martes, 17 de septiembre de 2024

LA MISTERIOSA GRETA GARBO






Un misterio de ocho décadas: la estrella que en la cima de su fama decidió dejar de actuar y desconcertó a todo Hollywood
Greta Garbo, la estrella que le dio la espalda a Hollywood en el mejor momento de su carrera
Greta Garbo hizo apenas 28 películas; tras 16 años en Los Ángeles, se fue a Nueva York para no volver
Natalia Trzenko
“Quiero estar sola. Solo quiero estar sola”, suspiraba Grusinskaya, la bailarina de ballet que interpretaba Greta Garbo en el film Gran Hotel, de 1932. Nueve años después de aparecer en esa película, la actriz sueca decidió retirarse del cine. En ese momento era una de las estrellas más populares y exitosas de Hollywood y su alejamiento hizo que muchos recordaran aquella famosa escena y la interpretaran como un indicio de lo que estaba por venir. El desconcierto en la industria del cine era total. Con tantas aspirantes a actrices pululando por Los Ángeles en busca de su gran oportunidad nadie comprendía como Garbo podía renunciar a todo con tanta convicción. Ella, que había sido una de las pocas intérpretes en lograr atravesar con éxito el paso del cine mudo al sonoro, aparentemente solo quería estar sola, lejos de la fama, los fanáticos y la actuación.
Greta Garbo fue una de las pocas actrices del cine mudo que pudo triunfar en el sonoro
Su aversión a las dos primeras era más que conocida; de hecho, el rumor de cómo se había negado a firmarle un autógrafo a un veterano de la Segunda Guerra herido en combate resultaba tan creíble que varias de las biografías dedicadas a ella lo consignan como cierto y un ejemplo de su comportamiento frente al público. Pero en la misma medida que odiaba el costado más frívolo de su trabajo, Garbo amaba la actuación, la profesión a la que soñaba con dedicarse cuando era una niña viviendo en un barrio pobre de su Estocolmo natal. Tras pasar quince años en Hollywood y participar en 26 películas, la entusiasta intérprete que atravesó océanos para aparecer en pantalla y creía que ya había “hecho demasiadas caras”, como le dijo al actor David Niven, se convirtió, según Tennessee Williams, en “la más triste de las criaturas: un artista que abandona su arte”.
Anna Christie

Lo cierto es que el enigma alrededor de su renuncia lleva ocho décadas desconcertando al mundo. En su momento, cuando a los 36 años Garbo le puso el punto final a su carrera, muchos suponían que podía ser otro truco publicitario de los estudios que habían aprovechado su aire misterioso para promocionar algunos de sus films más famosos: “Garbo habla”, decían los carteles de Anna Christie, su primera película sonora y los artículos periodísticos publicados al tiempo de su estreno en 1930 hablaban de “la voz que sacudió al mundo”.
La hipérbole surtió efecto: Anna Christie fue la película más vista de ese año. Y tiempo después, cuando protagonizó Ninotchka (1939), de Ernst Lubitsch, su anteúltimo film, la frase promocional utilizada por los estudios MGM fue “Garbo ríe” y nuevamente la estrategia dio sus frutos. Su interpretación de la militar de la Unión Soviética enfrentada con las mieles del capitalismo y un posible romance le consiguió su cuarta nominación al Oscar como mejor actriz: muchos auguraban que el film le permitiría empezar una nueva etapa como protagonista de las comedias románticas que Hollywood producía a granel.
Garbo en uno de sus primeros films que realizó a su llegada a Hollywood
Sin embargo, ella decidió que ya había tenido suficiente de esa vida de apariencias y de Los Ángeles, la ciudad a la que había llegado en 1926 y en la que nunca se sintió como en su casa. Así, Garbo se transformó en la reclusa más famosa e intrigante de la industria del cine, aunque en los casi 50 años que pasaron desde su retiro hasta su muerte –ocurrida en 1990– la actriz no se escondió.
Sencillamente, decidió dejar de ser famosa o al menos dejar de alimentar con su presencia a la máquina de apariencias y celebridad vacua que para ella era Hollywood. Irónicamente, su renuncia azuzó la curiosidad del público, que empezó a elaborar teorías conspirativas que explicaran su ausencia. Para muchos, la respuesta estaba en su infancia, plena de pobreza y malos tragos. Nacida el 18 de septiembre de 1905 como Greta Lovisa Gustafsson, en una familia de origen rural, en la que su madre se destacaba por su practicidad y sus muy pocas demostraciones de afecto y su padre, un obrero apuesto, estaba más interesado en la diversión que en el trabajo. La futura actriz era la menor de sus tres hijos y la que más cerca se sentía de su papá. Era ella quien lo acompañaba a los hospitales cuando el padre debía tratarse por la grave enfermedad renal que lo aquejaba.
En Ninotchka, con Melvyn Douglas, a las órdenes de Ernst Lubitsch
Según Robert Gottlieb, autor de Garbo, una extensa biografía publicada en 2021, la actriz nunca olvidó la humillación de tener que recorrer médicos que aceptaran tratar a su padre sin cobrar. Cuando ella tenía 14 años, su padre murió y ella dejó la escuela. El hecho de no haber terminado la secundaria era algo que la avergonzaba incluso cuando ya era una de las personas más famosas y admiradas del mundo. En su cabeza, Garbo nunca dejó de ser la adolescente que se vio obligada a buscar trabajo para ayudar con la endeble economía familiar. Tímida y guardando en secreto su ilusión de convertirse en actriz, ella describía su niñez como un período triste: “a veces iba a patinar y jugaba en la nieve, pero la mayoría del tiempo lo que quería era estar sola”.
Greta Garbo

