domingo, 21 de julio de 2024

El filósofo y matemático Bertrand Russell Y LA PARTE Y EL TODO


Es hora de poner en agenda la capacidad de pensar con independencia
En un contexto global incierto, y ante un mundo donde crecen la violencia y los discursos de líderes irracionales, hay que volver a las humanidades y plantear desde la escuela los temas de la vida
Miguel Ángel CaminosEl filósofo y matemático Bertrand Russell
Observar lo que pasa en el mundo actual causa desazón. Todo parece estar en peligro y, lo que es peor, sin pausa. No es pesimismo, sino realidad pura. Persisten los males del pasado: guerras, persecuciones étnicas, dictaduras, migraciones forzadas, entre otros. En medio de esto, la vida continúa. Y, en el pequeño espacio que cada uno habita, cuesta integrarse a propuestas que solo benefician a una parte mínima de la sociedad.
La puerta que abre un hilo de esperanza es un cambio profundo en el modo de pensar. Si se llegó a este estado de cosas, es claro que se perdió el rumbo. Cabe suponer, pues, que los problemas mundiales nacieron y crecieron porque los avances científicos nunca guardaron proporción con las condiciones de vida de la humanidad. Los grandes inventos, desde la carreta hasta el avión, dejan evidente huella de genialidad, pero no resuelven ni la violencia ni el odio. Es sabido que la complejidad está en resolver conflictos y no en analizar las teorías de la ciencia. Desde luego, son áreas diferentes. Pero la inteligencia como tal se empleó a lo largo de la historia en aras de progresar en lo externo. Lo introspectivo quedó ligado a los dogmas, que echan raíces en la división y, por ende, suelen soslayar la concordia. Por paradójico que resulte, es inevitable que en esa línea aparezcan las luchas religiosas. Las hubo y las hay.
¿Qué hacer entonces? Repensar el mundo. No hay defensa moral para la guerra. La mayor virtud es la de la paz. Así de simple, de inmenso y, acaso, de idealista. Habrá que dar de nuevo y comenzar por la súplica de que un ser humano nunca mate a otro. Si tan solo fuera posible lograr esto, qué importancia tendría haber llegado a la Luna. No obstante, aun en el siglo XXI, la bondad pierde fuerza. Cada vez más se pone el acento en los adelantos tecnológicos y cada vez menos en la verdadera tragedia. El fracaso colectivo responde a ese contraste y al agobio en las relaciones humanas, mientras la interacción digital crece a velocidad inusitada. Es fundamental que no todo vaya en una sola dirección, y debatir con espíritu amistoso el presente.
La inteligencia artificial convive con escenarios medievales. Hace tiempo que las flechas fueron reemplazadas por misiles. La paz es efímera. Para muchos siquiera es una posibilidad. Sin embargo, se insiste en alimentar el músculo de lo que otorga supremacía en desmedro del diálogo sereno que conduce a desear otro mundo. No se trata de utopías. Lo relevante es indagar. Urge, sobre todo, que la juventud cuestione las diatribas que privilegian el lado ventajoso o parcial de los hechos. Es hora de poner en agenda la capacidad de pensar con independencia. Nada mejor que plantear en las escuelas los temas de la vida. Porque la educación debe iluminar su perfil humanitario y ahondar en el plano formativo. La sociedad atraviesa una crisis ética. Por qué no dar lugar a nuevas reflexiones, a una mente crítica, en vez de exaltar al dios cibernético. Por supuesto, el remedio no es rechazar la tecnología o la industria del conocimiento. Pero lo profundo está en otro lado y se traduce en la creación genuina. Borges escribió que Emily Dickinson, desdichada, descubrió la poesía: “Era bonita y no dejó de ser sonriente, buscó refugio en la composición de breves poemas”. En ese misterio de la palabra, de los conceptos, se percibe aquello que dista del pensamiento uniforme.
Voces de templanza
En un contexto global tan incierto es sensato volver la mirada hacia las disciplinas humanistas. La filosofía y la literatura, por ejemplo, fueron centrales en el pasado. Hoy en día se desestiman los aportes que puedan brindar quienes piensan la vida, ya que se persigue el éxito individual. Quedó atrás la preocupación por corregir este vacío desde la educación y la razonabilidad. Bertrand Russell sostenía: “El mayor problema en el mundo es que los necios y fanáticos siempre están seguros de sí mismos, mientras que las personas más sabias están llenas de dudas”. Russell, con entereza, dedicó sus últimos años al activismo pacifista y a promover un “gobierno mundial del desarme”.
