lunes, 22 de julio de 2024

ALEJANDRO LERNER


Alejandro Lerner
“Al artista lo puede fagocitar esa urgencia de sacar un tema cada quince días”


Texto de Silvina Dell’Isola // Fotos: Mercedes Palotti

Fue en Gesell, escuchando a los Beatles mientras patinaba, cuando se empezó a imaginar que quería ser músico, cantar, salir en la Pelo en letras de imprenta y volverse famoso. Poco tiempo después ya estaba tocando en restaurantes autoservicio, en cabarés y en casamientos; había armado dos bandas –Tonelada plástica, con los del cole, y Anaconda, con los de la playa–; se había cruzado con Gieco, el de la primera oportunidad; había grabado, aunque sin salir en los créditos, en Pappo’s Blues y otros discos de rock legendarios; se había animado al rock sinfónico y editaba su primer disco solista con La magia. Cuando la rompió con "Por un minuto de amor", la primera de sus canciones que sonó en radio, apenas tenía 21 años. Agitado derrotero el de Alejandro Federico Lerner, “Terremoto” para los amigos de juventud, que por entonces cantaba “No me quedan más estrofas que inventar” y se terminó convirtiendo en el compositor argentino más versionado del mundo. Que fue asistente de composición en dos películas de Cacho Castaña y payaso en el Circo Rock del negro Rada –“el negro hacía de mago; después de los conciertos me metía en una jaula, la tapaba y cuando sacaba la frazada había dos cabras, no nos alcanzaba para un tigre”–. Que trabajó con Tony Bennet, Carol King, Lionel Ritchie o Tom Jones y con los ingenieros de sonido más prestigiosos, y recibió 8 nominaciones a los Grammy, pero todavía no pudo pararse frente a Paul McCartney, su dios personal. Que probablemente iba para solterón del rock y hoy, a los 67, está pensando en el cumple de 15 de su hija Luna. Y que dos por tres se desayuna con un nuevo reconocimiento: hace apenas tres días le llegó la noticia de que va a recibir el Premio Grammy Latino a la Excelencia Musical, otorgado a quienes hicieron contribuciones creativas de sobresaliente valor artístico. Es para él, tal vez, el más importante de todos, porque no distingue una canción, un disco o un momento de su carrera, si no todos, completos, sus 40 años de trayectoria.  Recibe  en La Mano, el espacio íntimo que construyó después de vender El Pie, su mítico estudio de grabación. Cuenta: “El Pie fue una inversión grande e inocente. Treinta años atrás, cuando yo ya había grabado en Nueva York y empezaba a grabar en Los Ángeles y a juntar mi primer dinero, me dije: cómo me gustaría que Argentina tenga un lugar con un alto nivel de profesionalismo y de exigencia tecnológica, que sea competitivo a nivel mundial, que tenga una consola como la que finalmente tuve, que costó una fortuna, y en donde se pueda comer, tomar y jugar al ping pong. Y bueno, durante 30 años pude mantenerlo y me di los gustos de mi vida, como tener al ingeniero de los Beatles trabajando conmigo, a Alan Parsons, a Humberto Gatica, que fue quien produjo "We are the world" con Quincy Jones, y a Chris Lord-Alge, productor de Green Day. Pasaron por ahí Air Supply, Mercedes Sosa, Manzanero, Charly, el Indio, todo el rock argentino. Pero nos afectó la pandemia. No solamente cerraron los estudios, los artistas también estábamos cerrados, no teníamos trabajo ni una entrada de dinero. Ahí es donde tomé una decisión de supervivencia, que fue dejarlo ir. Me comí un bajón personal muy grande. Fue como dejar ir un logro personal hecho con mucho amor, pero también con mucha generosidad, porque el usuario no era yo, los usuarios éramos todos”.“Algunas canciones hay que dejarlas descansar”

