Javier Milei y la Iglesia
Gustavo Irrazábal Consejo Consultivo del Instituto Acton
Si bien a nivel personal la relación del nuevo presidente, Javier Milei, con la Iglesia estará marcada por su adscripción religiosa, que parece estar en plena transición del catolicismo al judaísmo, en el ámbito público su vínculo con la Iglesia dependerá en buena medida del modo en que ambas partes logren procesar sus diferencias en el campo del pensamiento y la política social.
En su discurso inaugural del 10 de diciembre, el Presidente citó una frase de quien definió como “nuestro máximo prócer de las ideas de la libertad”, el profesor Alberto Benegas Lynch (h.): “El liberalismo es el respeto irrestricto del proyecto de vida del prójimo basado en el principio de no agresión, en defensa del derecho a la vida, a la libertad y a la propiedad, cuyas instituciones fundamentales son: la propiedad privada, los mercados libres de intervención estatal, la libre competencia, la división del trabajo y la cooperación social”. A su juicio, estas palabras resumen “el nuevo contrato social” que han votado los argentinos.
Por su parte, en la subsecuente invocación interreligiosa que tuvo lugar en la Catedral Metropolitana, el arzobispo de Buenos Aires y primado de la Argentina, monseñor Jorge García Cuerva, se refirió a la libertad en términos muy diferentes, comparando al país con una casa, cuyos cimientos deben ser la fraternidad, la libertad y la memoria. La verdadera libertad se basa en la fraternidad, y es don del “Dios liberador”, que “nos hace libres, sí, pero para ser más dignos y solidarios. Un Dios que, libres, nos impulsa a comprometernos especialmente con los que más sufren”.
Hasta aquí el mensaje podría entenderse como un modo de insertar la reflexión del Presidente en un horizonte más amplio, de carácter religioso. Pero a continuación introduce una crítica de fondo: “Sabemos que una de las concepciones modernas más difundidas sobre la libertad es esta: ‘Mi libertad termina donde empieza la tuya’. ¡Pero aquí falta la relación, el vínculo! Es una visión individualista”, ajena a la fe cristiana, porque “quien ha recibido el don de la liberación obrada por Dios no puede pensar que la libertad consiste en el estar lejos de los otros, sintiéndolos como molestia, no puede ver el ser humano encerrado en sí mismo, sino siempre incluido en una comunidad. La dimensión social es fundamental y nos permite mirar al bien común y no solo al interés privado”. Finalmente, la referencia del arzobispo a la “memoria” de quienes “con sus luces y sombras” forjaron nuestra patria y cuyo nombre no debe ser usado para desunir a los argentinos contrasta con la indiscriminada condena lanzada por el Presidente a la dirigencia política de los últimos 100 años de historia nacional.
En síntesis, el mismo día de la asunción presidencial, Javier Milei y la Iglesia han dejado en claro sus diferencias. Queda pendiente ahora el trabajo (solo posible con una dosis de empatía) de explorar el terreno común, que tampoco falta, empezando por la fe en Dios: no hay motivo para dudar de que la religiosidad del Presidente sea sincera. Las palabras que hemos citado, además, merecen ser contextualizadas: son una respuesta, quizás unilateral, a la pérdida de libertades de la sociedad civil a manos de un Estado con frecuencia prepotente e invasivo. Además, el respeto recíproco de la vida, la propiedad y los demás derechos como base indispensable para la cooperación social forma también parte de la enseñanza de la Iglesia. Por otro lado, las primeras decisiones del nuevo gobierno, equivocadas o no, parecen estar más inspiradas en el pragmatismo que en un rígido dogmatismo, por lo cual la insistencia en discusiones doctrinales implicaría el riesgo de generar fricciones inútiles.
