martes, 17 de septiembre de 2024

CUERPO MÉDICO FORENSE DE LA CSJN Y LA IRRUPCIÓN DE LOS LÍDERES MEDIÁTICOS


Un prestigioso y esencial asesoramiento técnico

Roberto Borrone

El Cuerpo Médico Forense de la Justicia Nacional (CMF), dependiente de la Corte Suprema de Justicia de la Nación (CSJN), por intermedio del Centro de Asistencia Judicial Federal, es un organismo esencial para dotar al servicio de justicia del asesoramiento técnico médico-legal que requieren una proporción muy significativa de causas judiciales.
La medicina legal “tiende puentes entre la medicina y el derecho”, y en esa línea de pensamiento el gran maestro de esta disciplina doctor Nerio Rojas la definió hace 100 años como “la aplicación de los conocimientos médicos a los problemas judiciales”. Hoy su estructura es obviamente más amplia, dado que son múltiples las disciplinas científicas forenses que interactúan para dar respuesta a los requerimientos de la Justicia.
El CMF es una de las áreas del Estado que requieren mayor expertise de sus integrantes. Además del título universitario de grado, sus profesionales cuentan con al menos dos carreras universitarias de posgrado (especialistas en una rama de la medicina y especialistas en medicina legal), contando además con doctorados, maestrías y, en muchos casos, una destacada actividad docente universitaria. Se accede al cargo de perito del CMF a través de un riguroso y exigente concurso público de antecedentes y oposición.
La dilatada y sobresaliente historia de 128 años del CMF merece ser reseñada. Según nos ilustra Juan Carlos Romi (Historia del Cuerpo Médico Forense), los primeros antecedentes sobre peritajes médicolegales oficiales estuvieron a cargo sucesivamente del Tribunal del Protomedicato, del Tribunal de Medicina, de los médicos de policía, del Consejo de Higiene Pública y, por último, del Departamento Nacional de Higiene. Durante el gobierno de Martín Rodríguez, su secretario de gobierno Rivadavia creó en 1822 el cargo de médico de policía, para que efectuara los peritajes médico-legales.
En 1860, por resolución del gobierno del presidente Santiago Derqui, la Facultad de Medicina pasó a asesorar a los jueces. Luego de la federalización de la República se reorganizaron los tribunales de la Capital y se creó el cargo de médico de tribunales (1881). Esto respondió a la necesidad de que la función del médico de tribunales fuera distinta a la del médico de policía. El presidente Julio A. Roca y el ministro de Justicia Eduardo Wilde designaron en 1882 al primer médico de tribunales, nombramiento que recayó en el doctor Julián Fernández. Este era nieto de los doctores Juan Antonio Fernández y Cosme Argerich, catedráticos fundadores de la Universidad de Buenos Aires. Como un hecho anecdótico, se sabe que el doctor Julián Fernández asistió al presidente Roca en el atentado que este sufrió el 10 de mayo de 1886, cuando se dirigía a la inauguración del período de sesiones del Congreso de la Nación.
El 3 de julio de 1896, durante la presidencia de José Evaristo Uriburu, se aumentó a seis el número de médicos de tribunales y se creó el Cuerpo Médico Forense (CMF). El ministro de Justicia era el doctor
Antonio Bermejo, luego ministro de la Corte Suprema, entre 1903 y 1905. Después de tres locaciones efímeras, en 1911 el CMF tuvo su sede en el subsuelo del Palacio de Justicia. Finalmente, en 2007, y por gestión del entonces decano Víctor Poggi, se trasladó a su edificio actual. La Morgue Judicial funciona desde 1908 en un edificio que comparte actualmente con la Facultad de Ciencias Económicas de la UBA (luego del traslado de la Facultad de Medicina en 1948).
En una primera etapa, el CMF dependió de la Cámara de Apelaciones en lo Criminal y Correccional, hasta 1950, cuando pasó a depender de la Corte Suprema de Justicia. En 1961, la Cámara retomó su superintendencia, pero en la década del 90 el CMF vuelve a depender de la CSJN, y actualmente continúa dentro de su órbita.