–Pero surgió este espacio. –Empecé a buscar una alternativa y este lugar estaba vacío. Cuando lo vi dije: “Bueno, es acá”. Construí este ámbito que es muy parecido a mi estudio de Los Ángeles, pero allá tengo un balcón enorme que da a las montañas y veo ardillas y águilas volando. Y elegí que no fuera un estudio comercial sino un estudio personal, para mí, para los amigos, para la gente que quiero. El problema era dónde iría a guardar todo lo que tengo, porque El Pie era oficina, sala de ensayo, estudio de grabación y depósito y de golpe me encontré con toneladas de equipamiento y de cosas personales que no sabía dónde meter. Tengo un armario lleno de cintas de todas las bandas que grabaron ahí, bandas de heavy metal, bandas extranjeras que no se llevaron su material porque masterizaban y se iban solo con el máster. Todo eso está guardado. –¿Es cierto que tenés el proceso de composición de tus canciones documentado desde cero en casetes? –Sí, de las canciones que componía cuando era joven y todavía no había computadora. Es muy lindo. Hoy, con Pro Tools, en tiempo real, podés decir “esto no sirvió, esto me gustó, esto se va, esto se queda” y en un word vas haciendo la letra, vas dejando lo que te gusta y vas borrando lo que no. En aquella época ponías un grabadorcito de periodista desde que te sentabas a componer, con un casete TDK de 45 minutos por lado, y eran 90 minutos teóricamente lo que duraba el momento creativo hasta que aparecía la canción. –¿Play, récord y lo dejabas andando? –Exacto, era chequear las pilas del grabadorcito, apretar récord, ponerlo arriba de la mesa y bueno, ¿qué hacemos ahora? Como no lo paraba nunca, se escuchan toses, estornudos, risas, alguien que se levanta y se va al baño… Tengo infinidad de cintas. –Celebrás tus más de 40 años de trayectoria con tres propuestas –4 noches de Encuentros Cercanos en La Trastienda; la gira Vuelven los lentos por el interior y la gira Grandes éxitos por España–. ¿Hay canciones que ya no podés cantar y que tendrías que jubilar? –Sí, con algunas lo que hacés es dejarlas descansar, porque llega un momento en que no te representan ni poética ni musicalmente. Ya no tenés ganas de tocar eso. Pero no me pasa con los clásicos, con “Todo a pulmón”, con “Volver a empezar”, con “Después de ti”, con esas canciones que son demasiado referenciales y que no hacerlas sería como una agresión al público. Algunos artistas sienten desprecio por sus éxitos, reniegan de ellos, dicen “no, esta canción no la quiero cantar más”. A mí nunca me pasó eso y si me pasa es porque necesito soltarla un tiempo o arreglarla y darle un ritmo distinto, una sonoridad distinta, cambiarle algunos acordes, si antes era rock sinfónico hoy podría hacerla solo con piano o con una guitarra acústica. De esa manera no me olvido que vienen a escuchar mis canciones. –Antes el público le ponía el cuerpo a su admiración por un artista, esperaba la salida de un disco, ahorraba para comprarlo, caminaba hasta una disquería. Hoy eso se resuelve en 10 segundos y al rato ya estamos escuchando otra cosa. –Es que eran vínculos de verdad y teníamos avidez de información.

 


