LAS MUJERES DE JAPÓN QUE LUCHAN POR EL DERECHO A NO SER MADRES
DEMANDAN AL GOBIERNO POR LA LEY Y TRADICIONES QUE DISCRIMINAN A LAS QUE NO DESEAN TENER HIJOSLA NACION
— texto de Motoko Rich y Kiuko Notoya / NYT — TOKIO
Cuando Hisui Tatsuta estaba en la secundaria, su madre solía bromear diciendo que no podía esperar a ver los rostros de sus futuros nietos. A Tatsuta, que ahora tiene 24 años y es modelo en Tokio, la asunción de que algún día daría a luz le incomodaba.
Cuando su cuerpo empezó a desarrollar rasgos femeninos, Tatsuta empezó a hacer dietas y ejercicios extremos para evitar los cambios. Empezó a considerarse a sí misma como alguien sin género.
“No me gustaba que me vieran como un útero capaz de dar a luz antes que como a una persona”, afirmó. En última instancia, quiere esterilizarse para eliminar cualquier posibilidad de embarazarse.
Sin embargo, en Japón, las mujeres que desean someterse a procedimientos de esterilización como la ligadura de las trompas de Falopio o la histerectomía deben cumplir ciertas condiciones que figuran entre las más exigentes del mundo.
Para empezar, antes de hacerlo ya deben haber tenido hijos. También es necesario que demuestren que el embarazo pondría en peligro su salud, y se les exige el consentimiento de sus cónyuges.
Esto hace que muchas mujeres tengan dificultades para someterse a estos procedimientos, y es casi imposible para las solteras sin hijos como Tatsuta.
Ahora, ella y otras cuatro mujeres han demandado al gobierno japonés, alegando que una ley de hace décadas conocida como Ley de Protección Maternal viola su derecho constitucional a la igualdad y la autodeterminación, y debería ser anulada.
Durante una audiencia celebrada la semana pasada en el Tribunal de Distrito de Tokio, Michiko Kameishi, abogada de las demandantes, calificó la ley de “paternalismo excesivo” y señaló que esta “suponía que vemos al cuerpo de una mujer como un cuerpo destinado a convertirse en madre”.
Kameishi declaró ante un panel compuesto por tres jueces –dos hombres y una mujer– que las condiciones para la esterilización voluntaria eran vestigios de otra época y que las demandantes querían tomar “una medida esencial para vivir la vida que han elegido”.
En materia de derechos reproductivos en general, Japón está muy por detrás de otros países desarrollados, no solamente en el tema de la esterilización. El seguro nacional sanitario no cubre la píldora anticonceptiva ni los dispositivos intrauterinos, y las mujeres que desean abortar deben obtener el consentimiento de sus parejas.
El método anticonceptivo más utilizado en Japón es el preservativo, de acuerdo con una encuesta de la Asociación Japonesa de Planificación Familiar. Menos del 5 por ciento de las mujeres utilizan píldoras anticonceptivas como método principal para evitar el embarazo.
Los expertos afirman que las demandantes en el caso de esterilización, que también solicitan una indemnización de un millón de yenes (unos 6400 dólares) por persona con intereses, enfrentan obstáculos considerables. Mientras ellas reclaman el derecho a la esterilización, el gobierno está intentando activamente aumentar la tasa de natalidad de Japón, que ha caído a mínimos históricos.
“Que las mujeres que pueden dar a luz dejen de tener hijos se considera un paso atrás en la sociedad”, explicó Yoko Matsubara, profesora de bioética de la Universidad de Ritsumeikan. “Por eso puede ser difícil conseguir apoyo” para la demanda.
La semana pasada, mientras las cinco demandantes se sentaban frente a cuatro representantes del gobierno –todos ellos hombres– Miri Sakai, de 24 años, estudiante de sociología, declaró que no tenía interés en mantener relaciones sexuales o románticas ni en tener hijos.
Aunque las japonesas han hecho avances en el ámbito laboral, las expectativas culturales sobre sus deberes familiares son tan altas como siempre. “El estilo de vida de no casarse ni tener hijos sigue siendo rechazado en la sociedad”, indicó Saka.
“¿Es natural tener hijos por el bien del país?”, preguntó. “¿Acaso las mujeres que no dan a luz son innecesarias para la sociedad?”.
Mientras la lucha legal avanza en Japón, en Estados Unidos los derechos reproductivos han sido objeto de ataques. Hace dos años, la Corte Suprema anuló la sentencia del caso Roe contra Wade, poniendo fin a un derecho constitucional al aborto que había estado vigente durante décadas. Sin embargo, el tema de la esterilización femenina aún no se discute en Estados Unidos, donde sigue siendo el tipo más común de control de la natalidad, de acuerdo con los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades.