A partir de la creación de los tribunales orales se impuso a los médicos peritos del CMF la tarea de exponer e ilustrar durante los debates sobre lo manifestado en los peritajes practicados. Surgió entonces, ante la complejidad de los avances de la medicina en general y de la medicina legal en particular, la necesidad de que los peritos forenses fueran divididos en especialidades, para que cada forense se encargara de intervenir solamente en los casos acordes con su formación médica.
Esto determinó una nueva estructura funcional y el CMF en su sede central se dividió en los siguientes compartimentos: Departamento de Generalistas y especialidades clínicas y quirúrgicas (evaluación de los aspectos físicos de los peritados); Departamento de Salud Mental (infantojuvenil y adultos), integrado por peritos psiquiatras y psicólogos forenses; Laboratorio de Genética Forense; Departamento de Odontología Forense, y Departamento de Docencia, Investigación y Bioética. Junto a los peritos forenses trabajan médicos especialistas en diferentes disciplinas para realizar peritajes muy específicos. La Morgue Judicial está integrada por un equipo multidisciplinario: peritos tanatólogos (autopsias) y peritos especializados en diagnóstico por imágenes, estudios histopatológicos, antropología forense, toxicología y química legal. Cuenta, además, con un importante museo.
Sus calificadas evaluaciones han sido requeridas en ocasión de las principales catástrofes. Recientemente, destacados profesionales de la Morgue Judicial participaron en el Centro Nacional de Medicina y Ciencias Forenses del Estado de Israel de un proceso de capacitación para realizar autopsias virtuales.
El Laboratorio de Genética Forense dispone de tecnología acorde con la incesante y exigente demanda de dicha especialidad. La CSJN, a través del Centro de Asistencia Judicial Federal, suscribió un convenio de colaboración con la Fundación Manuel Sadosky –dependiente del Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación de Nación– para que el CMF utilice el software GENis, una herramienta informática que sirve para contrastar perfiles de ADN provenientes de muestras biológicas. El Departamento de Docencia, Investigación y Bioética coordina y planifica las actividades académicas, el desarrollo de protocolos y la publicación de la revista Cuadernos argentinos de ciencias forenses, órgano de difusión científica de la institución.
En tiempos de evaluación de la tarea desarrollada en múltiples áreas del Estado, es importante tomar conciencia sobre la excelencia de organismos como el CMF. Decisiones judiciales basadas en sus informes periciales atañen a la libertad de los justiciables (causas por lesiones), permiten acceder a prestaciones de la seguridad social (retiros por invalidez), dictaminar sobre amparos de salud en los que se reclama por prestaciones como provisión de drogas o cobertura de intervenciones quirúrgicas, sobre el estado de salud en individuos privados de su libertad, causas vinculadas a violencia doméstica y de género, causas vinculadas a la responsabilidad profesional médica; determinar la capacidad para estar en juicio, la causa de muerte (autopsias judiciales); identificar restos humanos; establecer vínculos biológicos (paternidad, sucesiones); hacer análisis de rastros e indicios desde la perspectiva criminalística, etc. Estas, entre otras, forman parte de una inconmensurable constelación de situaciones en las que el asesoramiento del CMF a los jueces reviste una trascendencia de primera magnitud.
Estadísticas actualizadas del CMF demuestran con elocuencia la impactante labor que allí se realiza: más de 40.000 exámenes periciales anuales, 1138 evaluaciones anuales en cámara Gesell (2023) y 3554 autopsias (2023). Es un gran desafío y una enorme responsabilidad integrar el CMF, además de un motivo de genuino orgullo. Pero lo más trascendente para la sociedad en general y para la Justicia en particular es contar con sus calificados servicios a la hora de dar una respuesta técnica objetiva, imparcial y de alta confiabilidad.
Es un gran desafío y una enorme responsabilidad integrar el CMF, además de un motivo de genuino orgullo

