domingo, 7 de julio de 2024

DE NO CREER Y AL MARGEN


Alta misión: fui a Miami a vender mileísmo
Carlos M. Reymundo Roberts
En la era Milei, dos semanas lejos del país es un montonazo. Antes, moría por rajarme; ahora, la espera para volver se me hizo eterna. Al Presi, que vive viajando, eso le pasa todo el tiempo; un estoico. A mí me ayudó que se tratara de una alta misión en Miami. Alta misión podría entenderse como un combo de playas y shoppings, pero no fue el caso. Básicamente fui a vender mileísmo. Así como acá puedo tener una que otra crítica (sobre todo cuando me ensobran), afuera me calzo la celeste y blanca y les pongo el pecho a las balas. En mi primera conferencia, en un centro de jubilados, empecé así: “Amigos de la tercera edad, Milei dijo en la campaña que el país estaba quebrado. En su discurso al asumir proclamó el ya legendario ‘no hay plata’, y hoy, siete meses después, el ajuste nos está asfixiando. ¡Es el primer presidente de la historia que cumple una promesa electoral!”. La ovación duró tres minutos. A la salida, mientras firmaba autógrafos, recibí una llamada de Karina. “Buscate trabajo ahí”. Lo aprendió de Javi: es bromista. En mi segunda exposición, en un club de pescadores, seguí por esa línea. “Hombrones de piel curtida, viejos lobos marinos, qué puedo decirles que ya no sepan. Un panelista de TV salió a pescar sin caña ni red en un mar infestado de tiburones, y de pronto había sacado tanto que reventó las urnas. Inauguró así el tiempo de la redención: multitudes que habían perdido la fe lo proclamaron su salvador, y él se revistió de mesías. Ahora todos esperamos el milagro mayor: que los pesos se conviertan en dólares”. Creo que me fui de mambo con el tono épico, porque la sala se vació. Ahí fui yo el que llamó a Kari: “Jefe, 10 puntos. Unos 20 pescadores están haciendo cola en el consulado argentino”.
Acepté el desafío de convocar a una conferencia de prensa. ¿Locación? La plaza de Collins y la calle 73, corazón de la llamada Little Buenos Aires, en Miami Beach. Tremendo spot, elegido además con picardía: a esa misma hora se hacía ahí el ruidoso banderazo argentino para alentar a la selección. A la pregunta de un gringo sobre si los mercados estaban mostrando dudas sobre el plan económico, me excusé: Perdón, no le oigo bien. “¿Es cierto que la pobreza ya supera el 50%?”¡Por favor!
Dese vuelta y va a ver a miles de argentinos aclamando al Presidente. “¿Se va a firmar el Pacto de Mayo?” Sí, con la lapicera de Alberto Fernández. El corresponsal de The New York Times intentó apurarme con lo de la renovación del gabinete, “que nunca se completa”. Me sacó. ¿Biden y Trump se acercan a los 90 años y usted me habla de renovación? Lo vi perderse en el tumulto del banderazo.
Siempre es difícil enfrentar a colegas picantes, sobre todo si les cuesta entender que la Argentina no votó por un nuevo presidente, sino por un cambio cultural. Ajuste, palabra prohibida, hoy es el sancta sanctorum libertario. Esta semana Javi echó a 5000 empleados públicos, que seguramente son kirchneristas. Ya con eso se ganó el cielo. Además, cero drama: mañana los contrata Kichi en la provincia, con sueldos pagados por un aumento del impuesto inmobiliario. Por Dios, qué diferencia con Milei, que dejó de financiar al Tesoro con emisión, lleva cuatro meses sin déficit fiscal y no hace fiestitas en Olivos. Lo del déficit se consiguió, en primer lugar, hambreando a los abuelos, bajo la premisa de que el sobrepeso es fatal a esa edad crepuscular. También cortó de cuajo la obra pública, principal caja de la política y los políticos. De rebote, está bajando el precio de la construcción, que se había ido a las nubes: quería hacerme un dos ambientes en Mar de Ajó, frente a la playa –una linda playa de estacionamiento–, y me pedían 1700 dólares el metro cuadrado. ¡Andá! Ahora estoy pensando en un monoambiente; si puedo hacerlo, ya tengo un invitado para cortar la cinta: Javi. La única inauguración en sus cuatro años de mandato.
Explicar este cambio de patrones culturales fue lo que más me costó en Miami. Ellos consagran el consumo, receta inflacionaria de Néstor, Cristina y Massita, mientras que nosotros estamos probando con la recesión. Pero fíjense: un taxi del aeropuerto al downtown siempre costaba 30 dólares, y esta vez pagué 32. No voy más.
Lo que me llamó la atención durante esos 15 días fue comprobar que Milei suscita una increíble atracción; en todos lados, en todos los ambientes. Fui a ver el partido de la selección contra Perú sin entrada, dije que era un enviado del Presidente y me acompañaron hasta un palco vip. Te preguntan más por él que por Messi. ¿Es verdad que habla con un perro que está muerto? ¿El cerebro de su gobierno [Santiago Caputo] es un experto en marketing? ¿No es extraño que un adalid contra la corrupción quiera llevar a la Corte al juez más sospechado del país? Mi respuesta era poner en boca del Presidente algo que piensa, pero en público nunca dijo: “No miren lo que hago ni lo que digo. Solo lo que consigo”.
Hasta habla con rima. Es Gardel.
En EE.UU. consagran el consumo; nosotros estamos probando con la recesión

