martes, 2 de julio de 2024

JRR Tolkien | El autor de El Señor de los Anillos que hace 70 años advirtió sobre el uso irresponsable de la tecnología






JRR Tolkien | El autor de El Señor de los Anillos que hace 70 años advirtió sobre el uso irresponsable de la tecnología
John Ronald Reuel Tolkien, creador de mundos y de lenguajes, combatió en la horrenda Batalla del Somme y estuvo a punto de formar parte del equipo de criptógrafos de Bletchley Park; sus visiones de la industrialización están más vigentes que nunca...BBC
Su obra maestra puede leerse también como una crítica a la industrialización desenfrenada, los trolls de las redes sociales y la vigilancia masiva; además, hay guiños sobre smartphones, interfaces hápticas y sensores
Ariel Torres
Compré el primer tomo de El Señor de los Anillos en una librería de usados, cuando tenía 18 años. Había visto ese libro inmenso otras veces, pero no tenía idea de qué se trataba; esa tarde, a falta de algo mejor, le di una chance. Se convirtió en uno de mis tres o cuatro libros favoritos de ese mundo aparte que constituyen la literatura fantástica y la ciencia ficción (que no, no son ni remotamente lo mismo, aunque existen vasos comunicantes).
Recuerdo que me enganché tanto que lo llevaba siempre conmigo y hasta lo leía en los viajes en ascensor. Sí, ascensor. Para mi espanto, era solo el primer tomo, y me llevó bastante tiempo conseguir el segundo volumen. Entonces supe que faltaba un tercero, que aún no había salido en la Argentina. Tuve que esperar hasta los 19 para llegar al final de la extraordinaria historia de Frodo, Gandalf y Aragorn; lo expresó bien el periodista de The Illustrated London News que hizo la reseña de los dos primeros volúmenes: “El suspenso es cruel”, escribió. Solo entonces tenías una visión íntegra de esta obra que nunca decaía, que cerraba sin fisuras, “que te cambiaba”, como observó agudamente C.S. Lewis. Luego lo compré en inglés y volví a sus páginas muchas veces. Incluso leí El Silmarillion, un texto que funciona más como obra de consulta que como narración (aunque Tolkien quería a toda costa publicarlo, algo que no se le dio en vida). Y por supuesto tengo conmigo desde 1990 la gran biografía de Tolkien que escribió Humphrey Carpenter.

Las primeras ediciones de El Señor de los Anillos en la Argentina, publicadas por Minotauro en 1977, 1979 y 1980, respectivamente. Las ilustraciones de tapa son del propio Tolkien
Ahora, la pregunta es: ¿qué hace John Ronald Reuel Tolkien (se pronuncia Tolkin) en una serie de pioneros sobre nuevas tecnologías? La ciencia ficción y la fantasía han anticipado sistemáticamente estos desarrollos, y por eso en esta serie aparecieron Clarke, Lem, Asimov, Herbert y Čapek, que inventó la palabra robot. El problema es que Tolkien (su obra se corresponde con un subgénero dentro de la fantasía) no parece haber sido un aficionado a las nuevas tecnologías.
Arañas, criptografía y una idea épica
Precisamente. La biografía de Tolkien es más o menos bien conocida, primero porque su celebridad es enorme (esta celebridad trastornó su vida por completo) y segundo porque hay una biopic algo edulcorada de sus años de juventud, que puede verse por streaming en Disney. La versión cinematográfica de El Señor de los Anillos de Peter Jackson contribuyó también mucho a su fama.
JRR no tuvo ni remotamente una vida fácil. Nació en Sudáfrica y pasó allí parte de su infancia; la provincia donde nació se llamaba en ese momento (3 de enero de 1892) Estado Libre de Orange y estaba bajo la soberanía inglesa; luego de la Segunda Guerra Bóer, sería incorporada al imperio británico. Es lo de menos. Al pequeño John, en Sudáfrica, lo picó una araña mono, que son enormes y que, por supuesto y aunque Tolkien no recordaba el incidente de forma consciente en su adultez, terminaría convirtiéndose en una escalofriante escena de El Señor de Los Anillos (Shelob). Además, cuando la familia retornó a Inglaterra, su padre, que iba a llegar poco después, murió de fiebre reumática en Sudáfrica.
