sábado, 2 de noviembre de 2024

JUAN JOSÉ SEBRELI...Fue un crítico implacable del estatismo, pero nunca fue un idólatra del mercado”,


Velan en la Legislatura porteña al filósofo y escritor Juan José Sebreli
Intelectuales, políticos, periodistas, escritoras, cineastas y discípulos despidieron al escritor y filósofo; “Fue un crítico implacable del estatismo, pero nunca fue un idólatra del mercado”, dijo el historiador Horacio Tarcus
Daniel Gigena
Juan José Sebreli fue despedido por amigos y discípulos en la Legislatura Porteña
“Valiente”, “divertido”, “iconoclasta”, “proustiano”, “genial”, fueron algunos de los epítetos que usaron para describirlo los amigos y discípulos del escritor, filósofo y profesor Juan José Sebreli en la Legislatura porteña, donde se lo veló este viernes a partir de las 18. En una ironía del destino que él hubiera captado, el autor de Los deseos imaginarios del peronismo fue velado en el Salón Presidente Perón, en la planta baja del Palacio Legislativo. Sebreli, autor de una obra inigualable, falleció este viernes a los 93 años.
El diputado Fernando Iglesias, amigo y discípulo de Sebreli
“Fue mi mentor desde que lo conocí, en 2002, cuando presentó Crítica de las ideas políticas argentinas″, dijo el analista y ensayista Álvaro Zicarelli que al llegar saludó al escritor Marcelo Gioffré y al jurista y profesor Daniel Sabsay. “Marcelo fue como un hijo para Juan José”, comentó Sabsay, amigo y vecino del autor El asedio a la modernidad. Gioffré, designado albacea por Sebreli, estuvo acompañado por su hija Magdalena en la despedida.
Julio César Crivelli, Marcelo Gioffré y Jorge Sigal
También se acercaron a la Legislatura porteña las escritoras Alina Diaconú, Cristina Mucci y Josefina Delgado, el exministro de Cultura Pablo Avelluto y su pareja, la directora y guionista Carolina Azzi, codirectora con Pablo Racioppi de El Olimpo vacío, recomendable documental biográfico sobre Sebreli. Racioppi recordó anécdotas con Sebreli mientras filmaban la película.
Maximiliano Gregorio-Cernadas y Cecilia Scalisi
Avelluto lamentó que con la muerte del escritor y filósofo concluía el sueño que tenía de publicar un libro de Sebreli sobre su relación con el cine. “Hace más de un año los invitamos a él y a Mirtha Legrand a comer a casa, para que vieran juntos La vendedora de fantasías, dirigida por Daniel Tinayre y protagonizada por Mirtha, y la comentaran; fue divertidísimo y Mirtha quedó asombrada de los datos que tenía Juan José”, recordó Avelluto.
Álvaro Zicarelli y Alina Diaconú
Gioffré, que se ocupará de ahora en más de gestionar la obra de Sebreli, anticipó que había quedado casi terminado el libro sobre liberalismo que escribían juntos y que tenía en su poder un valioso inédito: el diario de viaje por China que Sebreli escribió en 1964, cuando visitó ese país junto con el escritor Bernardo Kordon y su esposa, Marina López, y el cineasta Fernando Birri. “Veremos si a los editores les interesa”, dijo Gioffré. El editor de Penguin Random House, Roberto Montes, asistió al velatorio.
Daniel Sabsay en la Legislatura Porteña
El diputado Fernando Iglesias se acercó a la Legislatura. “Fue mi maestro y mi amigo, y es la figura intelectual de mayor relevancia de las últimas décadas de la Argentina -dijo  Por su originalidad y por su valentía, en un país donde estos atributos no abundan. Hay dos libros de él que tienen más de treinta años, absolutamente vigentes y anticipatorios del debate de estos tiempos. En Los deseos imaginarios del peronismo, de 1983, Sebreli pone en blanco sobre negro la irracionalidad del principal responsable de la decadencia argentina: el peronismo. En El asedio a la modernidad, de 1991, describe perfectamente el avance del relativismo cultural, cuyos hijos sufrimos hoy: el wokismo, el nacionalismo populista, el feminismo sectario, la admiración de los intelectuales occidentales por culturas enemigas de la libertad y la democracia. Tremenda demostración de la potencia de su pensamiento, la realidad argentina y la mundial se debaten hoy en las páginas escritas por Sebreli”.
