Secretos del conurbano: la estancia de la familia escocesa que montó un imperio rural que desapareció
Thomas Bell llegó a la Argentina en 1825. Fue el primer integrante de una emblemática familia de inmigrantes escoceses
Thomas Bell llegó a la Argentina en 1825 a bordo de una fragata y, en menos de dos décadas, levantó un imperio estanciero de miles de hectáreas en la provincia de Buenos Aires y en Uruguay
Jesús Allende
Tres hermanos y tres barcos, travesías en diferentes años y un mismo lugar de partida y destino: de las tierras de Escocia hacia Buenos Aires. Thomas Bell, el primer integrante de una emblemática familia de inmigrantes escoceses llegó a la Argentina en 1825 a bordo de una fragata, aferrado a su fe y con el foco puesto en su pericia para el pastoreo y la cría de ovejas. En menos de dos décadas, junto a George y Henry, sus hermanos, levantó un imperio estanciero de miles de hectáreas en la provincia de Buenos Aires y en Uruguay. Del auge rural de los Bell quedan vestigios, construcciones en pie, como un secreto a la vista repartido en la mezcla de comercios, avenidas, edificios, barrios residenciales, el cemento y el bullicio del sur del conurbano bonaerense.
Los escoceses arribaron a la Argentina con su ingenio, una versatilidad profesional y técnica y un fuerte sentido de comunidad arraigado a sus orígenes que les permitió crecer y promover a quienes llegaron luego de distintos puntos de Escocia. Inmigrantes que al igual que ellos desembarcaron como trabajadores y se afincaron en las tierras argentinas como hacendados y empleadores.
La mansión se convirtió ahora en el geriátrico privado Araucaria
La sucesión de las generaciones, el loteo de las parcelas y el crecimiento de la urbe sobre el campo sepultó la edad de oro de los Bell y desconcentró la extensión de sus propiedades, pero las marcas de su paso se mantienen en las construcciones ligadas a la familia. Dos en especial pueden rastrearse aún: el casco de su estancia en una zona residencial de Temperley, construido en 1850 y un vitral en honor a uno de sus herederos, James Mohr Bell, que se esconde en una iglesia anglicana de 1872 que resiste como último reducto histórico en un lugar céntrico y transitado de Lomas de Zamora.
El caserón de los Bell
En la esquina de las calles Allemandri y De los Inmigrantes, en Temperley Este, está el antiguo casco de “La Chacra de Bell”. El caserón de 1850 emerge entre las casas bajas del barrio con su arquitectura peculiar en forma de enorme granero blanco y cuadriculado por franjas verdes. Afuera y en los alrededores todo es suburbio, pero al atravesar el portón de entrada del cerco vivo el pasado rural se materializa en el presente.
El parque de árboles centenarios proyecta el monte que una vez fue, allá en una época donde lo rodeaban cientos de hectáreas de campo abierto. Las cotorras se refugian del calor del mediodía en la copa donde anidan y su chirrido es constante. En un lateral de la mansión duerme un perro bajo la sombra de una silla junto a una huerta custodiada por un espantapájaros. El sendero de margaritas recién plantadas conduce a la puerta principal, con manijas de hierro y madera original, apenas resquebrajada por más de siglo y medio de exposición al sol.
En la esquina de las calles Allemandri y De los Inmigrantes, en Temperley Este, está el antiguo casco de “La Chacra de Bell”
Actualmente la mansión se convirtió en el geriátrico privado Araucaria donde habitan 51 residentes, entre ellos ancianos y jóvenes enfermos. Los marcos y herrajes de ventanales y puertas se conservan, y la escalera principal mantiene el soporte de bronce tallado del barandal de los Bell. Las habitaciones de la planta baja culminan en los bow windows típicos del estilo británico, y de la estructura primordial, solo la escalera de servicio se modificó para instalar un ascensor.
De acuerdo señala Bruno Cariglino, arquitecto y especialista en el legado argentino-británico, las 328 hectáreas de la estancia de Temperley pertenecieron primero a la familia londinense Bayley. En 1827 Thomas y George Bell la arrendaron para la cría de ovejas y para 1844 pudieron finalmente comprarla y cimentar las bases de su imperio estanciero. “Eran campos fértiles, de apariencia muy verde por la abundancia de tréboles, y donde habitaban vizcachas, zorros, gatos monteses, mulitas, nutrias, ñandúes y patos salvajes. La vegetación no nativa tenía paraísos y durazneros que talaban para el tendido de postes y leña”, dice Cariglino, que forma parte del Programa de Patrimonio de Lomas de Zamora que logró declarar la chacra patrimonio cultural protegido del municipio por la ordenanza 16.087.
