El clero ante el gobierno libertario
Las fricciones entre la doctrina social y el anarcocapitalismo del Presidenter
Adriana BalaguerCánticos y señales de la victoria durante una misa en homenaje a los trabajadores de los comedores comunitarios
Cada vez que el arzobispo Jorge Ignacio García Cuerva se para frente a sus fieles, sus palabras resuenan. Pero lo hacen mucho más cuando tiene enfrente a las autoridades de la Nación, como ocurrió en el tradicional tedeum del 25 de Mayo y en la homilía por el Día de la Independencia. Ungido en su actual rol en julio del año pasado, su ascenso reforzó la percepción de que la Iglesia cambió de tono sin abandonar el vocabulario pastoral y el anclaje en el Concilio Vaticano II.
El papa Francisco, criado en el barrio porteño de Flores, le habla a la política cada vez que lo considera necesario. Y aunque ha rechazado ser peronista, afirmó en un libro reciente: “¿En la hipótesis de tener una concepción peronista de la política, qué tendría de malo?”. Sus gestos pícaros no necesitan mayor traducción.
La Iglesia no será peronista, pero a veces el tipo de mensaje al que apelan los hombres que eligió Jorge Bergoglio para interpelar al Gobierno generan una asociación natural entre ambas concepciones. Sin embargo, la relación entre peronismo e Iglesia ha sido compleja. Hubo momentos de acercamiento y otros de enfrentamiento.
Es de este tiempo que un grupo de feligreses –militantes a la vez de organizaciones sociales– hagan una misa en el barrio de Constitución y coreen“lapatrianosevende”,enuna reacción explícita contra el Gobierno. También, que días más tarde se los vuelva a ver en La Matanza junto a curas villeros en un homenaje a las mujeres que atienden los merenderos, después de que el oficialismo atravesara una crisis por irregularidades en el abastecimiento de los comedores populares. Y que muchos de ellos se hayan encontrado en el Luna Park en la misa por el aniversario de los 50 años del asesinato del padre Carlos Mugica, emblema de la iglesia tercermundista, donde se leyó una carta del Papa bregando por “no dejarse arrastrar por la colonización ideológica ni por la cultura de la indiferencia”.
La política no es patrimonio exclusivo de los laicos. De hecho, la Iglesia católica argentina se constituyó política desde su origen. Las órdenes religiosas que llegaban desde España en tiempos del Virreinato lo hacían en nombre del rey, que concentraba el poder espiritual y administrativo. Luego, con la Independencia, la Iglesia supo que su supervivencia en estas tierras estaba unida al destino del emergente poder local. Tuvieron sus sillas en la Casa de Tucumán al momento de la firma del acta independentista del 9 de julio. Hoy el lugar de las autoridades eclesiásticas es bien distinto: el presidente Javier Milei celebró en la provincia norteña su acuerdo de gestión rodeado por gobernadores y expresidentes. Las homilías del clero quedaron en la Catedral porteña.
Más lejos o más cerca del poder político, los representantes de la Iglesia siempre han tomado partido en la historia del país. A través de sus gestos, sus homilías, sus declaraciones. ¿Dónde está parada hoy la Iglesia frente al gobierno libertario y su ajuste con consecuencias sociales innegables? ¿Cómo juega a la hora de las críticas al modelo el papa Francisco, primer sumo pontífice argentino de la historia? ¿Hay un protagonismo crítico de sectores católicos afines al peronismo, algunos de los cuales han encontrado cobijo en el kirchnerismo?
Tiempos independentistas
En los albores de la Argentina, la Iglesia fue fundacional. Ignacio Martínez, doctor en historia, investigador del Conicet, estudioso de las relaciones entre la Iglesia católica y la política Argentina en el siglo XIX, lo resume así: “El clero y los discursos religiosos fueron muy importantes para afianzar la identidad y la pasión política de una sociedad que se embarcó en un largo período de guerras durante gran parte del siglo XIX”. Por esto, “personajes tan disímiles como Rivadavia y Rosas consideraron al clero como un auxiliar fundamental del orden político y buscaron, por diferentes medios, que algunos de sus miembros se comportaran como funcionarios del Estado”.
Luego, los laicistas impulsaron cambios institucionales para sustraer a la Iglesia del control del registro de las personas, la legitimación del vínculo matrimonial o la educación pública. También fue la hora de los católicos militantes, que querían una iglesia más autónoma que conservara sin embargo un rol como agente del orden social.
“Sin duda, el conflicto más fuerte –cuenta Martínez–, se dio a mediados de la década de 1880, durante el gobierno de Julio A. Roca, cuando se sancionaron algunas leyes que reclamaban los sectores laicistas, como la creación del registro civil, la sanción de la ley de educación común (1420), que excluía la educación religiosa de la currícula oficial, y la del matrimonio civil. En esos años el debate religioso fue de los principales asuntos tratados por la prensa, y el conflicto llegó a ocasionar la expulsión del representante papal de la Argentina y la suspensión del obispo de Salta por parte del gobierno nacional”.
