Todos quieren y pocos pueden
Solo un programa de estabilización creíble y duradero recuperará el valor de las empresas destruidas y el porvenir de las familias desahuciadas; lo demás es pura cháchara
En la reciente reunión del Consejo Interamericano de Comercio y Producción (Cicyp), el ministro de Economía, Sergio Massa, simuló no entender muchas cosas que entiende perfectamente bien. Es parte del juego que aceptó jugar cuando le dio las fichas que le faltaban a Cristina Kirchner para ganar las elecciones de 2019.
“Los que piden devaluación desesperados destruyen el valor de sus compañías, no solo el ingreso de los argentinos”, arengó desde el podio. Aunque sabe bien que el valor de los activos locales está destruido desde hace mucho tiempo y el ingreso de la gente también. La solución no la tiene el sector privado, sino el gobierno que Massa integra y que utilizó la emisión desenfrenada para ganar votos con subsidios, empleos y transferencias, en procura de la impunidad de la vicepresidenta.
Solo un programa de estabilización creíble y duradero recuperará el valor de las compañías destruidas y la holgura de las familias desahuciadas. Es el propio ministro, quien, al evitar hablar de ajuste y recurrir a devaluaciones parciales, invita a que todos pidan lo mismo, pues intuyen que nada bueno ocurrirá en los meses preelectorales. Los desmadres fiscales de Axel Kicillof, los desmanejos de Emilio Pérsico, el rechazo a los ajustes tarifarios y el control de “cajas” por parte de La Cámpora solo auguran más inflación y mayor pobreza.
No puede tener moneda fuerte quien quiere, sino quien puede. El atraso cambiario provoca una falsa fortaleza del peso en un doble sentido: en primer lugar, son pocos quienes logran aprovecharla, por las restricciones del Banco Central y, segundo, porque fija un valor artificial a la moneda, provocando la renuencia de los vendedores a liquidar sus divisas y la avidez de los compradores a pedirlas de más. Es la razón de la brecha cambiaria.
Adoptar al dólar como ancla de la economía implica asumir el compromiso moral de manejar la política fiscal y monetaria en forma consistente con la cambiaria. Es un cinturón que la barriga no debe forzar, pues, si lo hace, al final se rompe como ocurrió en la convertibilidad.
Cuando se crea una estabilidad ficticia, sin compromiso moral, las distorsiones generan incentivos perversos que Massa conoce, pero que prefiere atribuir a la especulación empresaria, como buen peronista. Para buscarlos, mejor sería que fiscalizase los criterios aplicados por su Secretaría de Comercio al autorizar importaciones (SIRA) o que auditase los circuitos de pagos al exterior de las empresas de Tierra del Fuego, en lugar de hacer un show de apertura de contenedores truchos en el puerto de Buenos Aires.
La Argentina ha vivido muchas situaciones parecidas a la actual. La más recordada fue el fin de la convertibilidad. Ante la voluntad de mantenerla y reducir los costos de las empresas, Domingo Cavallo intentó devaluar sin devaluar, reduciendo cargas sociales y otros gravámenes para compensar el atraso cambiario. A su vez, durante la gestión de Fernando de la Rúa, su ministro de economía, Ricardo López Murphy, propuso reducir el gasto público nominal y debió renunciar por la oposición que sufrió desde el peronismo y dentro de su propio gobierno. Curiosamente, Eduardo Duhalde fue quien más presionó por abandonar la convertibilidad y devaluar, debilitando así la credibilidad de Carlos Menem. También los dirigentes sindicales apoyaron la devaluación, sin advertir que devaluar, por definición, implica reducir el poder de compra de los salarios.
Ahora que Massa está sentado en el mismo sillón que ocuparon Cavallo y López Murphy, también trata de “devaluar sin devaluar”, desdoblando el tipo de cambio para los exportadores de soja y derivados por un cierto tiempo, para incrementar las reservas y sacar la foto que necesita el FMI, su socio en este engañapichanga.
Massa sabe que, así como no puede tener moneda fuerte quien quiere, sino quien puede, tampoco puede devaluar exitosamente quien quiere, sino quien puede. Y la coalición que integra no puede ni lo uno ni lo otro. En ausencia de crédito y de reservas, para que una devaluación corrija precios relativos es indispensable un shock de confianza que haga recuperar el valor de la moneda. De lo contrario, impactará sobre los precios y la inflación se espiralizará. Eso lo vivió Lorenzo Sigaut, exministro de Economía (1981) cuando dijo: “El que apuesta al dólar pierde”, perdiendo su cargo y también sus ahorros.
Ahora, el Gobierno busca algún acuerdo con la oposición para cerrar el año próximo sin caer en default de la enorme deuda interna que ha amasado para esconder la emisión. Massa sabe que el bien común requeriría acordar medidas de estabilización con reformas estructurales que configuren políticas de Estado, más allá de 2023. Eso daría la confianza necesaria para reducir el riesgo país, recuperar el valor de la moneda y el crédito interno y externo. La Argentina saldría de su crisis crónica y podría crecer a un ritmo insospechado. El ministro, transformado en estadista sería un héroe nacional con busto de mármol en Hipólito Yrigoyen 250, si no fuera elegido presidente para entonces.
Pero quien mire por encima de su hombro ministerial verá unas caras que preferiría no ver y oirá comentarios que preferiría no oír. Como también él ve las mismas caras y oye los mismos comentarios, sabe que no le ha llegado el momento de emular a Luigi Einaudi o a Ludwig Erhard. Sabe que las condiciones de vida no las mejora quien quiere, sino quien puede. Y Massa nunca podrá, con semejante compañía.
Por ahora, solo será el plomero del Titanic, para que el frente que integra no se hunda antes de tiempo. Y, si le sale bien, obtendrá una mención en la entrega de los “premios Néstor” del año próximo, a la espera de temporadas mejores.
Massa debería admitir que no alcanza con frases de utilería y acusaciones infundadas para superar la crisis, salvo que se conforme apenas con una mención en los “premios Néstor” a la lealtad ciega kirchnerista
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