&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&

¿Hasta qué punto Milei representa un cambio?
Héctor M. Guyot
El presidente Javier Milei se presenta como el exclusivo avatar del cambio en la Argentina y descalifica toda crítica a su gobierno adjudicándole intereses perversos: lleguen desde la política o el periodismo, responden al esfuerzo de la vieja casta corrupta por mantener sus privilegios y obturar el triunfo de la libertad. Hasta ahora, al menos en el plano de su popularidad, el truco le ha dado resultado. La razón es simple: esa vieja casta corrupta existe y es la que llevó al país a la bancarrota. Ahora, ¿en qué medida el Presidente encarna hoy la ruptura del viejo orden decadente y el cambio que prometió para llegar al poder? En algunas cosas, Milei es el viento de una transformación. En otras, es más de lo mismo. A siete meses de su asunción, discriminar unas y otras no solo podría clarificar el escenario, sino también echar luz sobre la naturaleza del gobierno libertario.
Hay logros económicos que no se pueden soslayar. El primero de ellos es una fuerte desaceleración de la inflación, cuya inercia desorbitada parece haber sido puesta en caja. En cualquier país normal el índice actual sería un dolor de cabeza, pero aquí es motivo para descorchar champagne. Los que saben de números suman al haber el superávit financiero, la recuperación de reservas y una mano firme a la hora de ir contra la burocracia inservible del Estado.
Del otro lado, el impacto social de una recesión que no afloja se vuelve cada vez más acuciante. Pasado medio año de gestión, con la Ley Bases aprobada, se espera que el Gobierno inicie una nueva etapa en la que empiece a poner en marcha el país. Se espera, en suma, un proyecto. La duda es si tal cosa existe. Milei lo ha repetido de distintas formas, como candidato y como presidente: su obsesión es destruir el Estado para que florezca el mercado en su expresión más pura, sin intervenciones. Con su prédica agresiva, logró que el imaginario colectivo identificara al Estado con “la casta”, y así consiguió ponerle un rostro al enemigo. Esa energía destructiva, expresada con violencia verbal inusitada, lo llevó al poder y lo mantiene en él. Bienvenida la energía, si es dirigida contra las corporaciones política, sindical y empresaria enquistadas en el sistema que nos legó el peronismo, aunque no sin ayuda. Tan enquistadas están que hará falta. El problema es que el Estado es más que eso. Por empezar, es el garante del pacto social que ha de preservar la institucionalidad, la vigencia de la ley y hasta la propia convivencia democrática. ¿Se puede matar al paciente para curar una infección, por más extendida que esté?
La duda hoy es si esa energía “Terminator” que despliega Milei es al menos matizada con algún reflejo constructivo. Hasta aquí, vimos a un presidente atrapado en una contradicción dramática a la hora de gestionar: debe sumar recursos políticos para llevar adelante su gobierno, pero profiere insultos de alto voltaje a repetición contra la política toda, incluso contra quienes están dispuestos a ayudar. Necesita que el coche arranque, pero le echa agua al tanque de nafta. ¿En qué medida quiere el cambio? ¿Hasta qué punto la pulsión destructiva se vuelve autodestructiva?
En su columna del miércoles, Joaquín Morales Solá cita la disyuntiva a partir de la cual, según alguien que frecuentó al Presidente durante años, Milei entiende sus relaciones con otros actores de la política: “Sumisión o pelea”. El diálogo, condición esencial de la democracia, está excluido de su repertorio, y quizá eso se deba a una infancia traumática y a las disputas con un padre que, según contó, lo maltrataba. Son precisamente las características de su personalidad las que llevan a dudar del alcance del cambio pregonado y a poner atención a las continuidades, que no son otra cosa que más de lo mismo, el viejo populismo que ensaya nuevos ropajes.
Alguna vez escribí que las diferencias ideológicas entre Cristina Kirchner y Donald Trump, que ahora podría volver a la presidencia de Estados Unidos, quedaban relegadas por aquello en lo que coincidían: la megalomanía, el rechazo inmaduro de todo lo que no responde a sus deseos, un dogmatismo de cuño religioso que no admite matices, el uso político del resentimiento para dividir a la sociedad, una apetencia de poder incompatible con el sistema republicano y el combate contra la prensa crítica. Y contra la Justicia, podríamos agregar. Usted decide en cuáles apunta a Milei.
Por esto de que hay mucho curro y privilegio enquistados, se entiende que la energía destructiva del Presidente despierte entusiasmos. Pero ha de tener un límite, pues hasta aquí, por lo que se ha visto, no discrimina. Si atendemos a sus palabras, tampoco se detendría hasta destruir al Estado para devolvernos al paraíso original del mercado puro, que solo existe en los libros. Adscribir incondicionalmente a esa fuerza, subsumirse en ella, es un error que se puede pagar caro. La Argentina, tal como le está ocurriendo a Francia por estos días, podría convertirse en un país de extremos, con un centro diluido o eclipsado. Y lo que hace falta, más que nunca, es un centro fortalecido que preserve la república y rescate la convivencia civilizada.
Hay mucho curro y privilegio enquistados en el sistema. Por eso se entiende que la pulsión destructiva de Milei despierte entusiasmos. Pero ha de tener un límite

http://indecquetrabajaiii.blogspot.com.ar/. INDECQUETRABAJA

No hay comentarios.:

Publicar un comentario

Nota: sólo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.