lunes, 16 de septiembre de 2024

AGUSTÍN PICHOT Y ELIANA BÓRMIDA


Agustín Pichot
“La confianza la ganás; la empatía la tenés o no”


Texto de Malú Pandolfo // Fotos: Constanza Niscovolos

¿Qué puede salir mal con Guillermo Francella y el Puma Goity?”. La frase es de Agustín Pichot, el histórico ex capitán de los Pumas que, desde su productora de contenidos, Pegsa, produce El Encargado, además de Planners, el documental Sean eternos, sobre el triunfo de la Argentina en la Copa América 2021 y Ángel Di María: Romper la pared, por mencionar solo un puñado. En ángulo de la vida de Agustín Pichot, el que no está vinculado al rugby, su perfil empresarial fue más allá del mundo audiovisual. “Dejé un legado como deportista, dejé un legado en el cine, ¿y yo qué dejo en la parte empresarial?”, reflexiona Agustín Pichot en una extensa entrevista La respuesta la encontró en el desarrollo de hidrógeno verde, una de las energías renovables que más expectativa despierta y que tiene todo un camino por recorrer. Pichot es presidente de la empresa australiana Fortescue, que lleva adelante este proyecto a nivel mundial. Líder por naturaleza, a Agustín Pichot, uno de los mejores medio scrum de la historia del rugby, su pasado deportivo lo acompaña: fue el capitán de Los Pumas en la Copa del Mundo 2007, cuando alcanzaron la mejor performance al llegar al tercer puesto. En 2000 y 2010 recibió el Premio Konex de Platino como el mejor rugbier de la década en Argentina y es miembro del Salón de la Fama de la World Rugby. Sin embargo, su vida supo transcurrir más allá del deporte, al que siguió acompañando, ya como dirigente. Fue vicepresidente de la World Rugby y “trabajó fuertemente en el desarrollo y crecimiento del rugby argentino y de la región sudamericana. Además, fue uno de los grandes impulsores para incluir a Los Pumas en el Rugby Championship, el prestigioso torneo internacional disputado por Nueva Zelanda, Australia, Sudáfrica y la Argentina, y del nacimiento del Americas Rugby Championship, un certamen de selecciones americanas. También colaboró fervientemente con la World Rugby para que el Comité Olímpico Internacional (COI) reincorporara al rugby como disciplina olímpica tras 92 años de ausencia”, afirman desde el mismo comité. La vida empresarial del crack deportivo, que acaba de cumplir 50 años, arrancó cuando dejó el rugby profesional. En ese entonces no tenía en claro para dónde rumbearía, pero sabía que quería volver a vivir en su país. “Cuando estaba pensando en volver a vivir en la Argentina, nunca dudé un minuto de vivir acá”, sostiene desde Martínez, el barrio de su infancia, donde creció entre el CASI y su colegio, San Juan el Precursor. Desde chico había soñado con jugar al rugby y lo hizo, deseaba con todas sus ganas hacerlo en los Pumas y llegó a ser su capitán y el mejor jugador de su época. Una vez cerrada la etapa del rugby profesional, a Pichot se le presentó una disyuntiva: quedarse a vivir en Europa gracias a todo lo ganado durante sus años de deportista profesional de primer nivel, o volver a la Argentina y ver qué hacer… No lo dudó: volvió al mismo lugar de donde se había ido. Ficción, documentales, deportes, entretenimiento, contenido digital de grandes empresas… Es la actual realidad del exrugbier. Fundada por Pichot en 2011, Pegsa cuenta con diez islas de edición de donde salieron más de setenta producciones que se transmiten en más de cuarenta países. Esto equivale a 18.000 horas anuales de transmisión y más de seiscientos profesionales produciendo, filmando, editando y dando forma a sus diversos contenidos. De su usina salió El Encargado, la serie más vista de la Argentina, que se alzó con el Martín Fierro Latino, resultó ganadora de los Premios Rose d’Or Latinos y recibió nominaciones a los International Emmy® Awards. Con tres temporadas estrenadas y una cuarta en espera, el éxito de la serie sedujo también a las audiencias de Brasil y de los Estados Unidos. Próximamente estrenarán Espartanos y Kun x Agüero. Además de la sede argentina, las oficinas de Pegsa se reparten entre los Estados Unidos, Ecuador, Colombia, Chile, Perú y Uruguay.“Yo no quiero tener más plata de la que tengo, tengo mucho más de lo que quise”.