En soledad, Garbo recorría la ciudad de Estocolmo en busca de teatros, en los que se quedaba horas observando la entrada y salida de los actores. Claro que su debut como intérprete, a los 15 años, no fue sobre las tablas sino en un film publicitario de la tienda departamental en la que trabajaba. Esa experiencia la condujo a participar de un par de películas en la creciente industria de cine sueca y a ingresar en el conservatorio de teatro de Estocolmo. Allí fue que conoció al director Mauritz Stiller, quien la contrató para una de sus películas y la adoptó como su protegida. Fue él quién le sugirió cambiar su apellido de Gustafsson al mucho más sofisticado Garbo, y quien creía tanto en ella que cuando Louis B. Mayer llegó a Suecia, insistió que si el productor estaba interesado en contratarlo su única condición era que también la contrataran a ella. Y así fue como en 1925, ambos desembarcaron en Nueva York para luego subirse al tren que los llevó a Los Ángeles.

Una vez allí, la actriz empezó a trabajar casi de inmediato en el cine mudo, al tiempo que estudiaba inglés y que su mentor veía que sus oportunidades como director escaseaban. La desilusión de Garbo con la nueva industria fue casi inmediata: a poco de filmar su primera película en los Estados Unidos, Entre naranjos, la actriz le escribió a un amigo en Suecia lo desolada que se sentía allí. “Esta horrible, horrible América es todo máquina, un espanto”. Si se quedaba, explicaba en la misiva, era porque estaba ganando dinero suficiente para enviarle a su familia. Parte de su malestar con Hollywood tenía origen en su creciente popularidad, una novedad que le resultaba ajena y para lo que no estaba preparada.
El afiche de Ninotchka
Con el paso del tiempo y el éxito de sus películas, Garbo logró negociar contratos en los que se aseguraba la facultad de rechazar guiones, coestrellas y directores. Además, solía esquivar las entrevistas que eran parte de la rutina laboral para la mayoría de sus colegas. Sin embargo, en aquel primer año de estadía en Los Ángeles, la actriz no lograba hacer pie, un estado de situación que empeoró cuando desde Estocolmo le llegó la noticia de la muerte de su hermana mayor. Lo que la industria interpretaba como un aire de superioridad y poco velado desprecio por los usos y costumbres del nuevo mundo era en realidad el modo en que Garbo expresaba su constante incomodidad y sobre todo, el dolor que sentía por la pérdida de su hermana. Su sensación de extrañeza y aislamiento empeoró cuando Stiller decidió regresar a Suecia.
Sin su mentor y amigo, aunque su carrera avanzaba a toda marcha, Garbo se sentía más extranjera que nunca y el interés que el público mostraba por su vida privada le resultaba tan incomprensible como intolerable. Mientras otras actrices hacían lo posible por no quedar fuera de circulación cuando la industria hizo el cambio hacia el sonido, Greta se empecinaba en mantenerse fuera del ojo del público. Lo que, por supuesto, aumentaba la curiosidad de todos los que la veían en la pantalla con ese aspecto que parecía haber sido creado para ser captado por una cámara.
Greta Garbo en La reina Cristina
Las revistas del corazón buscaban contar historias sobre su vida amorosa y la resistencia de la actriz a revelar esa faceta los desconcertaba. Soltera y sin intenciones de casarse o tener hijos, sus vínculos románticos no duraban mucho. Sus relaciones tanto con hombres como mujeres -la prensa solía usar metáforas y subterfugios para calificarla de lesbiana sin decirlo expresamente-, no eran para el consumo público. Si en pantalla muchas veces interpretaba a la mujer fatal que gustaba de acicalarse para atraer al hombre deseado, fuera de ella la actriz solía evitar el maquillaje y prefería usar pantalones y mocasines antes que los vestidos y los tacos que elegían sus personajes.
Quizás por eso, de entre sus películas su favorita era La reina Cristina, en la que interpretaba a la monarca sueca del siglo XVII conocida por vestirse con ropa de hombre. Su sueño, tras ese film, era interpretar a San Francisco de Asís -con barba y todo- y al Dorian Gray de Oscar Wilde. Tal vez por eso, cuando tras el éxito de Ninotchka los mandamases de Hollywood empezaron a imaginar su nueva senda como una de las sofisticadas estrellas del cine romántico, Garbo dijo basta. Ella, a la que todos consideraban la mujer más bella del mundo y una de las actrices más populares de su tiempo, solo quería, por fin, estar sola.

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