Roberto Russell: “Vamos hacia un mundo muy tumultuoso y Trump va a contribuir a que haya más turbulencia”
En una entrevista el prestigioso analista internacional advierte sobre los peligros de un planeta cargado de conflictos, de una nueva presidencia del magnate en Estados Unidos y del alineamiento de la política exterior de Milei con Washington
Julieta Nassau
Roberto Russell
La de Roberto Russell es una de las miradas más agudas en análisis internacional desde hace años en la Argentina. Retirado de la docencia, ahora puede viajar más que nunca por el mundo que siempre estudió. Lo hace, dice, un poco por placer y otro por trabajo –es presidente de la Fundación Vidanta, en México-, pero siempre atento a detectar fenómenos que se repiten en distintos continentes. Sus conclusiones le imprimen un tono pesimista al diagnóstico sobre la actualidad global, algo que, considera, solo empeorará con un nuevo mandato de Donald Trump en Estados Unidos.
“Estamos yendo a un mundo muy conflictivo, de unilateralismo, de proteccionismo y eso sabemos que termina muy mal”, dice Russell, investigador asociado y exdirector de la Maestría y el Doctorado de Estudios Internacionales de la Universidad Torcuato Di Tella (UTDT). Alarmado, pero con tono apacible sentado en un sillón de su casa de Belgrano, no descarta una guerra entre Estados Unidos y China, y advierte sobre los peligros de un segundo gobierno de Trump, con un control mayor sobre los tres poderes. “La tentación para Trump de actuar de manera dictatorial es muy alta”, dice, y considera que su nuevo mandato, que comenzará el 20 de enero, será “una prueba de fuego para Estados Unidos” como no recuerda haber visto.
Exdirector de Asuntos Académico del Instituto del Servicio Exterior de la Nación (ISEN), a cargo de la formación de los diplomáticos de carrera, Russell cuestiona con dureza la purga ideológica que promueve el presidente Javier Milei en Cancillería y la incluye en la lista de actitudes que asemejan al mandatario libertario con el próximo presidente de Estados Unidos, dos exponentes de una expresión política que –pronostica- seguirá expandiéndose por la región.
—A fines de 2020, usted escribió un artículo titulado “El mundo que nos deja Trump”. Cuatro años después, ¿cuál es el mundo que recibe Trump?
—Es bastante distinto al que recibió en 2017. Siempre se decía que la Guerra Fría era paz sin paz, porque no había guerra entre los dos polos, pero sí había guerra en las periferias, promovidas por los polos. Hoy podemos decir que estamos en un mundo en guerra sin guerra, en el sentido de que los grandes poderes no están peleándose entre sí directamente, pero se están peleando indirectamente. El caso más típico es el de Ucrania, donde no es solo una guerra entre Ucrania y Rusia, sino entre dos bandos: uno sería el Occidente no geográfico, como solemos llamarlo, y el otro es un eje formado por China, Rusia, Irán y Corea del Norte. En gran medida, en todos los conflictos se cruzan estos ejes. Por eso es interesante esta idea de que estamos en un mundo sin guerra, pero en realidad hay una guerra latente que incluso podría derivar en una guerra entre grandes poderes.
—¿Se imagina esa guerra entre grandes poderes en el corto o mediano plazo?
—No hay que descartarlo. No estoy pensando que esto pueda pasar mañana o dentro de cinco años, pero en un mundo conflictivo como el que estamos es un escenario que no hay que descartar. Es un escenario con el que están trabajando los estrategas tanto de China como de Estados Unidos. No es porque ahora haya ganado Trump que está sobre la mesa; es algo que está presente desde hace bastante tiempo.
El presidente estadounidense Donald Trump en un encuentro con Xi Jinping durante una reunión en el marco de la cumbre del G20, en 2019
—Usted suele hablar de la pérdida de predominio de Occidente en el orden global. ¿El regreso al poder de Trump, un líder con tendencias aislacionistas, puede acelerar esta tendencia?
—Todo va a depender de lo que haga. Pero hay un hecho objetivo: Occidente hoy no tiene el poder que tenía y estamos entrando en un mundo claramente post-occidental. Por otro lado, yo no hablaría tanto de un aislacionismo de Trump. Yo más bien hablaría de una política con componentes de naturaleza realista. Ellos [el equipo de Trump] trabajan mucho con la idea de la disuasión, con la idea de defender la paz preparándose para la guerra. De algún modo implica una especie de retorno a una política tradicional de un gran poder: renunciar a la idea de que Estados Unidos es un país indispensable, que tiene un rol providencial. Esto es lo que caracteriza a Trump y eso es lo que para mucha gente Estados Unidos debería hacer, porque Estados Unidos tiene demasiados compromisos que tiene que mantener y tiene menos recursos. Por eso Trump le dice a Europa “pongan más dinero o bánquense ustedes a Rusia”, y también le va a pedir a Taiwán lo mismo.