Son las tres de la tarde de un jueves y en las oficinas de Pegsa, en una estación del Tren de la Costa que quedó abandonada cuando la mayoría de ellas se renovaron, allá por los 90, y que Pichot recicló, la gente va y viene en un ambiente descontracturado, donde el metegol y las figuras en tamaño real de personajes de Star Wars conviven con islas de edición y escritorio. Informal y relajado, Agustín Pichot llega a su oficina, en el piso superior, que conserva el techo a dos aguas pintado de blanco. Tan personal como uno imaginaría un cuarto de su casa, allí exhibe fotos de todos los tiempos, además de su colección de muñequitos, de aquí y de allá, de los que se considera fanático. Cuando Pichot volvió al país, tuvo en claro que viviría en el barrio de su infancia y que su trabajo quedaría cerca de su casa. “Mi abuelo era el diariero de Martínez, en la estación, sobre el andén que va para San Isidro. Donde terminaba, mi abuelo tenía la quiniela, la lotería y un quiosco de golosinas, lo cual era mi felicidad absoluta. Y era canillita, repartía diarios”. Allí transcurrió su infancia y adolescencia hasta los 21 años, cuando emigró a Europa con el rugby. “Mis clubes eran a quince cuadras de donde vivía y mi colegio, a veinte, todos mis amigos estaban por acá. Martínez es mi ecosistema. Y el rugby, donde me desenvolví, fue mi pasión”. Recuerdos de su infancia abundan. Como cuando se iba con sus amigos en bicicleta, cruzando Libertador –algo que tenían prohibido– hasta el río, donde no había nada, a pescar renacuajos. O cuando el lechero, amigo de su abuelo, pasaba con su caballo a repartir la leche. “Comíamos los panchos en Blancanieves, que sigue estando”. Entre los 21 y los 35 años, su vida se trasladó a Europa. Allí, en Inglaterra y en París, vio que la gente vivía cerca de donde trabajaba. “Me pareció algo genial. Mi viejo, que trabajaba en la Droguería del Sur, tenía que tomar el tren. Tenía que hacer hora y media para llegar a laburar. Y yo veía que en Europa la gente llegaba en tres minutos al colegio y a laburar”. En la etapa europea de Pichot, no todo fue rugby. En la Brunel University, en Londres, se recibió de administrador de empresas. Antes de irse, había empezado la carrera en la UCA, en Buenos Aires, pero se quedó libre porque “empecé a jugar en los Pumas muy rápido, entonces viajaba un montón”. En esos días, a la mañana entrenaba muy poco, dice. “El rugby acababa de ser profesional en el 95. Íbamos a entrenar y de golpe te pagaban un montón. Era tan raro porque no era una revolución, sino que estábamos haciendo lo mismo, pero te pagaban. Rarísimo. En los hechos no había cambiado nada”. Cuando se instaló en Londres, su padre le puso como condición que se recibiera. Lo hizo. Cursaba de seis a nueve de la noche, horario extraño para los ingleses. Pero el gusto de verlo recibido se lo pudo dar a su mamá. Su papá había fallecido. –A quince años de tu retiro, ¿qué balance hacés? ¿Hubieras cambiado algo de tu recorrido? –Nada, todas las decisiones que uno toma son buenas. Yo estoy convencido, igual me pasa en el deporte, que la decisión que tomes, si hacés un pase para la derecha y te encontraste con cuatro pibes de 130 kilos que te van a pasar por arriba, vos no podés cambiar eso. Yo soy una persona que considera que la decisión está bien tomada y tenés que hacer lo que sea necesario para que sea el mejor outcome (resultado) para vos y para la gente que está alrededor tuyo, en el caso de que tomes una decisión en un equipo de rugby o en una productora. Desde Pegsa produce contenidos para ESPN (fútbol, tenis, rugby, ciclismo, golf), Disney, Star+ y Netflix. –¿Cómo pasás del ámbito deportivo a hacer series para plataformas? –Tenía dos opciones, quedarme viviendo en Europa y ser entrenador de rugby o... gastarme la plata, que siempre es una opción. Y a los 35 años quedaba un montón de tiempo todavía para gastar plata y estar aburrido. Vos me preguntás, ¿cuál es tu mayor miedo en la vida? Estar aburrido. Yo no quiero tener más plata de la que tengo, tengo mucho más de lo que quise. Yo no me aburro, entonces