lunes, 1 de julio de 2024

EL ESCENARIO Y MORENO Y SU PANDILLA (LO PADECÍ, TRABAJABA EN EL INDEC ..IPC..Y FUE ESPANTOSO...)


Las urgencias del “topo” que quiere destruir el Estado
Los desafíos del Gobierno La demanda de resultados y la presión del mercado marcan la nueva etapa del Gobierno tras el triunfo legislativo; el papel de Sturzenegger y el riesgoso juego en la interna del FMI
Martín Rodríguez YebraMilei el viernes, feliz tras la aprobación de la Ley Bases
Javier Milei experimenta estos días el sabor agridulce que puede tener el éxito en la política. Los triunfos en este oficio son apenas el anticipo de la próxima batalla. Lo que suele cambiar es el adversario. Si la aprobación de la Ley Bases y el paquete fiscal representó su imposición sobre “la casta”, se enfrenta ahora a un enemigo mucho más difuso y traicionero: las agujas del reloj.
La ansiedad que se percibe en los mercados desde hace tres semanas tiene un correlato que empieza a trasladarse a las encuestas de opinión pública y se filtra hacia el interior del Gobierno. Refleja la inquietud por la salud del programa económico, eficiente hasta ahora para bajar la inflación y acomodar las cuentas fiscales, pero a costa de una recesión angustiante y de extender por tiempo indefinido una medida paralizante como es el cepo cambiario.
No hubo margen para la celebración épica que se preparó durante meses por la sanción de las dos primeras leyes de la era libertaria. La balanza entre la paciencia social y la demanda de resultados palpables empieza a moverse. Por eso Milei asumió en persona, en un acto de realismo, la obligación de renovar expectativas cuando anunció que empieza “la segunda etapa” de su gestión.
El ministro Luis Caputo y el jefe del Banco Central, Santiago Bausili, aceleraron la presentación de un esquema para bajar la emisión monetaria, en sintonía con la necesidad presidencial. Se presentó como un paso adelante lo que no era otra cosa que una postergación: la decisión de mantener sin plazo las restricciones cambiarias y el esquema de microdevaluaciones por debajo de la inflación, contra la presión de diversos actores de la economía y del propio Fondo Monetario Internacional (FMI).
Terminar con el cepo es la “fase 3”, dijo Caputo. Agregó así una transición entre dos hitos que Milei solía describir como contiguos, la aprobación de la Ley Bases y la normalización cambiaria.
El Gobierno se resiste a correr riesgos en la desactivación de la bomba que dejó la administración de Alberto Fernández. Caputo insiste en no mostrar las cartas sobre el modelo cambiario al que se dirige, mientras Milei desperdiga declaraciones ambiguas, en las que conviven la dolarización, la libre flotación, la competencia de monedas.
El aumento de la brecha entre el dólar oficial y los financieros es una luz roja para un plan que tiene como objetivo converger hacia un tipo de cambio único. La escasa liquidación de divisas del campo y la demanda estacional de dólares para la importación de energía, agravada por la crudeza de este invierno, empujaron la reacción del Gobierno.
Caputo y Bausili buscan calmar el dólar con el traspaso de los pasivos remunerados del Central al Tesoro. Esperan que eso les permita volver a subir la tasa de los depósitos sin que se activen, como ocurriría ahora, la emisión de pesos y, por consecuencia, la inflación. Tienen que romper la trampa que recibieron al jurar en sus cargos.
“Toto no va a cometer el error de salir del cepo antes de tiempo y comerse una corrida. Hay que entender que ante todo es un trader. No va a anticipar la jugada y no se va a dejar presionar”, dice un hombre del mundo de las finanzas de habitual relación con el ministro.
¿La presión de quién? Principalmente del FMI. La segunda etapa de Milei consiste ante todo en armar una fortaleza que permita atravesar sin sobresaltos el tiempo que consuma la negociación de un nuevo préstamo multilateral al país. Sin esos dólares frescos, el fin del cepo suena casi utópico.
