domingo, 7 de julio de 2024

LA HISTORIA DETRÁS DE LA HISTORIA Y EL MEDIO ES EL MENSAJE


Peripecias detrás de la selección y las valijas perdidas de los Di María
Intimidades de una cobertura que implica viajes y conexiones contrarreloj para llegar a cada partido de la Copa América


Federico Águila
La previa en Miami, antes del partido de Argentina-Perú
¿Qué puede salir mal? A veces, casi todo. Vuelo retrasado, valijas perdidas, llegada a la madrugada y cancelaciones a último momento. Esos pequeños detalles que para la vida de cualquier mortal resultan insignificantes, pueden llegar a ser demoledores para un viajero cansado y a miles de kilómetros de casa.
La cobertura  por los Estados Unidos lleva ya tres semanas. Para perseguir el sueño de la selección por el bicampeonato de América, la travesía arrancó en Atlanta, luego siguió por Nueva Jersey, bajó a Miami, aterrizó en Houston y ahora regresó a la ciudad vecina a Nueva York. Hasta ahora, más de 16.000 kilómetros recorridos. Aquí, Argentina buscará el martes la final cuando enfrente a Canadá en el imponente estadio de MetLife.
Parte de este equipo  estuvo en Qatar, hace dos años. Aquella vez los desafíos logísticos eran otros. Un Mundial en un lugar poco habitual, en el desierto y con una cultura diferente. Tenía una particularidad que a la vez fue una ventaja: se celebró en una misma ciudad, donde convivieron 32 selecciones y se disputaron los 64 partidos. Podíamos ir al entrenamiento de la selección por la tarde, tomarnos un taxi y a la noche ver Inglaterra-Francia en el estadio Al-Bayt, aquel con la carpa que se encontraba en las afueras de Doha.
Allí nuestros problemas se debatían entre cosas más sencillas: la cola para subir al subte para viajar de un estadio al otro, lidiar con el frío del aire acondicionado o encontrar algo abierto a las 4 de la mañana más allá de un puesto de falafel, cuando terminaban las extensas coberturas por la diferencia horaria con Buenos Aires.
Aquí todo es a lo grande. Los estadios y también las distancias. Un embotellamiento puede resultar una pérdida de tiempo irremontable. La semana pasada salimos desde Nueva Jersey hacia Miami y nos tocó embarcar desde el JFK. Desde el vibrante barrio de Hoboken, sobre la parte del río Hudson que mira a Manhattan, el GPS marcaba una hora y media hasta el aeropuerto. Dos horas de ventaja nos parecían suficientes. Error.
Cruzar gran parte de Nueva York un viernes a la tarde nos llevó una hora más. La entrada al aeropuerto, media más. Un imprevisto nos dejaba fuera de juego. Check in exprés hasta la fila del control de equipaje. Pero a los guardias de seguridad no les importa si el vuelo se va o si le contamos que nos espera el mismo Messi a cenar. El reloj entró en tiempo de descuento y una de las valijas se fue para el lado de la inspección. Cinco, diez, quince minutos. Tiempo precioso perdido. Parte del equipo corrió casi una maratón hasta la última puerta de la terminal. Las distracciones y sonrisas a las nada amables controladoras no sirvieron para esperar al último soldado, que se quedó varado y debió volver al centro de la ciudad para tomar un vuelo al día siguiente.
Conscientes de aquel error, la vuelta desde Houston hacia la gran ciudad parecía estar controlada. En un vuelo de solo tres horas podíamos dejar atrás una semana sofocante con 42 grados. El vuelo arrancó demorado. Primero cambió de puerta, después esperó en la pista. Casi dos horas de retraso, pero aceptables para cualquier viajero.
Las familias de los jugadores también siguen la misma rutina que nosotros y los hinchas. Por casualidad viajamos junto a Jorgelina, la esposa de Ángel Di María, quien jugará aquí sus últimos dos partidos con la albiceleste antes de cerrar una brillante carrera. Con ella estaban sus hijas, Pía y Mia, y Miguel y Diana, los padres del jugador rosarino. En ese grupo bullicioso estaba también la familia de Leandro Paredes. Camila Galante, su mujer, y sus hijos Victoria y Giovanni. Los chicos peleaban. Mamá los amenazaba con “le voy a contar a papá”. Los adultos mofaban.