hago cosas que me divierten. Siempre me gustó crear. Me gustaba escribir en un momento. Y se me ocurrió crear programas de televisión. –¿Ya estabas instalado en Buenos Aires? –Estaba volviendo. Tenía un amigo en ESPN y me contrataron como la imagen. Era obligado que iba a ser comentarista o panelista. Era como dos más dos, cuatro. Eso me aburría. Hice una transmisión en Sudáfrica, en 2008, y dije, no, esto no es para mí. Y ahí empecé a pensar en la parte de producción. –¿Siempre pensando en el deporte? –Siempre pensando en contenido deportivo. Me junté con Bebe Contepomi, un íntimo amigo de mi vida, y nació la idea de hacer música y deportes. Me compré una radio y me senté para aprender de qué se trataba. Ahí empecé a delirar con los simulcasts, que era dar lo mismo en radio y en televisión. Empezamos a experimentar con esa idea. Agustín Pichot no le tiene miedo a lo nuevo y, bajo la consigna de no aburrirse, desde Pegsa ideó, junto con el equipo de ESPN, una propuesta que uniera el mundo deportivo y el de entretenimientos, en formato simulcast. –¿Cómo siguió? –Ahí nació Pura química, un programa que salió durante muchos años. Estaban el Bebe, Germán Paoloski, José Chatruc, gente de la que he aprendido y he adorado durante muchos años. Nos fue muy bien, porque era una forma de ser diferente. Empecé a hacer contenido. Hicimos ESPN Run. Hicimos ESPN Dance. Generaba para ESPN. Les proponía, en vez de hacer rugby, hacer snowboard, surf, skate, running… todas cosas que nadie hacía. Empecé a ver que había un montón de nichos que nadie hacía, y me puse a hacer eso. –¿Cómo pudiste lograrlo viniendo de otro mundo? –Aprendí. Me encanta aprender. ¿Por qué no voy a poder? Vamos para adelante. Tuve muchos maestros. Empecé a entender muy respetuosamente el mundo de la televisión, y comencé a modificarlo. Ahí viene el gran salto, que fue un día delirando, pensando una serie. Hablé con Diego Lerner, presidente de Disney, para presentarle una idea. Le propuse algo de rugby. Me dijo “en el mundo amamos el rugby, pero es así de chiquito”. Entonces, modifiqué esa idea y con la gente de Disney creé Once. Con Javier Castany, de Disney, nos pusimos a escribir juntos. Hicimos un formato de media hora. Once anduvo muy bien. Y ahí empezamos a hacer ficción. –¿Desde Pegsa? –Pegsa entonces se desdobló. Se planteó hacer ficción y ahí se abrió un nuevo capítulo para Pegsa, de empezar a producir ficciones. Hicimos Planners, que es una idea de Bárbara Diez. El Encargado lo escriben (Mariano) Cohn y (Gastón) Duprat, que son geniales. Los Espartanos lo escribimos nosotros. Todavía no salió. Di María la escribió el equipo. Es un mundo increíble. –¿Qué referentes tenés de este mundo? –La primera Once la hicimos con Adrián Suar. Yo siempre busco gente que me enseñe. Adrián fue súper generoso conmigo. Yo le decía, no, Adrián, yo no me meto. Y él me decía no pasa nada. Aprendí un montón de cosas de Carlos Sepiurca, de Pablo Mamone de ESPN. Tuve gente que me ayudó un montón. –¿Y el éxito de El Encargado lo esperabas? –Es que Cohn y Duprat son dos genios. Yo los veía en el tráiler a las 5 de la mañana con Guillermo. Y tengo al Puma Goity, un genio. Estos dos pibes son dos genios. ¿Qué puede salir mal?“¿Cuál es el mayor miedo en la vida? Estar aburrido”
Es natural que ciertas características de la personalidad de un líder deportivo se transfieran a cualquier otra actividad que encare en la vida. Los años de deporte profesional de Agustín Pichot, sin duda, dejaron en él no solo una marca, sino también una enseñanza. –¿Qué características tiene un líder positivo? –Para mí, las más importante son la empatía y la humildad. A vos no te pueden enseñar a ser empático con la gente. Determinación, sí, es más fácil. Confianza, la ganás. La empatía la tenés o no. Está llorando un compañero tuyo, está enfermo. No le dijiste nada. No sabías qué botones apretar. Si vos no tenés eso, no digo que vayas a ser un mal líder… –¿Cuál considerás que es tu mayor legado en el deporte? –Que nada es imposible. Si yo, un pibe de Martínez, que mido un metro setenta y dos, estuve