La chacra fue declarada patrimonio cultural protegido
Thomas Bell, intrépido, fue quién le allanó el camino a sus hermanos embarcándose en el “Symmetry of Scarborough” junto a los primeros escoceses que se radicaron en la colonia de Santa Catalina. “Fue socio de William Grierson, abuelo de Cecilia Grierson, la primera mujer médica del país y con él montaron también un negocio de caballerizas y carros de tráfico”, explica Cariglino.
Por su lado George, desembarcó seis años más tarde en el bergantín “Mediterranean Packet”, empezó como granjero y después emprendió con sus hijos un próspero comercio de hierro y carbón que le permitió comprar grandes extensiones de tierras y unirse a su hermano en un ambicioso proyecto de reclutar y traer al país los mejores talentos de Escocia, peones que firmaron un contrato exclusivo de tres años para trabajar en las estancias de los Bell.
Las 328 hectáreas de la estancia de Temperley pertenecieron primero a la familia londinense Bayley
“El primer contingente de inmigrantes seleccionados por los Bell llegó en 1844 en el buque Prince of Wales. De 1846 en adelante la inmigración promovida por los hermanos alcanzó entre 18 y 24 colonos británicos por año. Casi todos los trabajadores que trajeron progresaron rápidamente y compraron después sus propias tierras”, afirma Cariglino.
De los tres, George fue el que más se ligó a la política local llegando a firmar en 1849 una proclama junto a otros británicos para apoyar al “Restaurador”, Juan Manuel de Rosas, con el objetivo de que no cediera la gobernación de Buenos Aires. El último de los Bell en llegar fue Henry, quien se encargó de construir en 1850 el caserón, después de comprarle el terreno a sus hermanos. Fue quien más se afianzó en Lomas de Zamora al igual que sus descendientes, como su hijo James Mohr Bell, quien heredó la estancia y la rebautizó con el nombre de Clifton Park. “La casa es el testimonio sobreviviente de una Lomas de Zamora rural hoy difícil de imaginar. El casco es uno de los edificios en pie más antiguos del conurbano sur y se redujo a un terreno de media manzana, pero sigue destacándose en el barrio por su arquitectura rural y aires británicos. Tiene el valor histórico de haber pertenecido a la familia escocesa-argentina más importante y antigua de la zona, y una de las más influyentes del país por su rol en la inmigración y el desarrollo rural”.
Placas en una de las paredes
Cariglino refiere que además de las grandes extensiones que compraron los Bell en Lomas de Zamora tuvieron tierras en Chascomús –una de ellas donde se pausterizó leche por primera vez en la Argentina–, 10.000 hectáreas en San Vicente, 20.000 en los alrededores de La Plata nucleadas en múltiples estancias que le dieron origen a la localidad de City Bell, campos en Magdalena, Mar de Ajó y en Uruguay.
El heredero de la chacra de Temperley, James Mohr Bell, fue también estanciero y comerciante y se convirtió en un miembro destacado de la comunidad británica, cumpliendo un rol fundamental en la creación del cementerio protestante de Llavallol. Vivió hasta sus últimos días en Clifton Park y se lo recuerda en los principales vitrales de la iglesia anglicana de la Santa Trinidad de 1872, declarada Bien de Interés Histórico Artístico Nacional y que se ubica en el centro urbano de Temperley a diez minutos del casco.
El legado de los Bell en la iglesia anglicana de Temperley
El templo es un minúsculo reducto de la campiña británica sobre la congestionada avenida Almirante Brown por la que transitan autos, colectivos, motocicletas y cartoneros. Por detrás pasa rasante el ferrocarril Roca, prácticamente al límite de un pequeño portón escondido entre un plátano y la maleza que antiguamente conectaba a un pasadizo de la estación de tren de Lomas de Zamora.
El templo es un minúsculo reducto de la campiña británica
El predio está cercado por una reja negra y un muro perimetral bajo, de un metro de altura grafiteado con motivos de las elecciones recientes con leyendas de “Unión por la Patria” y Massa presidente 2023″. En la esquina opuesta hay una torre de 20 pisos y contiguo al salón parroquial se está construyendo un edificio residencial de seis pisos, en una casa vecina que se demolió. Mario Ágreda, de 54, el párroco a cargo de la iglesia señala que para las cuatro de la tarde la sombra, que proyectan los edificios y las nuevas construcciones, eclipsa el predio.