El segundo hito en el vínculo entre la Iglesia argentina y el poder se da con el peronismo. Diego Muro, especializado en historia social y política del catolicismo, señala dos momentos: “En el primero hay una cercanía, una buena sintonía, una muy buena relación entre Juan Domingo Perón y las jerarquías de la Iglesia católica. De hecho, Perón no solo fue a Luján en medio de la campaña electoral, sino que volvió con Eva después de ganar, además de visitar varios santuarios marianos. En este tiempo, los principales obispos veían a Perón como un freno al peligro que representaba el comunismo. Entendían que el peronismo se nutría de eso que se llama catolicismo social. Este es un primer momento de acercamiento. No sé si de una iglesia peronista, pero sí de una iglesia que tiene feeling con las políticas del peronismo”.
Después llegarían los conflictos. “Hay historiadores que consideran que esto sucede cuando surge una relación de competencia y de tensiones entre Perón y la Iglesia”, dice Muro. “La reforma constitucional de 1949 no respondió a las expectativas de algunos obispos. Pero las tensiones llegan en el segundo mandato del gobierno, tras la muerte de Eva, ya que la verdadera preocupación de Perón era que pudiera crearse la Democracia Cristiana en la Argentina”.
El conflicto escala sobre finales de 1954. Perón llega a pedir la separación de Iglesia y Estado, alegando que era “un clamor del pueblo”. Y a separar más de cien docentes católicos de las escuelas. Y a quemar diez de las más emblemáticas iglesias católicas de Buenos Aires. Aquel 16 de junio de 1955, mientras los templos ardían, la Sagrada Congregación Consistorial llegó a aplicarle a Perón la excomunión denominada latae sentencia. Ese mismo día, una rebelión cívicomilitar había bombardeado la Plaza de Mayo, hecho en el que murieron más de 300 personas.
En el inicio de su libro Perón y la Iglesia católica, la historiadora Lila Caimari enumera los lugares comunes de la discusión pública en torno a la cuestión de las relaciones entre el peronismo y la Iglesia. “Perón quiso poner a la Iglesia al servicio de sus ambiciones personales”, “La Iglesia estaba celosa de la popularidad de Evita”, “Estos líos se arman cuando los curas se meten en política”, “Ese es un tema interesante. Va a descubrir todos los chanchullos entre los dos”, “En casa éramos peronistas, pero cuando Perón atacó las iglesias, ahí sí que no sabíamos qué hacer”.
Durante los años 70, en un contexto de crisis y voluntad de cambio, aparecen los curas del Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo, corriente fundada en 1967 dentro de la Iglesia católica argentina tras el Concilio Vaticano II, con una activa participación en las villas miserias y barrios obreros, donde un sector de la Iglesia y el peronismo vuelven a ser aliados.
Después vino la dictadura. Mucho se ha dicho respecto a una complicidad entre la Iglesia y la dictadura. Pero al mismo tiempo muchos sacerdotes desaparecieron. Según María Soledad Catoggio, autora del libro Los desaparecidos de la Iglesia, se estima que fueron 113 las víctimas de la dictadura entre las filas de la Iglesia, y que entre ellas predominaron “los cuadros medios del cuerpo de funcionarios católicos”, que oficiaban de “formadores y referentes identitarios”.
Los sucesivos gobiernos
En los años que siguieron ningún presidente tuvo una relación especial con la Iglesia. José María Poirier Lalanne, director de Criterio, histórica revista de actualidad y religión, precisa: “Salvo excepciones, los obispos no vieron con buenos ojos el gobierno de Alfonsín desde el comienzo. Hubo una mejor relación con Menem. Algunos obispos, como Laguna, Casaretto y Arancedo, entre otros, se llevaron bien con De la Rúa. Otros, incluso Bergoglio, se entendieron mejor con Duhalde. Con los Kirchner la Iglesia no se llevó mal. Con Macri no se entendieron. Y con Fernández... ¿qué decir?”
Lalanne también analiza la comunión actual entre sectores de la Iglesia y del peronismo. Y relaciona a aquellos curas tercermundistas de los 70 con los actuales curas villeros. “Creo que hoy, como sucedió otras veces, sectores numerosos del mundo clerical, incluidos clero y episcopado, se sienten más afines al peronismo que a cualquier otra tendencia. Hay también quienes se definen kirchneristas, pero no son mayoría. Ciertamente, entre muchos curas villeros y el padre Pepe hay sintonía. Falta una actitud más profunda sobre la historia y la política. A veces los dichos suenan a reacciones casi adolescentes. Eso, sin restarle mérito al trabajo pastoral en ambientes particularmente sufrientes y en real penuria económico-social”.
No se puede trazar hoy un mapa de quién es quién en la Iglesia argentina sin subrayar que el jefe de la Iglesia mundial es argentino. Según especialistas, desde que Bergoglio asumió como Papa es imposible pensar que lo que se dice o se hace desde la Iglesia argentina no cuenta con su respaldo.