La escritora Josefina Delgado
También se despidieron de Sebreli el actor Luis Brandoni (”Vengo a despedir a un gran personaje de la cultura argentina, a un hombre valiente”, dijo); el director del Archivo General de la Nación, Emilio Perina; el profesor Fernando Pedrosa; la pareja conformada por el diplomático Maximiliano Gregorio-Cernadas y la periodista y gestora cultural Cecilia Scalisi; la periodista Silvia Mercado, el ensayista Carlos Cámpora, el violinista y activista cubano Luis Alberto Mariño, el periodista y editor Jorge Sigal y el abogado y escritor Julio César Crivelli.
Marcelo Gioffré dará a conocer las disposiciones testamentarias de Sebreli en las próximas horas
Crivelli, que preside la Asociación Amigos del Museo Nacional de Bellas Artes, reveló que Sebreli había legado al museo más importante del país el hermoso retrato pintado por Guillermo Roux. La biblioteca del “maestro Sebreli” (que efectivamente fue maestro de escuela por varios años) quedará en una institución argentina, adelantó Gioffré.
Carolina Azzi, Pablo Avelluto y Daniel Sabsay
El administrador de los bienes de Sebreli, Juan Carlos Balduzzi, remarcó la importancia del Premio Nacional a la trayectoria que el escritor recibió en 2018, y que consiste en cinco jubilaciones mínimas, para afrontar los gastos que tuvo en los últimos años. “Y la presencia de Marcelo”, enfatizó. Atendían a Sebreli tres cuidadores por día. Ningún funcionario de la Secretaría de Cultura concurrió al velatorio de uno de los intelectuales argentinos más importantes de las últimas décadas.
El director Pablo Racioppi
El historiador Horacio Tarcus despide a Sebreli
El director del Centro de Investigación y Documentación de Cultura de Izquierdas (CeDInCI), el historiador Horacio Tarcus, se formó con Sebreli en los cursos privados y “semiclandestinos” que el filósofo daba en su departamento durante la dictadura. A continuación, compartimos un escrito dedicado al autor de Escritos sobre escritos, ciudades bajo ciudades.
“Es una pena que Juan José Sebreli no haya replicado el relato ‘El otro’ de Jorge Luis Borges, poniendo a dialogar en un banco de una plaza de Buenos Aires al joven autor de Buenos Aires, vida cotidiana y alienación (1964) con el Sebreli anciano que acaba de fallecer. Él también podría haber desplegado toda una serie de paradojas derivadas de este encuentro imaginario.
Quien conozca a Sebreli solo por sus últimos libros, su radical oposición al aislamiento domiciliario durante la pandemia (la ‘infectadura’) y su apoyo a Milei durante el último ballotage, quedaría estupefacto con la lectura de la mayor parte de su obra. Desde su primer libro, hoy olvidado, Historia argentina y conciencia de clase (1957) hasta Apogeo y ocaso de los Anchorena (1972), pasando por Martínez Estrada, una rebelión inútil (1960), Sebreli consagró media docena de obras a desmontar los mitos fundacionales del liberalismo argentino. Por entonces, Jean-Paul Sartre estaba en el centro de su constelación intelectual. Tercer Mundo, mito burgués (1975) fue una obra teórica notable, deudora de las tesis juveniles del marxista húngaro Georg Lukács. Tanto Fútbol y masas (1981) como Los deseos imaginarios del peronismo (1983) encontraron inspiración en las tesis del marxista alemán Theodor W. Adorno.
Ninguna de estas obras, ni siquiera las más desvaídas de los últimos años, prefiguran un acercamiento a las ideas de Javier Milei. Su apoyo en diciembre pasado responde más su voluntad casi compulsiva por épateur le bourgeois, por sorprender, por aparecer regularmente en los medios desafiando lo establecido. Sebreli se inventó a sí mismo como el eterno opositor. Una suerte de demonio socrático lo llevaba a superarse a sí mismo una y otra vez. Fue peronista en la revista Contorno y ‘contornista’ en la revista Sur, activista gay en un mundo homofóbico, izquierdista en el seno de la élite liberal, crítico del populismo y del foquismo dentro la izquierda, demócrata frente a la dictadura, liberal frente a la democracia y conservador frente al liberalismo. Sin embargo, el antiintelectualismo que campea en el discurso oficial siempre le fue ajeno, en las sucesivas etapas de su vida. Fue un crítico implacable del estatismo, pero nunca fue un idólatra del mercado. Es cierto que atacó los particularismos y los nacionalismos en nombre de los valores universalistas, pero al mismo tiempo conoció y amó cada rincón singular de Buenos Aires, lamentando la pérdida de identidad cultural de las ciudades contemporáneas manifiesta en la cultura consumista e igualadora del shopping”.