Profesor consulto de la cátedra de Oftalmología de la Facultad de Medicina de la UBA, Hospital de Clínicas (UBA); doctor en Medicina (UBA); CMF (CSJN)

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El poder del desencanto y la complicidad de los brutos
La irrupción de Líderes mesiánicos. Ningún totalitarismo se asienta solo en las bayonetas; siempre existen masas adormecidas que los consienten

Jorge Sigal Periodista; miembro del Club Político Argentino

El embajador no se anduvo con rodeos. “Escuché las explicaciones que brindaron y me parecieron interesantes. Sin embargo, lo que yo viví durante mi juventud fue algo más previsible y rústico: la natural agonía de un régimen gobernado por gente bruta. Lamento defraudarlos –añadió–, pero nada fue tan sofisticado. Incluso los policías, que cumplían su tarea con notable pereza, eran, por sobre todas las cosas, personas ignorantes, tipos que hacían lo que se les ordenaba desde arriba: si había que encarcelar, encarcelaban; si había que torturar, torturaban; no tenían creatividad ni pretensión de trascendencia”.
Los tres oradores que lo antecedimos habíamos hablado sobre los estragos del fanatismo, cómo se alienan las personas doblegadas por los dogmas y cómo muere el sentido común cuando la fe se mezcla con cuestiones terrenales. Yo conté, una vez más, mi experiencia en el comunismo y el largo peregrinar que debí transitar hasta sacarme de encima el peso de aquel mandato ideológico de carácter hereditario (“¿Una visión freudiana?”, se preguntó irónico el diplomático, para responderse a sí mismo: “Puede ser, no lo sé, hay explicaciones para todos los gustos...”).
El dignatario, que había crecido en uno de los países del llamado “socialismo real” y fue testigo de su desmoronamiento en los 90, no negaba los fundamentos expuestos por los otros panelistas, pero parecía fastidiado ante tanta pretensión argumental. Para él, los seguidores de Marx, Engels y Lenin habían devenido, desde mucho antes del diluvio, simples engranajes de un mundo sin pulsaciones. “Gente bruta, muy bruta”, insistía con cansina persistencia.
Lejos de ofenderme por la ligera descalificación de mis argumentos –resultado de muchas lecturas y también, debo reconocer, dándole la derecha al embajador, de muchas sesiones en el diván–, sentí que debía repasar algunas premisas y cierta propensión a buscar sofisticadas explicaciones a las acciones humanas. ¿Y si las cosas fueran más simples, como aseguraba el diplomático? ¿Y si, en realidad, las más de las veces somos víctimas –o cómplices– de seres pequeños, grises y ambiciosos? ¿Y si, en verdad, lo que no podemos admitir es nuestra comodidad, ignorancia o conformismo ante el mal? ¿Fueron Stalin, Hitler o Mussolini seres brillantes o apenas (y nada menos que) personajes decididos y codiciosos, cuando no psicópatas, egoístas, dueños de un narcisismo a prueba de espejos? ¿Son Nicolás Maduro y Diosdado Cabello, con esos hábitos de matungos extraviados, gente motivada por ideas? ¿O, por el contrario, la ideología es apenas el envoltorio que recubre una de las formas –probablemente la más perversa– de la ambición?
Quizás el diplomático tuviera razón. Con ser bruto y decidido se puede someter a pueblos enteros, arriarlos hacia los confines de la locura, convertirlos en pequeñas piezas de un juego malévolo. Los relatos ideológicos son una síntesis argumental, expresada en fórmulas que canalizan, en un período determinado, los deseos insatisfechos y las frustraciones de las sociedades. Pero los líderes autoritarios emergen siempre desde la inmundicia, son el resultado del fracaso y de la frustración, la consecuencia de que algo se ha quebrado. Las ideologías dan brillo a las acciones más horrendas de nuestra especie, pero solo son un alimento codiciado por los esclarecidos: las elites necesitan de ese insumo para tranquilizar sus propias conciencias.
Solo cuando se frustra la cesión implícita dada al tirano, los pueblos suelen “descubrir” que todo había sido nada más que un magnífico engaño: Hitler era “un maldito loco”; Mussolini, “un payaso”, y Stalin, “un campesino sanguinario”. Finalmente, la frustración parece ser la única partera de la historia. Con perdón de Carlos Marx.
