lunes, 15 de julio de 2024

Gonzalo Murúa Losada....El nieto de Lautaro Murúa dirige un documental que une a tres generaciones marcadas por el cine



En el film de Gonzalo Pablo Murúa Losada, la gran actriz Graciela Borges ofrece su testimonio y reconoce: " No hubo otro actor igual que él. El más magnético, el más genial. El más”
Marcela Ayora
Lautaro Murúa junto a su nieto Gonzalo, el director del documental "Las voces de Pablo", una reconstrucción familiar
Las manos de un hombre joven abren una caja apoyada sobre un escritorio de madera. Adentro hay fotos de una familia, la suya; al costado de la caja, tres tijeras –en plural–, como si no fuera a alcanzar con una sola para hacer lo que sigue: apoyar el filo sobre el papel y recortar. Separar la silueta de ese bebé en primer plano, priorizarlo por sobre la mujer y el hombre que lo rodean. En otra foto, pulir aún más el recorte sobre el retrato de un niño.
La selección de partes se amplía. Con el sonido de un proyector de fondo, quien hace la poda, ahora es paño de cine: sobre su remera blanca se proyectan las imágenes familiares. Con el nuevo armado de la propia historia sobre su cuerpo, una voz en off –la suya– narra en un tono amable –amable para sí, porque eso importa– y a un ritmo lento, el objeto de toda esta acción. Entonces, se lo escucha: “Hablar de mi padre, es hablar de una herida”. Y apenas un poco más armado ese collage de fragmentos, la voz en off dice esto: “Un cariño tambaleante, que nunca estuvo del todo seguro”. Un hijo que revisa a su padre. Que lo piensa y lo reconstruye cuando el padre ya no está, murió. “A pesar de que también llevo su nombre, pocos saben que soy el hijo de Pablo”.
Quien asegura esto se llama así: Gonzalo Pablo Murúa Losada, director de Las voces de Pablo, documental sobre su padre, Pablo Murúa, quien fuera hijo –a su vez– del actor y director Lautaro Murúa (desde el jueves se exhibirá en el Cine Gaumont). Que no es decir cualquier actor, más bien es pensar en un ícono de los años dorados del cine argentino. Si hay alguien para subrayar algo del cine es Graciela Borges, a quien se la puede ver en el documental hablando sobre los Murúa. Una síntesis sobre el vínculo de la actriz con esta familia: trabajó en cine con el abuelo, quiso mucho al padre y es madrina del nieto, el director.
Lautaro Murúa junto a Graciela Borges, la actriz que se convirtió en madrina de Gonzalo, su nieto
En cuanto a cómo recuerda a Lautaro dice: “No hubo otro actor igual que él. El más magnético, el que mejor decía las cosas, el más naturalista, el más genial. El más”. Entre las películas más conocidas donde actuó: Un guapo del 900, Crónica de una señora, La casa del ángel, El exilio de Gardel. Y una de la que se habla en este documental, porque ahí trabajaron juntos su padre (como guionista) y su abuelo (como director), Cuarteles de invierno (1984), basada en la novela de Osvaldo Soriano.
“La única vez que trabajaron juntos fue en Cuarteles de invierno y yo estaba en la panza de mi mamá. Él iba a ser papá y trabajaba por primera vez con su padre”, afirma Macarena en el film de su hermano.
Sobre esa relación entre Lautaro (así lo llama Gonzalo a su abuelo, casi nunca “abuelo”) y Pablo (al que sí le dice “mi viejo”), también se habla en el film. Se sabe: no es muy serio revisar el pasado bajo los parámetros de la contemporaneidad. Es decir, en los tiempos en que Lautaro Murúa era una star del séptimo arte, fue centro de todo. De los afiches de sus películas con esa cara armónica clásica y el cuerpo esbelto. Pero también del nodo familiar, ahí donde su esposa Violeta lo ayudaba con el cuidado de su imagen, al punto de ponerle una media por las noches para acomodar las ondas de su melena viril y tan suya.
Según cuentan algunas voces en el documental, no había mucho espacio dedicado a paternar. María Ignacia Díaz Lestrem, prima de Pablo Murúa, subraya sobre sus días de infancia: “Lautaro era genial. Un fantástico. El que te hacía escuchar música clásica y te dibujaba en un sillón”. Y enseguida agrega: “Pero no había esto de paternar. Nosotros hacíamos todo solos: la comida, ir a la pileta. Nadie nos ponía protector solar”.