La perturbadora lucidez de un filósofo de alto nivel, historiador agudo y politólogo sagaz
Sebreli muere cuando por fin triunfa, cuando un intelectual de la universidad argentina, donde se lo ninguneó durante siete décadas, se dedica a rescatar su legado; su ilustre fantasma seguirá azotando nuestras consciencias para siempre
Jorge Fernández Díaz
Juan José Sebreli, en los años 60
Su desconfianza con los sucesivos entusiasmos argentinos, su disposición a refutar las ideologías de moda, su valentía para cuestionar los mitos e ídolos intocables del país y su templanza para encarnar en cada momento el espíritu crítico y aguantar una sorda y prolongada cancelación por parte de los cenáculos académicos, caracterizan la vida, la obra y el temple de Juan José Sebreli. Después de setenta años de “ninguneo” y de formar parte de las sucesivas listas negras de los señores profesores, por primera vez uno de ellos –Carlos Cámpora– se dedicó a estudiar integralmente sus libros, que carecían de reconocimientos críticos, pero que poseían lo que muy pocos tienen: muchos lectores y una notable influencia en el mundo real. Sebreli asistió a la presentación de El incansable polemista (Biblos), que hicimos hace diez días en la Biblioteca Nacional. Llegó visiblemente deteriorado y me dijo que prefería no hablar durante el acto: “Ni se te ocurra pasarme el micrófono”. Había padecido un ACV y toda clase enfermedades, y había resucitado muchas veces, así que no logró preocuparme especialmente: tenía una mala salud de hierro y parecía indestructible. Por azar o por destino, Sebreli muere cuando por fin triunfa. Es decir, cuando un intelectual de la universidad argentina se dedica por fin a su legado y lo plasma en un gran ensayo. Su muerte abrirá seguramente una catarata de estudios críticos, y los mandarines le darán así el realce que merece: suele suceder con los grandes escritores impugnados; reciben los laureles una vez que fallecen y se vuelven inofensivos.
Aunque, claro está, Sebreli nunca será inofensivo, puesto que allí quedan sus libros, que son una secreta autobiografía intelectual y también un testimonio subversivo de las creencias –con sus aciertos y errores- que cruzaron el siglo XX y parte del XXI. Queda inconcluso un libro que estaba investigando junto con su gran socio e interlocutor, el escritor Marcelo Gioffré: ambos se consideran “liberales de izquierda”, y pergeñaban ese ensayo como una velada crítica al mileísmo, que encarna un populismo de derecha. Sebreli había votado por Milei como un acto desesperado de última instancia, pero se sentía a gusto dentro de lo que irónicamente el crítico Leonardo D’Espósito denominó alguna vez como el Instituto Paria, lugar imaginario en el que se atrincheran muchos artistas y pensadores republicanos que no se identifican con este derechismo de nuevo cuño.
En El tiempo de una vida, donde garabatea sus memorias, Sebreli hace un repaso por su época existencialista, sus fuertes controversias y su acercamiento al marxismo en sus diferentes cepas, y confiesa que al principio no pudo sustraerse a una cosmovisión que era hegemónica en la intelectualidad: “La idea de dictaduras progresistas, el desdén por la democracia, la inevitabilidad de los cambios revolucionarios violentos y la justificación del terrorismo”. Esto lo acercó también a lo que denominaba sardónicamente como un “peronismo imaginario”, deudor en verdad de “una rebelión juvenil, un deseo bohemio de espantar a los burgueses, tan típicamente pequeñoburgués como las convenciones y los tabúes a los que pretendía oponerme”. El peronismo le parecía menos gris y tedioso que la oposición, y le encantaban las humillaciones que operaba el régimen justicialista sobre “las damas de abolengo”, el hostigamiento al Jockey Club, el “tragicómico encarcelamiento” de Victoria Ocampo, la degradación laboral de Borges, la desfachatez de Evita, los discursos furibundos de Perón. Y también aquella infame quema de las iglesias, en la que el joven Sebreli creía equivocadamente ver el anticlericalismo incendiario de los republicanos españoles y revolucionarios. Esa primera etapa, de la que luego se arrepentiría con honestidad y de punta a punta, estuvo signada por el amor hacia lo “plebeyo” y porque su “sed de mesianismo, de utopía milenarista, era insaciable: como no encontraba nada mejor a mano, calmaba la ansiedad con cualquier remedo grotesco. Las multitudes en la calle y la idílica fraternidad de llamar ‘compañero’ a un desconocido resultaban fascinantes. La exaltación lírica, la borrachera de izquierda, no se detenía ante los obstinados datos de la realidad”.