En Japón, la esterilización es un tema especialmente delicado debido al historial del gobierno de obligar a someterse a este procedimiento a personas con problemas psiquiátricos o discapacidades intelectuales o físicas.
Esas esterilizaciones se estuvieron realizando durante décadas en virtud de una medida de 1948 conocida como Ley de Protección de la Eugenesia. En 1996, esta se actualizó y se rebautizó como Ley de Protección Maternal, eliminando la cláusula eugenésica, pero los legisladores preservaron los estrictos requisitos para las mujeres que buscaran abortar o esterilizarse. A pesar de la presión ejercida por grupos de defensa y activistas de los derechos de la mujer, la ley no se ha modificado desde la revisión de 1996.
En principio, la ley también aplica para los hombres que desean someterse a una vasectomía. Ellos deben contar con el consentimiento de sus cónyuges, además de demostrar que ya son padres y que el embarazo pondría en peligro a sus parejas desde un punto de vista médico.
En la práctica, sin embargo, los expertos afirman que en Japón existen muchas más clínicas que ofrecen vasectomías que procedimientos de esterilización para mujeres.
Según datos del gobierno, los médicos realizaron 5130 esterilizaciones tanto a hombres como a mujeres en 2021, último año del que hay estadísticas disponibles. No se dispone de desgloses por sexo.
En un comunicado, la Agencia de Niños y Familias, que hace cumplir las regulaciones impuestas por la Ley de Protección Materna, señaló que no podía hacer comentarios sobre la demanda.
El estricto dominio del Partido Liberal Democrático de Japón, de derecha, junto con los arraigados valores familiares tradicionales del país, han impedido el avance en materia de derechos reproductivos, afirmó Yukako Ohashi, escritora y miembro de la Red de Mujeres por la Libertad Reproductiva.
El nombre de la Ley de Protección Materna es revelador, señaló Ohashi en una entrevista en video. “Se protegerá a las mujeres que vayan a ser madres”, dijo. “Pero las mujeres que no serán madres no serán respetadas. Así es la sociedad japonesa”.
Incluso en Estados Unidos, donde cualquier mujer de 21 años o más puede solicitar legalmente la esterilización, algunos ginecólogos y obstetras aconsejan a sus pacientes no realizarse estos procedimientos, especialmente cuando las mujeres aún no han tenido hijos.
Del mismo modo, la profesión médica en Japón “sigue teniendo una mentalidad muy patriarcal”, dijo Lisa C. Ikemoto, profesora de derecho de la Universidad de California en Davis. Los médicos “fungen como un cártel para mantener ciertas normas sociales”.
Las propias mujeres dudan a menudo si rebelarse contra las expectativas de la sociedad, debido a la fuerte presión que existe para que se ajusten a la norma.
“Mucha gente cree que intentar cambiar el statu quo es egoísta”, expresó Tatsuta, la modelo y demandante, poco antes de la audiencia de la semana pasada. Sin embargo, cuando se trata de luchar por el derecho a tomar decisiones sobre el propio cuerpo, agregó, “quiero que todo el mundo esté molesto”.
EXPECTATIVAS SOCIALES DE TENER UN HIJO BIOLÓGICO
En su libro Mujeres sin hijos, la psicoanalista Diana Paris aborda la maternidad desde tres ejes: el de la imposición social y cultural que experimentan las mujeres desde siempre; el de la imposibilidad de ser madres a causa de memorias transgeneracionales; a la vez que hace foco en la importancia de la bioética y la necesidad de respetar el misterio de la vida. Le dedica una parte de su obra a las mujeres que, desde muy jóvenes, decidieron que su proyecto de vida no era tener hijos biológicos. “Somos mujeres que ahijamos a la vida, ahijamos alumnos, animales, ahijados. Somos mujeres que protegemos el medioambiente, hacemos otras experiencias vitales relacionadas con el maternar, pero decidimos no tener hijos biológicos”, explicó en una entrevista
En su libro Mujeres sin hijos, la psicoanalista Diana Paris aborda la maternidad desde tres ejes: el de la imposición social y cultural que experimentan las mujeres desde siempre; el de la imposibilidad de ser madres a causa de memorias transgeneracionales; a la vez que hace foco en la importancia de la bioética y la necesidad de respetar el misterio de la vida. Le dedica una parte de su obra a las mujeres que, desde muy jóvenes, decidieron que su proyecto de vida no era tener hijos biológicos. “Somos mujeres que ahijamos a la vida, ahijamos alumnos, animales, ahijados. Somos mujeres que protegemos el medioambiente, hacemos otras experiencias vitales relacionadas con el maternar, pero decidimos no tener hijos biológicos”, explicó en una entrevista
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De familia de artistas, la actriz y cantante María José Demare recuerda el día que conoció a Aute y la primera canción que cantó de él “Aleluya”. “Era muy fan de mi papá”, reconoce
Marcela Ayora
María José Demare, la hija del gran cineasta canta a Luis Eduardo Aute
De una caminata por la calle Cerrito surgieron las ganas de entrar. Es que era una disquería, lugar ideal para esa chica de 16 que tocaba la guitarra y cantaba. Y si bien en esa tarde de los años 60 había vinilos para mirar, decidirse por cuál podía llevar tiempo. Pero no a ella. En el local pequeño se paró frente a la tapa cuadrada que para otros hubiese pasado desapercibida: una foto tipo carné en blanco y negro, todo contraste, como si fuese una fotocopia. La cara de un hombre joven, enmarcada por dos bandas negras –una arriba antes del flequillo y otra abajo donde nacía el cuello– sobre las que se leía: Luis Eduardo Aute. 24 canciones breves. “Ah, este es el que pinta”, dijo la chica, que ya había visto pinturas del artista por su hermana, que estudiaba Bellas Artes.