Milei se enfurece con el encargado del caso argentino, el chileno Rodrigo Valdés. Pero no desconoce que detrás de él está Gita Gopinath, la subdirectora gerente y representante de Estados Unidos. Si se revisa la historia, jugar a la interna del Fondo les ha salido siempre mal a los gobernantes argentinos.
En Washington quieren saber el rumbo y los plazos. Es cierto, como masculla Milei, que lo tratan con una severidad que no tuvieron con Fernández y con Sergio Massa, que le sacaron todo el jugo posible al aura de parecer incorregibles. Pero es lo que toca cuando se entra en la discusión de un nuevo desembolso.
A Milei lo ilusiona un eventual cambio en el gobierno de Estados Unidos. Con Donald Trump en la Casa Blanca, apuesta, será más fácil conseguir plata. El desempeño frágil y sombrío de Joe Biden en el debate presidencial del jueves se festejó en silencio en el mundillo libertario. En la Cancillería, en cambio, los diplomáticos profesionales prenden velas para la continuidad demócrata: recuerdan el efecto nocivo que tuvo para los países emergentes la disrupción en la economía global que se disparó con el gobierno trumpista de 2017. “Fue mucho peor que el eventual beneficio que trajo su apoyo para que el FMI financiara a Macri”, resume una fuente de larga experiencia en las relaciones internacionales.
Los aliados reclamanA las demandas del mercado se añaden las de la política. Los opositores dialoguistas que ayudaron a Milei a sacar sus primeras reformas ya cambian el chip. El mismo día en que se debatía en Diputados la sanción de los dos proyectos fundacionales, los gobernadores Maximiliano Pullaro (Santa Fe), Martín Llaryora (Córdoba) y Rogelio Frigerio (Entre Ríos) organizaron un acto en el que reclamaron de viva voz la recuperación de los fondos de las cajas previsionales no transferidas.
El viernes, los 10 gobernadores de lo que fue Juntos por el Cambio felicitaron a Milei por su logro parlamentario y le sumaron una traducción de lo que para ellos significa la nueva etapa: “Hay millones de argentinos que acompañan, con extremo esfuerzo, y necesitan que estos cambios empiecen a notarse en su día a día y su bienestar económico. Ese es el gran desafío del gobierno nacional a partir de ahora”.
Los aliados hasta ahora leales del Pro se preparan para la formalización de su nueva estructura, en un acto que anticipa chispazos con la libertaria conversa Patricia Bullrich. ¿Tendrá incentivos el partido de Mauricio Macri para seguir apoyando a un gobierno que pregona su intención de fagocitarlo? El resultadismo condiciona la respuesta.
El jefe de Gabinete, Guillermo Francos, tiene la misión de encauzar un mínimo espacio de acuerdo institucional para que los caciques provinciales y las cabezas de los partidos cercanos vayan a Tucumán la noche del lunes 8 para firmar el pacto que se soñó para el 25 de Mayo. La desconfianza embarga a los convidados: no quieren ser meros aplaudidores de un líder que los desprecia.
A muchos de ellos todavía les escuece la acusación presidencial de que quisieron darle un golpe de Estado con la votación en la Cámara de Diputados de una nueva fórmula de actualización jubilatoria. El peronismo acecha en el Senado para sancionar esa ley y reabrir la herida. También intenta reflotar en la Cámara baja el plan para rechazar el DNU de desregulación firmado por Milei en diciembre.
¡Manos a la obra!
Al Gobierno le reclaman gestión, una actividad en la que ha tropezado a menudo a lo largo de casi siete meses. La Ley Bases habilita al Presidente a hacer muchas de las cosas que siempre prometió. Es un “¡manos a la obra!” para “el topo” que ama “destruir el Estado desde adentro”.
El problema es que proclamar una privatización es mucho más sencillo que ejecutarla. La burocracia argentina es un potro duro de domar, como el propio Presidente ha admitido en sus recurrentes referencias a las restricciones políticas de quien ejerce el poder. Acusa de “libertontos” a los que le exigen celeridad y pureza ideológica.
