Luis Novaresio
“Hay muy mala prensa sobre el amor propio”
Texto de Pablo Sirvén // Fotos: Mariana Roveda
Luis Novaresio es hijo único de padres inmigrantes de Italia a los que no solo quiso, sino que también admiró. Y nació en una ciudad muy tana, como Rosario, en donde por esa ascendencia, es común que sus habitantes aspiren la letra “s”. No hay peor suplicio para un rosarino, reconoce Novaresio jocosamente, que mencionar la avenida “Las Heras”. Recuerda que cuando Daniel Hadad lo convocó para trabajar en Buenos Aires, estaba muy contento con su performance, pero le hizo un pedido muy especial: “¡tirá alguna ‘s’!”. Fruto de la movilidad social ascendente, ya que su papá ni siquiera había hecho el secundario pero era autodidacta, Luis fue abogado por un rato y, casi enseguida, periodista para siempre. Movilero radial para empezar. “Pero antes –aclara– trabajé en lo que se te ocurra: cajero de supermercado, en una tarjeta de crédito, en una escuela como preceptor y después como profesor, y en el Consulado de Italia”. El presente lo encuentra como conductor de Buen día Nación, por las mañanas, y de +Entrevistas, a la medianoche. Ambos ciclos se emiten por LN+. Este rosarino de cuna y corazón suma, entre otras ocupaciones, una muy amorosa: ser “padrastro” de Vera, la hijita de siete años de Braulio Bauab, que su pareja concibió con Virginia, una amiga, ahora también de él, por el sistema de coparentalidad. “Conocí a Vera de diez meses; tenemos un WhatsApp conjunto que hizo la mamá”, comenta con ternura y cuenta que estuvo en el acto escolar por el Día de la Bandera. Ahora es el mismo Novaresio quien está con otros dolores de parto: los que tienen que ver con dar a luz su primera novela, Todo por amor, pero no todo, que editó Sudamericana, y que está llegando en estas horas a las librerías. “Tenía muchas ganas de escribir ficción y ningunas ganas de escribir un ensayo con temas de actualidad, ni nada de eso”, aclara. Pero no fue tan fácil: de hecho, el plan original había sido tenerla lista para la Feria del Libro, pero Novaresio sintió que la debía pulir un poco más. El primer disparador fue hace muchos años, cuando Luis todavía trabajaba diariamente en Rosario y todos los jueves se tomaba un micro para venirse a Buenos Aires a asistir a un curso de filosofía que daba en el Club Armenia José Pablo Feinmann. Ni bien terminaba esa sesión, ya entrada la noche, se tomaba un ómnibus de vuelta hacia la ciudad que vio enarbolar por primera vez la bandera argentina. “Esta novela –calcula– me tardó 50 años. Desde que escribo, quiero escribir ficción. Y en lo concreto, tiene un arraigo de realidad en ese viejo curso que hice. Ahí asomaron esbozos de los personajes. Me pareció que era una buena idea tratar de mixturar la filosofía con algunas historias. Me llevó tiempo pensar hacia dónde iba y un largo año en sentarme a trabajar con una editora para armarla”. Todo por amor, pero no todo tiene un comienzo visual, muy cinematográfico, que nos adentra en una tempestuosa salida nocturna de Uno y C, en un boliche con muchos torsos masculinos desnudos, música al palo, sexualidad explícita y hasta algunas líneas de cocaína.“Hay que saber habitar nuestras contradicciones”
–Sin intención de discriminar, ¿es una historia gay? –No, me parece que no. Es una novela en la que hay una pareja gay, pero también dos parejas heterosexuales y una mujer sola. Son cinco personajes relevantes. Al escribirla, no llevé la novela cronológicamente; decidí trabajar personaje por personaje. –¿No te da miedo el prejuicio que puede haber desde el mundillo literario por estar encasillado como un “señor de la tele”? ¿Cómo está resultando dentro de tu cabeza ese mambo? –Sí, definitivamente. Es muy difícil, claro, que el de la tele, de pronto, escriba ficción, pero me permití