Caso único. Gaviotas, la gran amenaza que afecta a las ballenas
En la península Valdés, la especie franca austral es perseguida por estas aves, que las usan para alimentarse; creen que la actividad humana creó las condiciones para el alza de la población aviar
Lucila MarinSe estima que las ballenas pasan hasta un cuarto de su día tratando de escapar de los ataques de las gaviotas
PUERTO PIRÁMIDES, Chubut.– “Es un pueblo que respira ballenas. Cuando se van se siente un poco vacío”, dice Ernesto Ricci, capitán que va por su temporada 29, mientras se aleja de la costa en el golfo Nuevo, una de las dos aberturas costeras –la otra es la del golfo San José– que componen la península Valdés, para empezar un nuevo avistaje de ballenas francas australes.
Estos animales llegan a esta localidad a partir de abril para reproducirse. En 1984, cuando todavía estaban amenazadas por la caza comercial que casi las lleva a la extinción, la ballena franca austral fue declarada Monumento Natural Nacional. Estos cetáceos, que de adultos pueden medir hasta 16 metros y pesar hasta 50 toneladas, tienen incluso su propio día: el 25 de septiembre.
Su personalidad curiosa y amigable con los humanos, que hoy permite verlas a metros de las embarcaciones, fue también su debilidad y la que un siglo atrás las llevó al borde la extinción.
Por su nado lento, su abundante grasa y el hecho de que flotan al morir, a diferencia de las otras especies que se hunden, se convirtieron en las ideales para la caza comercial, un siglo atrás. Es por eso que en inglés se las conoce como The Right Whale, la ballena correcta.
La Comisión Ballenera Internacional prohibió su caza recién en 1935. Se calcula que de los 100.000 ejemplares que había antes de las matanzas, quedaron unos 7000. Hoy, según cifras del Instituto de Conservación de Ballenas (ICB), la población de Eubalaena australis –su nombre científico– por estas latitudes llega a los 5500 individuos de los entre 15.000 y 20.000 que estiman que hay en el hemisferio sur. La especie llegó a tener tasas de crecimiento de un 7% anual hasta hace pocos años –así lo indica un estudio del Conicet de 2014–. Actualmente, crece al 3,8%. Pese a esta disminución, el de la ballena franca austral es un caso de éxito. Mientras que en Chile y en Perú la especie está considerada en peligro crítico, en la Patagonia argentina su categoría es de preocupación menor.
Luego de haber estado casi extintas, la prohibición de la caza, apalancada por el movimiento conservacionista mundial impulsado por el científico Roger Payne, campañas como adopta tu propia ballena y otras regulaciones permitieron la supervivencia de la especie. Sin embargo, hace más de 50 años sumaron otro enemigo: las gaviotas cocineras.
Estas aves las reciben a picotazos y se acostumbraron a abrir los lomos de las ballenas para alimentarse de su piel y de su grasa cuando salen a respirar. Los primeros ataques fueron observados a principios de la década del setenta. En esa época, cerca de un 2% de las madres y de sus crías tenían lesiones. Hoy estiman que el 100% están lastimadas.
Las heridas son visibles, sobre todo en los ballenatos, que deben respirar más seguido y todavía no aprendieron a modificar su comportamiento para resguardarse. Se estima que las ballenas pasan hasta un cuarto de su día tratando de escapar de los ataques de las gaviotas, en un momento en donde toda la energía de las madres debe estar dirigida a que ese ballenato engorde y se prepare para trasladarse. Sobre esta problemática busca ahondar el documental ¿Y qué culpa tiene la gaviota? , dirigido y producido por Philip Hamilton, de Ocean Souls Films y con la colaboración de Romina Botazzi, de la Fundación Protejamos Patagonia.
“Hoy lo que más me preocupa es la imposibilidad de los gobiernos de legislar para que las cosas cambien. Por eso hicimos el documental, es un hecho único en el mundo y no puede seguir así. Lo que está pasando es un verdadero drama, probado científicamente. Es un caso único en el planeta, que tiene solución si hubiese voluntad”, dijo Hamilton, dedicado a la conservación marina, al presentar la película.
