martes, 9 de julio de 2024

MODELOS EN PUGNA Y EDITORIAL


La trágica secuencia contemporánea de la dualidad argentina
modelos en pugna. La crisis industrial del país y la dicotomía campo o ciudad han derivado no solo en una discusión distributiva o regional, sino en una realidad sociocultural más compleja y de incierta resolución
Jorge Ossona Miembro del Club Político Argentino y de Profesores Republicanos

La Argentina es un país de contrastes. Como sus pares de América Latina, exhibe una dualidad regional: una, integrada al mundo; y otra, subordinada. Su desdoblamiento, mirado en perspectiva de larga duración, ha sido dinámico. A saber, quienes terminaron siendo ricos fueron en su momento pobres, y viceversa. Las regiones prósperas del noroeste y Cuyo tributarias del centro minero del Potosí quedaron aisladas una vez extraviado ese destino por las guerras emancipatorias. Durante el medio siglo ulterior, se sostuvieron por su comercio residual con Bolivia y Chile.
El vacío y marginal Litoral hasta fines del siglo XVIII, en cambio, prosiguió la tendencia insinuada a fines del siglo XVIII produciendo algunos insumos pecuarios demandados por la Revolución Industrial británica. Demolido hasta el último vestigio del centralismo virreinal con sede en Buenos Aires en 1820, se convirtió en una nueva provincia rodeada de una campaña estrecha que, con solo expandirse algunos cientos de kilómetros, podía sustituir a las pioneras ganaderías del devastado Litoral. Ya hacia mediados del siglo XIX el cuero, el sebo, el tasajo y la lana porteños superaron con creces a los montos de exportación de la plata altoperuana. Por entonces, la industrialización europea diversificó sus requerimientos merced a la revolución en las comunicaciones del barco a vapor y los trenes, requiriendo cantidades crecientes de alimentos ricos en hidratos de carbono y proteínas.
En ese contexto, se fundó en torno a Buenos Aires un esbozo de Estado nacional que recién hacia 1860 adquirió su nombre definitivo: República Argentina. Aunque era solo una expresión de deseos: con menos de dos millones de habitantes y fronteras virtuales, ese país solo habría de ser viable merced a la afluencia de capitales y de gente; ambas aun abundantes en una Europa que proseguía su sendero industrializador. Diez años más tarde, la tarea jurídico-administrativa estaba concluida con la capitalización de la ciudad porteña y las campañas contra los malones. Desde entonces, el país creció como pocos en el mundo durante los siguientes cuarenta años. Y las “dos Argentinas” del siglo XIX tendieron a aproximarse por la escasa población y sucesivos complejos agroindustriales instalados en el interior.
La debilidad demográfica fue compensada por contingentes transoceánicos masivos atraídos por la confirmación de un viejo rasgo sociocultural: trabajo, salarios elevados y posibilidades de progreso excepcionales. Fue el cimiento de nuestras emblemáticas clases medias. Pero ya desde los albores del siglo XX el mundo industrial insinuaba cambios cuya estructuralidad recién habría de confirmarse luego de la segunda posguerra: conforme su desarrollo se consolidaba, la demanda de hidratos de carbono abundantes en las zonas templadas se reducía en favor de las proteínas.
Los fundamentos materiales de nuestro “milagro” comenzaron entonces a desmoronarse; aunque la polvareda internacional de entreguerras impidió comprender su irrevocabilidad. No obstante, el impacto de la depresión de los años 30 motivó una adecuación de la arquitectura socioeconómica facilitada por el saldo virtuoso de las cuatro décadas anteriores. Los desocupados urbanos y rurales hallaron un refugio salvador en una industria espontánea dedicada a producir bienes cruciales que nuestro balance comercial no nos habilitaba a comprar en el exterior. Aunque no exento de un desconcierto angustiante contrastante con la euforia de los años 20. Esta se restableció durante los cuatro años de la segunda posguerra en virtud de la burbuja de precios siderales de nuestras commodities alimentarias para una Europa destruida.
Parecía que, al cabo, todo había resultado una pesadilla más larga que la esperada; y que retornábamos a nuestro sendero pródigo. Perfeccionado, además, por la mayor autonomía que ahora nos brindaban las nuevas industrias livianas trabajo-intensivas y del igualitarismo reforzado de la homogénea ciudadanía social peronista. La “normalización” traía además un premio: el de una probable nueva conflagración mundial entre los Estados Unidos y la URSS cuyo principal escenario volvería a ser Europa, forzada a seguir demandando alimentos a precios como aquellos entre 1945 y 1948. Solo restaba afianzar nuestra soberanía económica prosiguiendo la industrialización que nos preservara de las previsibles escaseces del nuevo conflicto.
Pero las cosas resultaron distintas: la mentada tercera guerra no ocurrió, la nuevas industrias demandaban ingentes cantidades de divisas que nuestro estancado y descapitalizado campo no ofrecía. Y la ciudadanía social perfilada durante aquellos años, corroborada con salarios nominales desenganchados respecto de la productividad, encendió la inflación. Hubo que detener la dinámica manufacturera y apostar a la urgente recapitalización de un sector agropecuario del que, no obstante, tampoco se podía aguardar un nuevo prodigio. Urgía imaginar una reestructuración económica acorde con la nueva realidad mundial y local solo procesable por la política. Pero la deslegitimación recíproca entre sus expresiones lo tornó imposible.
Así y todo, el país sorteó la parálisis. Alternó etapas favorables a las exportaciones tradicionales con otras al mercado interno pivoteado por viejas y nuevas industrias a las que se aspiró a extrovertir para aliviar los costos fiscales de la puja. Pero desde sectores políticos, intelectuales y académicos se construyó el infeliz imaginario de los “dos modelos de país” en pugna. Las deslegitimaciones políticas y sectoriales se retroalimentaban espejadas hasta derivar en la guerra civil larvada de los años 70.
Por entonces, la bancarrota estatal insinuaba el comienzo de su desagregación estructural extendiéndola a sus sectores protegidos. La crisis industrial comenzó ya en los 60 en las economías regionales reagravando la desigualdad geográfica y arrojando un flujo irrefrenable de migrantes internos que se refugiaron en los grandes conurbanos, sobre todo el de la Capital. La antigua meca del progreso se convirtió, al decir de Pablo Gerchunoff, del “hotel de inmigrantes internos” en un campo de refugiados. Las “dos Argentinas” dejaron de ser la estribación pendiente de una puja distributiva entre el campo y la ciudad y devino en una tragedia sociocultural.
La reestructuración tampoco resultó un desempate victorioso en favor de los mejor adaptados a una demanda mundial que hasta los 2000 siguió siendo exigua. Cuando China y los países del Asia-Pacífico se confirmaron como nuevas potencias, reaparecieron renovadas posibilidades para el viejo y el nuevo agro, las industrias exportadoras merced a la integración en el Mercosur y las nuevas materias primas mineras. Se apostó, entonces, a un nuevo ciclo largo de bonanza; pero fue solo un espejismo. Sus ilusiones, como a fines de los 40, se disiparon tras la crisis mundial de 2008. Mientras tanto, una elite política de cleptócratas se lanzó a expropiar sus excedentes para administrar una pobreza endémica. Luego de casi una década y media de estancamiento, alcanza casi a la mitad de la población.
Las “dos Argentinas” ya no son una discusión distributiva ni regional, sino una realidad sociocultural mucho más compleja y de resolución incógnita
Las “dos Argentinas” del siglo XIX tendieron a aproximarse por la escasa población y los complejos agroindustriales instalados en el interior

