La bailarina que nació en la extrema pobreza, triunfó en Europa, fue espía de los aliados y se transformó en heroína de guerra
Josephine Baker lista para salir al escenario de la revista que encabezaba en los años veinte en París
Josephine Baker es recordada por su talento como artista, pero también como una de las personalidades que arriesgó su vida durante la Segunda Guerra Mundial
Natalia Trzenko
En el momento en que un grupo de oficiales del ejército de ocupación nazi en París tocó a su puerta, o más bien al imponente portal del castillo des Milandes, una construcción del siglo XV en el sur de Francia, los residentes comenzaron a temblar aterrados: en el sótano se escondían integrantes de la Resistencia. El pánico, sin embargo, no alcanzó a Josephine Baker, la dueña de casa, la artista afroamericana consagrada en Francia, una espía consumada en busca de la liberación de su país de adopción. Con su encanto, recuerdan sus biógrafos, Baker consiguió distraer a los soldados alemanes, que se fueron sin haber encontrado el centro de operaciones clandestino instalado en su hogar: siguió funcionando hasta el final de la guerra. Aquella anécdota, que en la vida de cualquier otra persona sería más que suficiente, es apenas una nota al pie de la biografía de Baker. La artista, nacida a principios del siglo XX en St. Louis, Estados Unidos, fue la primera mujer negra en ser homenajeada en el Panteón, el monumento donde descansan los próceres de Francia como Voltaire, Victor Hugo, Marie Curie y Jean-Jacques Rousseau. Aunque, por pedido de sus hijos, su cuerpo permaneció en el cementerio de Mónaco –la unía una larga amistad con la princesa Grace–, en el corazón simbólico de Francia, una placa y un monumento recuerda a la diosa de ébano, la Venus negra que comenzó su vida en Norteamérica en la pobreza más extrema.
Fotografías de Josephine Baker en una alfombra roja mientras un ataúd con tierra de Estados Unidos, Francia y Mónaco es llevado hacia el monumento Panteón en París, Francia, el 30 de noviembre de 2021. Baker fue incorporada simbólicamente al monumento convirtiéndose en la primera mujer negra en recibir el más alto honor de Francia. Sus restos permanecerán en Mónaco a pedido de su familia
De la infancia llena de miserias a la gloria europea, la trayectoria de la artista es tan dramática y singular que se le aplica aquel lugar común de que ni el más imaginativo de los guionistas podría haber creado un arco vital tan increíble y excepcional. El cuento que no es cuento incluyó el éxito de Baker como bailarina y capocómica en la París de los años 20, el protagonismo en cine, la amistad con la realeza, una apasionada militancia por los derechos civiles y sus diligencias como espía para asistir en los esfuerzos de los aliados durante la Segunda Guerra Mundial.
Nacida en 1906, hija de un padre músico que más temprano que tarde abandonó a su familia, y de una madre mitad negra y mitad nativa americana que trabajaba como lavandera, Josephine tenía 8 años cuando comenzó a trabajar como empleada doméstica en una casa en la que sus jefes la maltrataban sistemáticamente. A los 13, después de abandonar la escuela y de pasar un tiempo viviendo en las calles mientras servía meses en un bar, la artista conoció a su primer marido. Menos de un año después, ya divorciada, se incorporó a un grupo de músicos callejeros. Su habilidad para el baile y la actuación la hacían destacarse. En 1921, en plena gira por los Estados Unidos con una compañía, Josephine, de 15 años, conoció a su segundo marido, Willie Baker. Ese matrimonio también terminó en divorcio, pero le dejó el apellido con el que se haría mundialmente famosa.
