viernes, 1 de noviembre de 2024

Auguste Guinnard fue un personaje del libro de Julio Verne, que además fue su amigo




“Otro rey” de la patagonia: el joven parisino que, en busca de aventuras, terminó en Argentina cruzando Los Andes a pie y sin víveres
Auguste Guinnard fue un personaje del libro de Julio Verne, que además fue su amigo
Además del “rey de la Patagonia”, otro francés se hizo famoso tras su paso por el sur argentino aunque su historia es muy distinta: se llamaba Auguste Guinnard y fue el cautivo más célebre de su generación
Pierre Dumas
¿Se podía ser influencer en el siglo XIX? Los tiempos y las modalidades cambian, pero no el afán de la gente por recibir el reconocimiento de sus pares. Fue lo que impulsó a Auguste Guinnard, un joven empleado de comercio nacido en París, a dejarlo todo para partir en busca de aventuras. Así se convirtió en un personaje a la medida de las novelas de exploradores y de aventuras tan en boga en aquellos tiempos.
Guinnard era hijo de la pequeña burguesía, y en algunas actas sus padres se declararon como rentistas. Por mandato familiar estaba destinado a una cómoda vida de rond-de-cuir (almohadón de cuero), la expresión que usaban sus contemporáneos para designar a los empleados que se pasan la vida sentados detrás del mismo escritorio. Pero ser un calientasillas no lo motivaba, por muy segura y tranquila que fuese su existencia. El joven Auguste quería repetir el modelo de un abuelo materno, que había sido marinero y había viajado hasta la lejana India, donde se convirtió en una leyenda familiar.
Auguste Guinnard