fantasear con la idea. Me acuerdo que cuando Magdalena Ruiz Guiñazú, una de las personas que más admiro en este medio, publicó una novela le pregunté exactamente eso y me dijo: “Estoy jugando a escribir ficción y los que no logren entenderlo es un problema de ellos”. –¿Qué asignaturas pendientes estás cubriendo con esta novela? –Descubrir, después de haber transitado la gráfica y los medios electrónicos, mis ganas de escribir. Y ahí me apareció la idea de tratar de cruzar una asignatura absolutamente pendiente, que es el estudio sistemático de la filosofía. Soy un estudiante crónico al que se le empezaron a aparecer algunas historias que me permitían fantasear en ese microcosmos. –Todo por amor, pero no todo se llama tu libro. ¿Qué sería “no todo”? –Es una discusión que nació en ese curso de José Pablo Feinmann: uno entrega todo por amor, pero no todo. Algunos psicoanalistas dicen que el amor supone “desotrarse”. O sea, que entregás una parte, pero no todo. Creo que todos los personajes se plantean eso aún sin saberlo. Y que no todo es ese lugar común estereotipado de encontrar la media naranja que hace que uno se sienta bueno. Me parece que es un poco eso. –Dedicás tu libro a “los tenaces”? ¿Quiénes serían? –Como dice uno de los personajes, la profesora de filosofía, se trata de un acto de interpelación más que de respuesta. Es una novela sobre esas preguntas que nos hacemos en algún momento de la vida y que se encuentran en determinados personajes de esta ficción y cómo las resuelven. –Extraje algunos textuales de tu novela para retroalimentar esta conversación. Arranco con el primero, que tiene que ver con tu actividad principal, que es la de ser conductor en la tele. Hay un personaje que por ahí dice: “Si está en el aire de otro programa, es bueno; traelo. No importa lo que dice mientras mida en el rating”. ¿Cuánto de verdad hay en tu mundo real televisivo de esta tentación? –Mucho. Creo que los que hacemos televisión en esta época tenemos un editor nuevo, que es el minuto a minuto. –Aclaremos, por si hay alguno que todavía queda sin saberlo, que estás hablando de conocer el rating en todo momento. ¿Vos siempre estás pendiente? –¡¡¡Sí!!! No se puede no estar pendiente. Pero todo el tiempo, no. Hubo una época en que lo tenía cargado en mi teléfono. Un poco me desembaracé. Pero como yo hago vivo a la mañana, empecé pidiendo el número cada quince minutos. Hoy estoy en un proceso deliberado de conformarme con que me digan, “estamos bien”. Cuando empecé a trabajar en la tele de Rosario no existía el minuto a minuto.
Entonces, lo que inspiraba era el criterio. Rescato mucho el olfato, el instinto. Debo reconocer que en la señal en la que trabajo hay una enorme idea de construir. Juan Cruz Ávila, alma máter de LN+, me dice todo el tiempo que trabajemos para hacer un buen programa, que el número viene después. Y la verdad es que tiene razón. Hay que hacer un mix entre lo que vos considerás que es importante con lo que rinde al aire en la pantalla. –Esta es una pregunta que le hace un personaje a otro y que ahora replico para que la respondas vos: “¿Usted está feliz de ser quien es?” –Es la pregunta del millón. En eso estoy y muy conforme con la evolución que estoy llevando para descubrir quién soy desde hace no tanto tiempo. Me di cuenta de que uno no es un algo indiscutible. Uno es con sus contradicciones, y hay que saberlas descubrir y habitar. Estoy muy contento con el proceso que llevo para descubrir quién soy. –¿Estuviste muchos años enojado con vos, discutiéndote y no encontrándote? –Viví muchos años pendiente del deber ser y de lo que se esperaba que yo fuera. Muchas veces se te imponen caminos que, a lo mejor, no hubieses transitado, aunque no estoy arrepentido. –¿Qué se supone que se esperaba que fueras? –Lo que espera