—Trump dice que él va a terminar las guerras, no a comenzarlas; y afirmó que podía terminar la guerra en Ucrania en 24 horas. Desde su entorno hablaron de planes que implican entregar parte del territorio a Rusia. ¿Qué se puede esperar tras la asunción de Trump?
—En una guerra hay que pensar qué significa una victoria. Si victoria para Ucrania es recuperar todo el territorio, incluso recuperar Crimea y que además Rusia pague las indemnizaciones por los destrozos que causó, eso es absolutamente inviable. ¿Y qué sería para Putin? Controlar todo el territorio ucraniano. Bueno, yo creo que ninguna de las dos cosas se va a dar porque eso sería un tema tremendo para Europa. Entonces hay que tratar de buscar alguna solución intermedia. Se está diciendo que se congele la línea donde está ahora; se discute es darle un estado de neutralidad a Ucrania o incorporarla a la Unión Europa. ¿Qué garantía de seguridad le van a dar? Eso es parte de la discusión. Entonces no va a ser fácil. Eso de las 24 horas es una fantasía.
Donald Trump se reunió con el presidente de Ucrania, Volodimir Zelensky, en septiembre pasado
—También está la guerra en Gaza. Se habla mucho del vínculo de Trump con Netanyahu y cómo esto puede afectar al conflicto.
—Ese vínculo existe. Pero la visión en el equipo más cercano a Trump es que el problema es Irán. Dicen que lo que sustenta a Hamas, a Hezbollah, a los hutíes, es el apoyo de Irán. Yo creo que va a venir una política mucho más dura hacía Irán y va a seguir obviamente el apoyo a Israel. Y el gobierno de Trump se va a desligar de la cuestión palestina, porque están diciendo “esto que lo arregle Israel con Egipto y con los que viven ahí”.
—¿Ese foco en Irán puede derivar en una guerra regional, como se viene temiendo?
—Yo creo que la van a evitar. Una guerra con Irán no le conviene a Estados Unidos ni tampoco a Irán, porque en su caso también pone en juego la supervivencia del régimen. Se va a inscribir en esta estrategia de disuasión.
Roberto Russell es uno de los analistas internacionales más prestigiosos de la Argentina
—Europa también cambió desde que se fue Trump, con un claro avance de la extrema derecha. ¿Cómo impactará su regreso?
—El triunfo del Trump fortalece a estos a estas facciones en todas partes de Occidente. Entonces yo creo que eso les da a estas fuerzas políticas más convicción. Esta forma de hacer política “pagan”, venden, como lo estamos viendo hoy en el caso de la Argentina con Milei. Estamos viviendo una etapa, no la llamaría “era Trump” porque es demasiado, pero es un ciclo que va a dejar una marca muy fuerte no solo solo en Estados Unidos sino en el mundo.
—De hecho, después de Trump, vinieron Jair Bolsonaro, Nayib Bukele, Milei en América Latina. ¿Cree que el triunfo de Trump pueda hacer que el fenómeno crezca aún más?
—Sí. En primer lugar, los que están en el gobierno en general tienden a perder. ¿Quién está en el gobierno? Lula da Silva [en Brasil], Gustavo Petro [en Colombia], Gabriel Boric [en Chile]. Es probable que en esos países ganen expresiones de derecha. En el caso de Brasil, es muy probable. Yo creo que vamos a tener una ola de derecha, con componentes extremos y no tanto; me parece que eso es lo que se viene en América Latina para los próximos años.
Jair Bolsonaro es, junto a Milei, uno de los aliados de Trump en la región
—Hablando puntualmente de la Argentina, Juan Gabriel Tokatlian habló de un “hiperoccidentalismo” de Milei ya desde el gobierno de Biden. Uno esperaría que se potencie con Trump en la Casa Blanca, ¿no?
—A mí lo de “híper” mucho no me gusta; yo si le tuviera que poner una calificación directamente diría el “ultraoccidentalismo” de Milei, porque es como que te vas del otro lado. Algunos comparan a Milei con las relaciones carnales de Menem y yo creo que es un grave error. Yo creo que Milei ya prácticamente se alineó; su política es seguir a Estados Unidos y a Israel. Nadie hace esto. Este alineamiento va a ser un sello definitorio de Milei.