Quería también cruzar los mares y aventurarse en algunos de aquellos territorios que todavía figuraban en los mapas como terrae incognitae. Para concretar sus sueños eligió el sur de las Américas y un país que deparaba muchas promesas, pero apenas salía de largas décadas de turbulencias políticas. La superficial preparación de su travesía llama la atención: se lanzó a la aventura sin mucho más que algunas lecturas y sueños de un romántico exotismo. Pero hay que mirar su historia desde la óptica de una época que nos resulta muy distante, en tiempos y costumbres.
Un mundo de exploradores
Volvamos al año 1851: las Provincias del Río de la Plata eran independientes desde hacía poco y todavía muchos porteños recordaban las tentativas inglesas de anexión de la ciudad, con su cuota de batallas callejeras. En Francia, la memoria de la última revolución estaba más fresca todavía: habían pasado solo tres años desde las luchas de 1848, impulsadas por republicanos y liberales para derrocar al rey Louis-Philippe e instaurar otra vez la república. Cuando Auguste Guinnard se embarcó para la Argentina, Louis Napoleón Bonaparte, un sobrino del ilustre emperador, era el presidente de un régimen que estaba aportando avances sociales, pero que pronto se transformaría en una autocracia.
La familia de Guinnard, acomodada e instruida, formaba parte de aquella franja de la población que se vería favorecida por la industrialización y el crecimiento económico de Francia. La misma franja que podía comprar los libros que publicaban novelistas o exploradores para contar cómo se vivía en otras partes del mundo. René Caillié había ingresado en la mítica Tumbuctú unas décadas antes, los alemanes Barth y Overweg acababan de cruzar el Sahara, varios exploradores ingleses trataban de navegar por el río Congo, Livingstone había empezado a recorrer el África oriental, el misionero Huc había llegado hasta el Tibet y los rusos conquistaban la inmensa taiga de Siberia. Mientras tanto, en América del Sur Darwin y otros naturalistas (entre ellos Bonpland, d’Orbigny o von Humboldt) habían publicado relatos de viajes hacia mundos increíbles y fascinantes, poblados de animales distintos a todos los demás y con geografías donde todo era más grande que en Europa: río, lagos, bosques, llanuras o montañas. Era “el lugar” donde había que estar para vivir aventuras tales como las soñaban todos los Auguste Guinnard de aquella generación, jóvenes con valentía, ambición y energías que se convertían en marineros, exploradores, comerciantes o simplemente viajeros. Algunas veces, la fama y la fortuna los esperaban al final de sus viajes. Toda semejanza con los modernos influencers no es mera coincidencia.
Una de las imágenes que lo muestran capturado "por los salvajes" como dice el epígrafe del libro.
Guinnard terminó por encontrar la fama, pero seguramente no como lo imaginaba. Fue el cautivo más famoso de su tiempo y sus desgracias se transformaron en un pasaporte hacia un mundo de sabios, de científicos, de exploradores y hasta de novelistas que lo admitieron en su mundo cuando, finalmente, pudo regresar a París. Aunque ya era tarde para que pudiera capitalizarlo, porque una parte de su razón había quedado en la inmensidad de las pampas.
La llegada a Buenos Aires
Todavía falta para revelar el final de esta historia. Estamos frente a un joven Guinnard de 24 años, con corta experiencia en la vida, cuando lo vemos embarcarse en el puerto de Le Havre para viajar hasta Montevideo. Su meta era sencilla y hasta ingenua: conectar con la comunidad francesa de las antípodas, generar un negocio lucrativo y rápido, hacer fortuna, viajar un poco por ese exótico mundo de América del Sur y volver a Francia cubierto de pesos y de gloria.
Pero a Guinnard le salió todo mal desde el primer momento: llegó a Uruguay en agosto de 1855, cuando el país estaba sumergido en la Revolución de los Conservadores. Debió cruzar hasta Buenos Aires, donde se alistó en una caravana hacia el sur, hacia los límites del mundo conocido, el puerto de Carmen de Patagones. Se aprestaba a pisar el suelo de la Patagonia solo tres años antes de la llegada de Antoine de Tounens a Coquimbo, en Chile (aunque Guinnard terminó su periplo en las costas del Pacífico, nunca se cruzó con el rey de los araucanos y no hay registros de que se hayan conocido en Francia tampoco).
Épocas de cautiverio para Auguste Guinnard
Gracias a recomendaciones de compatriotas, se pudo insertar sin problema en la sociedad porteña. Pero aquella vida monótona le recordaba quizás la que había dejado en París, como permite suponer la lectura de Pampa, una novela que el diplomático Pierre Kalfon publicó en Francia en 2007. La obra recrea con mucha veracidad y multitud de detalles las andanzas de Guinnard, su captura y su vida en las tolderías. También revive muy bien las realidades argentinas de mediados del siglo XIX, que Kalfon conocía bien por haber sido especialista en la Argentina y Chile. Pasó décadas en esta parte del mundo y escribió el libro Argentine, publicado en la colección Petite Planète, que fue durante mucho tiempo la mejor referencia para todos los lectores francófonos interesados en el país de los gauchos, de Borges y el tango.
Auguste Guinnard siguió su viaje hasta los confines del territorio controlado desde Buenos Aires, tragándose la decepción por no haber hallado el tan esperado grial. Tenía que seguir buscando para hacerse rico y famoso, y decidió que sería en el puerto de Rosario, otro de los lugares recomendados por sus compañeros de viaje.
Esclavo de los puelches y secretario de Calfucurá
Con una confianza de igual tamaño a su ingenuidad, optó por cruzar a pie las pampas desde Quequén, en la costa atlántica, hasta las orillas del río Paraná. Sin preparación, sin caballo, sin conocer nada de las regiones que quería atravesar, se lanzó a ciegas en compañía de un joven inmigrante italiano. En mayo, cuando el invierno se prepara para instalarse, sobrevivieron a duras penas en Sierra de la Ventana. Buscaban aventuras y sus deseos se cumplieron más allá de sus más locas esperanzas.
Casi muertos de fríos y de hambre, fueron sorprendidos por un grupo de guerreros patagones. Guinnard sobrevivió por poco a la contienda y fue llevado al campamento de la tribu, que vivía desplazándose a lo largo del valle del Río Negro. Herido, desnudo, viviendo entre los perros de la toldería, empezó un largo cautiverio que se extendió desde mayo de 1856 hasta agosto de 1859. En su relato posterior, él mismo contó que vivió constantemente “hambriento, golpeado, congelado, desnudo, obligado a alimentarse de carne cruda y de sangre”. Contó también que fue testigo de “escenas de una extrema violencia”, pero que nunca dejó de observar y de aprender de sus torturadores. Sus notas sobre las relaciones sociales, el juego, las borracheras, las muertes, los nacimientos, la religión o la medicina en las tolderías son una de las mejores fuentes que tienen los historiadores para acercarse a culturas que desaparecieron al poco tiempo de la publicación de su relato.