entre los mejores jugadores del mundo. El físico lo podés mejorar. Lo emocional e intangible es súper difícil. Porque la cabeza y el corazón no se manejan tan fácil. Todo se puede mientras que vos logres que todo el ecosistema alrededor tuyo funcione. –En el deporte es fundamental tener una cabeza fuerte, ¿qué pasa en el resto de la vida? –En este tipo de deportes lo físico es importante, pero muchas veces lo mental es más que lo físico. En mi puesto, como te imaginarás, no era una persona gigante. Y en la vida también. –¿Es siempre ir para adelante? –Hay que tener disciplina, empatía y sobre todo resiliencia y no tener miedo a equivocarte. Yo me he equivocado mil veces. Vos me decís, ¿qué sabías vos de hacer películas? Nada. –Desde que arrancaste en el ámbito empresario hubo grandes cambios, con la explosión de las redes sociales. ¿Cuál es el mayor desafío que ves? –Hoy lo difícil como dirigente es tener la sensibilidad y la inteligencia para saber entender todas las voces que escuchás y, sobre todo, la tuya, para tomar una buena decisión. Las redes sociales son un descontrol. TikTok para mis hijos es como la Biblia. Y vos decís, qué peligroso. Mirá que estoy metido en las redes. Cuando se me ocurrió hacer redes yo decía ¡qué mundo increíble! Después, ¡qué peligroso es eso! ¡Qué responsabilidad! Hoy veo que hay un montón de gente que baja línea en redes a los chicos y a los grandes. Me da mucho miedo la palabra influencer. Está buenísimo. Adoro a los influencers. Ahora, por favor, como sociedad, tengan cuidado cuando bajan línea. Porque hay un montón de chicos que los están escuchando. –En este momento, ¿qué hacés a nivel de dirigencia? –Desde el 2008 hasta hoy estuve muy involucrado con los planes estratégicos de la Unión Argentina de Rugby y la transformación del rugby argentino al profesional. Y hoy estoy mucho más volcado a lo estratégico: cuáles son las nuevas competencias, las franquicias que se juegan acá, que son Dogos y Pampas. Además de eso, estoy metido en infraestructura. Vamos a hacer un centro nacional de rugby en Cardales, porque estoy convencido de que una de las grandes fallas a nivel deportivo de este país es la infraestructura. La otra versión de Agustín Pichot está en su apuesta por el desarrollo de hidrógeno verde. En Buenos Aires se encuentra la oficina regional de la empresa australiana Fortescue. Desde allí lidera proyectos de hidrógeno verde, energía eólica y exploración de minería metalífera en Latinoamérica. Hoy el exrugbier es el líder de los proyectos de la empresa en el mundo –con excepción de Iron Ore de Australia–, que tiene una sede en la Argentina. El proyecto actual en el país consiste en desarrollar estudios socioambientales para el Parque Eólico Cerro Policía, en la provincia de Río Negro. La producción de hidrógeno verde debía haber avanzado más rápido, pero el plan sigue en pie, a la espera de “que se den las condiciones macroeconómicas y de reglamentación del sector de hidrógeno verde para el desarrollo de su proyecto en esta industria”, sostienen desde la empresa. Los proyectos de la compañía, a nivel mundial, apuntan a alcanzar soluciones para la crisis climática. Además, consideran que son “un enorme aporte para la aceleración de la transición energética en el mundo”. El objetivo de la firma es eliminar la emisión de carbono en sus propias actividades mineras en 2030. En la Argentina las condiciones del país complicaron la idea de desarrollar aquí una planta para producirlo. En cambio, ésta avanza en Brasil. –¿El hidrógeno verde es la energía del futuro? –Un día pensando dije, ¿para dónde vamos ahora? En Pegsa hay muchos empleados buenísimos, funcionando, con series y premios. Y el reconocimiento ya está en todos los ámbitos. Mi sueño era jugar al rugby. Yo lo único que quise desde que tenía cuatro años era jugar en la primera de mi club y en los Pumas. No quería ser capitán de los Pumas ni el mejor. Todo lo que vino después de eso fue bonus. Dejé un legado como deportista, dejé un legado en el cine, ¿y yo qué dejó en la parte empresarial? Conocí a mi socio