Los ataques aumentaron a la par del crecimiento de la población de las gaviotas cocineras, que proliferó por el descarte pesquero en el mar y los basurales urbanos. Estiman que en la Patagonia la especie creció un 37% entre 1994 y 2008, el último año en el que existe un registro.
Por estos ataques, las ballenas modificaron su forma de respirar, su velocidad de natación y hasta su posición de descanso, arqueando la espalda para evitar los picotazos. Se mantienen sumergidas y salen a la superficie solo para respirar, de forma oblicua, sacando apenas la cabeza fuera del agua, esta posición anormal dificulta su flotabilidad natural.
Lesiones
“Uno de los efectos más preocupantes de los ataques es el gasto de energía extra que generan en las ballenas. En el caso de las crías en lugar de poder descansar o alimentarse, pasan mucho tiempo huyendo de los ataques y no pueden alimentarse normalmente. Los niveles de estrés son muy elevados cuando los comparamos con crías que sufren menos ataques”, describe Mariano Sironi, doctor en zoología y biólogo, investigador del ICB.
La gravedad de las lesiones en las crías fue aproximadamente diez veces mayor entre 1996 y 2011, cuando ellas fueron su blanco de ataque preferido, comparado con el período de 1974 a 1995, cuando atacaban a las madres. Estos datos parecieran demostrar los cambios de hábitos que adoptaron para defenderse de las gaviotas.
Entre 2003 y 2013 se registraron eventos de alta mortalidad de crías de ballena franca en la península Valdés. Estiman un aumento de entre 10% y 35%. Una hipótesis sugiere que los ataques de gaviotas podrían haber contribuido a esa mortalidad.
Sironi describe el comportamiento: “Es una problemática biológica, hay una relación entre dos especies autóctonas y una de las especias tiene este comportamiento de micropredación. Esa relación es natural, lo que pasa es que también hay un componente humano que tiene que ver con el descarte pesquero y los residuos humanos en tierra. Las gaviotas lo aprovechan y de esa manera sus poblaciones se han visto favorecidas y han crecido. Ese componente humano es el que hay que mejorar. Hay que trabajar en el manejo de los residuos y eliminar los desechos pesqueros de manera tal que las gaviotas vuelvan a su alimento normal”.
En 2012 el gobierno provincial aplicó un método de “rifle sanitario” sobre las gaviotas en la zona de península Valdés. Consistía en disparar a las aves cuando se posaban sobre las ballenas. Algunos explican que se intentaba probar si existían gaviotas especialistas. Son varios los que coinciden en que los ataques disminuyeron, pero solo en esa área determinada. Además, si bien un 80% de las gaviotas que atacan son adultas, también lo hacen las más jóvenes, por lo que han aprendido este comportamiento y no existen tales especialistas.
No hay otro lugar en el mundo donde se registren ataques de gaviotas cocineras a ballenas francas con la intensidad y frecuencia de la península Valdés. “Es algo que nosotros generamos y terminamos matando a otro animal”, dice Ricci, quien participó de esos operativos.
Cambios
Enrique Alberto Crespo, investigador superior del Conicet y doctor en Ciencias Biológicas, explica que en la Patagonia cambió la estructura trófica. “Cualquier ecosistema está estructurado por diferentes seres vivos. Tenía una composición y cambió, disminuyeron los peces y aumentaron los crustáceos, que aprovecharon la sobrepesca y el descarte. La gaviota fue una de las que aprovecharon, se quintuplicaron. Al igual que el langostino”, señala.
Hoy la pesca más importante es la del langostino, que es, además, la más rentable. Los ambientalistas estiman que un 30% de lo que pescan es desecho y se tira por la borda, pese a que la práctica está prohibida por la ley federal de pesca. Los basurales a cielo abierto, en tanto, se prohibieron en Puerto Madryn en 2015.