Una araña mono sudafricana como la que picó a Tolkien cuando era pequeño; el incidente posiblemente inspiró la creación de Shelob
Aparte de lo que se verá enseguida, Tolkien estuvo mucho más cerca de la tecnología (a regañadientes) de lo que imaginan sus lectores más fieles. En enero de 1939, nueve meses antes del estallido de la Segunda Guerra Mundial, fue convocado por el Ministerio de Relaciones Exteriores para trabajar en criptografía, en caso de que se produjera alguna “emergencia nacional”. Llamémosla guerra, sin tanto maquillaje y porque en ese momento el aire olía ya a azufre y pólvora.
Tolkien incluso hizo el curso, en Londres, en la Government Code and Cypher School, donde estaba trabajando el gran Alan Turing. En octubre de ese año, cuando la guerra ya había empezado, le informaron a Tolkien que no iban a necesitar de sus servicios. Fue posiblemente un alivio; ya había tenido suficiente guerra en su vida.
Bletchley Park, donde funcionaba la Government Code and Cypher School
En ese momento, Tolkien, con 47 años, ya había publicado El Hobbit, y el año anterior, en diciembre, había empezado a darle vueltas a una idea con la que dejaría una huella indeleble en la literatura. Se propuso un relato inspirado en El Hobbit, pero más largo, más serio, más grandioso. Esa obra pronto tendría un título, El Señor de los Anillos, que abreviaré de aquí en más TLOTR, como se la conoce entre los fans, por sus siglas en inglés (The Lord Of The Rings) y para abreviar. Para los conocedores: El Hobbit había resultado extraordinariamente taquillero como libro infantil, y esto le abría las puertas a Tolkien para volver a publicar. Venía trabajando desde 2017 en una serie de relatos míticos que le daban sustento y explicaban lo que habría de convertirse en TLOTR. Esa serie de relatos se convertiría en El Silmarillion, cuyo boceto le presentó a la editorial Unwin, que había publicado El Hobbit, en 1937.
La batalla y el humus
Tardó 12 años en escribir TLOTR y tenía casi 60 cuando lo dio por terminado. Volvía de dar clases en Oxford en su bicicleta, comía con su familia (era muy familiero) y luego se sentaba un par de horas a redactar un manuscrito con el que haría historia. Persistente y meticuloso, aunque obviamente con esos hiatos a los que nos obliga la vida, fue avanzando en una de las historias más magníficamente enhebradas y escritas del siglo XX. Ambiciosa e inmensa, sí, pero también detallista. Por ejemplo, Tolkien había escrito todo un capítulo dando por sentado que durante las noches brillaría la luna, pero al chequear el calendario que llevaba con las jornadas de su narración, descubrió con espanto que esas noches correspondían a la luna nueva. Así que tuvo que reescribir esa parte de la novela.
Por formación era filólogo, y los filólogos no pueden sino ser detallistas. En un reportaje que le hicieron en la TV –cuando se había transformado en una celebridad–, le pidieron que recitara algo en élfico, un lenguaje que había creado por entero (o sea, no palabras sueltas). En medio del recitado se detuvo, todos pensaron que se le había hecho una laguna, pero inmediatamente aclaró: “Perdón, acentué mal”. Y volvió a recitar todo de nuevo. Esta vez acentuando bien.
Un soldado británico en una trinchera durante la batalla del Somme en 1916 (Fuente: Imperial War Museum Photograph Archive)
Atravesó los horrores de la Primera Guerra Mundial desde las trincheras. Estuvo en la monstruosa Batalla del Somme, que duró cuatro meses, dos semanas y tres días, y fue una de las más letales de la historia, con alrededor de un millón de muertos. Como la tarántula sudafricana, las batallas colosales e inhumanas también se expresarán en su obra. Tolkien decía que todo lo que uno ha experimentado, leído, escuchado y sentido se convierte en el humus en el que germina una obra. Es la pura verdad.
Love of my life
Su historia de amor con Edith Mary Bratt, que le llevaba tres años y era protestante (Tolkien era católico, y la tensión entre ambos credos era muy fuerte; Edith debió convertirse para contraer matrimonio), es una novela romántica de por sí. Tolkien la amó profundamente, contra todos los obstáculos, que no fueron pocos, y, en la cima de su fama, solo pudo sobrevivir a la partida de Edith menos de dos años. John falleció a los 81 años, el 2 de septiembre de 1973. Había hecho inscribir en la lápida de Edith el nombre Luthien (sin tilde); luego de su muerte, en la piedra se grabó el nombre Beren. Lúthien es la hija de un rey elfo, Thingol, y una diosa, Melian. Beren es un simple mortal. Si se les escapa una lágrima, está bien; me pasa lo mismo.