Pero no era cualquier adolescente; ella, además de cantar, también era actriz, había debutado a los 15 años en el teatro. Con eso y todo, salió de la disquería con lo que le había llamado la atención. Al llegar a su casa y poner el disco, algo cambió. “Empecé a escuchar esas canciones que eran breves y dije: quiero componer. Creo que empecé a componer por eso, por él”.
Junto a Lucas Demare, su papá, el director de la inolvidable "La guerra gaucha"
Así habla la actriz y cantante María José Demare sobre su relación con la obra y la persona del artista español, a quien conoció a fines de los años 70 en España y con el que compartió ese ida y vuelta de entendimiento y simetrías del arte, de la vida. De esa impronta –subrayada, además, por los 60 años de trayectoria de la mujer con apellido que suena a cine–, nació el último trabajo de ella sobre él: Aute por Demare (EPSA Music, 2023).
“Un espectáculo armadito como si fuese casi un unipersonal, más que un recital”, remarca sobre el clima que quiso darle. Además de que esto resuena a cuatro años de la muerte del músico. “Lo que van a encontrar –dice– es un espectáculo con mucho sentimiento. Y en este Café Berlín, que también está en España. Ahí también está unido Aute, de alguna manera”.
El disco tiene 11 temas. Ella lo sintetiza así: “No es un tributo ni un homenaje, quería que no perdiera la cosa de Aute. No lo llevaría tampoco a otra música. Dentro de lo que es Aute, conservar algo de ese estilo llevado a mi manera de cantarlo. Lamento no haberlo hecho cuando él vivía”.
En su debut teatral, Tita Merello le dijo: "Yo quiero ser tu madrina" y le regaló un libro de Pierre Fresnay
El presente de la artista tiene este último disco y el show próximo. Por detrás, las seis décadas de su trayectoria. Es que María José Demare (Buenos Aires, 1949) es hija del director de cine Lucas Demare y de la actriz Norma Castillo. Debutó en teatro a los 15 años con la obra Nuestra Natacha, de Alejandro Casona. Llegó al papel porque estudiaba con Marcelo Lavalle y buscaban chicas para otro roles de esa misma obra. “La protagonista era una modelo, pero se enfermó y después entré yo”, recuerda Demare.
Sobre el día de su debut como actriz, en el estreno de la obra de teatro, dice: “Mi papá invitó a todos sus amigos actores y vino Tita Merello. Me vio y me dijo: ‘Yo quiero ser tu madrina’. Me regaló un libro de Pierre Fresnay, Yo soy un comediante, y me dijo que quería que fuese su hija en Acacia Montero, un unitario de Alberto Migré en TV. Debuté haciendo de su hija, de muy chica. Todo fue vertiginoso”. Sobre Tita, con quien su papá trabajó en diferentes películas, tuvo un vínculo muy cercano. La definió como una gran actriz con la que era sencillo trabajar.
“Con los grandes actores es fácil trabajar. Tuve la suerte de hacerlo con grandes, en televisión mucho y en cine. Cuando un actor no es bueno, vos no sabés cómo entrar. Pero si es bueno, es como el músico cuando te acompaña bien, te pone el acorde justo para que vos cantes”. Entre lo más destacado de Demare como actriz de cine –pasó por más de 20 películas–, figuran: La guerra del cerdo, Los gauchos judíos, Contar hasta diez, Rosarigasinos (ternada al Cóndor de plata y recibió el premio Luis Sandrini).