australiano, Andrew Forrest, que es un número uno, con una de las fortunas más importantes de Australia. Y me dice, “yo quiero cambiar el mundo con vos: vamos a revolucionar la matriz energética. Vamos a hacer hidrógeno”. Yo no sabía lo que era el hidrógeno –¿Cómo te convenciste? –Es la forma de energía más barata del mundo, porque se pasa aire por el electrolizador, que es una membrana que desprende el oxígeno y te queda el hidrógeno. No había ningún proyecto desarrollado en el mundo. Y la Argentina tiene una particularidad muy importante para energía renovable, porque tiene el mejor viento del mundo. Ahora estamos en un proyecto en Brasil, se empieza la construcción de la planta. –¿Cuándo estará terminada en Brasil? –En dos años y medio. Son plantas que tardan dos años en construirse. –¿En nuestro país el proyecto se cayó o se puede retomar? –Noruega, Brasil, Australia y los Estados Unidos son los cuatro proyectos que están encaminados. En la Argentina recién ahora sale una ley. –¿La desregulación favorecía este proyecto? –Sí. Pero en Brasil se hizo una ley del hidrógeno, acá no, acá hicimos una ley de inversiones. Ahora falta la confianza en el país para poner cuatro mil millones de dólares. Para que alguien confíe en la Argentina, China, Nueva York o el que sea, tiene que bajar el riesgo país, no tiene que haber cepo. O sea que todavía no está. Inflación y cepo son las dos cosas que piden todos. En Nueva York, cuando vas a JP Morgan, a Meridian, a Citibank o a cualquier entidad financiera, está el tema de la confianza. ¿Sabés lo que te dicen? “Pero Macri nos dijo lo mismo”. Si Macri decía A, Alberto decía A y Milei dice A, hoy no tendrías problema. En Brasil, Dilma (Rousseff) dijo A, Bolsonaro dijo A y Lula dijo A. En la Argentina Macri dijo A, Alberto dijo C y Milei dice B. Entonces los mercados dicen “esperemos un poco”. Nosotros estamos avanzando. Tenemos torres de medición en Río Negro. Seguimos invirtiendo. Pero hoy el foco está en Brasil, Noruega, Estados Unidos y Australia. –¿Cuáles son las aplicaciones de este tipo de energía? –Todo. Ya hay autos que funcionan con hidrógeno en Inglaterra, en Japón o en China. Ahora no hay suficiente oferta, no hay gente produciendo hidrógeno todavía. Entonces, estamos en esa disyuntiva de producir para crear el mercado. En Alemania ya están los trenes a hidrógeno, ya están haciendo aviones. La industria está con los prototipos hacía eso, porque sabe que es una fuente de energía inagotable, que va a terminar siendo más barata y que no contamina. –¿Tenés expectativas con este gobierno? –Yo soy un revolucionario. Ya mi experiencia con la política, con el señor (Mario) Das Neves, duró poco. Estuve ayudándolo en una casa de París [NdR: la Casa del Chubut en París] y hubo operaciones políticas. Dije, señor, muchas gracias, para la política no estoy preparado. Siempre me mantuve en el mundo privado. Y tuve excelente relación con Carlos Menem, con los de la Rúa, con Néstor, con Cristina, con Mauricio y con Alberto. Y tengo, de nuevo, con Milei la mejor. No tengo ningún contrato con el Estado, ni lo necesito, no soy un empresario de turno que quiere la obra pública. Pero tengo expectativas por ser un optimista nato. Amo vivir en la Argentina. Pago los impuestos acá. Y querés que tus hijos se queden (tiene dos hijas). No vivo del Estado, no les pido nada y tengo un montón de empleados. Doy trabajo real. –¿Qué le diría Agustín Pichot, el capitán de los Pumas, al Agustín Pichot de hoy? –Que se divierta. Jugá, seguí jugando. Hay una frase que siempre uso y se la digo a mis hijas, “en la vida hay que divertirse”. –¿Fue divertida tu fiesta de 50? –Increíble, impresionante. Un agradecido de la vida, 100%. De las personas de las que me ha tocado aprender. Yo disfruto de la gente. Estoy feliz y conforme con lo que tengo. Voy por el mundo y me sigo asombrando de disfrutar. Conozco Londres de memoria, pero me voy mañana, me encuentro con un amigo y voy a disfrutar Londres como el primer día. Y también voy con mis amigos a comer acá, al río. No necesito ir a Londres, a París o a China.