—¿Y qué obtendrá de este alineamiento?
—Esa es la pregunta del millón. Porque si uno mira lo que sacó Bolsonaro, mucho no sacó. Porque Trump nunca va a tomar sus medidas mirando a la Argentina; no le interesa en absoluto. De hecho, sus decisiones van a tener impactos negativos, por ejemplo, con los aranceles. ¿Después qué puede hacer?
—¿Ayudar con las negociaciones del FMI?
—Sí, bueno, probablemente empuje un poco para que algún préstamo adicional salga, para que mejoren el esquema de negociación, pero, de nuevo: las cosas van a depender mucho más de lo que hagamos nosotros de lo que puede hacer Trump. Hay quien dice “ahora se va a abrir el camino las inversiones”. Bueno, Trump puede decir “inviertan en la Argentina”, pero si la Argentina no ofrece condiciones y no da garantía de que esto tiene algún viso de sustento, la gente va a seguir siendo bastante reticente, salvo los sectores que ya sabemos que van a tener rendimientos muy altos, como es el caso de ciertos minerales, o la energía, pero eso ya estaba pasando. O sea, no depende de Trump. Eso es uno de los mitos argentinos: que uno se pega y pasa a recibir no sé qué cosa; no es tan así.
Donald Trump, junto a Javier Milei, en febrero pasado
—Cuando la Argentina votó en la ONU contra el embargo a Cuba -lo cual y terminó con la salida de Diana Mondino-, en Cancillería dijeron que era necesario para mantener el apoyo al país por Malvinas. ¿Qué consecuencias puede tener para la política exterior argentina el alineamiento con Estados Unidos?
—Tiene consecuencias obviamente porque necesitamos los votos de todo el mundo, por lo menos de los que nos apoyan, para el tema Malvinas. Esto puede generar reacciones muy negativas en el mundo árabe, en la propia región. Pero a Milei no le importa eso porque primero que es muy crítico del multilateralismo y segundo, no le importa la ONU. Y por otro lado, lo que él supone es que si hay algún avance en el tema, va a ser un avance bilateral. Yo creo que esto es un error porque obviamente lo multilateral importa; aunque en este punto tiene razón, en el sentido de que lo esencial va a ser qué capacidad vamos a tener en algún momento de negociar de una posición de mayor fuerza en el tema Malvinas.
—Este año, Milei se acercó a China después de las críticas durante la campaña. ¿Cree que con Trump podría encontrarse en una encrucijada por esta relación?
—Yo creo que no en la medida en que el vínculo con China sea transaccional. Trump va a meter presión en temas que tengan algún tipo de componente estratégico de seguridad, pero no relacionada con el comercio porque Trump sabe muy bien que este vínculo con China es fundamental para que la Argentina empiece a salir del pozo.
—Milei viaja esta semana a Florida para estar con Trump en un evento conservador; es el único mandatario latinoamericano anunciado para hablar allí. ¿Qué cree que Trump ve en Milei para darle ese lugar?
—Lo ve como un “nice guy” [un “buen tipo”], como dijo él, que está haciendo cosas importantes en un país más pequeño. Como está hoy la región, es una persona con el que se va a entender, que le puede dar a la Argentina un lugar importante, ya que Brasil no puede ocupar este espacio y México juega otro partido.
Javier Milei, durante la Conferencia de Acción Política Conservadora (CPAC) organizada por el trumpismo en Washington, en febrero pasado
—Siempre teniendo en cuenta la importancia que Trump le da a la región...
—Sí. Porque a Trump no le importa nada. Como región importan ciertos temas específicos, pero esto viene desde mucho antes de Trump. En primer lugar, está México por razones obvias, la inmigración; y después está Venezuela, que ahí está la pregunta del millón: qué va a ser. Han aparecido propuestas muy variadas. Yo creo lo más probable es que siga siendo duro al principio. Porque además hay un tema muy fuerte, que es que antes de que él asuma, va a asumir Maduro como presidente ilegítimo. ¿Lo va a reconocer?
—Otro punto en común entre Trump y Milei es su enfoque frente al cambio climático, como uno de los grandes problemas globales que requieren de un acuerdo multilateral, algo que pareciera más difícil con este tipo de liderazgos.
