Víctimas enfrentan a victimarios, con una fórmula
Milagros AmondarayBuENSucESoSe luce el elenco, encabezado por Carlos Portaluppi (izq.)
(ARGENTINA/2023). DIRECCIÓN: ALEX TOSSENBERGER. GUION: JULIO ORDANO Y ALEX TOSSENBERGER. FOTOGRAFÍA: MARIANO CÚNEO. EDICIÓN: MANUEL MINGA. MÚSICA: SERGIO VAINIKOFF. ELENCO: CARLOS PORTALUPPI, CARLOS KASPAR, MARCOS MONTES. DURACIÓN: 90 MINUTOS. CALIFICACIÓN: APTA MAYORES DE 13 AÑOS CON RESERVAS. DISTRIBUCIÓN: 3C FILMS.
Dos hombres, Pancho y Eduardo, se mueven en un espacio lúgubre, derruido, suerte de símbolo de la llegada de un sismo que arrasó con todo a su paso. Ellos mismos, con su caminar frenético y sus conversaciones viscerales, también son fruto de un contexto en el que no hay lugar para otra cosa que no sea la desolación absoluta, el vacío. Por lo tanto, la única herramienta que encuentran para sentirse en control de sus vidas es, precisamente, la de ejercer control sobre un tercero. Así, la dupla secuestra a un empresario con el objetivo de obtener un dinero que podría ponerle fin a los conflictos.
No va más, el diablo no juega a los dados es, ante todo, el registro de un acto desesperado y de cómo una elección puede torcer el destino de todos los involucrados, desde quienes parecen dominar la situación hasta el que es sometido. El largometraje que Alex Tossenberger comenzó a gestar a partir de una idea del recordado actor, director y docente de teatro Julio Ordano, parte de la colisión de dos bandos. Por un lado, vemos a quienes sucumben al camino fácil con la culpa sobrevolándolos y, por el otro, a quien habría perdido la empatía en esa burbuja de confort.
La propuesta maniquea recuerda, en ciertos momentos, a 4x4, el thriller de Mariano Cohn que, a partir de un robo que sale mal, va desnudando dos realidades antagónicas que convergen en un escenario claustrofóbico. Sin embargo, en el film de Tossenberger no se logra mantener la tensión inicial, más bien se opta por diálogos en los que se percibe un intento de escarbar en el pasado de esos individuos (y en qué los condujo a ese presente en el que todo es extremo), pero no se logra eludir frases hechas o intercambios ominosos que nos van adelantando que ninguno de ellos es quien verdaderamente dice ser, que ninguno se conoce tanto a sí mismo. En este punto, el personaje interpretado por Carlos Kaspar oficia de titiritero, alguien que sabe qué botones activar para que Pancho y Eduardo empiecen a exponerse, a perder ese control que les garantizaba ser los dueños de su realidad.
La previsibilidad con la que se va desarrollando ese juego de gato y ratón atenta contra esa idea primigenia de acercar al espectador a esos tres protagonistas y ponerlos de cara a sus mundos contrapuestos, ya que se priorizan vueltas de tuerca que responden más a una fórmula que a una necesidad de innovar dentro de un relato amparado en el thriller que, justamente, inquieta en contadas ocasiones.
Si el largometraje se recupera de secuencias anodinas es porque tanto Kaspar como Carlos Portaluppi y Marcos Montes les imprimen vigor a esos personajes que nunca se mueven de ese espacio excluyente en el que las traiciones, el miedo a perderlo todo y la volatilidad se cristaliza en giros de timón efectistas. No va más, el diablo no juega a los dados es el exponente de cómo una buena premisa solo puede llevar hasta cierto punto. Luego, hay que sostener el concepto original, punto en el que el largometraje languidece
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