jueves, 4 de julio de 2024

Julio Argentino Roca y una lectura muy interesante


De las escapadas nocturnas para robar gallinas a las dos presidencias, un retrato íntimo de Roca para todo público
Sin golpes de efectos ni oportunismos, el historiador escribió una biografía accesible, narrada con equilibrio y sencillez; a continuación el prólogo del libro que Emecé publica como novedad de este mes
Miguel Ángel De Marco
Julio Argentino Roca   Alfredo Sábat
Hace años que me mueve el propósito de escribir una biografía de Roca accesible para un público cada vez más numeroso que anhela conocer la historia argentina sin golpes de efectos ni recursos oportunistas, es decir narrada con equilibrio y sencillez.
El hecho de haber sido por varias décadas profesor de asignaturas que abordan la etapa en que el presidente tucumano desarrolló su existencia, y la circunstancia de haber escrito varios libros sobre sucesos y personajes del siglo XIX y principios del XX, me hicieron abordar en diferentes ocasiones la trayectoria de quien fue definido con razón por Carlos Ibarguren como “el estadista de cuño alberdiano” que perfiló con rasgos indelebles el Estado moderno en la Argentina.
Su caudaloso aporte a la tierra que lo vio nacer mereció grandes reconocimientos, pero también sufrió un rechazo asociado a la beligerancia con la que ciertos compatriotas, enzarzados en minúsculas cuestiones del presente, se ocupan con virulencia de personajes del pasado.
"Roca", de Miguel Ángel de Marco (Emecé, $29.900)
La convicción de que la verdadera historia dista de ser propaganda, y de que los hechos pretéritos no pueden ser modificados con proclamas, me ha alentado a la hora de abordar el esfuerzo que hoy adquiere la forma de libro, en lo que se ha convertido en una serie de vidas de grandes argentinos, iniciadas por Emecé con mi biografía de Bartolomé Mitre. Para Roca he utilizado en algunos casos textos y citas de aquella, como de las de Domingo Faustino Sarmiento, Leandro Alem y Carlos Pellegrini.
Antes de proseguir con estas palabras preliminares, séame permitido agregar que la Argentina no hará camino por la senda que trazaron los fundadores de la patria mientras se siga discutiendo sobre si deben o no ser eliminadas las imágenes de determinados personajes históricos de los billetes de banco o si sus estatuas merecen o no ser demolidas en señal de castigo póstumo hacia los prohombres a quienes representan. Librar absurdos combates al borde de las tumbas contra los que no pueden defenderse, refleja una notoria incapacidad para absorber el pasado tal cual fue y aceptar sin pérdida de tiempo los desafíos que demanda el porvenir.
La figura de Roca descuella entre los personajes más notables de la historia argentina. Alumno del célebre Colegio del Uruguay fundado por Urquiza, no sólo se destacó entre los que seguían en sus aulas la carrera militar, sino que sobresalió por sus innatas condiciones de precoz líder entre sus compañeros de todas las provincias. Su capacidad intelectual le sobraba para estudiar los manuales de táctica y comandar los ejercicios castrenses. De ahí que ampliase el horizonte de sus lecturas hasta donde se lo permitía la nutrida biblioteca del establecimiento. Y de ahí, también, que comenzase a atesorar sus propios libros. [Más adelante, en el capítulo “Confiamos que será como su padre un diligente servidor de la patria”, ahondará en este período de estudiante. “Las actas de exámenes finales de 1857, 1858 y 1859 dejan constancia de que obtuvo sobresaliente o bueno con voto de sobresaliente en geografía y gramática castellana, latín, historia antigua y filosofía. Su contracción al estudio y su talante aparentemente serio y taciturno no impedía que jugara frecuentes bromas y encabezara subrepticias escapadas nocturnas junto a sus compañeros más cercanos. Se ha dicho que solía organizar incursiones por los gallineros del vecindario para suplir con un alimento sustancioso el magro caldo que se servía con frecuencia, y que por tales correrías recibió el apelativo de El Zorro con el que se lo tildó por su astucia a lo largo de su existencia].
Acostumbrado a mandar, como soldado, como jefe de partido y gobernante, Roca sabía reconocer sus errores y aun disculparse ante sus colaboradores inmediatos cuando algún raro gesto destemplado del Presidente los ponía en el deber moral de renunciar. También sabía escuchar, y como era abierto, curioso y perspicaz, estuvo en condiciones de resolver los variados temas que llenaban sus preocupaciones de estadista. Sin exhibir el vuelo intelectual de Mitre, Sarmiento o Avellaneda, aunque era un hombre de libros y de cultura, cimentó los logros de sus respectivas presidencias rodeado de los mejores políticos de su tiempo a quienes supo amalgamar y conducir.