—Sí, hay que olvidarse. Trump obviamente va a tener un impacto muy negativo. Pero ya sin Trump la cosa venía muy mal. El multilateralismo creo que está en su peor etapa. Porque además estos líderes no es que simplemente se resisten, sino que rechazan el planteo multilateral. Todos somos conscientes de que sin una acción multilateral, los problemas globales no tienen cómo enfrentarse seriamente, pero nada de eso está pasando. Yo creo que estamos yendo a un mundo muy clásico, de conflicto de grandes poderes, de unilateralismo, de proteccionismo y todo eso sabemos que termina muy mal. Vamos a tener proteccionismo, más nacionalismo, recrudecimiento de actitudes imperialistas clásicas, vacíos de poder, un mundo sin hegemonía. Y por definición un orden no hegemónico es un orden muy inestable. Entonces va a ser un mundo muy tumultuoso, y Trump va a contribuir a que haya más turbulencia, de eso no tengo ninguna duda.
—Como exdirector del ISEN, ¿cómo ve la llamada “purga ideológica” en Cancillería?
—Este es un rasgo que caracteriza este tipo de expresiones políticas. Trump está diciendo hoy cosas iguales a las que dice Milei. No es que lo esté copiando, sino que es lo que estos tipos piensan. Está hablando de purgas, está hablando de rodearse solo de leales. Porque él está recordando su presidencia anterior, entonces dice “no me va a pasar lo mismo, [esta vez] nadie me va a frenar”. Y no solo por el servicio exterior, también por los militares. Esto es gravísimo, porque esto implica politizar a los altos mandos. Es lo que han hecho Maduro y Hugo Chávez. Eso es muy antidemocrático, es un peligro para la democracia. Lo que está pasando con la Cancillería es tremendo, yo lo critico absolutamente porque uno ha formado este cuerpo del Estado, que es el único que tenemos. Lo que han hecho otros gobiernos es que a los que estaban muy en contra los mandaban a la casa. Pero no purgas. Es complicado porque lo que sucede en estos casos es que vas a tener libertarios diplomáticos, van a ser todos “yes, man”, y no va a haber espacio para la discusión. Lo que pasa que en el caso de Milei es que a él no le interesa la discusión porque es muy dogmático. Si se implementa la purga, va a ser algo tremendo porque es una de las pocas instituciones estatales con tanta gente formada.
Roberto Russell, investigador asociado de la UTDT
—Hablando de peligros para la democracia, ese fue un tema muy presente en los votantes norteamericanos, según los sondeos. ¿Cree que la democracia de Estados Unidos está en juego?
—Yo creo que es una prueba fenomenal. No tengo ninguna duda de que a Trump le gustaría tener un sistema político como el que tiene Putin o Xi Jinping; le molestan los frenos democráticos. El tema es que él ahora tiene mucho poder porque tiene el control de la Justicia, del Congreso. La tentación de actuar de manera dictatorial es muy alta y con la personalidad que tiene, es más alta aún, y esto es una amenaza sin ninguna duda. Veremos. Este partido está empezando a rodar porque este Trump viene con más sed de venganza, con más experiencia y sabe que tiene un período corto, de cuatro años, y después se tiene que ir.
—¿Cuánto resistirá la robustez institucional de Estados Unidos?
—Es imposible contestar eso, pero esta es una prueba de fuego para Estados Unidos. No recuerdo otra de esta magnitud. La democracia que se debilita desde adentro es un fenómeno de esta época. Pero que pase en Estados Unidos es lo que tiene a todo el mundo absorto.
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La actriz con aires de nobleza que tuvo nueve bodas y fue una experta en interpretarse a sí misma
Zsa Zsa Gabor, una diva que creó su propia leyenda en Hollywood
Zsa Zsa Gabor nació en Hungría, emigró a los Estados Unidos y convirtió a su vida privada en un espectáculo a lo largo de sus casi cien años de vida
Natalia Trzenko
El pasado de Hollywood está repleto de historias de estrellas con infancias plenas de tragedias y escaseces. Sin embargo, la leyenda de Zsa Zsa Gabor, la actriz nacida en Hungría que se transformó en uno de los personajes más llamativos de la industria estadounidense, se construyó sobre bases muy diferentes. Y tal vez por eso muchos la recuerdan más por su vida personal que por la profesional.
El hecho de que se casara ocho veces y media (paciencia, la explicación vendrá más adelante), superando por poco la marca de su gran amiga Elizabeth Taylor, seguramente contribuyó a la creación de su mito. Mito al que también contribuyó que a pesar de haber vivido más de siete décadas en Los Ángeles, Gabor nunca abandonara su acento ni sus modos de aristócrata europea.