Ante el oficialismo
Un repaso por la actual estructura organizacional de la Iglesia permite entender quién es quién. El presidente de la Conferencia Episcopal Argentina (CEA), Oscar Ojea, tiene muy buen diálogo con los curas villeros, a quienes asiste desde el obispado de San Isidro, donde se encuentra La Cava, el asentamiento más poblado de la zona norte del conurbano bonaerense. Basta recordar que fue obispo auxiliar en Buenos Aires cuando Jorge Bergoglio era arzobispo. También fue director de Cáritas. Dice de ellos el padre Pepe Di Paola, reconocido por su trabajo en Ciudad Oculta, la villa 21-24 y Zabaleta: “Son dos personas con elementos iguales, porque Bergoglio también es una persona muy espiritual pero con una mirada clara de la realidad social. Son iguales, uno es Papa y otro presidente de la CEA. Sintonizan porque tienen una misma manera de encarar el sacerdocio”.
Gustavo Carrara, obispo auxiliar, vicario general de Buenos Aires y encargado de la Vicaría para la Pastoral Villera, encabeza este grupo de sacerdotes de trabajo diario junto a los curas de los barrios populares. Lo llaman “el primer obispo villero de la Argentina”. Nació en Villa Lugano y fue ordenado sacerdote por Bergoglio en 1998. El vínculo es histórico. En septiembre de 2022 celebró una misa por la paz en la Basílica de Luján en la que se rezó por Cristina Kirchner tras el intento de asesinato del que fue víctima. Fue quien el 14 de junio pasado presidió la ceremonia en la iglesia donde se cantó “La patria no se vende” y la marcha peronista. Frente a las críticas, pidió disculpas públicamente.
Jorge Ignacio García Cuerva tuvo que salir al cruce: “No está bueno usar la misa para dividir, para fragmentar, para partidizar [...] para que terminemos separados como hermanos”, dijo. Vale recordar que el arzobispo de Buenos Aires fue obispo de Río Gallegos (2019 a 2023) y obispo auxiliar de Lomas de Zamora (2017 y 2019). Su corazón también está cerca de los curas villeros.
Otra línea de sacerdotes que trabajan con los más carenciados, más cerca al kirchnerismo, es el grupo “Curas en Opción por los Pobres”. Integrado por curas del conurbano, entre ellos se destaca el sacerdote Eduardo De la Serna, director pastoral de la parroquia San Juan Bautista de Quilmes, y Francisco Paco Oliveira, párroco en Merlo. Oliveira pidió que los votantes de Milei “no se acerquen a los comedores” ni a ningún “otro servicio que damos desde la Fundación Isla Maciel” y que “no nos pidan nada, no con la mía”.
Son tiempos en los que la distancia entre la Iglesia y un gobierno que no cree en el vínculo del Estado con la religión se agranda día a día, más allá de que el Presidente, convertido al judaísmo, haya hablado una hora con Francisco en el Vaticano y que espere con ansias que el Papa anuncie de una vez por todas su visita a la Argentina.
Pese a esos gestos amistosos, el Sumo Pontífice ha dicho por diferentes vías que no cree en el “dios mercado” y la “diosa ganancias”, a las que califica como “falsas deidades que nos conducen a la deshumanización”. Milei, por su parte, no cree en la justicia social, a la que considera un “robo aberrante”. Visiones destinadas a oponerse
El discurso de los referentes católicos a favor de los desfavorecidos se hunde en las raíces más políticas del poder eclesiástico. En esa construcción, impulsada hoy por la realidad de una pobreza que no deja de crecer, ver el reflejo de parte de la Iglesia en el espejo de Perón y en la defensa de la doctrina social se vuelve casi inevitable.
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Peronismo y catolicismo, una relación compleja
El justicialismo y la Iglesia tienen muchas caras, y eso explica una historia de encuentros y desencuentros; suelen coincidir, eso sí, en su resistencia al liberalismo
Fortunato Mallimaci Doctor en sociología; autor de El mito de la Argentina Laica. Catolicismo, política y Estado (Capital Intelectual, 2016) entre otros libros
Investigar los vínculos históricos y sociológicos entre política, sociedad, Estado y religiones es importante para comprender la modernidad en América Latina. La Argentina no es una excepción. Se trata de relaciones de largo plazo, y tanto de afinidades como de enfrentamientos.
Para esto es importante comprender que el catolicismo es un mundo integrado por instituciones, movimientos, culturas e imaginarios en continuo movimiento. Forma personas para la acción y la reflexión, para estar presente en el espacio público, para penetrar el Estado y la sociedad a fin de llevar su concepción católica de la enseñanza, la justicia y la espiritualidad social. No es un catolicismo para pocos y elegidos, sino para mayorías. Trabajadores, humildes y pobres son los y las privilegiadas en su accionar.
La formación social y espiritual es central en ese tipo de mundo católico. De allí surgirán “militantes católicos” que ingresarán al mundo de lo social, de la política partidaria y la actividad estatal.
La década del 30 es un momento de ofensiva de ese mundo católico en su entramado con la vida social de espacios populares urbanos y barriales, en su proceso de argentinización, nacionalización y catolización. La presencia en escuelas, en el Estado, las Fuerzas Armadas, los sindicatos, las sociedades de fomento será su objetivo principal para construir un “nosotros”.