Habrá en estos días una serie de ajustes en segundas líneas del Gobierno. Pero el asistente principal para las reformas que ilusionan a Milei es Federico Sturzenegger, con quien se reunió durante tres horas el jueves para definir los plazos y los detalles operativos de su incorporación al gabinete. Es de las personas con las que Milei disfruta hablar, porque sus conversaciones derivan casi siempre hacia disquisiciones de teoría económica. Dos idealistas.
Caputo se resignó a la convivencia y recibió con elogios la llegada de quien fue su adversario interno en el gobierno macrista. “Es todo lo contrario de lo que dicen”, afirmó el viernes.
Sturzenegger se estrenará con la llamada “ley hojarasca”, que elimina cientos de regulaciones obsoletas. Llegó tarde para avisarle al Ministerio de Capital Humano que quedó en desuso hace 30 años la obligación de estar matriculado por el Estado para ejercer el periodismo. Fue un papelón la publicación en el sitio oficial Mi Argentina de ese requisito, basado en un decreto de la dictadura de 1944. Lo rectificaron rápido, pero el episodio no deja de ser un reflejo de la desconfianza y el malestar que le genera a la administración libertaria el periodismo profesional e independiente.
A la espera de la evolución del programa económico, Sturzenegger tendrá también la misión de mantener viva la llama de la guerra contra “la casta”. En la Casa Rosada anticipan que promoverán las leyes que Milei anunció ante el Congreso el 1° de marzo: la eliminación de jubilaciones de privilegio para presidente y vice, el límite a las reelecciones en los gremios, la prohibición de competir en elecciones a condenados por corrupción, reducción de contratos de asesores legislativos y cambios en el financiamiento electoral.
El desafío de Milei es que la esperanza sobre lo que viene se imponga al sufrimiento por los aumentos de tarifas (otra vez postergados preventivamente), la reimposición del impuesto a las ganancias y la falta de señales de reactivación. Ya no habla de una recuperación con forma de V, pero sí de “señales claras” de mejoría. Ver para creer.
Su compromiso con la reducción del gasto público aún despierta empatía, según las encuestas de opinión más confiables. Una batalla cultural que va ganando. La decisión de pasarle al Tesoro las obligaciones del Banco Central refuerza la necesidad de ajuste, en momentos en que desde el interior se oye el clamor político por obras y fondos.
Milei y Caputo han querido dejar en claro a como dé lugar que el superávit fiscal es “innegociable” y que no van a devaluar de manera abrupta. El paso de los días echa dudas sobre la capacidad de sostener esos compromisos. ¿Qué pasa si la pérdida de reservas se acentúa? ¿Cuántos inversores querrán aprovechar las nuevas ventajas consagradas en la Ley Bases si no conocen primero el modelo cambiario hacia el que va la Argentina? ¿Qué motores encenderán la economía antes de que el descontento social empiece a manifestarse de manera nítida?
El ministro mueve sus fichas ante los escépticos y Milei se entrega al arte del relato. Dijo el viernes que la Argentina “empieza a parecerse en términos de libertad económica a países como Alemania, Francia o Italia”. Y que avanza hacia un modelo irlandés de tributación mínima. La concreción de sus promesas se mide con los relojes de Dalí: habla de una transformación “a 30 o 40 años” en el reino del cortoplacismo y la emergencia permanente.
En lo inmediato se asumen una suba estacional de la inflación y noticias ingratas para el bolsillo de las clases medias y bajas. La “segunda etapa” plantea un gran reto para el área de comunicación del Gobierno, urgida de tener en cancha a su mejor jugador. Necesitan distraer a Milei de su batalla mundial contra las ideas socialistas y de la reescritura de la teoría económica. El Nobel puede esperar.
La crudeza del invierno, la exigencia de resultados concretos y la responsabilidad de usar las herramientas por las que tanto bregó representan otra prueba de carácter para el presidente outsider que nadie vio venir. Contra “la casta” era todo mucho más fácil.