En la sociedad moderna el costado empírico está muy difundido. Sobran tendencias: se habla de “buscar talentos” a la tarea de ensalzar a jóvenes destacados en tecnología, con el objetivo del desarrollo económico. Sectorizar el término “talento” es sintomático. Poco y nada se menciona el talento de un artesano o de un poeta. Es más: se relega a quienes, sin hacer gala de sus cualidades, son buenas personas, responsables. Se omite adrede que la bonhomía exige desandar el egoísmo para acercarse al prójimo, a la naturaleza. La libertad y la igualdad son primas hermanas del sentimiento que repara en los demás. Si bien suena exagerado, las personas piden comprensión antes que artilugios económicos. Poner el carro delante del caballo llevó a creer que solo las cifras ordenan el bienestar, sin medir los niveles de empatía hacia los más vulnerables. La meritocracia mal entendida asoma como la excusa de los que niegan la equidad educativa.
Cesare Pavese, uno de los máximos autores italianos del siglo XX, dijo alguna vez: “Serás amado el día en que puedas mostrar tu debilidad sin que el otro se sirva de esto para afirmar su fuerza”. Vaya si la expresión de Pavese habla del poder, de nosotros y de sí mismo. Es el lenguaje de un poeta que miró atento, caviló, exploró los atajos de la ambición al margen de su veta ideológica.
Así, a menudo es el dislate de los que ejercen el poder –político y económico– lo que hace aún más inseguro al mundo. Las nuevas generaciones deben escuchar voces de templanza, alejarse del constante tronar de las redes sociales y ver la realidad. Nada se pierde con detener la marcha. Al contrario, aflora un abanico de ideas propias. Equivocadas o no, pero fraguadas en el interior de uno mismo. Para llegar a compartirlas, a exponerlas y no imponerlas, hasta alcanzar algo original. Ya lo decía Rabindranath Tagore: “Existen muchas formas de abordar la vida”.
Tagore, notable poeta bengalí –Premio Nobel en 1913–, fue un educador que pregonaba que la sociedad podía levantarse de la mano del arte de enseñar y aprender. Su manera solidaria de dignificar la vida era optar por la sencillez como paradigma. Aún atrae La sociedad de los poetas muertos. O la figura de Henry David Thoreau. Después de todo, eran rebeldes con principios. Paul Auster, en alusión al siglo XXI, repetía “hay tanta locura en el aire”. Igual impresión habían tenido décadas antes Linus Pauling y Daisaku Ikeda, cuyas conversaciones registra el libro En busca de la paz.
Tal vez resulte atípico advertir que el mundo más reciente enterró la palabra de personas razonables y, en su lugar, puso en altavoz los discursos cerrados. Es un hecho difícil de modificar, pero lo cierto es que para salir de esa situación se necesita estudiar la condición humana. Mientras haya guerras y hambrunas es inadmisible obviar la contribución de hombres y mujeres que, desde épocas remotas, hablaron seriamente de la vida e intentaron disipar la confusión. Y cuando lo hicieron pensaron siempre en valorar el diálogo. Por eso, no es lógico menoscabar los aspectos de la cultura que abrevan en la sensibilidad, eje de toda existencia. El ser humano es un ser capaz de discernir, cuya conducta lo interpela. “No hay dónde ir –aseguraba Doris Lessing–, sino hacia adentro”. Si es curioso esperar de los filósofos o de los poetas, no menos curioso es venerar a los gobernantes. Basta con ver el aumento de la autocracia o de la violencia para avizorar que el horizonte es otro. En definitiva, el secreto (que no es tan secreto) está en humanizar la sociedad.
Los versos de Vallejo
Vale una historia, casi una alegoría: César Vallejo, el gran poeta peruano, depositó toda su ilusión en una joven. Ella le correspondió, pero de la noche a la mañana se fue. Al tiempo, supo que se había ido porque no quería que él sufriera con una mujer que tenía tuberculosis. La evocó en su poemario Los heraldos negros, donde incluso retrató la pobreza. Allí se lee: “Y en esta hora fría, en que la tierra / trasciende a polvo humano y es tan triste, / quisiera yo tocar todas las puertas”. Versos memorables, que reclaman atención.
Por otros motivos, hay veces que el mundo refleja el dolor de César Vallejo. Como nunca, la sociedad conoce horas frías. Es indispensable despertar su rostro más compasivo.