Era ir a la disquería porque había llegado un disco importado de los Beatles o de tal artista, abrir el celofán, sacar el disco con la foto y no querer perderte ni la foto ni la información que traía. Hoy, la herramienta para bajar música es espectacular. Los chicos tienen el acceso a la información, la tienen en el teléfono, pero tienen otro tipo de ansiedad. No leen quiénes son los músicos o el productor, ni dónde se grabó. Nosotros, sobre todo los que ya teníamos una vocación, decíamos “mirá, acá grabó Colaiuta, acá grabó Herbie Hancock”. Y un día la vida te sorprendía y le dabas la mano a Herbie Hancock y grababas con Colaiuta y le pegabas un abrazo y te pasaban cosas que tienen que ver con lo que vos atrajiste, con los sueños que vos tuviste. Ahora hay otra mentalidad, la industria necesita que la rueda se mueva, hay una generación que está viviendo una realidad industrial y hay que tener mucho cuidado porque al artista lo puede fagocitar esa urgencia de tener que sacar un tema cada quince días. El riesgo es que a la semana siguiente aparece otro artista y a las dos semanas otro artista y otro artista y otro artista. Las cosas pasan muy rápido, la tecnología avanza rapidísimo y esos chicos que hoy tienen una posibilidad de desarrollo profesional tienen que competir con el mundo, no ya con la Argentina. Vos estás hablando con una persona cuya primera situación profesional la tuvo en el año ‘74. Pasaron 50 años del día en que me puse los auriculares con León Gieco para grabar el disco Banda de los caballos cansados. Hace poco, para mi cumpleaños, me regalé una bandeja y volví a ponerlo. Escuché a Alejandrito tocando el piano a los 16 años y me dije: “Guau, qué loco, yo empecé así, hoy escucho este disco y estoy ahí plasmado, mirá todo el camino que he recorrido y el que voy a seguir recorriendo”. –Thomas de 9 años y Luna de 14, ¿tus dos hijos quieren seguir tus pasos? –Mi hijo es un nene, pero es muy inteligente, brillantemente inteligente. Y mi hija también. Pero ella ya está más definida, quiere cantar, quiere bailar, quiere actuar y aparte es una señorita que está todo el tiempo sacándose fotos y está con el narcisismo en su mejor momento, o en su peor momento. Marcela y yo tenemos que aprender cómo se administra eso. Estudia en la escuela de Cris Morena e hizo cursos de actuación en los Estados Unidos. Está decidida a dedicarse a esto. ¿Qué le voy a decir? –Arranca con una vara demasiado alta. –La vara son mandatos, pero después ella va a tener que trabajar sus propios mandatos, para bien o para mal. Nosotros tratamos que se divierta y que sea responsable con lo que quiere hacer, que lo haga bien, que estudie. Es lo mismo que me dijeron mis padres a mí: “preocupate por estar formado”. Y, la verdad, de alguna manera, eso me salvó la vida. Hoy estoy parado donde estoy y tengo todas las armas para pelear cualquiera de las batallas que tienen que ver con mis desafíos creativos y profesionales. Hice música de películas, música electrónica, música de todo tipo, actué, toqué en el Colón acompañando a Alberto Cortés o haciendo jazz a dos pianos con Lito Vitale. Habría que ser bastante irresponsable para enfrentarse a tantas cosas sin estar preparado.“La popularidad te puede generar un montón de prejuicios en los demás”

–¿Vos seguís estudiando? –Sí, hoy hice clase de canto por zoom. –¿El profe, del otro lado, sabe quién sos? –No tiene ni idea. ¿Querés que te diga la verdad? Con Carlos Santana hice 14 conciertos en los Estados Unidos, Centroamérica y Argentina, y él nunca me había escuchado tocar el piano como intérprete. Hice un curso de improvisación de jazz en la Universidad de Berkley con Gary Burton, un compositor y vibrafonista de jazz inmenso. Tenía mis momentos de ventanita de zoom para mí solo y momentos de ser parte de un chat con otra gente asistiendo a la misma clase y nadie sabía quién era yo. –¿No era así?: ‘’Usted, Lerner, que es uno de los artistas más consagrados de la música argentina…” –Nunca hice eso. No sé si es terapéuticamente correcto, pero me parece bueno para tener una relación igualitaria con mis compañeros de estudio. La popularidad no te define, te definen otras cosas. La popularidad te puede generar un montón de prejuicios en los demás. ¿Este quién carajo se cree que es? A mí me sale así, naturalmente. Cuando estudio soy un estudiante y cuando me subo al escenario soy un artista y una figura popular, no mezclo los roles. Hace muchos años fui a recorrer Cuba completamente solo. No quería hoteles, me iba quedando a dormir en casas de familia y a la noche iba a escuchar música a boliches de forma totalmente anónima, a lugares que por ahí quedaban en el patio de una casa. Subían cantautores a cantar y yo estaba sentado en las gradas. De pronto, en un boliche en Trinidad, unos chicos empezaron a cantar “Todo a pulmón” y yo no sabía qué hacer. Quería levantar la mano y decirles “soy yo”. Se lo comenté a una persona que estaba al lado mío y esa persona fue y se lo dijo al organizador: “Che, está el de ‘Todo a pulmón’ acá”. Pero, contestándote, siempre seguí estudiando. Ahora estamos con mi mujer, media hora cada uno, haciendo técnica de bel canto con Esteban Sieliki. Bel canto es tratar de sacar la voz no de la garganta, no del pecho ni del estómago, sino de la coronilla para que las cuerdas no se desgasten. Gardel levantaba tanto las cejas porque usaba la técnica de los tenores de teatro clásico que no tenían micrófono. Si hubiera cantado todo con la garganta se hubiera quedado afónico a los 10 minutos. Lo que hago con Esteban es ejercitar la técnica porque ahora tenemos 13 ciudades en España, y sin esa técnica a la segunda ciudad lo estaría recitando el concierto. –



