biden.
La primera campaña presidencial de Harris había sido un fracaso absoluto: no logró siquiera llegar al caucus de Iowa, la primera cita de las elecciones primarias. Pero el estrellato que logró en sus años en el Senado, donde ganó fama de dura interrogadora en las audiencias con funcionarios de Donald Trump, y su amistad con Beau Biden la llevaron al ticket demócrata. Biden ya había dicho que quería una mujer de compañera, y las protestas por el asesinato de George Floyd durante la pandemia y el peso de los afroamericanos en la coalición electoral demócrata convirtieron a Harris en la candidata natural para equilibrar la fórmula presidencial.
Su ascenso a la vicepresidencia la convirtió en la heredera natural de Biden, que había prometido ser “un puente a una nueva generación” de líderes. Durante los primeros años de su presidencia, Biden estuvo siempre acompañado de la especulación acerca si daría o no un paso al costado. Pero ese escenario comenzó a diluirse con el paso del tiempo y las señales de Biden y su entorno a favor de ir en busca de su reelección.
La invasión de Rusia a Ucrania y luego el conflicto en Medio Oriente entre Israel y Hamas arraigaron la idea de seguir. Y la buena elección legislativa de los demócratas en 2022 instaló la sensación de que, pese a su edad y las preocupaciones por su vejez, Biden todavía podía ganar, más aún si del otro lado estaba Trump.
Harris tampoco había tenido una labor particularmente lúcida como vicepresidenta. Al principio, Biden le tiró una misión imposible: atacar las “causas fundamentales” de la migración y evitar que la crisis en la frontera con México, combustible de la fortaleza política de Trump y los republicanos, fuera un dolor de cabeza para su gestión.
Historias negativas
Al final, lo fue, y Trump otra vez puso a los indocumentados y la inmigración como tema central de su última campaña presidencial. Harris también fue foco de una cadena de historias negativas en la prensa norteamericana, todas enfocadas en un mismo tema: el caos de su oficina y problemas en su vínculo son su staff, donde hubo una inusualmente elevada rotación. “El éxodo de personal de Harris reaviva las preguntas sobre su estilo de liderazgo y sus ambiciones futuras”, fue el título de un artículo de The Washington Post de fines de 2021. Su popularidad se desinfló junto con la de Biden, y los rumores sobre una eventual candidatura enmudecieron.
Un giro político en Estados Unidos le dio una bocanada de oxígeno. El fallo de la Corte Suprema de Justicia que revocó la sentencia “Roe vs. Wade” reavivó la batalla cultural por el acceso al aborto en el país, y Harris se posicionó como abanderada de los derechos de las mujeres en la administración de Biden. El tema fue uno de los pilares de la buena elección legislativa de los demócratas hace dos años. Y en 2023, Harris se embarcó en una gira nacional a favor de la lucha por “las libertades reproductivas”. Volvió a recorrer el país, y a conectar con la gente y los votantes, un anticipo de su campaña.
Su futuro político comenzó a cobrar forma el día del paupérrimo debate de Biden con Trump, a fines de junio. Sin tiempo para nada más, el Partido Demócrata se encolumnó sin dudarlo detrás de su candidatura. Harris heredó la campaña de Biden –incluidos los millones de dólares que ya había recaudado– y logró inyectar una nueva dosis de esperanza y energía en los demócratas, presos del desánimo ante lo que veían como una derrota segura ante Trump.
Su popularidad dio un salto. Su elegido para acompañarla en la fórmula, Tim Walz, dijo que había recuperado “la alegría de la política”. Harris construyó su campaña alrededor de la defensa de la libertad y del deseo de medio país de dar vuelta la página al trumpismo.
Al cierre de su histórica campaña, en Filadelfia, la misma ciudad donde Hillary Clinton cerró su campaña en 2016, escuchó a la multitud gritar: “¡Ganaremos! ¡Ganaremos!”.
“Terminamos como empezamos, con fe, con optimismo, con alegría”, les dijo Harris, confiada en escribir un nuevo capítulo en la historia.
Kamala Harris
candidata demócrata
es una carrera reñida. estamos empatados. cada voto importa. esto se trata de pasar la página y traer una nueva generación de liderazgo para américa”
http://indecquetrabajaiii.blogspot.com.ar/. INDECQUETRABAJA
Donald Trump
candidato republicano
me siento confiado, esta ha sido nuestra mejor campaña, sé que lo estamos haciendo bien. Si gano, sé qué decir, no soy como los demócratas”
Donald Trump
candidato republicano
me siento confiado, esta ha sido nuestra mejor campaña, sé que lo estamos haciendo bien. Si gano, sé qué decir, no soy como los demócratas”
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