todo el entorno más cercano: nuestras familias, la sociedad. El hecho de tener una profesión determinada. Soy abogado antes de ser periodista. Es que cuando terminé la escuela secundaria en Rosario se había cerrado la facultad de periodismo porque los militares la consideraban peligrosa. Y como abogado me iba muy bien. Siempre hay un mandato externo que te condiciona. –Este textual que te traigo ahora es un tema que sobrevuela tu novela en varios tramos y que creo que es también bastante recurrente en vos como comunicador: “Es Dios oportuno amortiguador de la angustia”. –Sí, yo creo también que la creencia indiscutida de Dios, en muchos casos, es un amortiguador tranquilizador ante la angustia de la existencia. La profesora de filosofía en la novela reconoce tener una inspiración sartreana muy interesante que se podría sintetizar en que he nacido sin pedirlo y arrojado a este mundo y la única certeza que tengo es que es breve y se termina. Este planteo, así tan dramático, sin embargo, no es pesimista. Todo lo contrario: es muy optimista porque si fuera solo este pequeño rato de existencia uno está con la libertad y con la obligación de hacer lo que quiere sin cuestionamientos de una vida posterior, un mandato o lo que quieras. –Pero, ¿qué te ocurre a vos que cada entrevista que hacés la terminás invariablemente con la misma pregunta: “Nos morimos, ¿y qué pasa?” –Tendía a pensar, hasta hace no mucho tiempo, de acuerdo con la evidencia científica, que no pasa nada. Pero con el paso del tiempo tan rápido, en el mejor de los casos me queda un tercio de vida, empieza a pesar el deseo. Me gustaría que pasara algo. Si hubiese otra vida me encantaría encontrarme con mi viejo, que se murió joven y tengo tantas cosas para contarle. Hace un tiempo, un personaje muy conocido del medio que perdió un hijo me contó que había encontrado cierta calma a través de una médium. Eso lo calmó, le trajo alivio.“Son tus decisiones las que tomás y las que no tomás”
–La pregunta iba dirigida a que también podría haber una búsqueda tuya en tu insistencia a ver si en las respuestas de los demás encontrás alguna punta que te clarifique el panorama... –Me han pasado cosas increíbles al formular esa pregunta. Es el momento en el que los políticos salen de su lugar común. Salvo uno, que no importa quién es, pero se trata de un tipo superimportante que se había coacheado en todas y cada una de las respuestas. Cuando le dije: “Nos morimos, ¿y qué pasa?”, me respondió: “¿Cómo que nos morimos?”. Yo me quedé en silencio, que es un recurso que tenemos quienes entrevistamos, pero no salía de su perplejidad. “Bueno –le dije–, te tengo una mala noticia: te vas a morir”.
–Jaja, claramente ese entrevistado cree en la eternidad, al menos en la suya. Aquí tengo otra frase que pronuncia otro de los personajes de tu novela: “No quiero no morir. Lo que no quiero es envejecer. Soy cronofóbico”.
–Esa es una expresión que se la robé un amigo, colega nuestro. Una vez, en una cena, nos habíamos quedado unos pocos. Alguien dijo: “Me gusta envejecer, aprendí un montón de cosas”. Y otro nos miró a todos y dijo: “Soy cronofóbico. Nada del paso del tiempo es bueno y la decadencia física es patética”. Me gustó que no la careteara. Pero la opción es peor, como dice Mirtha Legrand. El paso del tiempo está bueno: aprendés, ganás experiencia.
–Tenés 60 años redondos. ¿Cómo te están cayendo?
–Rarísimo, porque no me doy cuenta cómo pasó todo este tiempo. Mi sensación es que tengo 35/38 con toda la furia. Me parece que me recibí hace un rato. Aunque se nota: empiezan los achaques, no tenés la fuerza física de los 35. Pero en general, estoy contento.
–Otra frase de tu libro que daría para charlar un rato largo: “Amor es conservar o perder”. ¿Cuánto de conservar y de perder tuviste en tu vida?