¿Y cómo es que con tus contactos nunca pudiste encontrarte frente a frente con Paul McCartney? –Pude entrar a una conferencia de prensa la primera vez que vino. Me dejaron pasar con una credencial de periodista que me habían conseguido. No lo pude saludar. Pedí por favor, pero nadie me pudo ayudar. Es una figurita muy difícil, hay un nivel de seguridad muy estricto a su alrededor. Pero si lo tengo frente a mí me desmayo como una niña de 15. –¿Lerner tampoco chapea para conocerlo? Ahora vuelve a Argentina. –No chapeé hasta ahora, nunca lo hice. Pero si vos me preguntás si hoy lo haría por Paul McCartney, sí lo haría. He estado con Sting un montón de veces, con Celine Dion, con gente grosa del mundo. Pero más allá de mi admiración por todos ellos, lo que me pasa con Beatles es distinto, es como una religión. –Siempre necesitaste manifestarte, aunque no políticamente, sí socialmente. –Con la política no conjugo. Me parece que estamos en una etapa absolutamente primitiva de lo que son las ideologías, la sensibilidad, la solidaridad, el tener en cuenta las necesidades y urgencias del otro. Pero como artista popular no industrial que de alguna manera es parte de una sociedad y de una cultura hablo de lo que tengo ganas y de lo que siento. Creo mucho en ese impulso creativo que he tenido toda mi vida para hacer una canción, escribir una carta o expresarme. –Así surge, en media tarde, una canción como “Mi Argentina”. –El golpe Mi Argentina, Mi Argentina, me venía pegando. La idea venía dando vueltas y yo la dejaba pasar, no me sentaba a componer. Pero un día dije: Bueno, siento que lo tengo que plasmar. Entonces me fui a mi estudio, cerré la puerta y hasta que no terminó de salir no abrí. Le dije a Marcela “vení, escuchá” y lloramos juntos. Si no lloramos es porque la canción no es creíble. –Ya pasaron siete meses de este nuevo gobierno… –Siete meses no es tiempo suficiente para ningún gobierno. Es como un paciente que tiene cáncer desde hace 20 años y cambia de médico y en 6 meses quiere ver resultados. Nuestro país, o nuestra cultura, hace décadas que está intoxicada de corrupción, de mala praxis, de falta de capacidad profesional y de estructuras mafiosas que se han apoderado de los recursos de la gente. Con 50% de pobreza e indigencia es evidente que esos recursos no vuelven a quien los necesita. Fuimos ricos, ¿cómo puede haber 50% de pobres y de gente que se caga de frío y de hambre? El tema es que cuando eso sucede durante tanto tiempo ya no es una situación, es una idiosincrasia. La gente votó lo desconocido porque de lo conocido ya no quería más. Prefirió tirarse al precipicio de lo nuevo antes de seguir caminando con el rumbo tenebroso y oscuro de siempre. La Argentina hacía punta en riqueza, en desarrollo, en todo. Nos hemos empobrecido y nos hemos retrasado y yo no sé qué ideología política es esa, ninguna. –¿Somos mansos? –Somos cómodos. Seguimos permitiendo que nos roben porque robar se convirtió en cultural. Es tan cultural como llegar a un pueblo antropófago y ver que se comen unos a otros. Llega un momento en que se vuelve normal: “Mirá esta manito, estaba riquísima”. Si vos lo ves desde afuera y te abstraes decís “qué horror, son antropófagos”, pero para ellos es algo corriente. Para nosotros es normal que los políticos se vayan ricos y que los mismos senadores y diputados atenten contra el éxito de un gobierno que administra los recursos y las ilusiones de todo un país, de los de izquierda, los de derecha, los peronistas y los radicales. Gracias a Dios, cada tanto, el pueblo tiene como un acto de conciencia y desesperación y se dice: “No puedo permitir que mis hijos también vivan esto que estoy viviendo yo”. Y no es en toda la Argentina igual. Hay quienes viven en ciudades del interior que tienen sus administraciones sanas y tienen su espíritu de trabajo sano, pero hay otras ciudades que se convirtieron en ciudades estatales, nadie tiene proyectos propios más allá de trabajar para el Estado. –¿Qué te pasa con un caso como el de Loan? –Creo que más allá de lo gravísimo