Hay afinidades entre ese catolicismo y el naciente movimiento justicialista luego del triunfo electoral de Perón en 1946. No solo hay militantes que son, al mismo tiempo, católicos y peronistas. Además, hay una confluencia de imaginarios sociales entre el peronismo, que se afirma humanista y cristiano, y la enseñanza social católica: la lucha contra el mundo liberal y el mundo comunista, el enfrentar tanto al individualismo como al colectivismo, proponer la tercera posición, el bien común, la comunidad organizada, la concepción de propiedad social contraria a la propiedad privada y colectivista. Los mundos peronistas provienen centralmente de culturas sindicales anarquistas, socialistas y católicas, como de funcionarios formados en Ateneos y círculos católicos. El constitucionalismo social de fuerte influencia católica en la Constitución de 1949 entrelaza y disloca esos mundos. Se peroniza el mundo católico y se catoliciza el mundo peronista. Se sacraliza lo político y se politiza lo sacral. La cultura del trabajo los unifica y alimenta. El Jesús obrero y la Patria Justicialista interpela a ambos mundos .
Otros mundos católicos de acción y presencia en el espacio público se oponen a esos vínculos populares y estatales con el peronismo y se entrelazan con grupos sociales burgueses del agro y la ciudad, y con partidos políticos, como la Unión Democrática, opuestos a al peronismo y al catolicismo social.
La institución jerárquica católica se inquieta y sospecha de la “fidelidad” de religiosas, sacerdotes y militantes católicos insertos en el peronismo que cuestionan su autoridad. Al mismo tiempo, acompañan a los católicos politizados en la oposición y relacionados con grupos de las FFAA, que inundan de panfletos antiperonistas los templos en 1954 y 1955 . La matanza de más de 300 personas y miles de heridos en la cercanía de la Plaza de Mayo por aviones navales pintados con la insignia “Cristo Vence”, y la posterior quema de varios templos en la ciudad de Buenos Aires y otras ciudades argentinas conmociona al país. Perón es excomulgado de la institución católica y el golpe de 1955 es apoyado por la jerarquía católica local como por el Vaticano . Esa experiencia traumática quedará en la memoria de los actores católicos, en unos para defender a los trabajadores peronistas, en otros para demonizar a Perón y a su movimiento.
El Concilio Vaticano II en 1966, la Asamblea de obispos latinoamericanos en Medellín en 1968 y el documento de los obispos y expertos argentinos en San Miguel en 1969 reclaman la necesidad de un catolicismo inserto en los mundos populares. La opción por los pobres y por el pueblo. Nace en 1968 en la Argentina el Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo. Para “encarnarse” –palabra clave– en barrios populares, en sindicatos, en villas, en colegios y universidades, en movimientos rurales y desde allí “anunciar la llegada del reino de Dios”. Lo integran casi 600 sacerdotes –sobre un total de 5500– junto a comunidades movilizadas en todo el país con religiosas, catequistas, promotores, pastorales, comunicadores y militancia social y religiosa.
En el avión que trae a Perón a la Argentina en 1973 –rehabilitado como católico por Roma– son invitados sacerdotes del MSTM (designan al padre Carlos Mugica como su representante). Ya en Buenos Aires, un gran grupo de esos sacerdotes se reúne con Perón para reflexionar sobre los nuevos desafíos de la relación entre catolicismos y peronismos en la década del 70.
La memoria de las complicidades de la institución católica con las últimas dictaduras cívico, militar y religiosa –y en especial la de 1976-1983, con su plan de violación de los derechos humanos y de asesinato de cientos de militantes católicos– sigue siendo un tema no asumido en su totalidad. Hay allí una gran deuda pendiente.
Hoy se viven nuevas experiencias de un mundo católico ya no más hegemónico. A la significativa presencia del mundo evangélico se le suma un número cada vez mayor de personas sin identificación religiosa o que rearman sus creencias por su propia cuenta.
Los sacerdotes de la Pastoral Villera, como los llamados sacerdotes en la Opción por los Pobres, son continuadores de las experiencia del MSTM en sus afinidades con movimientos sociales vinculados a lo popular y con lo peronista.
Las celebraciones por los 50 años del asesinato del Padre Mugica, como las cientos de misas contra el hambre en todo el país, muestran también una larga continuidad de profecías y martirios de ese mundo católico como así también de denuncias contra el liberalismo del mercado desregulado que produce mayores desigualdades con “ricos cada vez mas ricos a costa de pobres cada vez mas pobres”.
El actual Papa argentino ha retomado esa presencia publica católica global desde un “humanismo radical” donde proclama “que toda persona, todo varón, toda mujer es hija e hijo de Dios”, y por ende, sagrado. El Papa sigue predicando un catolicismo social histórico donde “nadie se salva solo”. Repite además que la propiedad “es un bien social” y que “toda persona tiene derechos” como un legado de la justicia social. La gran mayoría del obispado católico argentino lo acompaña en esta prédica.
Hace un siglo, hace 50 años y hoy, la presencia del antiliberalismo católico se mantiene vigente. Al mismo tiempo sigue presente un nacionalismo católico de reminiscencias militares y meritocráticas, junto con otros movimientos vinculados a un liberalismo católico internacionalizado que nutre a derechas radicales globales.
