domingo, 10 de diciembre de 2023

40 AÑOS DE DEMOCRACIA....UN LOGRO CON GRAVES DEUDAS PENDIENTES


De la ilusión inicial a la pobreza y la prebenda
Luis Alberto Romero
El ya ritual balance de una nueva década de nuestra democracia nos sorprende en un momento de incertidumbre, abierto e imprevisible, que además, por primera vez desde 1983, coincide con una asunción presidencial. Esa incertidumbre tiñe cualquier caracterización de los logros democráticos, sus fracasos y sus deudas. Hoy lo lógico es ser pesimista. pero a la vez, un nuevo gobierno –incluso este, tan peculiar– siempre genera expectativas.
“Democracia” es un término tan prestigioso como impreciso. para unos, se asocia con la institucionalidad republicana y con la libertad, tal como está escrito en la constitución. para otros, refiere a la ratificación mediante el sufragio de un líder consagrado a lograr la igualdad, incluso forzando las normas constitucionales.

Recordemos el “momento Alfonsín”, el de la ilusión, que aunaba ambos sentidos. por entonces el gobierno democrático, apoyado por una ciudadanía virtuosa, se proponía sentar las sólidas bases del Estado de derecho, y a la vez solucionar los problemas de la sociedad, pues con la democracia –una suerte de panacea– se comía, se curaba, se educaba.
Sin embargo, a lo largo de cuatro décadas, la democracia propuesta en 1983 fue derivando en otra en la que, mientras crecía la crisis social, se expandía la autoridad del Ejecutivo, que, corroyendo las instituciones y las herramientas de control del Estado, fue avanzando hacia el autoritarismo. Dos intentos de revertir esta tendencia, en 1999 y en 2015, fracasaron.
Con la democracia se gobernó una sociedad que, paso a paso, se fue haciendo cada vez menos democrática, a menos que tomemos como rasgo democrático la igualación en la pobreza. Solo en ese contexto de una larga crisis social entenderemos cabalmente este tránsito institucional, en el que –según se lo mire– la democracia puede ser considerada víctima, responsable o cómplice.
Lo cierto es que, en 40 años, la sociedad y el Estado cambiaron mucho, y la política acompañó los cambios. Señalo dos rasgos principales. por un lado, la sociedad se quedó sin los ciudadanos que alimentaron el proyecto democrático inicial. por otro, las corporaciones –grandes o chicas, legales o mafiosas– capturaron el control del Estado en combinación con un nuevo y voraz depredador, surgido de una clase política de indudables credenciales democráticas.
En 1983 todavía existía un considerable sector de ciudadanos conscientes y educados que daba sentido a la propuesta democrática. Venían de la vieja argentina, la del empleo, la educación y el ascenso basado en el mérito. a esos ciudadanos se los vio muy activos: se afiliaron a los partidos políticos, estuvieron en la plaza cuando fue necesario e hicieron oír su voz en una renacida sociedad civil. Luego los fue ganando la desilusión.
Mientras tanto, se hacía evidente que –quizá desde 1975– el proceso social había revertido su secular sentido; el desempleo engrosaba un mundo de la pobreza abandonado por el Estado, en el que gradualmente iban cayendo vastos sectores de las clases medias. En 2001 los pobres aparecieron en la escena pública, se organizaron y le reclamaron a un Estado que, a falta de trabajo, educación, salud o seguridad, podía distribuir subsidios. Lo hicieron conducidos por nuevas organizaciones –llamadas sociales o piqueteras–, cuyos dirigentes pronto se sumaron a la clientela estable de prebendados del Estado.
Este vasto mundo de la pobreza cambió la forma de la política democrática. con el achicamiento de los sectores medios y la crisis de los partidos luego de 2001, resurgieron plenamente los “gobiernos electores”. El sentido del sufragio se invirtió. Los subsidios estatales permitieron a los gobernantes montar las redes de un eficiente sistema de “producción del voto” –digno de la época de la “oligarquía”– que les aseguraba mantenerse en el poder.