En TV, estuvo en producciones como Alta Comedia, Situación límite, Hombres de ley, Nueve lunas, entre otros. En teatro hizo obras icónicas; una en particular, que después se representaría muchas veces, con diferentes elencos: Hair. También pasó por El diluvio que viene y La dama de las rosas. Como cantante y compositora cantó tango, balada, rock. Un paseo por sus álbumes en Spotify, por ejemplo, además de ser la puerta de entrada a su universo musical, permite ver las tapas de los discos en los diferentes años. Y descubrirla.
El primero de la lista en reversa es El tren de las ocho (1969), ahí, una jovencísima cantante con lacio de época y una gorra en la cabeza, en blanco y negro; otro, Viva María (1983), así: ella de espaldas mira como a un cielo, y el pelo rebajado en capas y capas, muy ochentoso. En el carrusel de tapas se ve a una María José Demare con los diferentes looks según las épocas, los géneros que transitó.
Antes de ésta última obra sobre Aute, ganó el Premio Gardel 2023 en la categoría “Artista melódico romántico”, por su álbum Emociones, que nació en pandemia. Sobre esto dice: “Yo encerrada no quería estar y compuse dos discos De amores y Emociones. Gané el Gardel”. Y su estrategia de movimiento y creación, sucedió así: “Primero fui y alquilé las bicicletas gratis de la ciudad, como vi que me iba bien, me compré una. Y mi vida cambió, fue una libertad total. Iba a Flores a grabar mi disco con la bolsa, si me paraba la policía yo decía que iba al supermercado en bicicleta”, resalta al recordar el contexto de aquellos días y cómo lo capitalizó.
El hábito de la bicicleta lo mantiene a diario: va todos los días por la bicisenda desde San Telmo, donde vive, hasta Vicente López. Tres horas de un tiempo para sí. “Me muero si no puedo andar porque llueve. Ahí voy escuchando música con mis auriculares, ensayando. En general, siempre que compongo voy por la calle, al caminar o en bicicleta me vienen las letras, después llego a mi casa y las anoto”.
Lucas y María José. La artista recuerda que su padre conversaba con su mamá para trabajar guiones y macerar historias
Para comprender el recorrido de María José Demare tal vez sea necesario repasar su contexto. Volver por un rato a la casa de su infancia donde hubo arte acá y allá. En el piano que fuera de la madre, con el que, junto a su hermana, practicaban sus clases de música, y donde ella, a la par, estudiaba también guitarra. “A mamá le gustaba la música clásica –resalta– y nos despertaba con la radio con esa música. Yo sentía que eso que iba despertándome era lindo. No me di cuenta de que era diferente esa casa, me di cuenta después, cuando empecé a visitar las de mis amigos. Era como otro mundo”.
También hubo otras formas del arte en la infancia, en ese séptimo piso de Salguero y Santa Fe del que salían hacia el cine todos los fines de semana por funciones de tres películas en continuado. Solo iban las hermanas con su niñera y una canasta de comida para pasar la tarde. “Teníamos un cine enfrente, el Odeón, y mi mamá nos mandaba los sábados y domingos con nuestra niñera a ver las películas. Nos mandaba con una canasta para que ella pudiera descansar de nosotras. Veíamos las tres películas. Una podía ser con James Dean, otra con Doris Day y una tercera con Audrey Hepburn, que era mi ídola total. Veía eso en el cine y quería ser todos esos personajes, James Dean de Rebelde sin causa, María de Amor sin barreras: todos a la vez”.
Y estaba ese otro cine, el que se hacía en la casa, ahí donde el padre llevaba sus ideas para conversarlas con la esposa, a trabajar guiones y macerar historias. Por esa familia pasaba el cine en un modo doble faz: el que se veía en las salas y el que se generaba ahí. Tenía de padre al cineasta Lucas Demare (1910-1981). Aunque él murió joven, hizo una obra amplia. Recibió el Cóndor de Plata a la dirección por La guerra gaucha, Su mejor alumno, Los isleros.
Filmó con los grandes de la época. “En mi casa –destaca la artista– todo tenía que ser silencio, porque mi papá estaba trabajando. El preparativo de una película, que llevaba un año, era en casa. El cine era sagrado, era lo que nos daba de comer. Mi papá tenía el escritorio y así era mi vida. Un lugar donde siempre había algo de una película: antes, durante y después. También los viajes. Todo lo vivíamos en familia”.