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La pionera mendocina de la arquitectura del vino que apuesta por el entorno natural
Eliana Bórmida asume el desafío de diseñar bodegas vitivinícolas; sus proyectos están orientados a la producción y al turismo al mismo tiempo
Andrea Calderón
Es reconocida por fusionar la arquitectura moderna con el entorno natural. En la bodega DiamAndes, en el Valle de Uco
A Eliana Bórmida le gusta pensar la arquitectura en términos fenomenológicos. Sus obras, las que concibe desde el estudio que creó junto a su socio Mario Yanzón, parten desde allí. Con los pies puestos sobre el terreno –en contexto– y los sentidos vueltos espíritu, experiencia y percepción humana. “Me enfoco siempre en los planos que están un poco por encima de la realidad cotidiana”, dice la arquitecta nacida en Mendoza en julio de 1946.
La docencia universitaria fue parte de un tramo que duró más de tres décadas, con distinciones y conferencias en otros países, de las que todavía participa. Como arquitecta, en cambio, el recorrido continúa activo al frente del Estudio Bórmida & Yanzón, conocido por especializarse en la arquitectura del vino y reconocido internacionalmente por ser pionero en la Argentina.
“Actualmente estamos con varios proyectos grandes: un hotel en el Lago Moreno, en Bariloche; una bodega en Cafayate, Salta; un edificio de propiedad horizontal llamado Vesta, en la Ciudad de Mendoza; un emprendimiento gastronómico y hotelero en Chacras de Coria bautizado El Borgo y lo que resta para completar la Bodega Bandini, en Luján de Cuyo. Además tenemos trabajos en Bolivia y Brasil, en la zona de la Pampa Gaúcha. Tengo a mi mano derecha, el arquitecto Alejandro Grinberg”, comparte Eliana. Estos desafíos también incluyen residencias y chalets, como la casa al pie de los cerrillos del chef Francis Mallmann, próxima a inaugurarse, “una propiedad de chapa muy especial”.
La arquitecta busca potenciar vivencias entre copas, procesos y montañas
Las obras del estudio han sido premiadas en numerosas oportunidades y son visitadas por personas de todo el mundo, que llegan a Mendoza motivadas por conocer bodegas. Y no es exagerado pensar que gracias a esta sociedad de arquitectos y la inversión privada, el enoturismo creció tanto en los últimos 30 años. Desde los 90 al presente, más de 40 bodegas grandes y pequeñas, de capitales nacionales y extranjeros, les han confiado sus proyectos.
Por mencionar algunos casos, la arquitecta Bórmida es parte del alma máter de Bodegas Salentein –incluida la capilla y la posada–, Alfa Crux (antes O. Fournier), Séptima, Pulenta State, Atamisque, Vistalba, DiamAndes o Garzón. También de hoteles y posadas como The Vines Resort & Spa o Alpasion Lodge. El portfolio incluye trabajos en Uruguay, Bolivia y Panamá. “Todas esas bodegas se dieron en paralelo en los mismos años, entre 2000 y 2010. Trabajamos intensamente y en ese momento no existía la arquitectura de bodegas sino galpones, que generalmente los proyectaba un ingeniero, un constructor y no eran pensados para el visitante. Era arquitectura industrial. Creo que innovamos e hicimos un gran aporte al tema porque empezamos a ver que no se podían repetir, sino que tenían que representar imágenes de marcas competidoras. Eso nos dio afinidad para idear programas de una arquitectura del vino orientada a la producción y al turismo al mismo tiempo”, dice la autora del libro Arquitectura del Paisaje (Ediciones Larivière, 2016), donde da cuenta de los lugares que creó para potenciar vivencias entre copas, procesos y montañas.