Lo cierto es que hoy mucha gente ha perdido el miedo a reclamar su libertad, erosionada sin tregua con el pretexto de la solidaridad, aunque el contenido de su demanda no sea siempre claro, y no se pueda saber aún si estamos o no ante un cambio cultural profundo capaz de sostenerse en el tiempo. En cualquier caso, este nuevo fenómeno obligará a nuestra Iglesia a replantearse un tema del cual no habla con frecuencia y, cuando lo hace, deja a menudo la impresión de interponer el “pero” demasiado pronto. La primera actitud de una Iglesia auténticamente sinodal ante tal novedad solo podrá ser una: la escucha atenta
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El BCRA, un dilema institucional
Martín Krause Consejo Académico, Fundación Libertad y Progreso
Cuando consideramos las tasas de inflación en toda América Latina para 2022 surge un vínculo con la calidad de las instituciones monetarias de cada uno de los países. En primer lugar, se encuentran los países dolarizados (Panamá 2,1%, Ecuador 3,7%, El Salvador algo más alto 7,3%); seguidos de los países que lograron seguir alguna regla monetaria y con independencia del Banco Central (Brasil 5,8%, Uruguay 8,2%, Perú 8,5%, Costa Rica 7,9% y otros) y en último lugar los que no tienen ni moneda ni independencia (la Argentina 94,8%, Venezuela 305,7%).
El marco institucional monetario es un tema de fundamental importancia, más allá de quienes ocupen determinadas posiciones. En el caso de la Argentina, la institucionalidad monetaria es más que pobre y de allí los resultados que vemos. En primer lugar, hay poca estabilidad de las normas: el Banco Central informa que la ley conocida como Carta Orgánica del BCRA, sancionada en 1992, fue modificada 5 veces por otras leyes (1995, 2002, 2003, 2008 y 2012) y doce veces por decreto. En cuanto a la designación de su directorio, que incluye la del presidente y el vicepresidente, la realiza el Poder Ejecutivo con acuerdo del Senado por un lapso de seis años, pudiendo ser designados nuevamente. Desde la aprobación de la ley hubo catorce presidentes de la entidad, lo que da un promedio de 2,21 años cada uno.
Esa es la letra, en la práctica la independencia del Banco Central no existe: cada gobierno nombra su presidente y sus directores. Esto ha planteado un dilema al nuevo gobierno, ya que, por un lado, busca recomponer la institucionalidad monetaria, pero al mismo tiempo no puede dejar a cargo a quienes la han destruido. Y, aunque con claros fundamentos, cuando un nuevo gobierno nombra nuevas autoridades, seguimos sin alcanzar esa independencia que el resto de los países latinoamericanos nos muestran con mejores resultados
La independencia del Banco Central requiere que sus autoridades permanezcan en sus cardilemagos más allá de la gestión en la que fueron designados o que los miembros de su directorio sean designados periódicamente por sucesivos gobiernos tal como lo hace la Reserva Federal en Estados Unidos y en muchos países latinoamericanos. Lula ha tenido que mantener a Roberto Campos Neto aunque ha intentado removerlo, por ahora sin éxito.
Pero parece claro que, dada la situación, el nuevo gobierno argentino no podía si no remover a su cúpula, como mínimo. Esto quiere decir que para que un proceso como el de Brasil ocurra habría que esperar a un cambio de gobierno dentro de 4 años, o tal vez dentro de ocho y que el gobierno siguiente mantuviera a las autoridades que recibe, aunque siguiendo la tradición bien podría designar a los propios.
Estamos ante un nudo gordiano, el que Gordias ofreció a Zeus, y tal vez la solución sea como la de Alejandro Magno: la dolarización sería equivalente a cortar el nudo. Enfrentados a un dilema de difícil o tal vez imposible solución se recurre a algo tajante que elimina el directamente. Ya no se trata de alcanzar la independencia de una institución porque esta deja de existir. Ya no hace falta que se mantengan ciertas autoridades porque ya no hay“autoridades monetarias” y la única autoridad es la gente que elige la moneda que quiera usar. Tampoco hay “política monetaria”, pues ya sabemos los resultados que nos ha traído: no hay nada peor que mezclar a la moneda con la política. Y como hemos visto la recompensa puede ser aun mayor, como muestran los países dolarizados.
Es decir que podemos hablar de dos tipos de independencia: una es la de las autoridades monetarias respecto de las autoridades políticas y la otra, la de nosotros respecto de ambas, es la independencia de los ciudadanos para decidir por sí mismos la moneda que quieren usar. Se dice que la segunda es muy difícil de implementar y alcanzar, pues la primera lo es mucho más. Ese es el dilema que enfrentamos nosotros.
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