Cada vez que el arzobispo Jorge Ignacio García Cuerva se para frente a sus fieles, sus palabras resuenan. Pero lo hacen mucho más cuando tiene enfrente a las autoridades de la Nación, como ocurrió en el tradicional tedeum del 25 de Mayo y en la homilía por el Día de la Independencia. Ungido en su actual rol en julio del año pasado, su ascenso reforzó la percepción de que la Iglesia cambió de tono sin abandonar el vocabulario pastoral y el anclaje en el Concilio Vaticano II.
El papa Francisco, criado en el barrio porteño de Flores, le habla a la política cada vez que lo considera necesario. Y aunque ha rechazado ser peronista, afirmó en un libro reciente: “¿En la hipótesis de tener una concepción peronista de la política, qué tendría de malo?”. Sus gestos pícaros no necesitan mayor traducción.
La Iglesia no será peronista, pero a veces el tipo de mensaje al que apelan los hombres que eligió Jorge Bergoglio para interpelar al Gobierno generan una asociación natural entre ambas concepciones. Sin embargo, la relación entre peronismo e Iglesia ha sido compleja. Hubo momentos de acercamiento y otros de enfrentamiento.
Es de este tiempo que un grupo de feligreses –militantes a la vez de organizaciones sociales– hagan una misa en el barrio de Constitución y coreen“lapatrianosevende”,enuna reacción explícita contra el Gobierno. También, que días más tarde se los vuelva a ver en La Matanza junto a curas villeros en un homenaje a las mujeres que atienden los merenderos, después de que el oficialismo atravesara una crisis por irregularidades en el abastecimiento de los comedores populares. Y que muchos de ellos se hayan encontrado en el Luna Park en la misa por el aniversario de los 50 años del asesinato del padre Carlos Mugica, emblema de la iglesia tercermundista, donde se leyó una carta del Papa bregando por “no dejarse arrastrar por la colonización ideológica ni por la cultura de la indiferencia”.
La política no es patrimonio exclusivo de los laicos. De hecho, la Iglesia católica argentina se constituyó política desde su origen. Las órdenes religiosas que llegaban desde España en tiempos del Virreinato lo hacían en nombre del rey, que concentraba el poder espiritual y administrativo. Luego, con la Independencia, la Iglesia supo que su supervivencia en estas tierras estaba unida al destino del emergente poder local. Tuvieron sus sillas en la Casa de Tucumán al momento de la firma del acta independentista del 9 de julio. Hoy el lugar de las autoridades eclesiásticas es bien distinto: el presidente Javier Milei celebró en la provincia norteña su acuerdo de gestión rodeado por gobernadores y expresidentes. Las homilías del clero quedaron en la Catedral porteña.
Más lejos o más cerca del poder político, los representantes de la Iglesia siempre han tomado partido en la historia del país. A través de sus gestos, sus homilías, sus declaraciones. ¿Dónde está parada hoy la Iglesia frente al gobierno libertario y su ajuste con consecuencias sociales innegables? ¿Cómo juega a la hora de las críticas al modelo el papa Francisco, primer sumo pontífice argentino de la historia? ¿Hay un protagonismo crítico de sectores católicos afines al peronismo, algunos de los cuales han encontrado cobijo en el kirchnerismo?
Tiempos independentistas
En los albores de la Argentina, la Iglesia fue fundacional. Ignacio Martínez, doctor en historia, investigador del Conicet, estudioso de las relaciones entre la Iglesia católica y la política Argentina en el siglo XIX, lo resume así: “El clero y los discursos religiosos fueron muy importantes para afianzar la identidad y la pasión política de una sociedad que se embarcó en un largo período de guerras durante gran parte del siglo XIX”. Por esto, “personajes tan disímiles como Rivadavia y Rosas consideraron al clero como un auxiliar fundamental del orden político y buscaron, por diferentes medios, que algunos de sus miembros se comportaran como funcionarios del Estado”.
Luego, los laicistas impulsaron cambios institucionales para sustraer a la Iglesia del control del registro de las personas, la legitimación del vínculo matrimonial o la educación pública. También fue la hora de los católicos militantes, que querían una iglesia más autónoma que conservara sin embargo un rol como agente del orden social.
“Sin duda, el conflicto más fuerte –cuenta Martínez–, se dio a mediados de la década de 1880, durante el gobierno de Julio A. Roca, cuando se sancionaron algunas leyes que reclamaban los sectores laicistas, como la creación del registro civil, la sanción de la ley de educación común (1420), que excluía la educación religiosa de la currícula oficial, y la del matrimonio civil. En esos años el debate religioso fue de los principales asuntos tratados por la prensa, y el conflicto llegó a ocasionar la expulsión del representante papal de la Argentina y la suspensión del obispo de Salta por parte del gobierno nacional”.