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La historia no contada del Indec: cómo fue la intervención que le valdría una condena a Moreno
El alegato en la causa reveló detalles de las presiones, amenazas y hostigamientos de aquel kirchnerismo contra funcionarios del organismo
Diego Cabot Guillermo Moreno ExSECrEtArIo dE ComErCIo
En abril de 2006, el presidente Néstor Kirchner llamó a su despacho a Guillermo Moreno, entonces a cargo de la Secretaría de Comunicaciones. El jefe del Estado lo recibió en la Casa Rosada.
–Me parece que usted les tiene miedo a los empresarios –dijo el mandatario.
–Yo solamente le tengo miedo a Dios –contestó el funcionario.
–Si no les tiene miedo, quiero que Salas [Lisandro, el secretario de Coordinación Técnica, que hacía los acuerdos de precios] tome su cargo y usted vaya al lugar de él.
–No tengo ningún problema, solamente necesito dos cosas: la primera es que se llame Secretaría de Comercio. Y segundo, que me diga cuánto quiere de inflación para este año.
–Póngale el nombre que quiera –respondió–. En cuanto a la inflación, que esté debajo de un 11. –De acuerdo –dijo Moreno. –Moreno, venga, venga. Usted me dijo muy rápido que sí. Sería mejor llegar a un 10
–Así será –dijo el secretario. El diálogo es una parte del alegato en la causa en que se investiga la intervención del Indec y que durante meses preparó el fiscal Diego Luciani junto con su colega José Ipohorski, un documento de 500 páginas que esta basado en las investigaciones que hicieron en su momento Carlos Stornelli y Manuel Garrido, entonces fiscal de Investigaciones Administrativas.
Poco más de 18 años después, Moreno; Beatriz Paglieri, exdirectora del índice de precios al consumidor, y las empleadas del instituto Marcela Lucía Filia y María Celeste Cámpora Avellaneda se sentaron en el banquillo de los acusados y escucharon los pedidos de pena: cuatro años para los primeros y dos para las otras imputadas. Pero, más allá de cómo finalice el juicio, por primera vez se conocieron los pormenores de aquella intervención, uno de los escándalos más importantes del kirchnerismo.
Fue el mojón que terminó unos meses después, en enero de 2007, con el desembarco de Moreno, sus laderos y su patota en el organismo. Moreno, implacable, no paró de ejercer el poder desde que se hizo cargo de la secretaría. A su manera, con sus polémicas formas, que hoy son juzgadas. Desde su despacho inició la presión sobre los técnicos que hacían su trabajo en el Indec. Tenía una obsesión: quería la muestra que se hacía para relevar los precios. Pero claro, su búsqueda no era el trabajo técnico ya que pretendía saber todos los lugares donde se relevaban los precios. La intención era clara: imponer en esos lugares control a garrote y mentira para que el inspector tomara los valores que él negociaba con las cámaras empresarias, pero que la mayoría de las veces no se encontraban en las góndolas. En una palabra, mentir.
Empezó la presión sobre los técnicos del Indec. Clyde Trabuchi, una de las funcionarias del organismo, lo relató así en el juicio: “A medida que le comentaba [a Moreno] cómo levantábamos los precios, se reía. Todo con sorna. En un momento me preguntó si sabíamos que él era secretario de Estado y si entendíamos el poder que él tenía sobre nosotras”, dijo en su declaración testimonial.
En esa audiencia declaró que Moreno estaba violento, a tal punto que le gritó: “Cavallista, antipatria”. Contó que en un rincón de su oficina tenía una pila de papeles: eran sus mentados acuerdos de precios. “Los agarraba y empezaba a gritar: ‘¡Yo quiero saber si todo esto está medido en el IPC!’”, exclamaba mientras reclamaba el detalle de negocios, direcciones, marcas, entre otros datos.
Trabuchi le explicó que lo que pedía era secreto estadístico y que junto a sus compañeros hacían un trabajo técnico, con mucha dedicación. “[Jorge Rafael] Videla también”, la cortó el secretario y le cerró la puerta en la cara.