Junto a esta vuelta al pasado, hoy presenciamos un salto al futuro: las redes sociales son también un instrumento de construcción del sufragio. aquí, quien gobierna el Estado es solo un competidor más, en un universo de emprendedores políticos mediáticos, expertos en captar una atención fragmentaria y lábil, que prefiere mensajes simples y contundentes. Es otro público, pero igualmente ajeno al mundo –ya mas ideal que real– de los partidos políticos, la formación cívica, el debate público e inclusive a las formas tradicionales de movilización política. “planeros” y tuiteros encajan mal en el viejo modelo de la ciudadanía.
El segundo rasgo que caracteriza a la argentina democrática es la captura del Estado por los grupos de interés. Es una historia vieja como el Estado mismo, pero durante mucho tiempo éste llevó la voz cantante, mientras los grupos de interés tejían el contracanto.
El gran cambio se produjo a mediados de los años setenta y se profundizó en la era democrática. consistió en una política –sostenida de un modo un otro por todos los gobiernos– tendiente a desarmar el núcleo vivo y activo del Estado, es decir el lugar donde se da forma a las políticas y a la vez se controla a los gobernantes. con creciente generosidad, los gobernantes –elegidos democráticamente– concedieron lo demandado por grupos de interés de magnitud y consistencia variada –desde grandes corporaciones a pequeños aprovechadores– y obtuvieron su parte en los beneficios, algo que en los años 90 se tramitaba en lo que metafóricamente se llamó la “carpa chica”.
Con Nestor Kirchner se pasó a una fase superior: el núcleo gobernante, encabezado por un presidente que ingresaba en la etapa decisionista del autoritarismo, pasó a ser quien promovió personalmente los negocios con los que se saqueaba al Estado, relegando a los empresarios a una función ancilar, tal como quedó registrado en los célebres “cuadernos de las coimas”. La palabra que caracterizó esta etapa fue “cleptocracia”.
La acción de los gobernantes siempre tiene algo de ejemplar. Lo que se hizo en los niveles altos del Estado se reprodujo en cascada. casi cualquier grupo de interés ha aceptado que así son las cosas y se ha sumado, en la medida de sus posibilidades, al mundo de los prebendados, un espectro que incluye desde grandes grupos empresarios hasta bandas delictivas. En cuanto a su contraparte, la burocracia estatal, no es fácil encontrar sectores donde estas prácticas no se hayan instalado. Estas relaciones, que bien pueden llamarse mafiosas, hoy constituyen el statu quo.
Ciertamente, cualquier balance de 40 años de democracia debe comenzar con la celebración de su duración y la vigencia de sus instituciones fundamentales, que han resistido los avances autoritarios. pero en el debe de su vida hay que incluir estos dos factores: el peso de los gobiernos electores y la corrupción del Estado por un conjunto de grupos prebendados, entre los cuales están los políticos electos. Son dos determinantes muy fuertes para cualquier gobierno.
La última elección tuvo un resultado sorprendente. Entre un oficialismo desgastado y una oposición carente del necesario golpe de efecto, se impuso un candidato ajeno a todo, que centró su campaña en las redes sociales y encontró la interpelación justa para canalizar los enojos y ansiedades: la “casta”, algo tan ambiguo como la vieja “oligarquía”. igualmente ambiguo es el mandato de las urnas: cambiar; si no todo, algo que se note, y pronto.
El país tiene problemas tan graves y profundos que parece imposible resolverlos. También es cierto que hay coyunturas excepcionales donde la acción de los protagonistas puede cambiar el rumbo, por acciones intencionales o, mejor, de manera lenta y oblicua. Mañana, 10 de diciembre, comenzará a disiparse la incertidumbre. Es probable que Milei se estrelle contra la muralla del statu quo, pero quizá encuentre una brecha.esposible que cambien las políticas y también las formas de hacer política. También es posible que –por el contrario– se desencadene la fase final de la formidable crisis que ronda en esta coyuntura.todo está abierto hoy. De repente, la argentina se ha convertido en un caso interesante.