Fue el primer presidente elegido según la Constitución de 1853 que desempeñó por dos veces la suprema magistratura de la República.
La ocupación de la Patagonia, como resultado de la expedición militar al Río Negro que encabezó en calidad de ministro de Guerra y Marina de Avellaneda, y la posterior campaña de los Andes, cuando ya ejercía el Poder Ejecutivo, afirmaron la bandera argentina hasta el extremo sur, de la misma forma que las realizadas al Chaco durante este último período, integraron vastas regiones casi desconocidas al patrimonio nacional. El reclamo de soberanía sobre las Islas Malvinas obedeció al mismo propósito.
Hoy se multiplican las imputaciones de genocidio, con referencia a las operaciones que permitieron, al decir de Armando Braun Menéndez, la incorporación “al dominio efectivo de la Nación y al trabajo fecundo de sus hijos, un millón de kilómetros cuadrados”. Pero Roca y sus subordinados no vivieron en el siglo XXI, que por otra parte ofrece formas de violencia tanto o más graves que las de la centuria en que les tocó vivir, sino en una época de constantes ataques a poblaciones indefensas durante los cuales se robaba, secuestraba y mataba impunemente. La sociedad toda reclamaba una paz que le negaban tanto los malones como las luchas fratricidas.
La visión de estratega y político de Roca le indicaba que, para alcanzar pleno dominio de los espacios australes y consolidar la presencia argentina en el mundo, era necesario asegurar la navegación en aguas oceánicas: “Las naciones no buscan el mar –expresaba– sino cuando han asegurado la dominación del suelo; cuando, zanjadas las dificultades de su organización interna, se sienten estimuladas a ensanchar la esfera de su actividad”.
Julio Argentino Roca
Poco más de un año después, acallados los fragores del alzamiento militar de la provincia de Buenos Aires, que fue vencido por las fuerzas nacionales en junio de 1880, Roca asumió la presidencia de la República, luego de preparar el terreno para obtener los votos que necesitaba con sagacidad, tiempo y vínculos establecidos en casi todo el país. El lema “Paz y administración”, expresado en su primer discurso ante el Congreso, exteriorizó la voluntad de construir en un clima de orden y concordia.
No faltaron los litigios con las naciones vecinas, aunque su tenacidad le permitió resolverlos. Especial significación tuvo la firma del tratado argentino-chileno de 1881. Y no estuvieron ausentes la violencia política y la injerencia oficial en el momento de elegir a su sucesor, candidato y concuñado Miguel Juárez Celman, quien, sin embargo, obligó a Roca a una especie de ostracismo del que lo sacó el marasmo político y económico que dio origen a la revolución del 26 de julio de 1890, luego de la cual asumió la presidencia el vicepresidente Carlos Pellegrini.
Juntos, a veces muy próximos, otras más o menos distanciados, ambos fueron los árbitros de la política argentina, pues contaron con una extendida red de lealtades políticas que llegaba a los lugares más recónditos del país. Nada pudieron las revoluciones radicales, ni la prédica de la prensa antagónica, ni los acuerdos entre los hombres de la oposición. El Partido Autonomista Nacional estaba en todas partes, y fue esa imbatible estructura, apoyada por los gobiernos provinciales con sus infalibles medios de convicción y coerción, la que lo colocó por segunda vez en el poder en 1898.
El 1º de mayo de 1904, al dejar inauguradas las sesiones del Congreso Nacional, a escasos meses de concluir su mandato, Roca podía formular este breve pero halagüeño balance: “No hay una sola región del país, por apartada que esté, en la cual no se haya inaugurado, o no esté en vías de construcción, una escuela primaria o superior, o de enseñanza agrícola, un ferrocarril, un camino, un puente, un puerto, una línea telegráfica, un hospital, un cuartel. Observaréis que en todas las ciudades importantes hay costosas obras sanitarias; y que hemos balizado y alumbrado nuestras costas marítimas y nuestros grandes ríos, a fin de que se pueda navegar por ellos como se transita por un bulevar iluminado.