Los especialistas denuncian que ahora se movilizaron a Trelew y que tampoco es tan efectivo el sistema de landfarming propuesto para suplantarlos, una técnica de remediación que aprovecha la capacidad de los residuos para ser biodegradados
PUERTO PIRÁMIDES, Chubut.– “Es un pueblo que respira ballenas. Cuando se van se siente un poco vacío”, dice Ernesto Ricci, capitán que va por su temporada 29, mientras se aleja de la costa en el golfo Nuevo, una de las dos aberturas costeras –la otra es la del golfo San José– que componen la península Valdés, para empezar un nuevo avistaje de ballenas francas australes.
Estos animales llegan a esta localidad a partir de abril para reproducirse. En 1984, cuando todavía estaban amenazadas por la caza comercial que casi las lleva a la extinción, la ballena franca austral fue declarada Monumento Natural Nacional. Estos cetáceos, que de adultos pueden medir hasta 16 metros y pesar hasta 50 toneladas, tienen incluso su propio día: el 25 de septiembre.
Su personalidad curiosa y amigable con los humanos, que hoy permite verlas a metros de las embarcaciones, fue también su debilidad y la que un siglo atrás las llevó al borde la extinción.
Por su nado lento, su abundante grasa y el hecho de que flotan al morir, a diferencia de las otras especies que se hunden, se convirtieron en las ideales para la caza comercial, un siglo atrás. Es por eso que en inglés se las conoce como The Right Whale, la ballena correcta.
La Comisión Ballenera Internacional prohibió su caza recién en 1935. Se calcula que de los 100.000 ejemplares que había antes de las matanzas, quedaron unos 7000. Hoy, según cifras del Instituto de Conservación de Ballenas (ICB), la población de Eubalaena australis –su nombre científico– por estas latitudes llega a los 5500 individuos de los entre 15.000 y 20.000 que estiman que hay en el hemisferio sur. La especie llegó a tener tasas de crecimiento de un 7% anual hasta hace pocos años –así lo indica un estudio del Conicet de 2014–. Actualmente, crece al 3,8%. Pese a esta disminución, el de la ballena franca austral es un caso de éxito. Mientras que en Chile y en Perú la especie está considerada en peligro crítico, en la Patagonia argentina su categoría es de preocupación menor.
Luego de haber estado casi extintas, la prohibición de la caza, apalancada por el movimiento conservacionista mundial impulsado por el científico Roger Payne, campañas como adopta tu propia ballena y otras regulaciones permitieron la supervivencia de la especie. Sin embargo, hace más de 50 años sumaron otro enemigo: las gaviotas cocineras.
Estas aves las reciben a picotazos y se acostumbraron a abrir los lomos de las ballenas para alimentarse de su piel y de su grasa cuando salen a respirar. Los primeros ataques fueron observados a principios de la década del setenta. En esa época, cerca de un 2% de las madres y de sus crías tenían lesiones. Hoy estiman que el 100% están lastimadas.
Las heridas son visibles, sobre todo en los ballenatos, que deben respirar más seguido y todavía no aprendieron a modificar su comportamiento para resguardarse. Se estima que las ballenas pasan hasta un cuarto de su día tratando de escapar de los ataques de las gaviotas, en un momento en donde toda la energía de las madres debe estar dirigida a que ese ballenato engorde y se prepare para trasladarse. Sobre esta problemática busca ahondar el documental ¿Y qué culpa tiene la gaviota? , dirigido y producido por Philip Hamilton, de Ocean Souls Films y con la colaboración de Romina Botazzi, de la Fundación Protejamos Patagonia.
“Hoy lo que más me preocupa es la imposibilidad de los gobiernos de legislar para que las cosas cambien. Por eso hicimos el documental, es un hecho único en el mundo y no puede seguir así. Lo que está pasando es un verdadero drama, probado científicamente. Es un caso único en el planeta, que tiene solución si hubiese voluntad”, dijo Hamilton, dedicado a la conservación marina, al presentar la película.