De la cinta 9 a la 4. De la 4 a la 9. Y la cola para irse a quejar entre los bultos perdidos. Un solo hombre lidiaba con la multitud. Ahí nos enteramos que las valijas viajaron en otro avión.
Rumbo a la terminal A. Subimos dos pisos, abordamos el tren y un bus. Miguel Di María tomó la delantera y encaró como Fideo a la defensa de Perú. Pero las cintas estaban vacías. Puso los brazos en jarra y encontró un cuartito al fondo. Metió una diagonal y tuvo la llave del gol. Ahí estaban las valijas de los Di María y las de los Paredes, las Louis Vuitton de Jorgelina y Camila. Las negras y rojas nuestras. Miguel respiró aliviado. Acompañado por un par de jóvenes enfiló otra vez al tren para volver al encuentro del resto del equipo en la terminal C.
Con Miguel nos despedimos. Solo nos quedaba pedir un auto para ir al hotel. “Cancelado”, nos devolvió el celular. Todas las camas ocupadas cerca del aeropuerto. Llamadas a último momento, sin éxito. Aparecieron dos dobles por mil dólares para dormir cuatro horas. Un hotel en Jersey City nos tentó. Dos habitaciones, baño privado, tarifa razonable y dormir hasta el mediodía. Llegamos a las 5 AM, catorce horas después de haber emprendido la salida de Houston. De las fotos a la realidad, un abismo. La experiencia en el motel de la avenida Littleton quedará para otro momento.
Ahora ya estamos frente a la Gran Manzana. Al igual que Miguel Di María y su familia, que sueñan con llegar a la final para que su hijo se retire como lo merece. Ya se habrá olvidado de esa noche que vivimos en Newark.

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De Evita a Fabiola, primeras damas en conflicto
Una muestra en el museo de la Casa Rosada sobre las esposas de los presidentes; Yañez, con documental en puerta

Pablo Sirvén
Tras el debate/hecatombe en el que su retador a sucederlo, Donald Trump, le pasó por encima, el presidente de los Estados Unidos, Joe Biden y la primera dama norteamericana se mostraron como una pareja altamente despareja: él con una sonrisa catatónica; ella con una euforia forzada alentándolo a seguir adelante.
¿Se viene el duelo de las primeras damas? Las encuestas aseguran que la única demócrata que estaría en condiciones de ganarle a Trump sería Michelle Obama. Mujer, negra y esposa de un expresidente de dos mandatos, tal vez sería una apuesta demasiado osada para un país que prefirió al excéntrico magnate que a Hillary Clinton, cuyo exitoso marido también estuvo ocho años en el Salón Oval.
Qué distinto de la Argentina, donde ya contamos con dos primeras damas que fueron presidentas (Isabel Perón y Cristina Kirchner) y una más que no lo fue, pero que se convirtió en un mito (Eva Perón). CFK ninguneó a María Estela Martínez durante mucho tiempo con el afán de imponer la idea de que ella había sido la primera y única argentina en haber llegado a lo más alto del poder. Hace unos días la recordó súbitamente con cierto desdén machista al afirmar que fue “una mujer que no estaba capacitada”, aunque le adosó un atenuante mezquino (“Estuvo presa; se la bancó”).
La expresidenta cree que la fórmula de gobiernos insuperables consiste en binomios maritales: así rescata para el siglo XIX el de Juan Manuel de Rosas y Encarnación Ezcurra; para el XX, a Juan y Eva Perón, y para el XXI, a ella misma y a Néstor Kirchner. En tono risueño arriesgó que su entrevistador/militante, el streamer Pedro Rosemblat (que terminó la charla enarbolando sus dedos en “V”) podría seguir esa secuencia con su actual novia, la popular Lali Espósito.