En los años 20, Josephine Baker pasó de ser corista del montón en Broadway a una estrella de la revista parisina
Si su vida personal no le traía demasiada felicidad, su trayectoria artística avanzaba rápido. Ya como parte de una compañía, Baker se instaló en Nueva York. Y fue allí que le llegó la oportunidad que cambiaría su vida. La corista –que padecía el yugo del racismo en los Estados Unidos, donde se le prohibía sentarse en las mesas del bar en el que se presentaba– aceptó la oferta que le hizo un productor francés que buscaba crear un espectáculo único en París: la primera revista exclusivamente interpretada por artistas negros. Caroline Dudley Reagan, la esposa del cónsul norteamericano en París, y una de las financistas del show, ofreció pagarle 250 dólares por semana -el doble de lo que recibía en Broadway-, para aparecer en La revista negra, en Francia.
Josephine Baker en Londres y de uniforme, pocos días antes del final de la Segunda Guerra Mundial
Así, en 1925, una semana después de desembarcar en Cherburgo, Baker, de 19 años, ya estaba sobre el escenario del teatro Champs-Élysées in París, bailando casi sin ropa para el asombro del público, que de la noche a la mañana la celebraban como la nueva sensación de la Ciudad Luz. Si su éxito estaba fundado en los prejuicios y estereotipos racistas de los franceses estaba fuera de discusión en esos tiempos y mucho menos desalentaba a la artista, que pronto estaba de gira por Europa, encabezando un espectáculo que luego llevaría al Folies Bergère. }
Mientras aprendía francés y estudiaba canto, Baker protagonizó La sirena de los trópicos (1927), el primer largometraje de gran presupuesto en ser encabezado por una actriz negra y unos años después, en 1931, grabó su canción más exitosa, “J’ai deux amours” (“Tengo dos amores”), que hacía referencia a su tierra natal y a su país por adopción. Con todo el suceso conseguido en Europa, la artista decidió regresar a Broadway para montar su celebrado espectáculo parisino. Sin embargo, las críticas que recibió en su país fueron tan desastrosas que decepcionada Baker volvió a Francia.
Baker junto a su adorada mascota, Chiquita
Una vez allí se casó con el empresario Jean Lion, lo que le posibilitó obtener la ciudadanía francesa. Fue en ese tiempo que la pareja se instaló en el castillo des Milandes, una construcción del siglo XV en el sur de Francia que sería su hogar hasta que fue desalojada décadas después. Tal era su identificación y amor por su nuevo país que cuando Francia le declaró la guerra a la Alemania nazi en septiembre de 1939, la artista se unió a la lucha. En principio, entró en contacto con Jacques Abtey, el jefe del departamento de contrainteligencia francesa, que se ocupaba de reclutar espías para la causa. Baker era una candidata ideal: su actividad le permitía moverse entre diversos países, ingresar en las embajadas que quisiera y codearse con los poderosos que no podían ni querían negarse a pasar tiempo con la estrella que solía pasear por los Champs-Élysées llevando a su mascota Chiquita con una correa con brillantes. No era el collar lo que más llamaba la atención de los parisinos: Chiquita era un leopardo. Sus modos extrovertidos que demostraban una notable confianza en sí misma, contribuían a que nadie sospechara de Baker. Muchos años después de la guerra se supo que la bailarina solía entregar a los aliados británicos y norteamericanos los mensajes secretos de la Resistencia francesa, escritos en sus manos y brazos, transportando documentos en su ropa interior y usando tinta invisible en las partituras.
Más allá de su fama y valentía, lo cierto es que las actividades de Baker la ponían en peligro constantemente según cuenta el libro Agente Josephine: belleza americana, heroína francesa y espía británica, del historiador Damien Lewis, publicado en 2022. Cuando las fuerzas francesas fueron derrotadas se mudó a Marruecos, desde donde realizó giras por el norte de África y Medio Oriente para entretener a las tropas francesas y aliadas y se alistó en la fuerza aérea. Tras la liberación del país fue recompensada con la medalla de la Legión de Honor y la Cruz de Guerra, las distinciones más altas que otorga Francia a civiles y militares, respectivamente.