“Os daréis cuenta exacta al comunicaros las impresiones respectivas que traeréis de todos los rumbos de la República, de la intensidad de la vida, del activo movimiento y de las nuevas energías altamente satisfactorias que se despiertan por todas partes.”
Sus palabras reflejaban la imagen de un país pujante que, más allá de los conflictos políticos, sociales y aun económicos, abrigaba fundadas esperanzas en un promisorio porvenir.
Roca había cerrado a través de un abrazo con el presidente de Chile, Federico Errázuriz, y mediante una coherente acción diplomática, la posibilidad de una triste guerra entre dos naciones hermanas; había acentuado las buenas relaciones con Perú y Bolivia y resuelto los problemas pendientes con Brasil.
También había enunciado, en la voz de su canciller Luis María Drago, el principio del cobro no compulsivo de la deuda pública, a raíz de la belicosa actitud de tres naciones europeas que se basaban en la demora de Venezuela para pagarla. Por otro lado, el Presidente había abierto, en forma visionaria, las relaciones diplomáticas con la nueva potencia de Oriente, Japón, y velado por la creciente profesionalización del servicio exterior de la República.
En aquella segunda presidencia que concluía, había promovido la explotación de vastas regiones desiertas de los territorios nacionales, impulsado los estudios de tierras y aguas para explotarlas y colonizarlas, la investigación de cultivos adaptables a cada zona, el examen zootécnico de los ganados, la realización de perforaciones en Comodoro Rivadavia, que dieron por resultado el descubrimiento de petróleo; el desarrollo de la industria pesquera mediante la importación de especies de los Estados Unidos; la instalación de observatorios meteorológicos, entre ellos el más austral del mundo en las Orcadas del Sur, con lo que se tomó posesión de la Antártida Argentina, etcétera.
Consciente de la necesidad de sentar las bases para un cambio profundo en las prácticas electorales que habían regido hasta entonces la vida cívica, impulsó el proyecto de su ministro Joaquín V. González sobre reforma electoral por circunscripciones, que convertido en ley abrió las puertas del Congreso al primer diputado socialista, Alfredo L. Palacios. Y convencido de que resultaba imperioso conocer y buscar soluciones a la situación de la clase obrera, designó para estudiarlas al eminente abogado, médico e ingeniero español Juan Bialet Massé.
Como se ha dicho al comenzar, los seis años que concluyeron con la entrega de la banda y el bastón presidencial a Manuel Quintana signaron, en múltiples aspectos, un sostenido crecimiento que trazó los cimientos de la nación próspera y pujante del Centenario, además de marcar el rumbo del país durante varias décadas.
Sin embargo, al dejar el mando, Roca no contaba ya con su partido. Su influencia se había desgranado lentamente y el golpe final lo había dado la ruptura con Pellegrini. Se marchó a Europa y, al volver en 1907, tuvo la convicción plena de que su momento había pasado, y se refugió en el silencio de la vida privada hasta su repentina muerte, ocurrida el 19 de octubre de 1914 cuando el país había probado ya los beneficios de la ley del sufragio universal, secreto y obligatorio y se vislumbraba el advenimiento de una fuerza política innovadora: la Unión Cívica Radical.
Por cierto, como todo ser humano, Roca cometió errores, adoptó decisiones públicas y privadas de las que debió arrepentirse y dejó en el camino viejas y recientes amistades que lo tildaron de ser tan frío como sus ojos acerados, pero en el balance de cuanto vivió y realizó, su figura de constructor se perfila con plena nitidez al punto de que muchos lo señalen como el arquitecto de la Argentina moderna.
Cuando promediaba la escritura de este libro se produjo la decisión, firmemente resistida por la comunidad local, de retirar la bella estatua ecuestre de Roca, que había sido dañada por manos criminales, del Centro Cívico de Bariloche. Antes se había levantado de su emplazamiento en la intersección de dos grandes avenidas de Río Gallegos, el bronce que lo presentaba con ropas civiles, en su clásica actitud meditativa, para volver a ubicarlo, ante los reclamos de la población, en un lugar lejano.
Aunque las biografías del insigne tucumano son pocas, la bibliografía acerca de su actuación militar y su obra de gobierno es amplia. Por su parte, Félix Luna, en su difundido Soy Roca, hizo “una recreación libre dentro de un riguroso contexto histórico” de tan rica trayectoria vital.
Mi mayor deseo es que esta Vida contribuya a brindar una visión lo más ecuánime posible de lo que fue Roca para nuestra patria, últimamente tan proclive a desechar los ecos del ayer.

http://indecquetrabajaiii.blogspot.com.ar/. INDECQUETRABAJA

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