domingo, 26 de mayo de 2024

El monumento de Sarmiento y la más dura crítica a Rodin






El monumento de Sarmiento y la más dura crítica a Rodin
Una gran cantidad de gente concurrió el 25 de mayo de 1900 a la inauguración de la estatua de Domingo Faustino Sarmiento
Se cumplen 124 años de la inauguración de la estatua que se encuentra en Palermo
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El 25 de mayo de 1900 se inauguró el monumento en homenaje a Domingo Faustino Sarmiento. Un día después,  publicó una elogiosa crítica del director de Bellas Artes, Eduardo Schiaffino. Pero más tarde, el diario fijó su postura con una columna de opinión publicada el 27 de mayo.
Consecuente con su criterio liberal, que la lleva a acoger en sus columnas los escritos en que se exponen las ideas más avanzadas cuando las sustentan Zola, D’Anunzio, Max Nordau, Reclus, Ferrero, Lombroso, Ferri o de Giuffrida, LA NACION pidió al ilustrado director del Museo de Bellas Artes, Sr. Eduardo Schiaffino, que presentara al público argentino la personalidad del escultor revolucionario Auguste Rodin, dando con su autoridad e imparcialidad insospechables su juicio sobre la obra del maestro y especialmente sobre su monumento a Sarmiento, que de antemano sabíamos favorable.
De cómo ha cumplido Schiaffino nuestro pedido, están al cabo todos los que estiman las altas tareas intelectuales. Sólo hemos oído elogios, tocándole una parte de ellos a Augusto Ballerini, cuyo lapiz ha colaborado tan eficazmente en la hermosa tarea.
Sarmiento según Rodin
Llenado nuestro deber de proporcionar la mejor enseñanza para ilustrar el criterio general respecto de una ardua cuestión estética, déjesenos ahora decir libremente lo que pensamos de ese Sarmiento de Rodin, que tiene preocupado a todo Buenos Aires, a punto de que la estatua, a pesar de lo cruel de la temperatura reinante, fuera ayer objeto de una romería desde las primeras horas de la mañana.
Penetrados de respeto por el talento de Rodin, convencidos de su sinceridad y dándonos cuenta de la nota nueva que ha agregado a su nobilísimo arte, a pesar de las apariencias extravagantes que tiene siempre toda innovación, fuimos de los primeros en dirigirnos ayer a contemplar su obra en el Parque 3 de Febrero, pues el día de la apoteosis apenas nos había sido dado discernirla a la distancia.
Durante el trayecto nos acordábamos de la idea profunda de Corot, que le pedía a Dios que le diese un alma de niño cuando se ponía a pintar un árbol.
Monumento a Sarmiento en una imagen tomada en 1910
Era, en efecto, nuestro vivo deseo llegar con el espíritu exento de todo prejuicio ante la obra de arte y recoger su imagen en la pupila con la ingenuidad con que un paisaje se refleja en un agua tranquila.
Llegamos bajo el sol claro hasta el punto en que se alzara la morada de Rozas, y nos dejó desconcertados la pequeñez del monumento dedicado al Vencedor. Perdida en la enormidad del escenario, aquella modesta y escueta arquitectura causa una impresión mezquina, pareciendo que la estatua fuera apenas de la mitad del tamaño natural.
Ambiente desproporcionado quizás, nos dijimos, y tomamos por uno de los senderos curvos que conducen al monumento, un instante después veíamos a este por su costado derecho.
Es difícil concebir algo más feo, vulgar, casi repulsivo, y por lo tanto menos parecido a Sarmiento, que el perfil de su estatua mirado desde este punto de vista. Frente fugitiva, deprimida como la de un reptil: nariz pequeña y ondulada; labio saliente, pero delgado; cabellos largos cubriendo las orejas. En fin, una serie continuada de errores, que dan por resultado no un Sarmiento simbólico, pero sí una caricatura de aquella cabeza que no podía ser fea, porque toda ella irradiaba talento y expresaba energía indomable.
Auguste Rodin