La iglesia tiene tejas naranjas y una nave triangular que sobresale al parque con un ciprés en el centro donde hay apostados faroles pintados de verde inglés. El interior tiene un arco central de madera y un cielo raso triangular del mismo material. En el altar hay una cruz dorada celta con una estrella de David, y detrás un retablo de mármol esculpido con escenas del Nuevo Testamento que diseñó el reconocido arquitecto inglés Walter Basset Smith. El órgano es de fines del siglo XIX y está en desuso por problemas de tensión en el suministro eléctrico.
La iglesia tiene tejas naranjas y una nave triangular
“Cuando llegué me impactó porque arquitectónicamente es interesante, diferente a otras capillas y con una comunidad anglicana más viva que en otras partes de Buenos Aires”, dice Ágreda, 54 años, vestido de camisa celeste y alzacuellos blanco, quien pese a estar en el interior de la iglesia eleva la voz por el paso del tren. Después agrega: “Es una congregación chica de entre 20 y 30 fieles cada domingo. Durante un siglo solo se dio misa en inglés, pero ahora el rito es en castellano. Los vecinos piensan que es un museo o que hay que pagar entrada, entonces es difícil que se acerque gente que no es de la comunidad. Antes se hacían ceremonias en inglés todos los meses, pero en la pandemia murieron muchos de los fieles angloparlantes”.
Este año se aprobó un proyecto de puesta en valor de la iglesia de la Santa Trinidad
En los bancos de los feligreses anglicanos hay dos “Rods”, varas de madera con una cruz celta en la parte superior que representa al cayado, el bastón que usaban los pastores para arrear al rebaño de ovejas. “En la tradición anglicana hay dos cayados en la iglesia, uno atrás donde se sienta el custodio del pueblo, una persona elegida por la comunidad, y otro más cercano al altar que es el custodio del rector, una persona elegida por el sacerdote para ser el guardián. Una vez al mes nos reunimos para definir las personas que ocupan esos roles. Estas personas tienen un diálogo directo con el obispo sin tener que pasar por el sacerdote”, cuenta Ágreda.
Los vitrales en memoria de James Mohr Bell se elevan por encima de la puerta de ingreso y mirando hacia el altar. Los corona una estrella David vidriada, que remarca la ascendencia hebrea de la iglesia, y se componen de dos escenas alegóricas, una de Juan bautizando a Jesucristo y otra de su ascenso a los cielos rodeado de ángeles. Los colores se mantienen vívidos aunque una pequeña rotura en la escena central trasluce un rayo de sol.
Los vitrales en memoria de James Mohr Bell se elevan por encima de la puerta de ingreso y mirando hacia el altar
Este año se aprobó un proyecto de puesta en valor de la iglesia de la Santa Trinidad, que realizaron los especialistas del Programa de Conservación del Patrimonio del Municipio de Lomas de Zamora, en el marco del Programa Pueblos y Centros Históricos de la Comisión Nacional de Monumentos y el Ministerio de Obras Públicas de Nación. Este último financiará las obras de la capilla, el salón parroquial y los jardines. El proyecto prevé restaurar las fachadas, vitrales, techos y pisos además de otros arreglos.
Cerca de la puerta, y enmarcada en vidrio, está la proclama que firmó la comunidad británica en 1891, casi 20 años después de la construcción de la iglesia, donde sientan las bases del rito anglicano en el templo. El texto está mecanografiado, pero curiosamente donde antes se leía “We the representatives of the English”, esta última palabra fue tachada a mano y con tinta alguien caligrafió por encima “British”.
El aporte de la familia a la comunidad británica está inmortalizado en los vitrales de la centenaria iglesia anglicana
“Lo habrá hecho algún escocés enojado de se generalizara a la comunidad británica como ingleses”, dice Ágreda, quien desconoce el origen de la tachadura debido a la antigüedad que tiene el texto.
Tanto James Mohr Bell como su esposa, Mary Robson, murieron en Clifton Park, la emblemática chacra del imperio desaparecido de los hermanos estancieros. El aporte de la familia a la comunidad británica, además de estar inmortalizado en los vitrales de la centenaria iglesia anglicana, se lo honra en un obelisco negro en el cementerio de Llavallol, otro rincón secreto a la vista del pasado rural del conurbano bonaerense.
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