Graciela Bevacqua, la directora de IPC más tarde desplazada, relató que en 2006 en su casa recibieron un llamado. Atendió su hija, que en ese momento tenía 14 años. Era la ministra de Economía, Felisa Miceli. De acuerdo con el testimonio, la funcionaria pidió a la niña el teléfono de su madre. “Su hija le dijo a Miceli que no lo tenía, dado que, tal como sucede en muchísimos hogares, la menor tenía instrucciones de no brindar información personal a desconocidos”, describió Luciani en su alegato. “Fue entonces cuando Miceli empezó a amenazar a su hija: ‘¿Sabés quién soy yo, lo que te puede pasar? Soy la ministra’”, relató el fiscal.
El desembarco de Moreno y los suyos en los datos se dio sin piedad. Con el poder que le daba Kirchner y amante de la política del apriete, el secretario desafiaba cualquier secreto estadístico; estaba dispuesto a romper cualquier procedimiento con el propósito de estampar menos de 10% en el índice de precios de aquel 2006.
De a poco, empezó a mandar emisarios a los locales donde se relevaban los precios. Sus hombres llegaban, inspeccionaban, hacían multas, amenazaban y dejaban una lista “sugerida” que se debía entregar al encuestador, cuando tocara el relevamiento. Alicia González, encuestadora del área de IPC, relató un episodio que sucedió en el shopping Alto Avellaneda, en la casa de indumentaria Cheeky. “Le entregaron una hoja preimpresa y le pidieron en el local que entregara esos precios. No era algo habitual eso, que tuviesen una hoja preparada para el Indec. Le llamó la atención porque ellos son muy sensibles a cualquier cambio de este tipo. La chica del negocio no le quería contestar el formulario de encuesta, quería que tomara los precios del listado que le entregaba. Ambas se pusieron incómodas. La vendedora le dijo: ‘Tomá los precios que están en esta hojita’”, relató Luciani de acuerdo con las declaraciones. La empleada dijo que esa era la orden que tenía de la empresa y la encuestadora, para no comprometer a la empleada volcó en el formulario esta información. Los precios no eran reales.
Moreno había hecho lo suyo, son los acuerdos de precios que firmaba y que pocos cumplían. Pero a él no le importaba la verdad, la simulación era lo suyo. Finalmente, los empleados no le entregaron nunca el listado de locales, pese a las horribles presiones del funcionario. El año terminó y Kirchner sonrió: el índice de precios al consumidor de 2006 fue de 9,8%. Obediente y efectivo, Moreno.
El año siguiente empezó con los precios para arriba: en la primera semana estimaban 1,5%. La segunda proyección ya daba un 2,1% en el mes. Casi dos décadas después, sonroja escribirlo, pero sucedió. La lechuga había subido por una cuestión estacional y esta verdura, más el pan y los servicios turísticos, enfurecieron a Moreno.
Así llegó la intervención. Paglieri llegó al del Indec con un memorándum, según Luciani, un manual de instrucciones de la intervención. Vanina Micello, empleada de la dirección IPC recuerda: “En relación con el pan, lo que se acuerda es que Paglieri pretendía que se tomaran los precios de los acuerdos, pero cuando los encuestadores íbamos, no estaban esos precios”, sostuvo.
Paglieri les decía que el pan acordado por el Gobierno no estaba ofertado al público porque se agotaba rápido o porque justo cuando iban los encuestadores del Indec estaba horneándose. Por eso, aunque no estuviese disponible, tenían que cargar el precio del acuerdo”, relató el fiscal.
Gabriela Soroka, también empleada y testigo, recordó haber sido presionada por Paglieri: “Tuvo inconvenientes con el pan. La convocó a su oficina, sacó una bolsa de pan del cajón y empezó a golpearla. Le decía que ese era el pan cuyo precio ella pretendía que tomaran”, enumeró el funcionario judicial.
Pese a las presiones, los números no daban. Finalmente, pidió que se sacara la lechuga, la verdura que obsesionó a Moreno y Paglieri. Lo hicieron y el dibujo tomó forma: el mes cerró en 1,1%, mientras que la anual, en 8,5%. Los detalles de aquella catástrofe estadística podrían terminar con Moreno condenado, uno de los grandes íconos de la mentira como política de Estado.

http://indecquetrabajaiii.blogspot.com.ar/. INDECQUETRABAJA

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