Si bien el padre era ese padre, la madre tuvo un lugar de par. “Mi mamá participaba de todo. Él nunca hacía nada sin que ella lo leyera o lo aprobara. Se complementaban. Yo sentía siempre ese lugar de la mujer con mucho respecto. Mi mamá era más intelectual que mi papá. Mi papá era más pura emoción”. Por ese hogar pasaron muchos artistas y se compartía en familia. “Las grandes comidas que hacía mi mamá, donde venían todos. A mí casa llegó a comer Vittorio Gassman, por ejemplo. A nosotras nos sentaban con ellos, pero después nos teníamos que ir cuando pasaban al living a tomar café y charlar”.
Todo lo empezó desde muy joven. “Me casé muy chica. Tuve a mi primer hijo, Sebastián, a los 17 años y a Rodrigo a los 18″. Su segundo hijo vivió tres meses y murió. “Nació muy enfermo del corazón. Fue tremendo. Al poco tiempo me separé. Era mucho para alguien tan joven. Mi marido era mi mejor amigo, nos criamos juntos, nos enamoramos, nos casamos. Viene un baldazo así, y bueno, parte de la vida. Solamente las madres que han perdido hijos pueden saber. Pasaron años y sin embargo está presente siempre”. Su otro hijo, Sebastián Mónaco, hace cine. “También dirige. Edita muy bien. Tiene toda esa relación que tuvo muy fuerte con mi papá. Mi papá murió en 1981, pero él lo pudo disfrutar. Mucha historia”. Por su hijo mayor es abuela de Victoria, de 13 años. “Es mi locura”, dice.
“Empecé a cantar ‘Aleluya’, la primera canción que canté de Aute. Y ‘Rosas en el mar’”. Y vinieron otras. “Cantaba muchas canciones de él en todos lados. Si lo analizo hoy, no sé por qué. Esas canciones eran bastante heavys para una chica de esa edad. Hablaban mucho de la muerte, siempre con esa poesía muy de él. A mí me pasó algo con esas canciones. Pero mucha gente me decía, ¿quién es Aute? No lo conocían”.
En 1978 viajó a España. Vivió un tiempo en Barcelona, después en Madrid. La recién llegada fue a la casa de una amiga y cantó canciones de Aute. El marido de la dueña de casa dijo las palabras claves: “Yo soy amigo”. De esta coincidencia, Demare destaca: “A mí jamás se me había ocurrido conocer a Aute, llamarlo o buscarlo. Esto es lo más loco de toda la historia”. Al día siguiente, se cruzaron teléfonos, porque el cantautor quería conocer a la argentina que hacía sus canciones.
“Nos vimos en el café Gijón. Le llamó la atención el apellido, como él hacía cine también, era como muy fan de mi papá. Y nos empezamos a ver, a hacer amigos. Teníamos muchas cosas en común. A él le gustaba el cine francés, la Nouvelle Vague, Truffau, igual que a mí, y si bien él me llevaba seis años, era la misma generación”. En esa mesa de café ella empezó a conocer más del hombre que había descubierto, primero, a través de sus pinturas.
“Me encuentro con un tipo como Aute, un intelectual, que hablaba cinco idiomas. Nos comunicábamos mucho en francés. Nos habíamos hecho amigos. Cuando me escuchó cantar, me quiso producir. Hicimos unos demos. Pagó todo él. Yo no lo podía creer. Me produjo eso. Después me fui a vivir a París”. A fines de los años 70, Aute no era tan conocido. “Él explotó en los 80, cuando empezó a venir acá. Grabó canciones mías y yo de él. Quedó eso y quedó una relación. Yo le mandaba cartas desde París, él también. Siempre ese proyecto de grabarlo, pero después me metí en el tango, en otras cosas. La vida me pasó por otro lado”.
El vínculo entre ellos siguió con los años. Luego, el tiempo le hizo lugar a los pendientes. Es por eso que María José Demare dice: “Me empezaron a dar ganas de grabar aquellas canciones que yo había cantado tanto y que me gustaban. Entre tanto disco de canciones mías, fue como un deseo. No sabía si le iba a gustar a alguien. Quise hacerlo”. La tapa de Aute por Demare está armada a partir de la grafía del cantautor: un recorte de las cartas que él le escribió a ella. La letra, tan singular como una foto, una voz. Sobre el show en sí, la cantante dice que trata de las cosas “que nos pasan a todos”. De lo universal. “Nos pasa a todos lo mismo: engaños, desengaños, pasiones, todo junto. Y vayan al Café Berlín, es un café lindo, por algo todo el mundo quiere cantar ahí”.
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