El más bello fin del mundo, de José Eduardo Agualusa
Crónicas sobre una era mágica y terrible
ESCRITORA Y CRÍTICA
MÁRBARA AVERBACH
En toda su obra de ficción, el angoleño José Eduardo Agualusa (Huambo, 1960) describe nuestro planeta como un lugar complejo, mágico y en peligro. Eso es especialmente cierto en esta colección de textos “periodísticos” muy cortos, publicados entre 2018 y 2021 en medios como Visão, Granta y O Globo. Como anuncia el título, cada uno de ellos (son muchos: una pena que la edición carezca de índice) es un estallido tanto de espanto como de esperanza.
En El más bello fin del mundo, hay de todo y todo es profundamente político y conmovedor. No importa de qué tema se trate: las artes (cine, fotografía, literatura), los gobiernos, la naturaleza, la sabiduría popular, el colonialismo, el paisaje o el calentamiento global. El conjunto de escritos, contundentes, está recorrido por algunas líneas generales. Por ejemplo, la reflexión sobre ciertas tendencias, tanto de la persona que escribe como de los humanos en general, en análisis de una enorme claridad y una dulzura amarga que recuerdan a los de John Berger. O la descripción dolorosa y rebelde del presente difícil de la Tierra.
La cita que encabeza el libro lo proclama: es una mezcla de optimismo, pesimismo y la seguridad de que “en toda tierra conocida, hay una tierra incógnita”. Porque Agualusa ve lo desconocido, lo bello, lo terrible en cada esquina, en cada escena, en cada recuerdo. Y ve el dolor, por supuesto, pero también capacidad de resistencia y de belleza. La suya es una mirada inteligente y compasiva que se interesa por todo tipo de personajes, ficcionales, ignotos, famosos.
El efecto que causa la lectura de El más bello fin del mundo, no sería posible, más allá del contenido, sin un extraordinario manejo del lenguaje. Pero Agualusa hace más, habla directamente del idioma varias veces: de la lengua humana como creadora de realidad (“En el principio era la palabra”); de las charlas que tienen los chicos y los pueblos no europeos con la naturaleza (“El arte de escuchar al mundo”); de la unión entre el idioma humano y el de los animales (en dos títulos inolvidables sobre el habla de los bebés: “La lengua de los cuervos y la del silencio” y “La primera lengua”).
Como todo “cronista”, Agualusa se expresa desde su yo: por eso la abundancia de fragmentos en primera persona. La voz que une el remolino de recuerdos, análisis, acusaciones, protestas y deseos es siempre la misma, ya sea que comente una película internacional, cuente una historia o hable de un baobab africano, un gobernante en Brasil o una calle de Lisboa (Brasil, Angola y Portugal son los tres lugares que más nombra). Es una voz que siempre trata de ver más y entender más para decir el tiempo terrible y mágico en que vivimos, pintándose y pintándonos de manera demoledora y maravillosa.
El más bello fin del mundo
Por José Eduardo Agualusa
Edhasa. Trad.: Claudia Solans
364 páginas, $ 28.500
En toda su obra de ficción, el angoleño José Eduardo Agualusa (Huambo, 1960) describe nuestro planeta como un lugar complejo, mágico y en peligro. Eso es especialmente cierto en esta colección de textos “periodísticos” muy cortos, publicados entre 2018 y 2021 en medios como Visão, Granta y O Globo. Como anuncia el título, cada uno de ellos (son muchos: una pena que la edición carezca de índice) es un estallido tanto de espanto como de esperanza.
En El más bello fin del mundo, hay de todo y todo es profundamente político y conmovedor. No importa de qué tema se trate: las artes (cine, fotografía, literatura), los gobiernos, la naturaleza, la sabiduría popular, el colonialismo, el paisaje o el calentamiento global. El conjunto de escritos, contundentes, está recorrido por algunas líneas generales. Por ejemplo, la reflexión sobre ciertas tendencias, tanto de la persona que escribe como de los humanos en general, en análisis de una enorme claridad y una dulzura amarga que recuerdan a los de John Berger. O la descripción dolorosa y rebelde del presente difícil de la Tierra.
La cita que encabeza el libro lo proclama: es una mezcla de optimismo, pesimismo y la seguridad de que “en toda tierra conocida, hay una tierra incógnita”. Porque Agualusa ve lo desconocido, lo bello, lo terrible en cada esquina, en cada escena, en cada recuerdo. Y ve el dolor, por supuesto, pero también capacidad de resistencia y de belleza. La suya es una mirada inteligente y compasiva que se interesa por todo tipo de personajes, ficcionales, ignotos, famosos.
El efecto que causa la lectura de El más bello fin del mundo, no sería posible, más allá del contenido, sin un extraordinario manejo del lenguaje. Pero Agualusa hace más, habla directamente del idioma varias veces: de la lengua humana como creadora de realidad (“En el principio era la palabra”); de las charlas que tienen los chicos y los pueblos no europeos con la naturaleza (“El arte de escuchar al mundo”); de la unión entre el idioma humano y el de los animales (en dos títulos inolvidables sobre el habla de los bebés: “La lengua de los cuervos y la del silencio” y “La primera lengua”).
Como todo “cronista”, Agualusa se expresa desde su yo: por eso la abundancia de fragmentos en primera persona. La voz que une el remolino de recuerdos, análisis, acusaciones, protestas y deseos es siempre la misma, ya sea que comente una película internacional, cuente una historia o hable de un baobab africano, un gobernante en Brasil o una calle de Lisboa (Brasil, Angola y Portugal son los tres lugares que más nombra). Es una voz que siempre trata de ver más y entender más para decir el tiempo terrible y mágico en que vivimos, pintándose y pintándonos de manera demoledora y maravillosa.
El más bello fin del mundo
Por José Eduardo Agualusa
Edhasa. Trad.: Claudia Solans
http://indecquetrabajaiii.blogspot.com.ar/. INDECQUETRABAJA
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