Eliana Bórmida en su estudio en la Capital de Mendoza
La historia de su trabajo orientado a bodegas se remonta a cuando el empresario mendocino Ernesto Pérez Cuesta les propuso a ella y a Mario, reacondicionar el bodegón antiguo que había comprado para elaborar vinos de crianza: “Ahí nos dimos cuenta lo importante que era mostrar la Cordillera de los Andes, que hasta ese momento no se había tenido en cuenta, básicamente, porque las bodegas no eran lugares turísticos”, afirma la arquitecta, Premio Konex 2012, Doctor Honoris Causa de la Universidad de Mendoza, miembro de número de la Academia de Arquitectura y Urbanismo de Argentina y parte del Comité Científico Internacional de Paisajes Culturales.
“Siempre pensamos que creamos lugares y la arquitectura es un componente principal, pero también está el entorno y el contexto social, económico, cultural y político, porque las decisiones empresariales y de los municipios donde se encuentran las obras influyen al tomar las decisiones. Me gusta, además de pensar en el diseño de un objeto arquitectónico, considerar la relación del edificio con el lugar donde está, con la idiosincrasia propia y de quienes lo visitan, y con la imagen que una empresa quiere proyectar”, expresa.
Es madre de dos hijas, Ana y Luisa –interiorista del estudio–, abuela de seis nietos y una mujer activa que viaja, estudia y alimenta su curiosidad con actividades nutritivas. Vive en un pequeño departamento de la Ciudad de Mendoza y aunque intentó en dos oportunidades concretar su propia residencia, “por una razón u otra” dejó esa posibilidad de lado.
La revolución vitivinícola de los 90 ofreció ventajas para inversores extranjeros y muchos bodegueros y enólogos vieron esta oportunidad, que se convirtió en un boom
–¿Por qué desistió de la proyección de su casa?
–Me gusta tanto proyectar lo que cae entre mis manos, me meto tanto en esos proyectos y los disfruto de tal manera, que es casi como si fueran para mí. Mi vida es agitada y hago muchas cosas, el tiempo que le puedo dedicar a cuidar un jardín no lo tengo. Vivo en un departamento pequeño desde hace años. De todas maneras estoy invirtiendo en un departamento en un edificio que proyecté: Vesta. La vida de departamento me gusta para mi edad y para mí, que estoy sola. Es una manera que se plantea cada vez más en las ciudades: edificios con comodidades dispuestas en un solo lugar: piscina, gimnasio, sala de usos múltiples y sala de televisión. De igual manera está cada vez más presente la relación entre lo urbano y la naturaleza.
–¿En qué etapa de la vida se encuentra, en lo profesional y en lo personal?
–Me siento en una etapa de mucha productividad. Tengo una enorme experiencia en arquitectura, en docencia, en consultorías y en el trato con grupos de trabajo. He formado cantidad de profesionales en mi estudio, de camadas que se renuevan y emprenden vuelo propio. Es una parte de mi trabajo que hago con gusto. En lo personal es absolutamente importante mi familia y me dedico mucho a mis nietos, a quienes disfruto enormemente. También de las amistades y de la parte intelectual: estoy presente en grupos con los cuales comparto intereses sobre el patrimonio, la historia, el paisaje. Son aspectos de mi vida que complementan lo proyectual y lo específico de la arquitectura.
Eliana Bórmida es la mayor de cuatro hermanas que crecieron en un chalet de la Av. Emilio Civit, en la ciudad mendocina. Su padre, comerciante y coleccionista de arte. Su madre, atenta a las imparables actividades domésticas y dispuesta a ofrecer una crianza disciplinada. El jardín de aquella residencia le viene como un recuerdo cercano, con el verde ramificado de los pinos, una pileta a puro juego en verano y una maroma convertida en estructura para armar casitas con toldos. También vuelve la memoria de cuando hubo que demoler la casa, porque mantenerla era una ocupación aparte. Su padre la impulsó a dibujar, leer y estudiar. Su madre le transmitió carácter, decisión y seguridad. A los 17 años fue enviada a una familia estadounidense para terminar la secundaria en un pueblo cercano a Chicago.