El segundo hito en el vínculo entre la Iglesia argentina y el poder se da con el peronismo. Diego Muro, especializado en historia social y política del catolicismo, señala dos momentos: “En el primero hay una cercanía, una buena sintonía, una muy buena relación entre Juan Domingo Perón y las jerarquías de la Iglesia católica. De hecho, Perón no solo fue a Luján en medio de la campaña electoral, sino que volvió con Eva después de ganar, además de visitar varios santuarios marianos. En este tiempo, los principales obispos veían a Perón como un freno al peligro que representaba el comunismo. Entendían que el peronismo se nutría de eso que se llama catolicismo social. Este es un primer momento de acercamiento. No sé si de una iglesia peronista, pero sí de una iglesia que tiene feeling con las políticas del peronismo”.
Después llegarían los conflictos. “Hay historiadores que consideran que esto sucede cuando surge una relación de competencia y de tensiones entre Perón y la Iglesia”, dice Muro. “La reforma constitucional de 1949 no respondió a las expectativas de algunos obispos. Pero las tensiones llegan en el segundo mandato del gobierno, tras la muerte de Eva, ya que la verdadera preocupación de Perón era que pudiera crearse la Democracia Cristiana en la Argentina”.
El conflicto escala sobre finales de 1954. Perón llega a pedir la separación de Iglesia y Estado, alegando que era “un clamor del pueblo”. Y a separar más de cien docentes católicos de las escuelas. Y a quemar diez de las más emblemáticas iglesias católicas de Buenos Aires. Aquel 16 de junio de 1955, mientras los templos ardían, la Sagrada Congregación Consistorial llegó a aplicarle a Perón la excomunión denominada latae sentencia. Ese mismo día, una rebelión cívicomilitar había bombardeado la Plaza de Mayo, hecho en el que murieron más de 300 personas.
En el inicio de su libro Perón y la Iglesia católica, la historiadora Lila Caimari enumera los lugares comunes de la discusión pública en torno a la cuestión de las relaciones entre el peronismo y la Iglesia. “Perón quiso poner a la Iglesia al servicio de sus ambiciones personales”, “La Iglesia estaba celosa de la popularidad de Evita”, “Estos líos se arman cuando los curas se meten en política”, “Ese es un tema interesante. Va a descubrir todos los chanchullos entre los dos”, “En casa éramos peronistas, pero cuando Perón atacó las iglesias, ahí sí que no sabíamos qué hacer”.
Durante los años 70, en un contexto de crisis y voluntad de cambio, aparecen los curas del Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo, corriente fundada en 1967 dentro de la Iglesia católica argentina tras el Concilio Vaticano II, con una activa participación en las villas miserias y barrios obreros, donde un sector de la Iglesia y el peronismo vuelven a ser aliados.
Después vino la dictadura. Mucho se ha dicho respecto a una complicidad entre la Iglesia y la dictadura. Pero al mismo tiempo muchos sacerdotes desaparecieron. Según María Soledad Catoggio, autora del libro Los desaparecidos de la Iglesia, se estima que fueron 113 las víctimas de la dictadura entre las filas de la Iglesia, y que entre ellas predominaron “los cuadros medios del cuerpo de funcionarios católicos”, que oficiaban de “formadores y referentes identitarios”.
Los sucesivos gobiernos
En los años que siguieron ningún presidente tuvo una relación especial con la Iglesia. José María Poirier Lalanne, director de Criterio, histórica revista de actualidad y religión, precisa: “Salvo excepciones, los obispos no vieron con buenos ojos el gobierno de Alfonsín desde el comienzo. Hubo una mejor relación con Menem. Algunos obispos, como Laguna, Casaretto y Arancedo, entre otros, se llevaron bien con De la Rúa. Otros, incluso Bergoglio, se entendieron mejor con Duhalde. Con los Kirchner la Iglesia no se llevó mal. Con Macri no se entendieron. Y con Fernández... ¿qué decir?”
Lalanne también analiza la comunión actual entre sectores de la Iglesia y del peronismo. Y relaciona a aquellos curas tercermundistas de los 70 con los actuales curas villeros. “Creo que hoy, como sucedió otras veces, sectores numerosos del mundo clerical, incluidos clero y episcopado, se sienten más afines al peronismo que a cualquier otra tendencia. Hay también quienes se definen kirchneristas, pero no son mayoría. Ciertamente, entre muchos curas villeros y el padre Pepe hay sintonía. Falta una actitud más profunda sobre la historia y la política. A veces los dichos suenan a reacciones casi adolescentes. Eso, sin restarle mérito al trabajo pastoral en ambientes particularmente sufrientes y en real penuria económico-social”.
No se puede trazar hoy un mapa de quién es quién en la Iglesia argentina sin subrayar que el jefe de la Iglesia mundial es argentino. Según especialistas, desde que Bergoglio asumió como Papa es imposible pensar que lo que se dice o se hace desde la Iglesia argentina no cuenta con su respaldo.
