
Buenos Aires perdida. La fabulosa quinta de 1850 que ocupaba dos manzanas y quedó marcada por múltiples tragedias
El gran chalet, que luego se transformó en una magnifica mansión, fue demolido en la década de 1930.... Programa de Posgrado de preservación de Patrimonio
En el espacio que ocupa hoy la Plaza Colombia, en Barracas, se levantaba la que fuera la quinta de Álzaga, donde asesinaron a Felicitas Guerrero en 1872
Silvina Vitale
De la construcción original de la quinta de Álzaga solo se conserva una capilla pequeña que hoy conforma la sacristía de la Iglesia de Santa Felicitas, ubicada en el barrio porteño de Barracas. Se trata de una construcción deteriorada con las paredes pintadas a mano, un techo en relieve de madera y dos vitrales monocromáticos que fue levantada alrededor de 1850. Este altar fue modificado en 1876 cuando se inauguró la iglesia obra del arquitecto Ernesto Bunge. Era de madera que fue reemplazada por mármol de Carrara.
El gran chalet, que luego se transformó en una magnifica mansión, fue demolido en la década de 1930. Según Ellen Hendi, coordinadora del Museo de Santa Felicitas (ubicado en Pinzón al 1480), la quinta de Álzaga ocupó dos manzanas, desde la calle Pinzón, anteriormente llamada Progreso, hasta la avenida Suárez, aún no existía Brandsen, y desde la avenida Montes de Oca hasta Patricios. “La casa estaba próxima a la avenida que antes se conocía como la Calle Larga y hoy es Montes de Oca”, explica Hendi.

La casona evolucionó con el paso de los años. “En un primer momento se trató de un chalet, estilo inglés simple, que luego, en la década de 1880, se amplió, se duplicó y se lo reconvirtió en un estilo victoriano tardío, recargado, que reunía diversas influencias y conformaba una construcción ecléctica”, explica Fabio Grementieri, arquitecto especialista en Preservación de Patrimonio.
Así, por ejemplo, se apreciaban las típicas mansardas francesas que convivían con los bow window característicos del estilo inglés. “Se trataba de un estilo ecléctico porque ese era el momento de máxima expansión del imperio británico, que había llegado a distintos lugares del mundo. Los arquitectos británicos mostraban ese poderío representando distintos sitios en sus construcciones”, aclara el profesor de la Universidad Torcuato Di Tella.

Y sostiene que, la famosa Felicitas Guerrero ocupó el primer chalet, el de estilo inglés, donde fue asesinada en uno de los salones en 1872. Cuando se construyó la iglesia y se realizó la ambiciosa remodelación, ella ya no estaba.
Un derrotero de desgracias
La trágica historia de Felicitas no fue la única vinculada a la casona. Las desventuras habían comenzado mucho tiempo antes y alcanzaron a todos sus propietarios. Marisa Vicentini, historiadora y creadora del podcast Magistra Vitae, recuerda que la historia de la mansión Alzaga está ligada a Martín de Álzaga vinculado a la Reconquista de Buenos Aires. Álzaga era español y había llegado al Río de la Plata con tan solo doce años, provenía de una familia pobre y llegó a Buenos Aires al cuidado de don Gaspar de Santa Coloma, un comerciante importante, quien lo educó, lo guió y lo puso a trabajar en sus negocios como dependiente de comercio.
“El joven era muy inteligente y capaz, aprendía muy bien y tiempo después se casó con María Magdalena de las Carreras, una elección acertada porque ella era hija única y heredera de una gran fortuna. Esta unión convierte a Martín de Álzaga en una de las personas más ricas de Buenos Aires, quien había hecho mucho dinero gracias a su casamiento y al trafico de esclavos, algo que era legal en ese entonces”, advierte Vicentini. Y sostiene que, la quinta había llegado a sus manos porque se la había dado Santa Coloma, “se cree que se la regaló o que Álzaga se la compró por muy poco dinero”, señala.
Con el tiempo, el joven rico se dedicó a la política y se convirtió en uno de los héroes de la Reconquista de Buenos Aires durante las invasiones inglesas de 1806 y 1807. La historiadora cuenta que él había puesto el dinero para las municiones, los caballos y que no paró en su afán por organizar la defensa de la ciudad. Sin embargo, su suerte cambió cuando en 1809 se lo acusó de conspirar para derrocar a Liniers y terminó preso en una cárcel en Carmen de Patagones de la que fue rescatado por el entonces gobernador de Montevideo, Francisco Javier de Elío.