Jorge Fernández Díaz y Juan José Sebreli, en la presentación del libro "El incansable polemista", la semana pasada, en la Biblioteca Nacional
En aquellos años turbulentos conoció y polemizó con David Viñas, Oscar Masotta, Jorge Abelardo Ramos, Arturo Jauretche, John William Cooke y tantos referentes de todas esas corrientes izquierdistas. Un hito en su fuga de esos dogmas –el socialismo nacional, el guevarismo, el trotskismo, el maoísmo- fue sin duda un viaje a China, donde vio con sus propios ojos cómo funcionaba realmente el marxismo verdadero. Tres escenas ulteriores explican el espíritu contracíclico de Sebreli. La primera sucede en el bar La Paz y durante los violentos años setenta: Juan José recordaba siempre el modo en que muchos amigos y conocidos suyos se subían a las mesas, blandían sus armas cortas y entonaban amenazantes cánticos montoneros. El autor de Dios en el laberinto no se atrevía a pronunciar lo que ya pensaba: estos muchachos marchaban ciegamente hacia una tragedia descomunal. Más adelante, durante la larga noche de la dictadura militar, hay que pensar en Juan José Sebreli recluido en su casa, impartiendo clandestinamente clases de filosofía marxista en esa suerte de cátedra en las sombras y corriendo el consecuente peligro de muerte. Y finalmente, durante la guerra de Malvinas, caminando por las calles enfervorecidas y ebrias de patriotismo: el escritor solía decir que su sola cara circunspecta y preocupada levantaba sospechas frente a una unanimidad de gestos festivos.
Emerge de todo ese período con un libro liminar: Los deseos imaginarios del peronismo, que presentó en la librería Clásica y Moderna: se reunió tal multitud para escucharlo que tuvieron que cortar la avenida Callao. Su crítica al Movimiento Justicialista combinaba por primera vez los cuestionamientos de la derecha y la izquierda: la primera señalaba la afinidad inicial de Perón con el fascismo y la segunda con el bonapartismo (Ramos dixit). Ya con sus clásicos Buenos Aires, vida cotidiana y alienación y Mar del Plata, el ocio represivo se había transformado en un best seller de la época. Pero el ensayo sobre el peronismo resultó todo un fenómeno de ventas y un texto de discusión caliente en la naciente democracia. Sebreli acuñó entonces una denominación extraordinaria para los montoneros: “Son fascistas de izquierda”. Concepto que también defenderían los periodistas Pablo Giusani y Jacobo Timerman. En los años ochenta, como el salmón que nada contra la corriente, Sebreli se permitió una herejía: cuestionar de raíz y sin ambages la historia, el relato y la praxis del partido que hegemonizaría la política argenta, actitud que mantendría inalterable durante la era kirchnerista, donde el gobierno de Néstor y Cristina buscó invisibilizarlo de diversas formas.
Autodidacta y erudito, como Borges, fue un sociólogo del estaño, un filósofo de alto nivel, un historiador agudo, un politólogo sagaz y también un ideólogo de la utópica y nunca realizada socialdemocracia nacional. Escribió en Sur, en Contorno y muchas veces Cargó contra Martínez Estrada, contra la cultura del fútbol, contra el Che Guevara, Gardel, Evita y Maradona. También contra Jorge Bergoglio, y se complacía mucho en escandalizar al Vaticano y al obispado peronista que el papa Francisco armó en nuestro país. El asedio a la modernidad, El vacilar de las cosas y Las aventuras de la vanguardia forman una trilogía esencial y profunda. Su Crítica de las ideas políticas argentinas es un libro de consulta, una enciclopedia de nuestros grandes malentendidos.
Fui su lector constante desde mi primera juventud. Al principio lo leía para odiarlo, luego para comprenderlo, finalmente para deleitarme con su perturbadora lucidez. Tuve la suerte de conocerlo y entrevistarlo en muchísimas ocasiones a lo largo de los últimos veinticinco años. En la distancia corta, y fuera de micrófono, Sebreli era además un gran melómano, un entendido en todo tipo de arte, un cinéfilo empedernido y un exquisito lector de ficción. Siento orgullo al decir que leía mis novelas y mis columnas, venía a mis presentaciones y era un oyente permanente de mis programas radiales, y que me pidió que lo acompañara en momentos cruciales, como cuando lo nombraron Ciudadano Ilustre de la Ciudad de Buenos Aires. Sebreli se consideraba más un porteño que un argentino, le interesaban más estos barrios que cualquier otro vergel de tierra adentro. Extrañaremos su voz y su prosa, pero me atrevo a decir que su ilustre fantasma seguirá azotando nuestras consciencias. Para siempre.