de la situación hay mucho de manipulación, porque deben estar desapareciendo otros chicos en otros lados. Mientras de algún lado, ya sea de la política territorial, de cada uno de estos feudos y de algunos medios de comunicación te quieren imponer una realidad con la que nos hemos acostumbrado a convivir de una manera no expresa, hay otras realidades que son silenciosas. La gente no es tan boluda. Muchos están diciendo: “Pero, ¿qué? ¿No hay otros chicos que faltan? ¿Recién ahora se están dando cuenta que acá hay una explotación de todo tipo?” Sabemos, siempre supimos, de un montón de cosas que estaban mal. Enfrentarse a realidades dolorosas y mirar para otro lado durante mucho tiempo también determina el nivel de desarrollo personal que tenés. Yo pienso, por ejemplo, ¿qué vamos a hacer con el dengue que venga en la primavera próxima? Elijo creer que hay gente que está trabajando en eso, gente a la que uno le paga a través de los impuestos y que en este momento está pensando en cómo vamos a prevenir todas esas muertes que no tienen por qué suceder. Lo mismo con la desnutrición, lo mismo con todo. –De momento le ponés fichas a lo nuevo. –Quizás de a poquito se vislumbre lo que este gobierno quiere hacer. Le va a tomar más tiempo de lo que ellos creen, pero hay que tener un poco de paciencia porque fueron muchos años, lo digo en folclórico, de hacernos los boludos. Yo quiero que les vaya bien, como hubiera querido que a todos los anteriores les haya ido bien. Lo que pasa es que me siento traicionado y espero que este gobierno no nos traicione. A ver… lo macro, los mercados, todo lindo, pero macho, ¿y los que se están cagando de frío, el dengue, los chicos, la educación? Recién cuando la gente que tiene urgencias empiece a recibir los logros de este proyecto yo voy a estar un poquito más tranquilo. –Con tu familia compartís una marca de ropa que se vende por internet, Mikita, ¿hasta dónde te involucrás con ese proyecto? –Eso es de Marcela, mi mujer, y yo la acompaño, por supuesto. Empezó como algo creativo. Hace unos 10 años encontramos un lugar en Los Ángeles que vendía patches y cosas para estampar en camperas y nos pusimos a jugar con eso. Descubrí que se podía comprar la copia exacta de la camisa que le regaló a Lennon un soldado que volvía de Vietnam y como soy fanático de Lennon tuve ganas de hacerme camisas con esos mismos símbolos. Me decían “qué linda, qué original, ¿dónde la conseguiste?”. Nos miramos con Marcela y dijimos “che, tal vez estamos haciendo algo bueno”, y nos metimos a fabricar. Eso genera además una cadena productiva y de trabajo. –¿Te imaginaste que llegaría el día en que te preocuparías por una hija adolescente? –Yo siempre tuve un perfil más familiar que otros artistas. Hablaba de mi vieja, de mi abuela, de mi papá que partió cuando yo tenía 21 años. Es como que tuve un espíritu muy familiar. Pero no, jamás me lo imaginé. Hay que conocer a nuestros hijos en cada una de sus edades. Luna es un libro diferente ahora. –Tendrás problemas domésticos que tampoco soñaste. –Bueno, tenemos el problema que tienen todos los padres del mundo, el teléfono. Creo que los adultos lo tenemos también, más allá de si nos damos cuenta o no. El teléfono es una herramienta en la que está nuestra identidad, está todo. Sin el teléfono ya no sabés ni el número de las personas que querés. Lo mismo con las direcciones. Si el Waze se apaga, cagaste, no llegás a ningún lado. En casa hay que extirparles el teléfono y hay que administrarlo porque si no, se desayuna, se almuerza y se cena con el teléfono y se pierde la comunicación. –¿Estás en el chat del cole? –No me gustan los chats, odio los chats. Pero me pasan otras cosas. Ahora tengo una gira de 13 conciertos por España y mi hija cumple sus 15 justo en medio de la gira. Y yo digo: ¿voy a ser un padre que va a estar de gira el día que cumple 15 años su hija? Así que hace unos días la sorprendí comprando pasajes para que estén conmigo en Sevilla el día de su cumple y ese día no toco.

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