Ante el oficialismo
Un repaso por la actual estructura organizacional de la Iglesia permite entender quién es quién. El presidente de la Conferencia Episcopal Argentina (CEA), Oscar Ojea, tiene muy buen diálogo con los curas villeros, a quienes asiste desde el obispado de San Isidro, donde se encuentra La Cava, el asentamiento más poblado de la zona norte del conurbano bonaerense. Basta recordar que fue obispo auxiliar en Buenos Aires cuando Jorge Bergoglio era arzobispo. También fue director de Cáritas. Dice de ellos el padre Pepe Di Paola, reconocido por su trabajo en Ciudad Oculta, la villa 21-24 y Zabaleta: “Son dos personas con elementos iguales, porque Bergoglio también es una persona muy espiritual pero con una mirada clara de la realidad social. Son iguales, uno es Papa y otro presidente de la CEA. Sintonizan porque tienen una misma manera de encarar el sacerdocio”.
Gustavo Carrara, obispo auxiliar, vicario general de Buenos Aires y encargado de la Vicaría para la Pastoral Villera, encabeza este grupo de sacerdotes de trabajo diario junto a los curas de los barrios populares. Lo llaman “el primer obispo villero de la Argentina”. Nació en Villa Lugano y fue ordenado sacerdote por Bergoglio en 1998. El vínculo es histórico. En septiembre de 2022 celebró una misa por la paz en la Basílica de Luján en la que se rezó por Cristina Kirchner tras el intento de asesinato del que fue víctima. Fue quien el 14 de junio pasado presidió la ceremonia en la iglesia donde se cantó “La patria no se vende” y la marcha peronista. Frente a las críticas, pidió disculpas públicamente.
Jorge Ignacio García Cuerva tuvo que salir al cruce: “No está bueno usar la misa para dividir, para fragmentar, para partidizar [...] para que terminemos separados como hermanos”, dijo. Vale recordar que el arzobispo de Buenos Aires fue obispo de Río Gallegos (2019 a 2023) y obispo auxiliar de Lomas de Zamora (2017 y 2019). Su corazón también está cerca de los curas villeros.
Otra línea de sacerdotes que trabajan con los más carenciados, más cerca al kirchnerismo, es el grupo “Curas en Opción por los Pobres”. Integrado por curas del conurbano, entre ellos se destaca el sacerdote Eduardo De la Serna, director pastoral de la parroquia San Juan Bautista de Quilmes, y Francisco Paco Oliveira, párroco en Merlo. Oliveira pidió que los votantes de Milei “no se acerquen a los comedores” ni a ningún “otro servicio que damos desde la Fundación Isla Maciel” y que “no nos pidan nada, no con la mía”.
Son tiempos en los que la distancia entre la Iglesia y un gobierno que no cree en el vínculo del Estado con la religión se agranda día a día, más allá de que el Presidente, convertido al judaísmo, haya hablado una hora con Francisco en el Vaticano y que espere con ansias que el Papa anuncie de una vez por todas su visita a la Argentina.
Pese a esos gestos amistosos, el Sumo Pontífice ha dicho por diferentes vías que no cree en el “dios mercado” y la “diosa ganancias”, a las que califica como “falsas deidades que nos conducen a la deshumanización”. Milei, por su parte, no cree en la justicia social, a la que considera un “robo aberrante”. Visiones destinadas a oponerse
El discurso de los referentes católicos a favor de los desfavorecidos se hunde en las raíces más políticas del poder eclesiástico. En esa construcción, impulsada hoy por la realidad de una pobreza que no deja de crecer, ver el reflejo de parte de la Iglesia en el espejo de Perón y en la defensa de la doctrina social se vuelve casi inevitable.
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Peronismo y catolicismo, una relación compleja
El justicialismo y la Iglesia tienen muchas caras, y eso explica una historia de encuentros y desencuentros; suelen coincidir, eso sí, en su resistencia al liberalismo
Fortunato Mallimaci Doctor en sociología; autor de El mito de la Argentina Laica. Catolicismo, política y Estado (Capital Intelectual, 2016) entre otros libros
Investigar los vínculos históricos y sociológicos entre política, sociedad, Estado y religiones es importante para comprender la modernidad en América Latina. La Argentina no es una excepción. Se trata de relaciones de largo plazo, y tanto de afinidades como de enfrentamientos.
Para esto es importante comprender que el catolicismo es un mundo integrado por instituciones, movimientos, culturas e imaginarios en continuo movimiento. Forma personas para la acción y la reflexión, para estar presente en el espacio público, para penetrar el Estado y la sociedad a fin de llevar su concepción católica de la enseñanza, la justicia y la espiritualidad social. No es un catolicismo para pocos y elegidos, sino para mayorías. Trabajadores, humildes y pobres son los y las privilegiadas en su accionar.
La formación social y espiritual es central en ese tipo de mundo católico. De allí surgirán “militantes católicos” que ingresarán al mundo de lo social, de la política partidaria y la actividad estatal.
La década del 30 es un momento de ofensiva de ese mundo católico en su entramado con la vida social de espacios populares urbanos y barriales, en su proceso de argentinización, nacionalización y catolización. La presencia en escuelas, en el Estado, las Fuerzas Armadas, los sindicatos, las sociedades de fomento será su objetivo principal para construir un “nosotros”.