Durante todo ese tiempo, fue vendido e intercambiado muchas veces. En el mejor de los casos fue tratado como un esclavo. El joven empleado de comercio demostró tener una asombrosa capacidad de supervivencia. Resistió a toda clase de heridas y golpes, pasó varios inviernos durmiendo a la intemperie sin ninguna ropa, se adaptó al modo de vida de sus captores, aprendió sus idiomas y hasta pudo convertirse en el secretario de Calfucurá, luego de una de las tantas veces que fue canjeado de una toldería a otra. Escribió las cartas que el cacique mandaba al General Urquiza y, aunque seguía siendo un esclavo, su condición mejoró ostensiblemente a partir de ese momento. Al punto de aprender a montar a caballo y gozar de cierta autonomía.
En agosto de 1859 logró finalmente escaparse y vivió una nueva odisea, cruzando el desierto sin agua, sin comida, matando de cansancio a varios caballos, para huir de sus perseguidores. Llegó así, otra vez más muerto que vivo, hasta un paraje habitado por criollos y colonos en el río Quinto. Luego de una larga convalecencia y habiendo abandonado por completo cualquier sueño de fama y riqueza, viajó a Mendoza por temor a ser reconocido por algunos indígenas de paso. De allí cruzó la cordillera, en una hazaña digna de la que había realizado unas décadas antes el Ejército de los Andes. Pero en su caso lo hizo solo, y nuevamente sin víveres, sin preparación y sin siquiera agua.
La primera versión del libro de Guinnard
Distintas versiones del libro de Auguste Guinnard
El difícil pero glorioso regreso
Luego de semejante odisea, hasta el más aguerrido de los Ulises hubiera deseado volver a casa. Y es lo que hizo Guinnard. Consciente de haber dejado buena parte su salud —y seguramente de su integridad mental— en la experiencia, trató de unirse tan pronto como pudo a la civilización. En su camino cruzó a otro francés en los valles chilenos, que lo ayudó en llegar hasta Valparaíso. Trató en vano de ganar algo de dinero trabajando en los campos y en el tendido del ferrocarril de Santiago, pero su estado físico no se lo permitía. Fue gracias al cónsul de Francia en el puerto chileno que pudo subirse a una corbeta y volvió finalmente a Europa.
Guinnard llegó al puerto de Rochefort en enero de 1861, cerrando así un viaje de casi cinco años y medio. La mayor parte de ese tiempo fue cautivo de los indígenas de las pampas y del norte de la Patagonia. Fue el testigo involuntario de un mundo que estaba desapareciendo a toda velocidad, mientras otro se estaba formando. La Argentina se estaba organizando y sus inmensidades estaban a punto de recibir a colonos de todas partes de Europa.
Apenas instalado de nuevo en París, Guinnard cumplió por lo menos una parte de sus sueños de juventud y redactó sus memorias de cautiverio. El éxito fue colosal e inmediato. Consiguió una fama que muchos de los influencers de hoy quisieran alcanzar, mientras sus relatos se publicaban en dos de las más famosas revistas de entonces: el Bulletin de la Société de Géographie y la revista Le Tour du Monde. Además, su libro Trois ans d’esclavage chez les Patagons, récit de ma captivité (Tres años de esclavitud entre los patagones, relato de mi cautiverio) fue un best-seller varias veces reeditado.
Su descripción de la vida y modo de los pueblos de la pampa es calificada por algunos historiadores como “terrible, romántica y caprichosa” a la vez. Seguramente, luego de haber vivido bajo condiciones tan extremas durante tanto tiempo, muchos otros calificativos surgen de esas páginas. En la portada, Auguste Guinnard aparece retratado en la pose heroica de un gaucho conquistador, envuelto en un poncho y mirando con aire desafiante hacia el horizonte.
Un personaje de Julio Verne
Gracias al éxito de sus publicaciones, por fin le llegaron la fama y los honores. Fue amigo personal de Julio Verne, que lo inmortalizó en su obra Los hijos del Capitán Grant (como el ayudante del profesor Paganel) y se inspiró en sus relatos para describir la parte relativa a la Patagonia de su famosa novela. Héroe de ficción y en la realidad al mismo tiempo, optó sin embargo por volver a la vida apacible que había tenido antes de viajar. Consiguió un nuevo empleo de administrativo en la Prefectura de Policía de París, y más tarde fue inspector en los ferrocarriles. Se casó con una joven de la pequeña burguesía y su vida transcurrió entre la rutina de los horarios y los sillones mullidos de la Sociedad de Geografía y Etnografía, que lo aceptó entre sus eminentes miembros.
Julio Verne fue su amigo y se basó en él para el personaje de uno de sus libros.
Sin embargo, la aventura lo llamaba y Guinnard nuevamente lo dejó todo para regresar a América Latina. Ya con las facultades mentales debilitadas por sus años de sufrimiento extremo, se instaló en Caracas a fines de la década de 1860. En sus cartas trasluce un estado de ánimo depresivo y amargo. Enojado consigo mismo y con los demás, y lleno de amargura por no haber podido desarrollar un negocio rentable; su matrimonio fracasó y su esposa e hija regresaron a Francia, dejándolo solo en Venezuela.
A partir de ese momento se le perdió el rastro. En su novela, Kalfon le imagina un encuentro con un supuesto hijo nacido en las pampas, pero para los registros administrativos franceses figura bajo la mención “ausente o muerto” en el acta de casamiento de su hija. Algunas fuentes permiten pensar que podría haberse instalado en Trinidad; otras mencionan que en 1882 se retiró el cadáver de un ahogado en el Sena y, aunque no pudo ser identificado, su descripción correspondía a la de Guinnard. En 1891, su hija se casó de nuevo, luego de un divorcio, y el padre fue dado por muerto definitivamente. Sin embargo, su nombre y su extraordinaria aventura nunca fueron olvidadas, y sus manuscritos se reimprimieron regularmente a lo largo del siglo XX, en francés y en español. En 2016, su abominable cautiverio volvió a ser contado en el interesante compendio Relatos de cautivos en las Américas, de Fernando Operé, donde una vez más la realidad supera holgadamente la imaginación de cualquier guionista de cine o televisión.

http://indecquetrabajaiii.blogspot.com.ar/. INDECQUETRABAJA

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