Sin ser parte formal de ningún gobierno, las primeras damas juegan roles que a veces hasta sobrepasan en el tiempo y en la influencia social a sus maridos, tal el caso, por ejemplo, de Jacqueline Kennedy/Onassis. En Uruguay, Lucía Topolansky fue vicepresidenta después de que José Mujica, su marido, completara su mandato como presidente. A veces ablandan ciertas rigideces de la política y hasta marcan tendencias en la moda (caso Juliana Awada).
Vimos en el Museo Casa Rosada la exposición “Damas primeras. Primeras damas 1862-1989″, un recorrido por fotos y pertenencias personales de cónyuges de presidentes, de Bartolomé Mitre a Raúl Alfonsín. Desde entonces se sucedieron otras seis primeras damas casadas con primeros mandatarios, sin contar a Zulemita Menem (hija de Carlos Menem) ni a Karina Milei (hermana del actual presidente), que, de alguna manera, tomaron una parte de ese rol.
Hay una curiosa historia reciente, y aún sin resolución, respecto de la anterior primera dama, Fabiola Yañez. Aunque ya ha pasado más de un mes desde que la periodista Sandra Borghi reveló que la (¿ex?) esposa de Alberto Fernández había grabado en España –donde actualmente vive con su pequeño hijo y con su madre– seis capítulos de 40 minutos cada uno, en los que hace muchas revelaciones sobre los cuatro años en que le tocó ser primera dama, continúa el misterio en torno de cuándo dicho material verá la luz y en qué condiciones. Según indicios, se trata de un crudo sin editar, guardado bajo siete llaves, en el que Yañez mirando a cámara cuenta su verdad acerca de la fiesta de Olivos, el vacunatorio vip, su relación con Cristina Kirchner, el feminismo y, por supuesto, sobre quien fuera o sigue siendo su marido (ninguno de los dos notificó formalmente nada al respecto). La idea es que algún director español se cope con el material y lo convierta en una producción que entusiasme a las plataformas audiovisuales. Yañez necesitaría dinero, ya que no le estaría alcanzando la mensualidad que le pasa el expresidente para sus gastos madrileños.
Si bien se trata de un contenido que en la Argentina puede valer oro en polvo (siempre y cuando sus revelaciones sean sustanciales y no mero chamuyo), el interés internacional es bastante relativo. Yañez está a años luz de atrapar audiencias extranjeras (claramente no es Evita, sino más bien un personaje secundario y desangelado). Al fin y al cabo, su papel entre 2019 y 2023 fue tirando a intrascendente. ¿Tanto tiene para contar? Dudoso. En todo caso, protagonizó varias polémicas, aparte de su sonado festejo de cumpleaños en plena pandemia (por ejemplo, el plagio de su tesis universitaria o los viajes en el avión presidencial por motivos privados).
Mientras tanto, el único que podría estar inquieto por que ese largo testimonio trascienda es Alberto Fernández, por las inconveniencias que pueda incluir. El exmandatario intenta dilucidar si dicho material realmente existe o se trata de un ardid en procura de que se esmere en hacer mejor letra a la hora de pagar los gastos de la madre de su hijo.
Tras el debate/hecatombe en el que su retador a sucederlo, Donald Trump, le pasó por encima, el presidente de los Estados Unidos, Joe Biden y la primera dama norteamericana se mostraron como una pareja altamente despareja: él con una sonrisa catatónica; ella con una euforia forzada alentándolo a seguir adelante.
¿Se viene el duelo de las primeras damas? Las encuestas aseguran que la única demócrata que estaría en condiciones de ganarle a Trump sería Michelle Obama. Mujer, negra y esposa de un expresidente de dos mandatos tal vez sería una apuesta demasiado osada para un país que prefirió al excéntrico magnate que a Hillary Clinton, cuyo exitoso marido también estuvo ocho años en el Salón Oval.
Qué distinto de la Argentina donde ya contamos con dos primeras damas que fueron presidentas (Isabel Perón y Cristina Kirchner) y una más que no lo fue, pero que se convirtió en un mito (Eva Perón).