Los ataques aumentaron a la par del crecimiento de la población de las gaviotas cocineras, que proliferó por el descarte pesquero en el mar y los basurales urbanos. Estiman que en la Patagonia la especie creció un 37% entre 1994 y 2008, el último año en el que existe un registro.
Por estos ataques, las ballenas modificaron su forma de respirar, su velocidad de natación y hasta su posición de descanso, arqueando la espalda para evitar los picotazos. Se mantienen sumergidas y salen a la superficie solo para respirar, de forma oblicua, sacando apenas la cabeza fuera del agua, esta posición anormal dificulta su flotabilidad natural.
Lesiones
“Uno de los efectos más preocupantes de los ataques es el gasto de energía extra que generan en las ballenas. En el caso de las crías en lugar de poder descansar o alimentarse, pasan mucho tiempo huyendo de los ataques y no pueden alimentarse normalmente. Los niveles de estrés son muy elevados cuando los comparamos con crías que sufren menos ataques”, describe Mariano Sironi, doctor en zoología y biólogo, investigador del ICB.
La gravedad de las lesiones en las crías fue aproximadamente diez veces mayor entre 1996 y 2011, cuando ellas fueron su blanco de ataque preferido, comparado con el período de 1974 a 1995, cuando atacaban a las madres. Estos datos parecieran demostrar los cambios de hábitos que adoptaron para defenderse de las gaviotas.
Entre 2003 y 2013 se registraron eventos de alta mortalidad de crías de ballena franca en la península Valdés. Estiman un aumento de entre 10% y 35%. Una hipótesis sugiere que los ataques de gaviotas podrían haber contribuido a esa mortalidad.
Sironi describe el comportamiento: “Es una problemática biológica, hay una relación entre dos especies autóctonas y una de las especias tiene este comportamiento de micropredación. Esa relación es natural, lo que pasa es que también hay un componente humano que tiene que ver con el descarte pesquero y los residuos humanos en tierra. Las gaviotas lo aprovechan y de esa manera sus poblaciones se han visto favorecidas y han crecido. Ese componente humano es el que hay que mejorar. Hay que trabajar en el manejo de los residuos y eliminar los desechos pesqueros de manera tal que las gaviotas vuelvan a su alimento normal”.
En 2012 el gobierno provincial aplicó un método de “rifle sanitario” sobre las gaviotas en la zona de península Valdés. Consistía en disparar a las aves cuando se posaban sobre las ballenas. Algunos explican que se intentaba probar si existían gaviotas especialistas. Son varios los que coinciden en que los ataques disminuyeron, pero solo en esa área determinada. Además, si bien un 80% de las gaviotas que atacan son adultas, también lo hacen las más jóvenes, por lo que han aprendido este comportamiento y no existen tales especialistas.
No hay otro lugar en el mundo donde se registren ataques de gaviotas cocineras a ballenas francas con la intensidad y frecuencia de la península Valdés. “Es algo que nosotros generamos y terminamos matando a otro animal”, dice Ricci, quien participó de esos operativos.
Cambios
Enrique Alberto Crespo, investigador superior del Conicet y doctor en Ciencias Biológicas, explica que en la Patagonia cambió la estructura trófica. “Cualquier ecosistema está estructurado por diferentes seres vivos. Tenía una composición y cambió, disminuyeron los peces y aumentaron los crustáceos, que aprovecharon la sobrepesca y el descarte. La gaviota fue una de las que aprovecharon, se quintuplicaron. Al igual que el langostino”, señala.
Hoy la pesca más importante es la del langostino, que es, además, la más rentable. Los ambientalistas estiman que un 30% de lo que pescan es desecho y se tira por la borda, pese a que la práctica está prohibida por la ley federal de pesca. Los basurales a cielo abierto, en tanto, se prohibieron en Puerto Madryn en 2015.
Los especialistas denuncian que ahora se movilizaron a Trelew y que tampoco es tan efectivo el sistema de landfarming propuesto para suplantarlos, una técnica de remediación que aprovecha la capacidad de los residuos para ser biodegradados
http://indecquetrabajaiii.blogspot.com.ar/. INDECQUETRABAJA
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