–Depende en la edad en que me he enamorado. Cuanto más joven, uno está dispuesto a perder todo porque es el amor de tu vida y hay una cosa heroica. Entonces te das cuenta de que perdés mucho. Hay una muy mala prensa sobre el amor propio, la autoestima, inmediatamente catalogada de narcisista, egoísta, egocéntrico. Y yo creo que no, que uno solo puede establecer una verdadera relación de amor con un otro, en tanto y en cuanto tiene un amor propio por algunos valores que son innegociables. Me parece que ahí surge el temor a perder. Eva, uno de los personajes, no puede entender cómo alguien dejó de amarla si le dio todo. Probablemente, si yo pudiera encontrarme con Eva, le diría: “Precisamente porque le diste todo, no tenía nada de atractivo para adelante porque ya lo recibió todo”. ¿Qué más hay? Nada. Y bueno, si no hay nada, no tengo más ganas de estar. Me aburro.
–Leo: “Somos grandes, pero no somos viejos”. ¿Te cuadra?
–Me cuadra. Sobre todo que ahora se habla de los silver, como si fuera un atenuante el paso del tiempo. La expectativa de vida se ha extendido. Hoy los 50 ya no son los 50 de la época de mi viejo.
–Más citas de tu libro: “Sostener una vida conforme a una ley natural o perseguir el deseo y realizarlo aquí y ahora”.
–Esa dicotomía tiene mucho que ver con los mandatos, ¿no? Ahí viene la deformación un poco también por haber estudiado derecho en las corrientes naturalistas que buscan imponer una serie de valores absolutamente indiscutidos en todo tiempo y lugar. Si vos tenés que adecuarte a una supuesta ley natural, ¿dónde queda tu deseo? Bueno, me parece que la idea es desafiar esa supuesta ley natural.
–Ahora parece mucho más fácil “salir del clóset” pero, ¿cómo lo manejaste vos?
–Fue más difícil por varios motivos. Primero yo tuve una larga relación con una persona maravillosa que prefería no salir del clóset. Yo ya trabajaba como periodista, con una cierta notoriedad en Rosario. Mi salida del clóset arrastraba a quien estuviera conmigo y me parecía que era una posición respetable no hacerlo. Hubo un intendente del conurbano de Rosario que denuncié porque tenía ñoquis de su familia en la legislatura. Y me dijo: “Si yo denunciara lo que sé de usted sería mucho más grave”. Mucho tiempo después me pidió disculpas, pero me acuerdo hasta el día de hoy. Después me separé, me vine a Buenos Aires. Y cuando lo conocí a mi esposo, empezaron a sacarnos fotos algunos sitios de internet. Me acuerdo de un epígrafe de una foto muy divertida en un bar en que lo mencionaron como “el chongo de Novaresio”. Entonces vino Braulio y me dijo: “Che, pará, soy un señor grande, tengo una empresa y una hijita: aclaremos esto”. Y posteamos una foto juntos sin decir nada. Y fue como un coming out. De eso ya hace ya unos siete años. No sospeché que pudiera ser importante. Es verdad que en el medio no hay muchos periodistas que hayan contado que fuesen gay. Están Osvaldo Bazán, Juan Castro, que fue un precursor, enorme defensor de los derechos LGTB y aparte muy talentoso. Y menos todavía en política, un mundo muy machista. Hay una presunción de que el público te va a rechazar. Me acuerdo de que cuando lo contamos con Braulio. un responsable de un medio me dijo: “Te equivocaste porque recortas tu público”. Me impresionó un poco. Por suerte, no pasó.
–Una frase más de tu novela: “No somos más que nuestras decisiones”. ¿Es así?
–Creo que es altamente cierto. No eches culpas a los otros: son tus decisiones; las que tomás y las que no tomás.
–Volvamos a vos y la tele. Con tantas señales de noticias se estelarizaron los pases y hasta son materia de los programas de chimento...
–El pase nace de la mano de Radio 10, en la época de Daniel Hadad. Cuando me vine a trabajar a Buenos Aires a la tarde, en el lugar de Chiche Gelblung, que la rompía de manera increíble, ¿qué hizo Hadad?: me obligaba a estar cada día en distintos pases con Longobardi, con el negro Oro, con Baby, con Hanglin. Era la forma de demostrar que “éste forma parte de los nuestros”. Me parece interesante como idea.
