Una palabra prohibida para la política, que ahora es la bandera de Milei
Diego Cabot
Sol pleno y la Plaza del Congreso llena de banderas argentinas, como pidió Javier Milei. La política empezaba a vivir una nueva era, y quizás haya un momento en el que se resuma el cambio de clima. Se trata de una palabra: “ajuste”. Hasta ahora, esas seis letras no las pronunciaba la política, se podría decir que estaba prohibida. Pero este 10 de diciembre de 2023 ese vocablo es la bandera del nuevo presidente.
La innovación discursiva no tiene precedentes. Históricamente, anunciar un ajuste no era una cuestión de un jefe de Estado, sino que estaba en manos de algún ministro que, muchas veces, hacía las veces de fusible. Pero esta vez, Milei, de cara a su gente y rodeado por los invitados que asistieron a su jura, no anduvo con vueltas. El ajuste fue el gran tema sobre el que giraron los 35 minutos de discurso en las escalinatas del Congreso. Dijo, y fue ovacionado, que esta vez recaerá sobre la política y no sobre la gente. La plaza aplaudió.
En esa sentencia se resume gran parte de lo que vendrá y de las incógnitas. “Habrá un ajuste de 5,5 puntos del PBI”, sostuvo el Presidente. Ahora bien, no hay manera de que un recorte de ese tamaño no implique un fuerte impacto en la sociedad. De hecho, por más que se quiten privilegios a los funcionarios, que se cuiden de no sedimentar otra capa de burocracia dentro del Estado o que retiren los choferes o los viáticos, pues solo se conseguirá un pequeño vuelto. El ajuste, como se declamó, requiere de números más grandes. Exageradamente más importantes que estos cosméticos.
Claro que esos gestos son icónicos. Importan y mucho cuando se trata de ilustrar las formas y el sentido de las medidas. Mucho más, aun cuando desde el mismísimo minuto uno de la gestión se les pide a los ciudadanos un enorme esfuerzo. Todo parece indicar que el recorte de gastos en este sector será fuerte. La credibilidad se construye así, con pequeños gestos. Pero, como se dijo, no resultará suficiente.
La bacanal de emisión monetaria, deuda en pesos y gasto público en la que el gobierno saliente sumergió a la Argentina tendrá consecuencias muy fuertes en el tiempo que vendrá.
Si algo no se le podrá reprochar jamás a Milei es que no fue directo en lo que piensa hacer. De hecho, fue el pilar discursivo de su campaña electoral. No se equivoca cuando él y sus colaboradores, puertas adentro de La Libertad Avanza, sostienen que fue votado para hacer el ajuste. La duda, que es difícil despejar, es qué pasara cuando el calor de las reformas empiece a calentar la habitación de ese votante convencido. “Será el último esfuerzo”, argumenta Milei.
Ya dijo que será un shock, que no hay plata para financiar un gradualismo y que vendrán tiempos de inflación, y hasta se atrevió a un pronóstico: entre 20% y 40% mensual entre diciembre y febrero. Solo eso, sin contar ninguna otra medida, impactará en los sectores sociales más desprotegidos.
Los números de inflación que refirió Milei en su discurso asustan de solo pronunciarlos. Claro que solo sucederían si no se ajusta, sostiene el Presidente. Habló de que el kirchnerismo dejó establecidas condiciones monetarias que podrían llevar el índice a 3600% anual y que, en caso de no accionar, esa cifra se podría cuadruplicar. Pocos quedarían en pie con semejantes números. Incluso su gobierno debería buscar otro tipo de alianzas para poder sortear semejante calvario inflacionario.
Las pruebas empíricas, es decir lo que está probado por la ocurrencia o la práctica, metodología que mencionó el Presidente en su discurso, dan certezas de que la inflación afecta mucho más a los que menos tienen. Y si bien está claro que es el efecto de lo que queda plantado por la administración de Alberto Fernández, la Argentina se encamina a convivir en el primer trimestre con más de la mitad de la gente bajo la línea de pobreza.
El ajuste, por más que el epicentro sea en la política, impactará mucho más allá y la ola expansiva repercutirá en todo el país. Es verdad que el Presidente habló con la sinceridad y la crudeza como bandera, pero no menos cierto es que aquella idea de que el ajuste solo será para la política no será tan fácil de practicar.
Esa certeza lleva a otra de las principales oraciones que pronunció Milei. “El que corta no cobra”, dijo en referencia a los piquetes y bloqueos de calles, al tiempo que coronó uno de los pilares discursivos de su campaña y que, seguramente, será una de las frases fundacionales de su gestión. El punto ilustra dos cosas. Primero, el brazo firme respecto de lo que sucederá en la calle; el segundo, que seguirá con los pagos de ayuda social.