“Volvió a Buenos Aires en tiempos de la Revolución de Mayo, cuando los criollos tomaron el poder. En ese entonces, había dos facciones, los criollos y los peninsulares, que eran rivales; comenzó una persecución en contra de los peninsulares porque eran sospechados de querer regresar las tierras rioplatenses al Gobierno de España. En realidad, Álzaga quería lo mismo que los criollos, una independencia, pero era español y multimillonario”, cuenta Vicentini.
Finalmente fue acusado de conspiración y juzgado, en un juicio secreto, a pena de muerte y fusilado y colgado en la Plaza de Mayo. “Le expropiaron todo, y su inmensa fortuna quedó confiscada. Martín había dejado una gran cantidad de hijos”, aclara.
Cuenta Vicentini que las desgracias continuaron tras su muerte ya que en 1828, la quinta fue escenario de un suceso trágico, cuando Francisco de Álzaga, hijo de Martín de Alzaga, junto a otras dos personas asesinaron a un prestamista. “Francisco vivía junto a Catalina Benavídez, considerada como la mujer más bonita de la ciudad. A ella le gustaba disfrutar del dinero y vivir más allá de sus posibilidades. Por su parte, Francisco había empezado a gastar más de lo que podía, se endeudó y fue entonces cuando, junto a sus amigos, se le ocurrió un plan para asesinar al prestamista para robarle el dinero”, señala la historiadora.

Cabe aclarar que, a esta altura los hijos de Álzaga habían podido recuperar la fortuna confiscada por el Gobierno revolucionario. “Se hicieron los amigos, lo emborracharon, lo mataron y lo tiraron a la noria, el pozo de agua, de la quinta de Barracas. Pero finalmente, el cuerpo fue encontrado por unos chicos que jugaban”, cuenta la historiadora.
Según Vicentini, Francisco se fugó a Corrientes, donde vivió en extrema pobreza; sus cómplices fueron fusilados y colgados en la Plaza de Mayo, mientras que su esposa Catalina terminó como una indigente.

Eso no fue todo porque las maldiciones para los habitantes de la casona continuaron y luego fue el turno de Felicitas. Quien fuera su marido, Martín Gregorio de Álzaga, era hijo de Félix de Álzaga y sobrino de Francisco, también era muy hábil porque heredó su porción de la fortuna pero decidió comprarle a las hermanas de su padre la parte de ellas.
“En la época en que Juan Manuel de Rosas era gobernador de Buenos Aires, Martín se tuvo que exiliar porque era opositor, se había mudado al sur de Brasil donde realizó distintos negocios vinculados a la hacienda. Allí se juntó con María Camino con quien tuvo cuatro hijos reconocidos, una nació en Brasil y el resto en Buenos Aires. A su regreso luego de que Rosas fue derrocado en 1852, nuevamente se devolvieron las tierras a sus legítimos propietarios, así como el dinero incautado por Rosas”, explica Vicentini.

Para la década de 1860, Martín Gregorio de Álzaga era uno de los estancieros más importantes de la Argentina que realizaba todo tipo de negocios con cueros, saladeros y mataderos. Cuenta la historiadora que, en esos tiempos se le acercó Carlos José Guerrero, el padre de Felicitas, “un español ambicioso que llegó a Buenos Aires a los catorce años para vivir bajo la tutela de unos parientes. No tenía nada y se dedicó a ser lanchero. Este era un negocio que funcionaba porque Buenos Aires no tenía un puerto profundo y los barcos tenían que quedarse aguas adentro, entonces había lanchas que iban del barco al muelle. Carlos Guerrero se había casado con Felicitas Cueto”, asegura la historiadora.