–Es como no salir tan en frío a la cancha. ¿Cuáles serían las contras? Se habló de encontronazos que tuviste con Antonio Laje y María Laura Santillán. –A Antonio le pasa conmigo; a mí me pasó con María Laura. Antonio viene de cuatro horas de trabajar. ¡Se quiere ir a su casa! Yo lo afano un rato más porque nos rinde. Pero pobre tipo; se quiere ir. Yo le tengo gran respeto y admiración profesional. Es facilísimo trabajar con Antonio. Lo hice muchas veces en América. Discutimos dos veces fuerte, con argumentos. No siento que él lo haya llevado a lo personal ni tampoco yo. Hay algunos que pueden llevarlo a lo personal. No es el caso. Una vez fue por el tema de la Ley Bases y el financiamiento de la movilidad jubilatoria, pero argumentamos y lo seguimos haciendo. Algún portal dijo que había revoleado una silla. Y no hay ninguna posibilidad porque me duele el ciático. No estoy en condiciones de revolear ninguna silla. Nos reímos al aire. En el caso de María Laura, soy yo el que viene de tres horas cansado pero, además, me tengo que ir corriendo a grabar a Vicente López la entrevista a las dos de la tarde y el tráfico desde Chacarita es heavy. Y María Laura viene al palo. Sí, discutimos una vez, fuimos a cenar, charlamos y le expliqué que no tengo tiempo porque debo llegar para grabar a las dos. No pasa nada.
–Resulta paradójico que un periodista como Mariano Grondona, que fue durante tantos años acompañante con sus análisis de Bernardo Neustadt, cuando pega el salto y se convierte en conductor, se hace acompañar por tipos que, a su vez, con el tiempo también van a ser conductores como Majul, vos y Rossi.
–Y Carnota, Valenzuela y Marziotta. Debo decir que Grondona es la persona más respetuosa y más culta con la que he trabajado en mi vida. No le gustaba preguntar; a él le gustaba analizar.
–Como tu libro es tan visual y con tantas plataformas a disposición, ¿se convertiría en una miniserie o en una película condicionada?
–No, condicionada no. La veo más como El fin del amor, la miniserie de la gran Lali Espósito que escribió Tamara Tenenbaum. Es por ahí. Me parece que las escenas más difíciles de contar son las de Ana, un personaje que a mí me resulta muy atrapante, que tiene el deseo de la promiscuidad, al mismo tiempo que está casada con un tipo al que adora.
–La noche con que arrancás tu historia, ¿no es muy promiscua?
–Para algunos será promiscua; para otros será libre. Cuando vos jugás con la fantasía o la imaginación parece que ahí no hay límite; jugás fuerte. También hay una discusión sobre el tema de quitarse la vida. Charlé con gente que perdió un familiar de esa manera. Tenía ganas de crear ficción y fue un ejercicio escribir. Resultó un ejercicio de exigencia distinto al que yo estaba acostumbrado.
–¿Estás conforme con el resultado?
–Estoy muy conforme con haberme animado a hacerlo.
–La pregunta iba dirigida a que también podría haber una búsqueda tuya en tu insistencia a ver si en las respuestas de los demás encontrás alguna punta que te clarifique el panorama... –Me han pasado cosas increíbles al formular esa pregunta. Es el momento en el que los políticos salen de su lugar común. Salvo uno, que no importa quién es, pero se trata de un tipo superimportante que se había coacheado en todas y cada una de las respuestas. Cuando le dije: “Nos morimos, ¿y qué pasa?”, me respondió: “¿Cómo que nos morimos?”. Yo me quedé en silencio, que es un recurso que tenemos quienes entrevistamos, pero no salía de su perplejidad. “Bueno –le dije–, te tengo una mala noticia: te vas a morir”.
–Jaja, claramente ese entrevistado cree en la eternidad, al menos en la suya. Aquí tengo otra frase que pronuncia otro de los personajes de tu novela: “No quiero no morir. Lo que no quiero es envejecer. Soy cronofóbico”.