Graciela Borges, que amaba a Lautaro Murúa, como bien lo señala, recuerda: “Tu abuelo era más difícil y era del que más me enamoré en la vida. Él me decía de usted. Yo le dije de usted hasta el último momento de su vida”. Como a todo a quien se ama, también se le saca la ficha de tanto mirarlo. “Lautaro era inteligente –dice Borges–, sensible, estupendo actor. A pesar de que amaba a sus amigos y demás, era muy egoísta y creo que Pablo era un necesitado de amor. Lautaro era muy fuerte de carácter. Pablo también, pero tenía por Lautaro una admiración muy profunda”.
Para poder rearmar a ese padre, hay que volver a mirar la historia. Gonzalo Murúa Losada tiene su análisis sobre eso: “La vinculación con papá era de una relación como que Lautaro era el actor y el director, pero no era el papá. Una época en que se creía que los chicos se criaban solos. No estaba presente esto de paternar. Mi abuela, un poco más tarde, se dio cuenta de todo y quiso restituirlo, pero cuando uno es adulto, es difícil volver. Se fue en 2010 y la amo con toda mi alma. Quizás eso que le pasó con su hijo, con mi hermana y conmigo fue súper presente. Se desvivió con nosotros como nietos. Tal vez como mamá no lo pudo cumplir así”.
Pablo Murúa, hijo del actor y director argentino Lautaro Murúa, junto a Leopoldo Torre Nilsson, su padrino
De manera que armar al padre desde el presente es también preguntarse –y tratar de comprender– sobre las formas en que se da el amor de una generación a otra. Y acá, muy especialmente en la línea de hombres a hombres: padres, hijos, nietos. Y que lo que se teje en este film es también una historia –familiar– sobre el amor al cine.
Aunque al principio quería ser diplomático y estudiaba en la UBA, Gonzalo Murúa Losada pasaba horas y horas filmando con una cámara en mano. “¿Y por qué no estudiás cine?”, recuerda que le preguntó su novio músico en ese momento. Así fue que pasó por el Enerc y como no entró, su madrina le sugirió verlo a Manuel Antín. Es Licenciado en Cine con orientación montaje (FUC). Se dedica también a la actividad académica: por estos días da clases en México (Tecnológico de Monterrey) y en breve, será coordinador de la cátedra documental en la Escuela de Cine, San Antonio de los Baños (Cuba). Algunas de sus películas anteriores: Te quiero obsceno (2016), Los fantasmas de Losada (2015), que tiene que ver con la historia del sello editorial Losada, que fundó su bisabuelo.
Cuando Gonzalo Murúa Losada tenía dos años (nació en Buenos Aires, en 1986), sus padres se separaron. Esto pasaba a fines de los 80. Él se fue a vivir con la familia ensamblada de su madre a Bella Vista. A sus cinco, Pablo se fue a España a acompañar a Lautaro Murúa, a quien le habían detectado un cáncer de pulmón, motivo por el que moriría a los 68 años, en 1995. El actor se había exiliado en España en 1976, por la dictadura. Las voces de Pablo podrían ser todos los Pablos adentro del padre de Gonzalo. O a ese hijo que vio con ojos de fascinación a su propio padre, Lautaro Murúa. Y así.
Pero el recorte viene más bien por el lado de la voz narrativa, la de los cuentos que Gonzalo Murúa Losada encontró guardados en el escritorio de su papá, después de su muerte. “Estaban ahí, en un cajón. Un mueble muy pesado con miles de cajones, costaba moverlo. Ese escritorio hablaba mucho de su personalidad”, destaca, como también el hecho de que Pablo Murúa era un buen lector. Que le encantaba escribir. Sobre la calidad literaria, Graciela Borges resalta en el documental que ella había hablado con un gran autor sobre los textos de Pablo, y que ese autor le dijo: “Lo que escribe este chico es oro”. Los cuentos guardados sin publicar, hablan de ese padre que murió en 2013, con quien ese hijo –que lo cuenta–, tuvo un vínculo en zigzag.
Gonzalo Murúa Losada decidió emprender un viaje hacia la historia del “ingobernable" Pablo. Reconstrucción familiar entre recuerdos propios y ajenos. Abuelo, padre e hijo
“Siento que hay varias voces en la peli. No solo las de los entrevistados, si no las de sus cuentos, de los lugares donde él estuvo. Susurros que estaban por lo bajo, que me llegaron durante toda la vida y en este momento se vuelven voz. Voces que lo reconstruyen, que habitan en otros espacios: en sus cuentos, en sus guiones”, subraya Murúa Losada. En cuanto al estilo narrativo, pareciera haber una influencia.