Zsa Zsa Gabor trabajó en cine y en TV pero su personaje más famoso fue hacer de sí misma
Nacida como Sari Gabor, en Budapest, en 1917, la actriz creció en una familia de clase acomodada. Su madre, Jolie, era una de las herederas de una dinastía de joyeros, y depositó en sus tres hijas sus frustradas ilusiones de ser una estrella. Así, Zsa Zsa y sus hermanas Eva y Magda asistían a coquetos colegios privados, desde los que eran trasladadas por un chofer a sus clases de actuación, baile, música y esgrima. En 1934, durante un viaje a Viena, Gabor llamó la atención de un exitoso cantante austríaco, Richard Tauber, quien la contrató para que apareciera en uno de sus espectáculos. Poco tiempo después la actriz participó de Miss Hungría y aunque se quedó con el título, fue descalificada por haber mentido sobre su edad. Una práctica que aplicaría por el resto de su vida: solo tras su muerte, casi un siglo después, el 18 de diciembre de 2016, sus allegados revelaron el año de nacimiento de la diva.
En 1937, Gabor se casó por primera vez. Su marido era un diplomático turco del que se divorció en 1941 al tiempo que ella, su madre y sus hermanas decidieron emigrar a los Estados Unidos en busca del sueño americano y para huir de la pesadilla de la Segunda Guerra Mundial. Es que si bien Zsa Zsa, Magda y Eva habían crecido bajo la fe cristiana, su madre provenía de una familia judía que quedaría diezmada tras el alineamiento húngaro con la Alemania nazi. De hecho, en 1944, las Gabor viajaron a Washington para reunirse con políticos influyentes con la esperanza de que pudieran interceder para rescatar a sus familiares. Según contó la actriz años después, aunque sus padres lograron sobrevivir, su abuela y uno de sus tíos maternos fueron fusilados en las calles de Budapest.
Gabor junto al magnate hotelero Conrad Hilton, su segundo marido
Por el lado profesional, Gabor comenzó su carrera en los Estados Unidos con pequeños papeles en obras de teatro; su belleza compensaba su marcado acento. Más allá de su trayectoria como actriz, en sus primeros años en Hollywood Zsa Zsa se hizo conocida por su matrimonio con Conrad Hilton, el magnate de la hotelería que al tiempo de su boda tenía treinta años más que ella. La pareja tenía más diferencias que coincidencias: ella era una persona sociable, que disfrutaba de gastar su dinero en artículos costosos, mientras que Hilton prefería la frugalidad y solo parecía estar interesado en su negocio y sus creencias religiosas.
En los cinco años que duró su matrimonio la actriz atravesó una larga crisis de salud mental que la llevó a ser internada en un hospital psiquiátrico donde padeció un tratamiento de shocks de insulina que ella calificaba de tortura. “¿Cómo puedo describir la pesadilla que pasé esas semanas, esos días y noches de un horror tan grande que parecía salido de la mente de Dante? Viví en un mundo de camisas de fuerza, tratamientos de shock, interminables inyecciones y la terrible conciencia de que por más que yo entendía todo lo que pasaba nadie me escuchaba. Nadie me visitó, ni Conrad, ni Eva ni nadie. Me sentí abandonada, rechazada”, relataba Gabor en su autobiografía. Poco después de ese difícil período llegaron el divorcio y la maternidad. Ya separada de Hilton, Zsa Zsa tuvo a su primera y única hija, Francesca, que según ella era el resultado una violación cometida por su marido. El magnate, por su lado, afirmaba que no era el padre de la niña y aunque le dio su apellido, no tuvo relación con ella y le dejó poco más que migajas de su enorme fortuna.
En 1952, Gabor debutó por fin en cine con un papel de reparto en el musical de los estudios MGM El amor nació en París. Claro que su personaje llevaba su nombre y no tenía líneas de diálogo en inglés, lo que sentó las bases para que Hollywood la identificara más como una personalidad, una mujer de alta sociedad que más que trabajar como actriz en realidad tenía el hobby de interpretarse a sí misma en pantalla. Ese malentendido marcó el rumbo de su carrera de principio a fin. Y el prejuicio fue reforzado por el hecho de que su vida personal resultaba mucho más interesante para la prensa que los personajes que le tocaban en suerte en el cine.