Milei sabe perfectamente el impacto de la inflación en la sociedad. Más aún, teórico económico como es, de las consecuencias de la estanflación que también pronosticó. Esta última –aumento generalizado de precios con estancamiento de la economía– destruye no solo el poder adquisitivo, sino el empleo. De ahí que en su mención por elevación a las organizaciones sociales incluyó el “cobrar”. Visto del otro lado, les dijo que les va a pagar, pero que no aceptará someterse al chantaje de los cortes de calles.
“Ningún gobierno ha recibido una herencia peor que la que estamos recibiendo nosotros. El kirchnerismo, que en sus inicios se jactaba de tener superávits gemelos, esto es, superávit fiscal y externo, hoy nos deja déficits gemelos por 17% del PBI. A su vez, de esos 17 puntos del PBI, 15 corresponden al déficit consolidado entre el Tesoro y el Banco Central”, leyó.
En esta última frase que incluyó en su discurso se esconden la emisión monetaria, el financiamiento de la entidad a la administración pública y la deuda de las Leliq y otros pasivos del BCRA. Milei le da una importancia suprema a este tema y de ahí que como ministro de Economía haya elegido a Luis Caputo, un hombre más cerca de las finanzas que de la economía. Desarmar esta madeja inflacionaria será un tema inmediato; de mañana.
Algunos de los lineamientos del ajuste ya han sido adelantados en campaña. El Presidente nunca escondió sus planes sobre la obra pública, las concesiones o el destino de las compañías del Estado. Ese será un territorio por donde transcurrirán muchos de los anuncios de estos días y gran parte del ajuste. Primero, por la necesidad de recortar gastos; segundo, por la capacidad de generar reflejo social que tienen esos sectores. Claro que nada será inmediato, ya que esos recortes tienen paso obligatorio por el Congreso, y aunque consiga la ley ómnibus en pocos días con delegaciones suficientes como para poder avanzar con más comodidad, pues la implementación lleva trabajo y regulaciones nuevas.
Si el Gobierno quiere tener equilibradas las cuentas en un año, hay tres rubros de gasto donde seguramente el equipo de Javier Milei detendrá su lapicera roja: subsidios, obra pública y transferencias a las provincias. Puede tratarse de números macro a la hora de ajustar, pero los tres, irremediablemente, decantan consecuencias microeconómicas. Bajar los subsidios tiene como contrapartida aumentar los servicios públicos. Y no está en duda que sea necesario, sino, simplemente, que es otro motivo de impacto en los bolsillos.
La obra pública será frenada por un tiempo. O al menos, ralentizada a más no poder. El Presidente se refirió a la crisis en infraestructura y la ilustró con un indicador: “Solo 16% de las rutas están asfaltadas y solo 11% están en buen estado”. Los constructores ya escucharon de boca de Luis Giovine, el eventual secretario de Obras Públicas, que los contratos se estudiarán para decidir qué hacer. En la jerga, “estudiar significa paralizar. Y luego decidir.
Si algo no se le podrá reprochar al Presidente es que no dijo con certeza qué es lo que pensaba hacer
Pero confían en algo: Milei siempre se ha mostrado partidario de cumplir lo firmado. “Los contratos se cumplen”, ha dicho en campaña el libertario.
Finalmente, las provincias. Ese será uno de los grandes desafíos que enfrentarán el mandatario y los gobernadores. Desde hace tiempo, especialmente desde la llegada de Néstor Kirchner, muchos jefes provinciales de distritos con desequilibrios presupuestarios se acostumbraron a una dinámica que se podría resumir así: a más genuflexión ante el poder nacional, más ceros en el cheque.
Es posible que ahora, con la amenaza concreta y posible de frenar las transferencias discrecionales que la Nación les enviaba, aquellas formas de canje se mantengan. Ambos se necesitan mutuamente. El Presidente necesita aumentar su capital en el Congreso; los gobernadores, financiar su gasto operativo. Son negociaciones largas e intrincadas y nada es inmediato salvo el recorte.
Pero, más allá de los tiempos, Milei ya plantó un mojón que lo distingue de la política tradicional: hizo un diagnóstico muy claro de la línea de partida desde donde inicia sus 1460 días de gestión.
La medicina dice que es necesario un diagnóstico correcto para luego, sí, administrar la dosis justas de remedios. El Presidente tiene claro lo que recibe; de a poco se conocerá la receta que aplicará. Aunque advirtió: habrá dolor en el corto plazo. Prefirió, en buena hora, “una verdad incómoda a una mentira confortable”.
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