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Un hito para celebrar, pero con balance amargo
Norma Morandini
Uno siempre responde con su vida entera a las preguntas más importantes, escribió Sándor Márai, ese gran escritor húngaro que respondió con el destierro al régimen comunista que rechazaba. Se había prometido regresar a su país natal solo cuando cayera el régimen. Murió en los Estados Unidos sin ver el desmoronamiento de la Unión Sovietica.
Mi vida personal se confunde con el tiempo que conmemoramos y he tratado de responder con mi vida a las preguntas para mí importantes, las que me siguen interpelando desde que debí poner mi entendimiento en la mayor tragedia contemporánea de la argentina, la violencia como sustitución de la política. Desde el inicio de esta etapa democrática, la promesa de un futuro de libertad quedó encadenada a ese pasado que se impuso como terror y, paradójicamente, nos dio a los argentinos una idea de democracia ajena a nuestra tradición política de golpes de Estado y una concepción de poder autoritaria, personalista.
poco se repara en que el 10 de diciembre, cuando celebramos el inicio de los gobiernos, se conmemora el Día internacional de los Derechos Humanos, esa filosofía jurídica que late en el corazón de nuestra constitución reformada y nació de los horrores del nazismo para proteger al ciudadano de la prepotencia de los Estados. Una concepción liberal, nacida en las postrimerías de la Segunda Guerra Mundial, bajo la inspiración de las “cuatro libertades de roosevelt: libertad para decir, libertad para rezar, libertad para vivir sin miedo y sin necesidades”.
Ya quisiéramos los argentinos que en la apertura del año legislativo un presidente, como lo hizo Franklin Delano roosevelt en enero de 1941, en lugar de hablar de finanzas y ajustes nos asegure un futuro de libertad. No como grito de guerra, sino como prenda de igualdad, por el irrestricto cumplimiento de las leyes que garantizan esa libertad para expresarnos sin patrullaje ideológico, rezar al santo que queramos sin la imposición ni la supremacía de ninguna iglesia, libertad para vivir sin hambre, sin carencias y sin miedo.