Para ejemplo, cuando se divorció de su tercer marido, el actor George Saunders, Zsa Zsa se propuso encontrarle una nueva esposa. Le pareció una idea genial mantener cerca al hombre, con el que tenía una muy buena relación, por lo que le propuso que se casara con su hermana Magda, que estaba recién divorciada de su cuarto marido. Gabor fue lo suficiente persuasiva para que el matrimonio de su hermana y su exmarido se llevara a cabo, aunque el enlace solo duró seis semanas.
Zsa Zsa Gabor en Moulin Rouge, el film dirigido por John HustonArchive Photos - Moviepix
Su gran oportunidad como actriz llegó cuando John Huston la eligió como una de las protagonistas de su film Moulin Rouge, lo que le abrió las puertas para participar de otras catorce películas en la década del 50, aunque pocas de ellas fueron memorables. Las excepciones fueron Lili (1953), la legendaria Sed de mal (1958), dirigida por Orson Welles, y la popular La rebelión de los planetas (1958), una película de ciencia ficción más bien bizarra en la que interpretaba a la reina del planeta Venus, que atrapaba a unos sorprendidos astronautas norteamericanos.
En la década del cincuenta Gabor trabajó en catorce films hechos entre Hollywood y Europaullstein bild Dtl. - ullstein bild
Por esos años, Gabor también empezó a ser convocada por la TV en la que trabajaría durante décadas interpretando a personajes que no se alejaban demasiado de su imagen: una belleza caprichosa de aires europeos con un acento tan marcado como encantador. La actriz siempre supo que los productores y directores no la contrataban por sus dotes interpretativas, sino que lo hacían para darle un toque de exotismo a sus proyectos. Tenía claro que muchas veces era el remate de un chiste, pero era la primera en reírse de sí misma. “Soy una gran ama de casa. Cada vez que me divorcio, me quedo con la casa”, decía.
En 1962 se casó con el banquero Herbert Hutner, su cuarta boda. La quinta llegó cuatro años después, aunque antes de poder festejar su primer aniversario, ya estaba separada de nuevo. Pasaron nueve años hasta que volvió a pasar por el altar: su sexto marido fue el diseñador Jack Ryan, uno de los responsables de crear la muñeca Barbie. Al tiempo que la prensa amarilla seguía sus infortunios en el amor también solían reportar los rumores sobre sus supuestos amoríos con Sean Connery, Frank Sinatra y Richard Burton, entre otros reconocidos artistas.
Zsa Zsa Gabor y su último esposo, el alemán Frederic Prinz von Anhalt
Además, escribían sobre sus documentados romances con el playboy dominicano Porfirio Rubirosa y Rafael Trujillo Jr., el hijo del presidente de facto de ese país. Claro que el mayor escándalo lo protagonizó en 1983, cuando se casó en alta mar con el abogado mexicano Felipe de Alba, lo que la dejó en una situación algo incómoda: ella seguía casada con su séptimo marido, del que estaba separada. El traspié se solucionó con una rápida anulación al día siguiente del enlace.
Gabor probaría ser una romántica empedernida, ya que tres años después volvió a pasar por el altar. Su nuevo marido era un tal Prinz von Anhalt, al que los medios identificaban alternativamente como el príncipe o duque de Sajonia. Lo cierto es que Von Anhalt se llamaba Hans Robert Lichtenberg y era el hijo de un policía alemán que había cambiado su nombre con la intención de ser confundido con un integrante de la realeza europea tras haber sido adoptado, ya en la adultez, por la princesa Marie Auguste de Anhalt. Lejos de repeler a la actriz, la falsa impostura de su marido encajaba muy bien con las pretensiones de una monarca injustamente destituida con las que ella solía circular por el mundo.
En 1989 fue detenida por pegarle una cachetada a un oficial de policía que la detuvo por manejar sin registro y con una botella de vodka abierta por las calles de Beverly Hills
Así lo demostró en 1989, cuando abofeteó a un policía de Los Ángeles que la había frenado por una infracción de tránsito mientras circulaba por Beverly Hills al volante de su lujoso Rolls Royce. Cuando el oficial le informó que iba a ser detenida por conducir con un registro vencido y una botella de vodka abierta en el auto, Gabor le pegó. En la audiencia la actriz declaró en un tono por momentos desafiante y por otro lloroso que la víctima del ataque era ella, pero su defensa no conmovió al juez: tuvo que pasar tres días en la cárcel.
Fiel a su estilo, la actriz afirmó luego que “ya no se podía circular por las calles de Beverly Hills en un Rolls Royce” y aprovechó el incidente para recordarle al público la imagen de temperamental diva europea que había logrado cultivar desde su llegada a Hollywood y que la acompañó hasta su muerte, ocurrida en 2016.
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