CFK ninguneó a María Estela Martínez durante mucho tiempo con el afán de imponer la idea de que ella había sido la primera y única argentina en haber llegado a lo más alto del poder. Hace unos días la recordó súbitamente con cierto desdén machista al afirmar que fue “una mujer que no estaba capacitada”, aunque le adosó un atenuante mezquino (“Estuvo presa; se la bancó”).
La expresidenta cree que la fórmula de gobiernos insuperables consiste en binomios maritales: así rescata para el siglo XIX el de Juan Manuel de Rosas y Encarnación Ezcurra; para el XX, a Juan y Eva Perón, y para el XXI, a ella misma y a Néstor Kirchner. En tono risueño arriesgó que su entrevistador/militante, el streamer Pedro Rosemblat (que terminó la charla enarbolando sus dedos en “V”) podría seguir esa secuencia con su actual novia, la popular Lali Espósito.
Sin ser parte formal de ningún gobierno, las primeras damas juegan roles que a veces hasta sobrepasan en el tiempo y en la influencia social a sus maridos, tal el caso, por ejemplo, de Jacqueline Kennedy/Onassis. En Uruguay, Lucía Topolansky fue vicepresidenta después de que su marido José Mujica completara su mandato como presidente. A veces ablandan ciertas rigideces de la política y hasta marcan tendencias en la moda (caso Juliana Awada).
Vimos en el Museo Casa Rosada la exposición “Damas primeras. Primeras damas 1862-1989″, un recorrido por fotos y pertenencias personales de cónyuges de presidentes, de Bartolomé Mitre a Raúl Alfonsín.
Desde entonces se sucedieron otras seis primeras damas casadas con primeros mandatarios, sin contar a Zulemita Menem (hija de Carlos Menem) ni a Karina Milei (hermana del actual presidente) que, de alguna manera, tomaron una parte de ese rol.
Hay una curiosa historia reciente, y aún sin resolución, respecto de la anterior primera dama, Fabiola Yañez. Aunque ya ha pasado más de un mes desde que la periodista Sandra Borghi reveló que la (¿ex?) esposa de Alberto Fernández había grabado en España –donde actualmente vive con su pequeño hijo y con su madre– seis capítulos de 40 minutos cada uno en los que hace muchas revelaciones sobre los cuatro años en que le tocó ser primera dama, continúa el misterio en torno de cuándo dicho material verá la luz y en qué condiciones.
Según indicios, se trata de un crudo sin editar, guardado bajo siete llaves, en el que Yañez mirando a cámara cuenta su verdad acerca de la fiesta de Olivos, el vacunatorio VIP, su relación con Cristina Kirchner, el feminismo y, por supuesto, sobre quien fuera o sigue siendo su marido (ninguno de los dos notificó formalmente nada al respecto). La idea es que algún director español se cope con el material y lo convierta en una producción que entusiasme a las plataformas audiovisuales. Yañez necesitaría dinero ya que no le estaría alcanzando la mensualidad que le pasa el expresidente para sus gastos madrileños.
Si bien se trata de un contenido que en la Argentina puede valer oro en polvo (siempre y cuando sus revelaciones sean sustanciales y no mero chamuyo), el interés internacional es bastante relativo. Yañez está a años luz de atrapar audiencias extranjeras (claramente no es Evita, sino más bien un personaje secundario y desangelado).
Al fin y al cabo, su papel entre 2019 y 2023 fue tirando a intrascendente. ¿Tanto tiene para contar? Dudoso. En todo caso, protagonizó varias polémicas, aparte de su sonado festejo de cumpleaños en plena pandemia (por ejemplo, el plagio de su tesis universitaria o los viajes en el avión presidencial por motivos privados).
Mientras tanto, el único que podría estar inquieto que ese largo testimonio trascienda es Alberto Fernández por las inconveniencias que pueda incluir. El exmandatario intenta dilucidar si dicho material realmente existe o se trata de un ardid en procura de que se esmere en hacer mejor letra a la hora de pagar los gastos de la madre de su hijo.

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