Si bien la quinta le pertenecía, Martín Gregorio vivía con su mujer y sus cuatro hijos en una linda casa en la calle Venezuela. Sin embargo, había empezado a frecuentar a los Guerrero y, poco después, Carlos le dio en matrimonio a Felicitas, su hija mayor, que en ese momento tenía 16 años, mientras que Álzaga tenía alrededor de 50. “Aquí empieza otra cadena de eventos trágicos”, advierte Vicentini.
La heredera universal
Felicitas se casó con Martín Gregorio en 1864 y en 1866 tuvo un hijo llamado Félix que solo vivió tres años. “No se sabe bien de qué falleció, la partida de defunción se perdió con los incendios de las iglesias durante la Revolución Libertadora de 1955. Su padre había hecho un testamento que establecía a este niño como su legítimo heredero, fruto de su matrimonio legal. Sin embargo, un año después, en 1870, Gregorio también falleció a causa de un accidente cerebrovascular o una leucemia, eso tampoco está claro”, advierte Vicentini.
“Oportunamente, antes de morir cambió su testamento para poner como legítima heredera a Felicitas y a su hijo por nacer, porque al parecer ella estaba embarazada. Sin embargo, esta modificación a favor de Felicitas la hizo moribundo, unos diez días antes de morir y no la firmó. Quien se ocupó de este testamento fue Bernabé Demaría, íntimo amigo del padre de la joven”, explica.
Finalmente, el niño nació muerto y la única heredera fue Felicitas, mientras que los hijos naturales de Álzaga recibieron una porción de la herencia, pero solo de dinero, no de propiedades.
A finales de 1871, Felicitas empezó a salir en sociedad, nuevamente. En esos tiempos conoció a Enrique Ocampo, de 34 años, quien se enamoró de ella pero poco después, cayó en problemas financieros y perdió mucho dinero. “Creo que ellos tenían una relación, no estoy tan segura de que él fuera un obsesivo perseguidor”, señala la historiadora.
Fue entonces cuando apareció Samuel Sáenz Valiente, dueño de campos, que se cruzó con ella en una noche de tormenta y quedó flechado. “Este candidato le encantaba al hermano de Felicitas, quien a esa altura manejaba toda la herencia de Álzaga, junto con su padre quien, de la noche a la mañana, se vio dueño de la fortuna más grande de la República”, cuenta.
En poco tiempo se resolvió un compromiso matrimonial que iba a ser anunciado la noche del 29 de enero de 1872, cuando se organizó en la quinta Álzaga una reunión por la inauguración de un puente de hierro hecho especialmente en Europa para cruzar el Río Salado, el cual permitiría unir los actuales partidos de Lezama y Castelli. “Felicitas había ido al centro a hacer unas compras y sus padres no estaban, sin embargo, la gente ya estaba reunida en su casa, junto con sus familiares y Samuel Sáenz Valiente, que la esperaban”, explica Vicentini.
En ese momento, se presentó Enrique Ocampo, pidió hablar con Felicitas que no se encontraba y cuando éste se estaba por retirar la vio llegar. Fue entonces que pidió hablar con ella en un salón a solas, a lo cual la joven accedió. Luego de una fuerte discusión y al grito de: “O te casas conmigo o no te casas con nadie”, y ante la negativa de su amada, Enrique le disparó.
La herida de bala fue fatal para Felicitas quien murió durante la madrugada del 30 de enero de 1872 pocos días antes de cumplir 25 años. “Su muerte dejó a sus padres como legítimos herederos de la fortuna de Álzaga porque ella no había tenido descendencia”, explica Vicentini.
En 1876, sus padres hicieron levantar la magnífica iglesia, se dice que en honor a su hija, y unos años después reformaron la casa bajo la impronta victoriana. “A principios del siglo XX, la mansión pasó a ser una oficina de la municipalidad de Buenos Aires, por alrededor de unos treinta años. A finales de la década de 1930, fue demolida para establecer allí lo que hoy conocemos como la Plaza Colombia”, dice Grementieri.
De la época del chalet original, solo se conserva la capilla, que fuera el oratorio privado de la familia Álzaga y que, actualmente, forma parte de la Iglesia Santa Felicitas. Todo lo demás pertenece al pasado tumultuoso y trágico de quienes habitaron la famosa quinta de Barracas.Quienes quieran sumergirse en la historia de la joven Guerrero, el próximo domingo 14 de enero se realizará una visita guiada de historia y ficción en el Museo de Santa Felicitas. Para más información escribir a visitasguiadas@santafelicitasmuseo.org.ar
http://indecquetrabajaiii.blogspot.com.ar/. INDECQUETRABAJA
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