Hay afinidades entre ese catolicismo y el naciente movimiento justicialista luego del triunfo electoral de Perón en 1946. No solo hay militantes que son, al mismo tiempo, católicos y peronistas. Además, hay una confluencia de imaginarios sociales entre el peronismo, que se afirma humanista y cristiano, y la enseñanza social católica: la lucha contra el mundo liberal y el mundo comunista, el enfrentar tanto al individualismo como al colectivismo, proponer la tercera posición, el bien común, la comunidad organizada, la concepción de propiedad social contraria a la propiedad privada y colectivista. Los mundos peronistas provienen centralmente de culturas sindicales anarquistas, socialistas y católicas, como de funcionarios formados en Ateneos y círculos católicos. El constitucionalismo social de fuerte influencia católica en la Constitución de 1949 entrelaza y disloca esos mundos. Se peroniza el mundo católico y se catoliciza el mundo peronista. Se sacraliza lo político y se politiza lo sacral. La cultura del trabajo los unifica y alimenta. El Jesús obrero y la Patria Justicialista interpela a ambos mundos .
Otros mundos católicos de acción y presencia en el espacio público se oponen a esos vínculos populares y estatales con el peronismo y se entrelazan con grupos sociales burgueses del agro y la ciudad, y con partidos políticos, como la Unión Democrática, opuestos a al peronismo y al catolicismo social.
La institución jerárquica católica se inquieta y sospecha de la “fidelidad” de religiosas, sacerdotes y militantes católicos insertos en el peronismo que cuestionan su autoridad. Al mismo tiempo, acompañan a los católicos politizados en la oposición y relacionados con grupos de las FFAA, que inundan de panfletos antiperonistas los templos en 1954 y 1955 . La matanza de más de 300 personas y miles de heridos en la cercanía de la Plaza de Mayo por aviones navales pintados con la insignia “Cristo Vence”, y la posterior quema de varios templos en la ciudad de Buenos Aires y otras ciudades argentinas conmociona al país. Perón es excomulgado de la institución católica y el golpe de 1955 es apoyado por la jerarquía católica local como por el Vaticano . Esa experiencia traumática quedará en la memoria de los actores católicos, en unos para defender a los trabajadores peronistas, en otros para demonizar a Perón y a su movimiento.
El Concilio Vaticano II en 1966, la Asamblea de obispos latinoamericanos en Medellín en 1968 y el documento de los obispos y expertos argentinos en San Miguel en 1969 reclaman la necesidad de un catolicismo inserto en los mundos populares. La opción por los pobres y por el pueblo. Nace en 1968 en la Argentina el Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo. Para “encarnarse” –palabra clave– en barrios populares, en sindicatos, en villas, en colegios y universidades, en movimientos rurales y desde allí “anunciar la llegada del reino de Dios”. Lo integran casi 600 sacerdotes –sobre un total de 5500– junto a comunidades movilizadas en todo el país con religiosas, catequistas, promotores, pastorales, comunicadores y militancia social y religiosa.
En el avión que trae a Perón a la Argentina en 1973 –rehabilitado como católico por Roma– son invitados sacerdotes del MSTM (designan al padre Carlos Mugica como su representante). Ya en Buenos Aires, un gran grupo de esos sacerdotes se reúne con Perón para reflexionar sobre los nuevos desafíos de la relación entre catolicismos y peronismos en la década del 70.
La memoria de las complicidades de la institución católica con las últimas dictaduras cívico, militar y religiosa –y en especial la de 1976-1983, con su plan de violación de los derechos humanos y de asesinato de cientos de militantes católicos– sigue siendo un tema no asumido en su totalidad. Hay allí una gran deuda pendiente.
Hoy se viven nuevas experiencias de un mundo católico ya no más hegemónico. A la significativa presencia del mundo evangélico se le suma un número cada vez mayor de personas sin identificación religiosa o que rearman sus creencias por su propia cuenta.
Los sacerdotes de la Pastoral Villera, como los llamados sacerdotes en la Opción por los Pobres, son continuadores de las experiencia del MSTM en sus afinidades con movimientos sociales vinculados a lo popular y con lo peronista.
Las celebraciones por los 50 años del asesinato del Padre Mugica, como las cientos de misas contra el hambre en todo el país, muestran también una larga continuidad de profecías y martirios de ese mundo católico como así también de denuncias contra el liberalismo del mercado desregulado que produce mayores desigualdades con “ricos cada vez mas ricos a costa de pobres cada vez mas pobres”.
El actual Papa argentino ha retomado esa presencia publica católica global desde un “humanismo radical” donde proclama “que toda persona, todo varón, toda mujer es hija e hijo de Dios”, y por ende, sagrado. El Papa sigue predicando un catolicismo social histórico donde “nadie se salva solo”. Repite además que la propiedad “es un bien social” y que “toda persona tiene derechos” como un legado de la justicia social. La gran mayoría del obispado católico argentino lo acompaña en esta prédica.
Hace un siglo, hace 50 años y hoy, la presencia del antiliberalismo católico se mantiene vigente. Al mismo tiempo sigue presente un nacionalismo católico de reminiscencias militares y meritocráticas, junto con otros movimientos vinculados a un liberalismo católico internacionalizado que nutre a derechas radicales globales.
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