viernes, 1 de diciembre de 2023

IMPACTO




Cambia el gobierno, ¿cambió la sociedad?
impacto. La gran mayoría ciudadana acaba de dar, en las elecciones, un giro drástico, profundo y audaz hacia algo nuevo y acaso desconocido; ¿significa que se produjo una transformación de fondo?
Luciano Román
Una impactante mayoría ciudadana acaba de dar, en la elección presidencial, un giro drástico, profundo y audaz hacia algo nuevo y acaso desconocido. ¿Eso significa que se ha producido en la sociedad una transformación de fondo? Planteado de otro modo, ¿es la que ha elegido a Milei una sociedad distinta a la de hace cuatro u ocho años? ¿La elección expresa un cambio subterráneo en el sistema de valoraciones y expectativas de la mayoría? Y en ese caso, ¿cuáles son los rasgos y contornos de esa silenciosa revolución cultural?
La de hoy parece una sociedad más consciente de los problemas estructurales que atraviesan a la Argentina. Si en 2015 se hablaba de una crisis “asintomática”, que todavía no era del todo visible y que disimulaba la fiebre con analgésicos, hoy los síntomas están más expuestos y generan, a la vez, dolores y limitaciones más difíciles de camuflar. El descontrol inflacionario, el crecimiento de la pobreza, la pauperización de los salarios y el colapso de las prestaciones públicas han creado, en el argentino medio, una mayor conciencia de la crisis y de la necesidad de un tratamiento que, inexorablemente, exigirá sacrificios. Se han desmoronado ciertos relatos del populismo y ha quedado expuesta la fragilidad de un modelo que agudizó la degradación material, pero también educativa y cultural, con crecimiento de la inseguridad urbana, la anomia en el espacio público y la economía marginal.
Pero a Milei no solo lo ha votado una clase media que percibe cada vez más lejana la posibilidad de acceder a una casa propia y ve que hasta cambiar el auto se le hace más difícil que escalar el Aconcagua. Lo han votado también millones de jóvenes de sectores pobres. Y algunos especialistas empiezan a descubrir allí los síntomas de otro cambio profundo: familias que llevan años viviendo de planes sociales sufren ahora los estragos de haber perdido la cultura del esfuerzo. El trabajo es, por supuesto, el gran ordenador de la vida individual, familiar y social. Y cuando desaparece, no de manera temporal sino definitiva, se desarma todo: se potencian las adicciones, la violencia intrafamiliar, los esquemas forzados de convivencia, las alteraciones de la rutina y hasta los vínculos comunitarios. Aun sin modelos cercanos, muchos jóvenes, que llevan años como víctimas de ese círculo vicioso, tratan de tomar distancia y huir de esa realidad. Así es como se suben a una bicicleta para hacer repartos, montan sus propios emprendimientos con el celular, se apuntan en una escuela de oficios e intentan forjarse un destino alejado de la tutela estatal. Son actores de una nueva rebeldía juvenil, que empieza a ver en el asistencialismo y en el “peaje” y la vigilancia de las organizaciones sociales algo que le produce rechazo. ¿Representan un cambio cultural? Es difícil saberlo, pero tal vez sean el germen de algo nuevo. “Nadie hace la historia, no se la ve, como no se ve crecer la hierba”, escribió el poeta ruso Boris Pasternak (Nobel de Literatura en 1958). El triunfo de Milei tal vez se apoye sobre una hierba que no hemos visto crecer.
Un amplio sector de la sociedad hoy ve al “Estado presente” como una máscara que encubre un deterioro inmenso en todas las prestaciones públicas. También percibe la hipocresía y la impostura de la retórica inclusiva. Asiste desde hace años al derrumbe de la escuela, donde se pierden días de clase con pasmosa liviandad y se reivindica la ideología en detrimento de la educación. Sufre un verdadero calvario cuando recurre al sistema de salud, donde hasta conseguir un turno médico se ha convertido en una penosa odisea. Vive con miedo a que le roben el celular, le arrebaten la mochila o se le metan en su casa mientras sus hijos duermen. Es una sociedad que ha empezado a conectar, aunque sea de una manera borrosa, ese deterioro que la rodea con el relato hueco de “la política”. Y que empieza a ver una relación directa entre la inflación que devora sus ingresos con un gasto exorbitante e indiscriminado de un Estado que regala viajes de egresados, lanza un “plan platita” tras otro y financia gigantescas cajas negras como la de la Legislatura bonaerense.