Debemos celebrar las cuatro décadas de continuidad electoral, un triunfo sobre nuestra historia de golpes de Estado con escasísimos períodos democráticos. pero, a la luz de las cifras actuales de pobreza y el desprestigio de la política, el balance es amargo y las preguntas incómodas. ¿Qué hicimos mal para que, cuatro décadas después, la misma idea de igualdad democrática quede invalidada ante las cifras de la pobreza? ¿Qué nos sucedió para que se haya malversado la misma idea democrática, definida por la pluralidad y la alternancia en el poder, y sobreviva una cultura autocrática, personalista, que confunde al gobierno con el Estado y ha devaluado peligrosamente a la política, sin la cual mal podemos hablar de democracia?
La primera década fue la de la primavera democrática. El Juicio a las Juntas, al sentar en el banco de los acusados a los jerarcas de la muerte, hizo nacer la democracia de la manera mas auspiciosa. Era el fin de la impunidad, el “Nunca más” a la violencia política, el mayor consenso al que llegó la conciencia colectiva de nuestro país. En la amedrentada sociedad del inicio de la democracia, pocos querían escuchar los relatos de sufrimiento de los sobrevivientes, que fueron más una constatación de lo que se temía que una luz para iluminar los recovecos mas oscuros a fin de entender lo que sucedió. así, lo que había nacido luminoso entró en la oscuridad de los chantajes militares, que le arrancaron a la democracia las leyes de obediencia debida y punto final.
La segunda década fue la del regreso del peronismo en su versión liberal, que privatizó hasta el suspiro, nos dio la ilusión de un peso-un dólar y el respiro frente a la inflación. También la década del indulto a Videla y Firmenich. El fin de la convertibilidad instaló el primer experimento de una coalición de gobierno que, tras su fracaso y la furia del que se “vayan todos”, trajo de nuevo al peronismo ya en su versión kirchnerista y con el eufemismo del progresismo. Sobre los escombros, en lugar de reconstruir al país, los Kirchner fueron eficaces en elaborar una narrativa ideológica para aumentar el poder personal. Los últimos veinte años permiten entender la argentina de hoy. Los “pibes de la liberación” del adoctrinamiento kirchnerista fueron reemplazados por los libertarios del mercado. Es de desear que respeten la pluralidad y el disenso.
Como de lo que se trata es de dar cuenta con nuestras vidas a las preguntas de nuestro tiempo, tras la crisis de 2001 vencí mis prejuicios y acepté participar en política. cambie la pluma de la periodista por la tribuna de la política .¿por qué seguir negándome, si yo misma había sido atropellada por la ausencia de la política? Mi vida legislativa como diputada y senadora coincidió con los gobiernos de Néstor y de cristina Kirchner. Una casualidad perturbadora: mis dos hermanos presos desaparecidos en la ESMA, arrojados al agua en los vuelos de la muerte, se llamaban Néstor y cristina. Nunca había imaginado para mí el lugar de opositora a la profanación de la memoria, a la utilización política de los derechos humanos, con una narrativa parcial, ideológica, doctrinaria, que glorificó el pasado violento y postergó la reconciliación de lo que la dictadura había violado, la convivencia democrática. Ningún curso de ciencias políticas ni mi paso por las redacciones me pudieron dar la visión directa, práctica de la vida política escenificada en el congreso en la tercera década democrática, la mas dramática, porque retrotrajo el lenguaje de odio y cavó zanjas entre los argentinos.
La apropiación y utilización política de los derechos humanos por parte del kirchnerismo le sustrajo a la sociedad la posibilidad del debate público tendiente a entender lo que nos sucedió, asumir las responsabilidades sobre lo ocurrido y decidir entre todos lo que debemos hacer con la tragedia pasada para allanar el camino del aprendizaje democrático.
Padecí un parlamento manejado a control remoto desde el poder Ejecutivo, que impuso la mayoría y canceló la deliberación. La democracia puede recaer en la tiranía de las mayorías, pero el republicanismo, con la división de poderes, pone límites a la tentación mayoritaria. Sin embargo, en la casa política de la democracia se modificaron hasta los rituales que perpetúan las instituciones republicanas. El “Sí, juro” del compromiso a la constitución fue reemplazado por fórmulas personales que advierten sobre la naturalización de actitudes antirrepublicanas, como por ejemplo que cristina Kirchner haya recibido los atributos del poder de mano de su hija Florencia o se haya negado a traspasarlas a un presidente democrático.
Para mí, la verdadera enseñanza fue reconocer lo que ignoraba, la complejidad del Estado y el requisito de idoneidad de sus funcionarios, en lugar de la militancia y el “nombrame a la piba” de las dinastías políticas que han copado el Estado con el gobierno de los parientes.
Estos veinte años de tentación autoritaria buscaron sacar a los medios del medio para remplazar la información con propaganda de gobierno. Esto distorsionó al periodismo y nos obliga también a salir del lugar de correveidiles y chismosos de los despachos, para elevar el debate público a fin de que ayude a mejorar la calidad de la democracia que da fundamento a la prensa.
Paradójicamente, mi participación como legisladora me devolvió la confianza en la política, porque fui testigo del daño que hacen los malos políticos, aquellos que anteponen sus intereses personales a los intereses colectivos. Entendí cuán necesarios e importantes son para un país los buenos políticos, personas capaces de reunir en un mismo lugar a ciudadanos que quieren cosas diferentes pero deben acordar y hacerlas juntos. La política, al final, actúa sobre las discrepancias para evitar las divisiones y los enfrentamientos. Es mi augurio democrático.

http://indecquetrabajaiii.blogspot.com.ar/. INDECQUETRABAJA


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