TLOTR es una obra colosal, cuyas 1500 páginas la editorial le pidió dividir en tres partes; Tolkien no estuvo de acuerdo con el título de la tercera parte, porque creía que revelaba demasiado sobre el argumento. El hijo del dueño de la editorial Unwin, con quien Tolkien tenía una buena relación y que en ese momento a cargo del negocio, sugirió publicarlo como “un libro de prestigio”, porque Tolkien era un reconocido filólogo de Oxford. Las idas y vueltas de la publicación de la obra son numerosas, pero apareció finalmente entre 1954 y 1955. Nadie, ni siquiera Tolkien, se esperaba el éxito descomunal que el libro tuvo en la siguiente década, especialmente a partir de 1966, cuando las ventas en Estados Unidos se dispararon, en gran medida entre los estudiantes, que la veían como una expresión de muchos de sus ideales; entre otros, la naciente consciencia ecológica. En esa primera etapa llegó a vender 3 millones de ejemplares. Ese éxito continúa hoy, cuando la novela se ha convertido en un clásico. Y el patito feo, El Silmarillion, que Tolkien había empezado a imaginar en 1917 (por entonces lo llamó El libro de los cuentos perdidos), también se convirtió en un libro impreso, aunque mucho menos leído que TLOTR y El Hobbit. Unwin se lo había rechazado en 1937.
La lápida de la tumba del matrimonio Tolkien lleva el nombre de Lúthien, una semidiosa creada por el escritor, y el de Beren, un simple mortal
Con Edith tuvieron cuatro hijos: John, Michael, Christopher y Priscilla. Christopher se convirtió en su albacea y sería el responsable de editar, completar y publicar El Silmarillion, que Tolkien en su momento había soñado con sacar junto con El Señor de los Anillos. Juntos, ambos libros sumaban algo así como un millón de palabras; casi 7 millones de caracteres.
Advertencias y aciertos
¿Y en qué fue pionero tecnológico Tolkien? Si no el primero, fue uno de los más elocuentes críticos de la industrialización irresponsable. TLOTR, como toda obra maestra, puede leerse en muchas claves. Una de ellas es la que expone dos versiones de los humanos: como conquistadores de la naturaleza y sus destructores últimos (Sauron) y como seres integrados cordialmente con el entorno (los Hobbits; TLOTR empieza con una extensa descripción de la Comarca).
Saruman, al revés que Gandalf, que es un mago puro, aparece como un tecnócrata, un industrialista sin la menor ética, y en la novela es el resultado de la corrupción que el poder indefectiblemente trae aparejada.
Pero hay más, detrás y debajo de las escenas por momentos escalofriantes que Tolkien, narrador notable, consigue en sus libros. Enamorado de los árboles desde siempre, en la biografía de Carpenter hay una foto suya junto a un centenario pino negro del Jardín Botánico de Oxford, que era su árbol favorito. La foto fue tomada un mes antes de su fallecimiento. En la novela, los árboles se convierten en un pueblo, hablan, se mueven. Son los Ents, los árboles-gigantes, que ayudan a Frodo en su periplo del héroe.
Tolkien no era una persona tecno, todo lo contrario
Varias de sus invenciones lingüísticas trascendieron la literatura. El nombre de la banda Marillion, por ejemplo. Pero también tenemos a Palantir Technologies, una compañía de inteligencia basada en big data fundada por Peter Thiel. Suena solo anecdótico, pero el Palantir de Tolkien es una de las esferas con las que era posible ver lo que pasaba en otros lugares (en Arda, originalmente, aunque llegarán hasta TLOTR) y establecer comunicaciones. Suena mucho más a smartphone de lo que uno querría admitir. Solo que el cristal de los smartphones se rompe; Palantir es indestructible.
El ojo de Sauron, la forma que adopta este personaje cuando es desencarnado, tiene tanto de espionaje indiscriminado y masivo y tanto de las grandes compañías de Internet que saben dónde estamos y qué hacemos todo el tiempo, que eriza la piel.