Eso mismo, sin embargo, la convierte en una sociedad atravesada por el hartazgo y agobiada por la crisis económica, que acepta la idea de “la motosierra”, pero que cree que el ajuste deben absorberlo otros. Es una sociedad que, en todo caso, demanda que los primeros y los mayores costos los pague “la casta” y que con esa vara de expectativas medirá los primeros pasos del nuevo gobierno. El problema es que toda la sociedad argentina está atrapada en una telaraña de subsidios, privilegios y distorsiones que han terminado por crear una economía inviable, pero también un molde cultural, como una especie de derecho adquirido que funciona de manera tácita. Distinguir entre privilegios y derechos tal vez sea el mayor y el más complejo desafío en esta nueva etapa. Perder un subsidio hoy para ganar más mañana es una ecuación que, para ser sustentable, exigirá una inteligente y creativa didáctica gubernamental.
El largo proceso electoral que culminó con la elección de Milei revela, en buena medida, los rasgos de una nueva relación entre la sociedad y la dirigencia. Los partidos y las coaliciones han dejado de ser el eje vertebral de ese vínculo. El “profesionalismo” político, que si se quiere estuvo encarnado por Massa y por Rodríguez Larreta, se vio como una actitud impostada y generó rechazo. El clientelismo y “el aparato” perdieron gravitación y el peso del conurbano quedó debilitado frente a la ola del interior productivo. El electorado acentuó una vocación de autonomía e independencia, incluso con un comportamiento muy selectivo que lo llevó a elegir opciones distintas en las elecciones nacionales, provinciales y municipales. Las cúpulas partidarias quedaron mal paradas frente sus bases, como quedó expuesto en el caso del radicalismo, que se enfrentó a una silenciosa pero masiva rebeldía de sus propios afiliados.
Esta profunda reconfiguración ha producido la novedad de que llegue a la Casa Rosada un líder “recién nacido”, sin estructura partidaria, sin un ropaje tradicional, sin experiencia y sin recursos. Tal vez sea el reflejo de una sociedad más dispuesta al cambio, pero a la vez más volátil, más impaciente y más embarcada en dinámicas aceleradas de construcción y demolición de nuevos liderazgos. Milei será el primer presidente surgido de las redes sociales, un espacio propicio para “lo disruptivo”, pero donde todo parece tener, a la vez, la marca de lo efímero y lo inconstante. ¿Podrá consolidar un liderazgo estable o correrá la suerte de los influencers? Es uno de los tantos interrogantes de este ciclo inaugural.
Milei es, en buena medida, el emergente de una sociedad frustrada y enojada, pero a la vez de una época de “liderazgos líquidos”, con mayor fragmentación y horizontalidad, más atravesada por la polarización y el fanatismo que se exacerba a través de las redes. Su debilidad fue también su fortaleza. La sociedad se identificó con su rabia sobreactuada, pero también con su espontaneidad, su franqueza y hasta su amateurismo. Hoy enfrenta el desafío de ser fiel a esa identidad, pero a la vez hacer un giro hacia el pragmatismo y la racionalidad. ¿Encontrará el punto de equilibrio? ¿Logrará articular una narrativa que le dé un sentido al sacrificio? ¿Podrá encarnar un símbolo de ejemplaridad desde la cima del poder? Más preguntas para una etapa dominada por la incertidumbre.
“Un vicio de los contemporáneos –decía Albert Camus– es suponer que les ha tocado vivir el más interesante y el más desastroso de los tiempos”. Aunque corramos el riesgo de caer en esa perspectiva distorsionada, son varias las señales que insinúan una transición histórica y un posible punto de quiebre. La idea de la Argentina estatista y corporativa parece haber chocado contra sus propios límites. El modelo populista quizás haya entrado en una fase de agotamiento. La política, tal como la conocimos en el último siglo, luce reconfigurada. Las dinámicas de las transformaciones sociales muestran un ritmo más vertiginoso. Es probable que la pandemia, y sobre todo la cuarentena, haya acelerado algunas de estas rupturas. Pero también inciden la prolongación del estancamiento económico y factores globales como el de la revolución digital y la devaluación de los liderazgos tradicionales. Sin embargo, sería precipitado y arriesgado hablar de una “nueva sociedad”. La Argentina de Milei tendrá que lidiar, al fin y al cabo, consigo misma. La voluntad de cambio es apenas un punto de partida.
Milei será el primer presidente surgido de las redes sociales, un espacio propicio para “lo disruptivo”, pero donde todo parece tener, a la vez, la marca de lo efímero; ¿podrá consolidar un liderazgo estable?

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