–Esa es una expresión que se la robé un amigo, colega nuestro. Una vez, en una cena, nos habíamos quedado unos pocos. Alguien dijo: “Me gusta envejecer, aprendí un montón de cosas”. Y otro nos miró a todos y dijo: “Soy cronofóbico. Nada del paso del tiempo es bueno y la decadencia física es patética”. Me gustó que no la careteara. Pero la opción es peor, como dice Mirtha Legrand. El paso del tiempo está bueno: aprendés, ganás experiencia.
–Tenés 60 años redondos. ¿Cómo te están cayendo?
–Rarísimo, porque no me doy cuenta cómo pasó todo este tiempo. Mi sensación es que tengo 35/38 con toda la furia. Me parece que me recibí hace un rato. Aunque se nota: empiezan los achaques, no tenés la fuerza física de los 35. Pero en general, estoy contento.
–Otra frase de tu libro que daría para charlar un rato largo: “Amor es conservar o perder”. ¿Cuánto de conservar y de perder tuviste en tu vida?
–Depende en la edad en que me he enamorado. Cuanto más joven, uno está dispuesto a perder todo porque es el amor de tu vida y hay una cosa heroica. Entonces te das cuenta de que perdés mucho. Hay una muy mala prensa sobre el amor propio, la autoestima, inmediatamente catalogada de narcisista, egoísta, egocéntrico. Y yo creo que no, que uno solo puede establecer una verdadera relación de amor con un otro, en tanto y en cuanto tiene un amor propio por algunos valores que son innegociables. Me parece que ahí surge el temor a perder. Eva, uno de los personajes, no puede entender cómo alguien dejó de amarla si le dio todo. Probablemente, si yo pudiera encontrarme con Eva, le diría: “Precisamente porque le diste todo, no tenía nada de atractivo para adelante porque ya lo recibió todo”. ¿Qué más hay? Nada. Y bueno, si no hay nada, no tengo más ganas de estar. Me aburro.
–Leo: “Somos grandes, pero no somos viejos”. ¿Te cuadra?
–Me cuadra. Sobre todo que ahora se habla de los silver, como si fuera un atenuante el paso del tiempo. La expectativa de vida se ha extendido. Hoy los 50 ya no son los 50 de la época de mi viejo.
–Más citas de tu libro: “Sostener una vida conforme a una ley natural o perseguir el deseo y realizarlo aquí y ahora”.
–Esa dicotomía tiene mucho que ver con los mandatos, ¿no? Ahí viene la deformación un poco también por haber estudiado derecho en las corrientes naturalistas que buscan imponer una serie de valores absolutamente indiscutidos en todo tiempo y lugar. Si vos tenés que adecuarte a una supuesta ley natural, ¿dónde queda tu deseo? Bueno, me parece que la idea es desafiar esa supuesta ley natural.
–Ahora parece mucho más fácil “salir del clóset” pero, ¿cómo lo manejaste vos?
–Fue más difícil por varios motivos. Primero yo tuve una larga relación con una persona maravillosa que prefería no salir del clóset. Yo ya trabajaba como periodista, con una cierta notoriedad en Rosario. Mi salida del clóset arrastraba a quien estuviera conmigo y me parecía que era una posición respetable no hacerlo. Hubo un intendente del conurbano de Rosario que denuncié porque tenía ñoquis de su familia en la legislatura. Y me dijo: “Si yo denunciara lo que sé de usted sería mucho más grave”. Mucho tiempo después me pidió disculpas, pero me acuerdo hasta el día de hoy. Después me separé, me vine a Buenos Aires. Y cuando lo conocí a mi esposo, empezaron a sacarnos fotos algunos sitios de internet. Me acuerdo de un epígrafe de una foto muy divertida en un bar en que lo mencionaron como “el chongo de Novaresio”. Entonces vino Braulio y me dijo: “Che, pará, soy un señor grande, tengo una empresa y una hijita: aclaremos esto”. Y posteamos una foto juntos sin decir nada. Y fue como un coming out. De eso ya hace ya unos siete años. No sospeché que pudiera ser importante. Es verdad que en el medio no hay muchos periodistas que hayan contado que fuesen gay. Están Osvaldo Bazán, Juan Castro, que fue un precursor, enorme defensor de los derechos LGTB y aparte muy talentoso. Y menos todavía en política, un mundo muy machista. Hay una presunción de que el público te va a rechazar. Me acuerdo de que cuando lo contamos con Braulio. un responsable de un medio me dijo: “Te equivocaste porque recortas tu público”. Me impresionó un poco. Por suerte, no pasó.