Dando de barato que sea exacta la teoría de que el artista que interpreta una personalidad ilustre no debe preocuparse mayormente del parecido, no puede concederse que se aparte de la verdad para injuriar al modelo. Sarmiento era feo, sin duda, si se toma por parangón una belleza clásica: pero no tenía un cráneo de degenerado ni era su cabeza la de un notario o un farmacéutico de aldea.
Pasamos bajo esa penosa impresión a observar la estatua de frente, confiando en que en esta posición nos parecería mejor que vista de perfil; pero, desgraciadamente, no sucedió así. No solamente el parecido es vaguísimo, caricatural, sino que el conjunto de la faz da la impresión de algo enfermo, aún más, de algo descompuesto ya por la acción espantosa de la muerte.
La composición de la figura es, entretanto, hermosa, llena de elocuencia y de vida en su extraordinaria sencillez. Allí está el maestro, el gran estatuario que, por desgracia, no ha entendido a la personalidad más escultórica que ha tenido nuestro país.
La capa, apenas sostenida por el hombro derecho, contribuye a dar armoniosa amplitud a la figura, y se la acepta por esto, a pesar de que Sarmiento jamás la usara, uniéndola en su aversión a la gente torera, de la que fue toda la vida enemigo irreconciliable.
Imagen de los cadetes del Colegio Militar tras colocar una corona de flores ante la estatua de Sarmiento, obra del escultor francés Augusto Rodin, en los jardines de Palermo tomada el 19 de julio de 1922
Si el espíritu de Sarmiento fuera consultado respecto de su monumento, probablemente lo que más le habrá de chocar sería que Rodin lo hubiese hecho pasar a la posteridad así, de capa caída pues.
Se ha hecho también en descargo de este ropaje puramente decorativo, que era necesario para dar nobleza a la espalda de la estatua; pero esto se ha opinado antes de ver el monumento concluido. En efecto, aquella espalda no tiene defensa posible pudiendo decirse de ella con perfecta exactitud lo que dijo Sarmiento chanceándose de ciertas diligencias: no tiene forma humana.
En fin, después de una sesión bien prolongada en que hemos mirado la estatua de todos los puntos de vista con el deseo más vivo de ver en ella a Sarmiento o a un símbolo de su personalidad, nos retiramos disgustados por la inutilidad de nuestros esfuerzos.
¿Será torpeza de nuestra visión?, nos decíamos. ¿Tendremos con el tiempo que rectificar nuestro juicio? ¿Somos, sin sospecharlo, unos retardatarios de la línea clásica ante la realidad desconcertadora? ¿Quién sabe? Algo de esto probablemente debe haber, pues ni siquiera nos es dado admirar la belleza de la alegoría, como lo hemos visto hacer a la generalidad. Reconocemos la excelencia del modelado, lo nuevo del movimiento, lo atrevido de la composición: pero decir que sentimos mirando aquel Apolo una inefable impresión de belleza que nos recuerde la experimentada ante el Hermes o la Victoria de Samotracia, sería faltar por completo a la verdad.
El Sarmiento de Rodin

Estamos convencidos, sin embargo, de que Rodin nos ha enviado una obra en que ha puesto toda su voluntad de artista. Es un feo delito dudar de la sinceridad de los grandes creadores.
El fracaso, si como lo pensamos lo es, en definitiva, su Sarmiento, tiene que depender de causas insalvables. Cuando no se conoce a un hombre ni a su obra, debe ser punto menos que imposible poderle interpretar.
Volviendo, para concluir, a la cuestión del parecido, permítasenos afirmar que esto no debe omitirse cuando se tienen elementos abundantísimos para reproducirlo. El retrato, público o privado, porque el distingo no tiene razón de ser, es una de las formas más altas del arte. Ociosas definiciones de la belleza puestas a un lado, el retrato ocupa tan alto rango porque realiza la mayor aspiración humana, contener el curso de la vida, condensando y perpetuando en una imagen la historia de toda una existencia y a veces la de toda una época.
Por eso Velázquez en España, Reynolds en Inglaterra, Van Dyck en los Países Bajos, y el divino Leonardo en Italia, descuellan sobre todos sus gloriosos rivales.
En la faz de un genio interpretada y substraída a la acción de los siglos por el arte, se iluminan a veces los más hondos misterios de la historia. ¡Quién no recuerda las horas que Carlyle dedicaba en la National Gallery a contemplar, lente en mano, una miniatura –retrato de familia- de Cronwell, y quién no sabe que en aquel análisis estuvo la simiente iniciadora de la más estupenda rehabilitación histórica!
Lamentamos, pues, que la faz romana del hombre que tan honda huella ha dejado en la historia y en el alma argentinas, haya sido falseada al interpretarla un artista genial, que podía haberla hecho chispear en el bronce ante los ojos de las generaciones futuras.
Sarmiento, bueno es afirmarlo, desde ahora Sarmiento, el de los ojos grises, penetrantes, cubiertos por la zarza de espesas cejas blancas; Sarmiento, el de la boca enorme, como su elocuencia; Sarmiento, el de la frente alta, de utopista; Sarmiento, el de las orejas grandes, que la sordera parecía hacer volver hacia adelante; Sarmiento, el de la sonrisa irónica, que a veces se tornaba bondadosa como la de Franklin; Sarmiento, el de amplia faz abultada, cuyos rasgos poderosísimos superaban a los de la mediana humana, viniendo a ser así como su propia estatua. ¡Ese nada tiene que ver con el ouistiti a pinceau; con el monito de orejas cubiertas por mechones de pelo que se alza en el Parque 3 de febrero!

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