Adiós a Juan José Sebreli, decano de nuestro salón
Infaltable en las tertulias musicales, culturales y políticas, la actualidad, sin su presencia, será menos rica y trascendente
Cecilia Scalisi
Juan José Sebreli murió esta madrugada, a los 93 años
AJuan José le gustaban las esterlicias —la flor del ave del paraíso—, el champagne y las cosas dulces, la elegancia, la cortesía y los perfumes refinados, el piano, la música instrumental sobre todo el final del siglo XIX, más los libretos que las partituras, el sillón con apoyabrazos y almohadones de plumas. Trataba de ser el último en llegar para que los demás invitados no lo importunaran preguntando por el destino de nuestra convulsionada Argentina. Total, ya sabía que sin él la reunión no comenzaba, que tenía su lugar reservado (ese sillón en primera fila con el almohadón de plumas), y que a la hora de las presentaciones no había precedencia que le quitara el derecho de ser nombrado “el primero del salón”. No había autoridad por encima de la de este decano de las tertulias musicales, culturales y políticas que organizamos con mi esposo en casa (donde por ejemplo conoció emocionado a la bisnieta de Richard Wagner), que mereciera una mención tan agradecida o suscitara el aplauso afectuoso de los amigos a los que correspondía sin soberbia, con su sonrisa gardeliana.
Juan José Sebreli en casa de Max Cernadas y Cecilia Scalisi
Lo conocimos en Berlín hace más de veinte años. Antes de convertirnos en sus anfitriones, recibimos una minuciosa lista con los sitios que deseaba visitar: un mapa de la avidez, un verdadero atlas del intelecto inagotable de uno de los hombres más brillantes de la Argentina contemporánea, hasta la madrugada de hoy, el más grande pensador vivo. De esa época data nuestra amistad y admiración, el gusto compartido por la música y aquel viaje en los albores del milenio, las conversaciones, la euforia de su primer día berlinés en el mítico Café Adler am Checkpoint Charlie (el famoso paso fronterizo de la Guerra fría) y las recorridas por los extremos de una ciudad que en su cabeza parecía conocer de memoria y quería capturar hasta el último rincón. Recuerdo dos aspectos que despertaban en él una curiosidad incansable: los laberintos de la Staatsoper con las cicatrices de su trágica historia y los recovecos más oscuros de la vieja Berlín, el lado comunista de la antigua ciudad oriental donde nada escapaba a su entusiasta y apasionado juicio.
Celebramos su cumpleaños número 92 con una fiesta magnífica. Encargamos con Marcelo Gioffré una exquisita torta-libro con la portada de su “Buenos Aires. Vida Cotidiana y Alienación” hecha de mousse de chocolate que fue la sensación de la noche. “Además de las esterlizias y los bombones, Juan José, ¿qué te gustaría para ese día?”, le preguntamos. “¡Música, por favor! Quiero música porque ya no puedo ir a los conciertos y más que los debates políticos, lo que añoro es la música”. La pianista Melina Marcos interpretó para él un repertorio de música argentina, piezas cultas (y para él nostálgicas) compuestas a principios del pasado siglo. “Yo adoro esto —decía—porque me siento en los salones de Proust”.
Sebreli soplando las velitas de la torta libro de su cumpleaños 92
Pocos meses antes había presentado Entre Buenos Aires y Madrid. Diálogos con Blas Matamoro, un último libro del que cito esta suerte de despedida: “No se trata de revivir la escena de una película que ya nadie ve, o el gesto de un actor que murió, el ritmo de una melodía que nadie escucha, la fachada de un edificio derruido, cafés o barrios perdidos (…) ¿Nos encontramos en un callejón sin salida? ¿Nos espera el caos? No necesariamente. Solo podemos afirmar que recuperar el tiempo pasado y la experiencia de una persona que atravesó casi dos siglos, no es una tarea vana, es la base de la que está hecha nuestra mínima capacidad de historizar y de dotar de sentido esta actualidad escurridiza.”
Una actualidad que sin su presencia será menos rica y trascendente. A Juan José Sebreli, ese amigo entrañable que nos ha honrado y enorgullecido a todos quienes nos congregamos en las inolvidables reuniones de nuestro salón: infinitas gracias.

http://indecquetrabajaiii.blogspot.com.ar/. INDECQUETRABAJA

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