De regreso en casa
Los príncipes de Mónaco junto a Baker y sus hijos en 1969 durante una recepción en el principado
Tras el final de la guerra, Baker retomó su actividad profesional tanto en Francia como en los Estados Unidos. Claro que no mucho había cambiado en su país natal en términos de la segregación racial. Un estado de situación que Baker sufrió en carne propia. En 1951 se armó un escándalo cuando la artista denunció que un lujoso club nocturno neoyorquino se había negado a atenderla y que aunque su amiga Grace Kelly, presente en el lugar, había salido en su defensa, el resto de los comensales, incluido el famoso periodista Walter Winchell, no habían hecho nada para ayudarla. La acusación ofendió tanto a Winchell que escribió una serie de artículos en los que señalaba la supuesta simpatía de Baker por el comunismo, un rumor que instigó al punto de que en plena fiebre macartista, el gobierno norteamericano decidió revocar su visa de trabajo y la bailarina se vio obligada a suspender su gira y regresar a Francia.
Baker dio un discurso durante la mítica Marcha en Washington por los derechos civiles, en 1963
“Saben, amigos, que no les miento cuando digo que he sido recibida en los palacios de reyes y reinas, en las casas de varios presidentes y en tantos lugares más. Pero hasta el día de hoy no podría entrar en un hotel de los Estados Unidos y que me sirvan una taza de café. Y eso me enoja. Y cuando yo me enojo ya saben que abro mi bocota”, exclamó Baker durante su aparición en Washington DC el histórico 28 de agosto de 1963. La última en dirigirse al público reunido en la marcha por los derechos civiles antes de que Martin Luther King Jr. pronunciara aquello de “Yo tengo un sueño”, Baker asistió al legendario encuentro vestida con su uniforme del ejército francés. Ella también soñaba con un mundo mejor, que se haría realidad con lo que llamaba la tribu arco iris.
Baker junto a su marido Joe Bouillon y once de sus doce hijos adoptados en distintas partes del mundo
Casada en cuartas nupcias con el director Joe Bouillon, Baker siempre había deseado ser madre pero había sido sometida a una histerectomía de urgencia durante la guerra. Así que decidió cumplir su anhelo a través de la adopción de una docena de niños de diferentes países. Su búsqueda por armar lo que ella llamaba la “tribu arco iris”, la llevó a adoptar a huérfanos nacidos en Japón, Finlandia, Colombia, Argelia, Francia, Costa de Marfil, Venezuela y Marruecos. Su fantasía era transformar el viejo castillo de Milandes en una zona libre de diferencias y discriminación, un lugar en el que todos se sintieran bienvenidos, incluidos los hijos de los vecinos que solían visitar su hogar repleto de los animales exóticos.
En los años sesenta Baker repartió su tiempo entre sus espectáculos en Broadway y la lucha por los derechos civiles
La gran utopía de la artista no era barata de mantener. Hacia 1964, la icónica artista estaba en la ruina y a punto de ser desalojada de su castillo. A su rescate llegó Brigitte Bardot: conmovida por la situación, no solo aportó dinero para salvarla sino que apareció en TV para solicitar contribuciones a la causa de la heroína de guerra. La solución, lamentablemente, fue fugaz. En 1968, el castillo fue a remate y aunque Baker se negó a desalojarlo, unos meses después fue sacada por la fuerza. Una vez más, su gran amiga, la princesa de Mónaco intervino para ayudarla y le ofreció asilo en una de sus residencias en la Riviera francesa. Aquel vínculo entre ambas continuaría hasta el fallecimiento de Baker, ocurrido en 1975, en París.
De regreso sobre el escenario, la artista estaba en la capital francesa presentando un espectáculo en el que repasaba su medio siglo en Francia cuando en el entreacto sufrió una hemorragia cerebral. Estuvo dos días en coma y murió. La llamada reina de ébano, tenía 68 años y una historia de vida mucho más increíble que cualquier ficción que pudiera imaginarse.
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