–¿Qué relación tiene su viaje a Chicago con su devenir como arquitecta?
–Muchísima. Cuando viví en los Estados Unidos, el vecino de la casa que me alojaba era arquitecto, además de pariente de la familia que me recibió. Este hombre estaba siempre frente a una ventana, con un tablero dibujando y escuchando música. Esa imagen fue muy poderosa para mí. Un día lo acompañé a comprar materiales para un trabajo que estaba haciendo y me llevó a recorrer edificios modernos en Chicago. Hasta entonces yo solo conocía la arquitectura antigua a través de libros. Cuando volví supe que quería ser arquitecta y me inscribí en la Facultad de Arquitectura de la Universidad de Mendoza, que hacía poco se había inaugurado. Fue una etapa muy feliz. Ahí conocí a Mario Yanzón, que fue mi novio, luego mi marido, el padre de mis hijas y mi socio. Hoy estamos divorciados pero seguimos siendo buenos compañeros de trabajo.
–¿Los proyectos de bodega fueron una búsqueda o sucedieron como consecuencia de las primeras experiencias que tuvo en los espacios del vino?
–Fuimos los primeros y tuvo que ver también con un contexto macroeconómico que permitió abrir mercados. La revolución vitivinícola de los 90 ofreció ventajas para inversores extranjeros y muchos bodegueros y enólogos vieron esta oportunidad, que se convirtió en un boom. Quién hubiera imaginado estar haciendo bodegas tan grandes al mismo tiempo en los mismos años. Abrimos una puerta en una época donde no había una arquitectura de bodegas pensadas para el turismo. El enoturismo se nutrió de la creación de lugares para recibir visitantes y crear lugares, lo que nos apasiona. El espíritu que le das a un lugar está más allá del manejo arquitectónico, en el sentido tradicional.
Eliana Bórmida en la bodega Alfa Crux, en el Valle de Uco
–¿Cómo concibe la arquitectura?
–Entiendo lo arquitectónico con mucha fenomenología, con sensorialidad, y eso lo adquirí con el tiempo y la experiencia. He viajado por culturas muy distintas y es difícil no emocionarse en los lugares que tienen espíritu. Un punto de partida es saber cuál es la intervención que hay que hacer y neutralizar los aspectos negativos o en contra. Esto se va resolviendo en cada caso. El recorrido es fundamental para nosotros, es decir, cómo se ve, cómo se da la aproximación hacia un lugar, qué escala tienen las cosas, cuáles son los movimientos de las personas o cómo es el clima en determinada zona. Creo que todos los materiales me representan, aunque tengo preferencias por los naturales, como la piedra, la granza, la tierra y determinados colores. Si bien soy discreta y serena con las formas, no le tengo miedo a otros desafíos. La Bodega Garzón, en Uruguay, es un ejemplo de esto porque cuenta con una de las formaciones geológicas más antiguas del planeta: el Escudo de Brasilia. Cuando trabajamos en ella respetamos esta particularidad y el resultado es imponente.
–¿En qué aspectos se distinguen sus bodegas?
–Es probable que se distingan por la relación con el entorno y con el espíritu de algo que se siente y no puede explicarse bien. Buscamos generar experiencias particulares de recorridos. Cuando uno camina por ahí va sintiendo lo que sucede a través de técnicas que juegan con el movimiento y la conexión de espacios, la fluencia y la articulación. La intención es conectar espacios funcionales y generar emociones. Todas las bodegas transmiten algo en particular. Por ejemplo, cuando en Salentein llegás al espacio central, si mirás para abajo ves la cava con su rotonda, y al bajar esa cava se conecta con un lucernario y un entorno curvo. Si te parás en el centro y proyectás la voz, retumba tu interior como una caja de resonancia. En Alfa Crux, entrar a la cava es ingresar a un espacio insospechado y enorme, ubicado debajo de una plaza, en el que una cruz de luz se proyecta en el piso. En las bodegas hay algo de bohemia, inquietud y fantasía. Ojalá esta microcultura que hemos generado nos trascienda.

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