Por supuesto que el terror desempeña un rol fundamental en el sometimiento de los ciudadanos. ¿Cómo negar el poder del miedo? Pero ninguna tortura es más eficiente que la que proviene del “silencio de los inocentes”. Para no hablar de la complicidad abierta con la que siempre cuenta todo régimen autoritario o caudillo disparatado. Ningún totalitarismo se asienta solo en el poder de las bayonetas: siempre existen masas adormecidas que los consienten.
Tengo una biblioteca completa de libros que explican los fundamentos del comunismo. También los del fascismo y el nazismo. Se trata de textos que sirvieron para cosechar la adhesión de las elites, narraciones más o menos sofisticadas, destinadas a tranquilizar sus almas sensibles. Pero que poca utilidad tuvieron a la hora de arriar soldados dispuestos a ejecutar las órdenes que emanaban de temibles tiranos, surgidos, una y otra vez, como emergentes de crisis dramáticas, guerras y hambrunas. Las ideologías se vuelven realmente peligrosas cuando encarnan en sentimientos, cuando se alojan en el corazón de los creyentes. En palabras de Hannah Arendt: “Nada es más peligroso que un pueblo que ha renunciado a su derecho a pensar por sí mismo”.
La internacional a la que pertenecí lo comprendió desde sus orígenes. No sería la lectura de El capital lo que encendería la pasión de los oprimidos hasta “aniquilar el mundo burgués”, sino la voz de los poetas, el candor de los escritores y la férrea voluntad de militantes enceguecidos por la fe. A ellos prestó particular atención V. I. Lenin. Sobre ellos ejerció un férreo control y sacrificó muchas horas de sueño el temible Stalin, quien invertía sus noches de insomnio en “corregir” personalmente los originales que le acercaban las mentes más brillantes de la intelectualidad soviética: era él, en persona, “el crítico literario” más importante de la URSS. Por codicia o por miedo, los esclarecidos lubricaron el camino del terror.
En Al margen de los días, el prestigioso psicoanalista francés JeanBertrand Pontalis, excolaborador de Jean-Paul Sartre en Les Temps
Modernes, sintetiza el hechizo que suscitan los líderes mesiánicos: “‘Las palabras de nuestros discursos cotidianos no son más que una magia débil’, decía Sigmund Freud. Y a lo mejor es preferible que sea débil: a veces, el poder mágico de las palabras resulta devastador. Júbilo en Hitler cuando, en 1919 y en una cervecería de Múnich, descubre que la palabra puede fascinar a un auditorio. Después, sus gritos destemplados contribuirían a hacer de un pueblo una masa con una sola voz, la del Führer”.
De la cervecería de Múnich a las redes sociales lo que ha cambiado es la velocidad. El mensaje se ha sofisticado en sus formas, pero no en su esencia. La agenda política que nos gobierna es un entramado de vocablos vacíos, insultos, descalificaciones o elogios infundados. Caen los sentidos porque las sociedades, más impacientes en estos tiempos de transformaciones aceleradas –cuando subir en la escala social es mucho más difícil y caer, mucho más fácil–, exigen respuestas de cortísimo plazo. Los adjetivos, al contrario de lo que exige la buena prosa, invaden nuestro menú cotidiano. Descalificar es una de las formas que destila la impotencia. Y el poder, lejos de cualquier pretensión de creatividad, azuza con el garrote, intenta monopolizar el descontento. No parece tan importante saber lo que se quiere, sino explotar lo que ya no se soporta.
El politólogo búlgaro Ivan Krastev sintetiza en estos términos el karma de las democracias modernas: “Es mucho más fácil confiar en las personas que en los partidos. Por eso la ideología se reemplaza por individuos carismáticos. Además, el precio de estar en política es muy alto estos días. Y la otra cosa que, por supuesto, está cambiando radicalmente es el poder de los principales medios de comunicación, porque la gente se está volviendo desconfiada de cualquier cosa que tenga alguna idea de autoridad y la frontera entre cualquier pensamiento analítico y cualquier fantasía conspirativa ha sido destruida, la gente está dispuesta a creer cualquier cosa”.
Cualquier cosa. Como en la cervecería de Múnich, pero desde una laptop o desde un celular.
¿Son Nicolás Maduro y Diosdado Cabello, con esos hábitos de matungos extraviados, gente motivada por ideas?

http://indecquetrabajaiii.blogspot.com.ar/. INDECQUETRABAJA

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