“Una escritura muy de sus referentes: le encantaba Poe, la época del policial de Poe. Mi papá era una persona muy observadora. Eso le viene del cine. Ese cruce entre cine y literatura. Una persona que se crio con el cine o tuvo el padre que tuvo. También la capacidad de separarse de las obras que le gustaban a su papá. Lautaro no era un gran conocedor del género fantástico; papá, sí. Como hijo le reconozco esa cosa de lo bizarro, lo exagerado”.
Hay un mapa cinematográfico y emocional que transitó con su padre: desde ver El Exorcista hasta Delicatessen. “Un poco irreverente en la curaduría de lo que nos mostraba”, recuerda, y se ríe. “Son todas imágenes de todas esas pelis que vimos en aquel momento en mi adolescencia hasta que hubo un momento de quiebre”. Eso implica un antes y un después. En este caso –en la vida del director–, una nueva forma de ver al padre.
“Cuando yo estaba con él, me enfermé. Estuve internado. Me hizo un clic. Sentí que mi papá no era como el resto de los papás, que no me cuidaba lo suficiente. Como que era un poquito inmaduro. Tenía problemas con el alcohol. Sí, lo vi como apagarse. Sobre todo en ciertos consumos. Yo viví más el del alcohol. Momentos que me marcaron bastante”.
Una de las últimas imágenes de Lautaro Murúa
Dicen que a Pablo Murúa le hubiese encantado ser guionista. Pero que, de adulto, no encontró como insertarse en la industria del cine, un poco porque en esos días la industria ya no era tal y empezaba un nuevo modo más autogestivo. “Yo lo vi sufrir mucho –subraya el director–, luchar porque no tenía trabajo. Él quería quizá ser guionista, estar en eso. Tal vez le tocó una época difícil. Y no resistió. Hay que tener mucha entereza para resistir”.

El trabajo de sostener la libido para la creación artística. Y quizá el peso de un nombre pueda tanto sumar a leudar, como a bloquear. “Él se crio en ese ambiente de las luces del cine y no es que podía ir a laburar a una oficina ocho horas. Era todo o nada. La foto de él con [Leopoldo] Torre Nilson: ahí papá tenía 12, 13 años. Torre Nilson era su padrino y estaba ahí como asistente de dirección. Tener todo ese entorno para vos y no poder”, dice Gonzalo Murúa Losada.
Hay que tener ganas –y amor– para comprender a un padre (Pablo) con el que se tuvo ese vínculo en zigzag. Hacer mucho análisis, cuanto menos, y capitalizarlo. “Mi última psicóloga me decía que había una sobreadaptación que teníamos mi hermana y yo a todas esas situaciones que vivimos, que yo se las contaba así nomás. Y ella me decía: ‘pará, escuchá lo que estás contando’. Entonces, desde ahí, tal vez se vea diferente. Creo que es necesario darle una voz a alguien que fue eclipsado por la figura de mi abuelo. A veces se puede pensar que tener un padre en el mundo del arte, va a ayudar. Pero siento que papá no se permitió ser. Le costó mucho: sus inseguridades, su extrema sensibilidad. Su miedo a exponerse. Yo necesitaba contar esa historia, rescatar su talento y yo, como persona, poder sanar ese vínculo, reconociéndolo”.
Lautaro Murúa en una de sus actuaciones más recordada, "La casa del ángel"
Hay ciertas cosas sobre Pablo que el director parece haber conocido a partir de algunos testimonios que forman parte del documental. Historias que salieron a la luz. “Todo este costado de la sensibilidad era algo que no conocía –asegura–, hasta que empezaron a exponer los diferentes entrevistados. Todo este tema de los cuentos de la infancia. Cuando los volví a releer había un montón, esos cimientos de ciertos pesares que tenía papá”.
Es una tarde apacible de otoño en los años 90 y Pablo Murúa entra con sus dos hijos, Macarena y Gonzalo, al Jardín Botánico. Es algo que hacen seguido. Van a leer entre los tres y a pasar la tarde ahí. “A papá le encantaba el Botánico. Como encontrar el verde dentro de la ciudad. Veníamos mucho nosotros tres, veníamos a leer”, dice Macarena Murúa sentada en un sillón, rodeada de plantas, en un rincón del Botánico donde se filmó algunos momentos del documental.
“En el Botánico a veces leíamos a Lorca. Una parte cada uno. Me encantaba”, señala el director.
–¿Por qué contar al padre?
–Uno hace cine por la necesidad de contar: la historia de mi papá, de honrarlo, de darle lugar. Fue un gran artista que no tuvo lugar. Es complejo el ambiente del cine, del arte en general. Uno tiene que ser muy fuerte. Hay que estar muy seguro. Terminás tu película, tu libro y no tiene la repercusión que esperabas y tenés que pensar para quién hacés esa obra. Es muy crudo. Y mi papá era muy sensible.

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