–Una frase más de tu novela: “No somos más que nuestras decisiones”. ¿Es así?
–Creo que es altamente cierto. No eches culpas a los otros: son tus decisiones; las que tomás y las que no tomás.
–Volvamos a vos y la tele. Con tantas señales de noticias se estelarizaron los pases y hasta son materia de los programas de chimento...
–El pase nace de la mano de Radio 10, en la época de Daniel Hadad. Cuando me vine a trabajar a Buenos Aires a la tarde, en el lugar de Chiche Gelblung, que la rompía de manera increíble, ¿qué hizo Hadad?: me obligaba a estar cada día en distintos pases con Longobardi, con el negro Oro, con Baby, con Hanglin. Era la forma de demostrar que “éste forma parte de los nuestros”. Me parece interesante como idea.
–Es como no salir tan en frío a la cancha. ¿Cuáles serían las contras? Se habló de encontronazos que tuviste con Antonio Laje y María Laura Santillán. –A Antonio le pasa conmigo; a mí me pasó con María Laura. Antonio viene de cuatro horas de trabajar. ¡Se quiere ir a su casa! Yo lo afano un rato más porque nos rinde. Pero pobre tipo; se quiere ir. Yo le tengo gran respeto y admiración profesional. Es facilísimo trabajar con Antonio. Lo hice muchas veces en América. Discutimos dos veces fuerte, con argumentos. No siento que él lo haya llevado a lo personal ni tampoco yo. Hay algunos que pueden llevarlo a lo personal. No es el caso. Una vez fue por el tema de la Ley Bases y el financiamiento de la movilidad jubilatoria, pero argumentamos y lo seguimos haciendo. Algún portal dijo que había revoleado una silla. Y no hay ninguna posibilidad porque me duele el ciático. No estoy en condiciones de revolear ninguna silla. Nos reímos al aire. En el caso de María Laura, soy yo el que viene de tres horas cansado pero, además, me tengo que ir corriendo a grabar a Vicente López la entrevista a las dos de la tarde y el tráfico desde Chacarita es heavy. Y María Laura viene al palo. Sí, discutimos una vez, fuimos a cenar, charlamos y le expliqué que no tengo tiempo porque debo llegar para grabar a las dos. No pasa nada.
–Resulta paradójico que un periodista como Mariano Grondona, que fue durante tantos años acompañante con sus análisis de Bernardo Neustadt, cuando pega el salto y se convierte en conductor, se hace acompañar por tipos que, a su vez, con el tiempo también van a ser conductores como Majul, vos y Rossi.
–Y Carnota, Valenzuela y Marziotta. Debo decir que Grondona es la persona más respetuosa y más culta con la que he trabajado en mi vida. No le gustaba preguntar; a él le gustaba analizar.
–Como tu libro es tan visual y con tantas plataformas a disposición, ¿se convertiría en una miniserie o en una película condicionada?
–No, condicionada no. La veo más como El fin del amor, la miniserie de la gran Lali Espósito que escribió Tamara Tenenbaum. Es por ahí. Me parece que las escenas más difíciles de contar son las de Ana, un personaje que a mí me resulta muy atrapante, que tiene el deseo de la promiscuidad, al mismo tiempo que está casada con un tipo al que adora.
–La noche con que arrancás tu historia, ¿no es muy promiscua?
–Para algunos será promiscua; para otros será libre. Cuando vos jugás con la fantasía o la imaginación parece que ahí no hay límite; jugás fuerte. También hay una discusión sobre el tema de quitarse la vida. Charlé con gente que perdió un familiar de esa manera. Tenía ganas de crear ficción y fue un ejercicio escribir. Resultó un ejercicio de exigencia distinto al que yo estaba acostumbrado.
–¿Estás conforme con el resultado?
–Estoy muy conforme con haberme animado a hacerlo.
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