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Milei y el invisible coscorrón del mercado
Sergio Suppo


Javier Milei ya tiene la mancha que hubiese deseado evitar: tener algo semejante a los presidentes que lo antecedieron e hicieron posible su espectacular llegada al poder.
En estos días libra una despareja lucha contra uno de los mercados más influyentes de la Argentina, el del dinero. La mano invisible del mercado lo zamarrea con mensajes consecutivos de desconfianza en el plan financiero del ministro Luis Caputo.
Milei defiende sin atenuantes al funcionario, al extremo de acusar en forma directa de golpista a uno de los bancos privados porque sus ejecutivos decidieron ejecutar una operación prevista en el compromiso de endeudamiento contraído con el Estado.
La protección de Milei a Caputo implica que sus políticas no se defienden por sí mismas y necesitan por lo tanto de la mayor espada política del momento. Exponen su debilidad.
Los vínculos con el viejo sistema político del Banco Macro son reconocidos, en especial su relación estrecha con el exministro de Economía Sergio Massa. ¿Eso habilita a Milei a sacudir una acusación sin pruebas al banco de la familia Brito?
El Presidente hace de sus exabruptos una forma de relacionamiento, en un ambiente en el que las apuestas para ganar dividendos se hacen por encima de las especulaciones políticas. En todo caso, contar con información del poder siempre ha sido una ventaja en un mercado del dinero como el argentino, saturado de maniobras desesperadas de los gobiernos para conseguir fondos y completadas por diversas martingalas para no devolver la plata prestada.
Milei llegó al poder prometiendo cortar el endeudamiento crónico del Estado que se basa en su eterno déficit fiscal, cerrar el Banco Central y eliminar el peso. Sin embargo, su ministro y las autoridades del Banco Central operan con artes similares a las que ya fracasaron tantas veces en el pasado.
Ese abultado endeudamiento es una herencia maldita que resulta muy difícil encauzar sin fondos externos. El achicamiento de los gastos y la licuación de jubilaciones y salarios no alcanzan para resolver los compromisos más perentorios.
Milei sufre desde hace tres semanas el rigor de la desconfianza en la solidez de su programa económico, la esencia de su razón de ser presidente.
Las fronteras del liberalismo que el Presidente cruzó para extremar esa ideología y hacer propio un conjunto de ideas que mezclan la anarquía con el libre mercado aparecen ahora retratadas solo en los discursos ante los auditorios que visita con frecuencia quincenal en distintos puntos del planeta. Pero entre nosotros, Milei habilita los viejos criterios intervencionistas a los que Caputo apela como veterano operador a ambos lados del mostrador.
La aplicación de las teorías libertarias fue postergada para un futuro indeterminado, hasta tanto transcurran estos tiempos crudos e inhóspitos en los que el mercado financiero local, chico y prebendario, opera sin reparar que está dañando al presidente más promercado de la historia nacional.
Tal vez Milei no haya registrado que la realidad de un país en decadencia, que siempre habilitó avivadas de todo tipo, pueda tener en las filas de los mercados la misma cultura ventajera y aprovechada que contamina vastos sectores de la economía.
Al revés de la ocurrencia de Perón respecto de los políticos argentinos de distintos partidos (“peronistas somos todos”), tal vez el Presidente tenga que preguntarse si la conversión al liberalismo debería empezar por quienes dicen ser liberales pero jamás actúan según las ideas que declaman.
Hay por lo menos dos Milei. Está el de la ortodoxia de un grupo que él lidera a nivel global, en tanto no hay otro país que haya adherido al anarcoliberalismo y tenga un presidente que lo represente. Sin embargo, esas ideas que enarboló como bandera para captar el favor de millones de argentinos hartos de las gestiones anteriores no son utilizadas para gobernar, al menos en esta etapa inicial de la gestión.
En lo económico, el gobierno interviene el mercado cambiario para evitar que se ensanche la brecha entre el dólar oficial y el blue, o exige a las prepagas que retrotraigan sus aumentos luego de haberles liberado los precios. En política, los rugidos del león se apagan cuando en el Congreso debe negociar, no sin dificultad, las primeras leyes que se propuso tener.
Tampoco es precisamente un cambio, sino una continuidad de Carlos Menem y Cristina Kirchner, nombrar jueces presuntamente adictos. Un trámite de resultado incierto. Tienen poco de liberal y mucho de autoritario las descalificaciones genéricas y sin pruebas que Milei reparte entre dirigentes y periodistas cada vez que detecta una crítica, una observación o una lectura de la realidad distinta de la suya.
Esos excesos, a diferencia de la vocación negociadora que muestra ante el Congreso, no se han frenado en el mundo de relaciones con mandatarios de países centrales para los intereses de la Argentina. Milei no se detuvo en una escalada sin sentido ante el gobierno español, que terminó retirando a su embajadora.
Brasil, con el resultado de ese episodio ya conocido, notificó al máximo nivel del gobierno que si el Presidente volvía a agredir personalmente a Lula en su viaje a Brasil, las relaciones se interrumpirían de inmediato con el retiro del embajador. El llamado a consulta del diplomático a Brasilia fue el certificado de que aquella advertencia iba en serio y una muestra de que el faltazo a la última cumbre del Mercosur fue otra afrenta innecesaria.
También hay fricciones con China, que Beijing administra sin aspavientos y mediante cruces intensos con el Fondo Monetario Internacional, cuya titular advirtió hace días que su representante, el chileno Rodrigo Valdés, debe ser respetado.
Milei todavía no adaptó su lenguaje pendenciero, que tanto le rindió en la televisión y durante la campaña, a sus nuevas necesidades de Presidente. Todavía está a tiempo.

http://indecquetrabajaiii.blogspot.com.ar/. INDECQUETRABAJA

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