Las Puertas de Dúrin pueden verse como una forma de autenticación, algo que debemos hacer todos los días, varias veces por día. Los anillos de poder poseen una interfaz háptica (cambian de peso, por ejemplo). Y las espadas que advierten la presencia de orcos, por mucho que puedan pensarse como objetos mágicos, hoy son algo que llevamos en el bolsillo. No para detectar enemigos, claro, pero nuestros celulares tienen sensores de todas clases. Además, como dijo el gran Arthur Clarke, cualquier tecnología lo suficientemente avanzada es indistinguible de la magia. Punto para Tolkien.
Podría parecer una asociación algo caprichosa. Para nada. Le pregunté sobre estas cosas a mi amigo Martín Hadis, el gran experto argentino en Borges, que también es un especialista en la obra de Tolkien, y ahí me enteré de que había escrito un artículo sobre las interfaces de El Señor de los Anillos. Me dijo: “Tolkien toma ideas de la ciencia ficción y la tecnología, y las fusiona luego con la mitología nórdica. La trama de El Señor de los Anillos está atravesada por objetos de inspiración a la vez mitológica y tecnológica, que parecen anticipar los logros de la inteligencia artificial. Por las descripciones que hace Tolkien, resulta evidente que el mismo Anillo que da nombre al libro es capaz de percibir su entorno, fijarse objetivos y tomar decisiones por sí mismo. La espada Anglachel de Húrin, que figura en El Silmarillion y Los hijos de Húrin, tiene una inteligencia similar; es además capaz de hablar.”
Arthur C. Clarke en 1998
Y sobre todo están los orcos. Elfos que fueron degradados por el Mal (Morgoth) y convertidos en seres que en lugar de pensar, simplemente agreden, los orcos son brutales, salvajes y desagradables. Se parecen tanto a los trolls de las redes sociales que uno no puede menos que asombrarse frente al parentesco.
Pero si miramos la verdadera definición de troll, caemos en la cuenta de que las bandas de anónimos (rentados o simples fanáticos) que atacan como pirañas en las redes sociales se parecen mucho más a los orcos de Tolkien que a los trolls nórdicos. Los trolls también aparecen en TLOTR, en El Hobbit y, por supuesto, son descriptos en El Silmarillion. Son pocos, gigantescos, fuertes y tontos, y se convierten en piedra si se exponen a la luz del sol. Los orcos de Morgoth, en cambio, describen mejor las prácticas de los difamadores seriales que en las redes buscan instalar el pánico de opinar libremente, un derecho universal que debería estar mejor garantizado. Como los orcos, son muchos, son brutales y son violentos. Otro punto para Tolkien.
Se nos viene la noche
Tolkien no fue convocado a Bletchley Park por sus habilidades como criptógrafo, sino por su extraordinaria capacidad con los lenguajes. Los empezó a inventar de pequeño y continuó con esa práctica casi toda su vida. No fue una persona tecno, todo lo contrario; ya mayor empezó a jugar con un grabador magnetofónico, luego de oír unas cintas con recitados suyos de la juventud. Y sin embargo, con su vasto mundo legendario inspirado en la mitología nórdica, dejó advertencias y avisos sobre los avances de que disponemos hoy y que con no poca frecuencia, una vez más, usamos sin la más mínima responsabilidad.
La casa de J.R.R. Tolkien en Oxford, donde escribió El Hobbit y gran parte de TLOTR, fue vendida a un particular cuyo nombre no trascendió en unos 2 millones de dólares en 2004. En 2019 salió de nuevo al mercado, esta vez por 6 millones de dólares
Sobre todo, y por eso TLOTR fue tan exitoso a partir de los ‘60, advirtió sobre el efecto nefasto que una industrialización sin límite, basada solo en la ambición de poder, tendría sobre la naturaleza y, en última instancia, sobre nuestras vidas. La escena cerca del final (no haré spoiler), cuando la noche se cierne sobre el mundo, es un adelanto ominoso de lo que podría esperarnos si no abrimos los ojos respecto de la fragilidad de nuestra especie en el cosmos frío e inconmensurable.
De nuevo, puede sonar como una asociación conveniente, dado que Tolkien no puede confrontarla. Permítanme que les transcriba lo que él mismo escribió sobre la casa que había habitado desde 1950, en la calle Hollywell, debido al tránsito y otros ruidos ciudadanos: “[La casa, antes encantadora] se ha vuelto inhabitable. No se puede dormir. No se puede trabajar. Sacudida y retorcida por los ruidos e inundada de gases de escape. Así es la vida moderna. Mordor entre nosotros.”

http://indecquetrabajaiii.blogspot.com.ar/. INDECQUETRABAJA

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