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Sin vacuna para la vergüenza
Se espera de la Justicia que condene debidamente a quienes, haciendo abuso de poder, privilegiaron la inoculación de amigos en plena pandemia de Covid
El exministro de Salud Ginés González García declaró en abril pasado, luego de postergaciones fundadas en razones de salud, ante la jueza federal María Eugenia Capuchetti como parte de la causa por el denominado vacunatorio vip. La indagatoria se realizó en forma virtual y la imputación sostiene que “ejerció sus funciones de manera abusiva”. Distintos testimonios confirmaron una estructura irregular y paralela para inocular contra el Covid a políticos y amigos del gobierno de Alberto Fernández.
También fueron investigados Alejandro Costa, exsubsecretario de Estrategias Sanitarias del Ministerio de Salud; María Elena Borda, exjefa del Servicio de Medicina Preventiva del Hospital Posadas, y Graciela Torales, extitular de Coordinación de Atención a Pacientes de dicho hospital.
El imputado se defendió. Según entiende, nueve de los vacunados en dependencias del propio ministerio por los que se lo acusa –uno de ellos, el periodista Horacio Verbitsky– habrían estado autorizados por tratarse de mayores de 60 años, otros eran personal de salud o estratégico, no habiendo pues gozado de ningún privilegio. Y fueron vacunados cuando ya había más de 35.000 vacunados en esa categoría, según argumentó en una entrevista radial, diciendo que debería entonces haber 35.000 juicios más. “No es que se me ocurrió a mí, estaban autorizados, se estaba haciendo en todo el país… Nunca hubo un vacunatorio en el ministerio, ni antes ni después” afirmó.
El resto de la historia también es conocida: ante tamaño escándalo, Alberto Fernández le pidió la renuncia.
Lo dejó, según declaró, sin posibilidades de defenderse, le soltó la mano y nombró en su lugar a su segunda, la infectóloga Carla Vizzotti, en febrero de 2021. En la carta publicada en redes sociales, el saliente ministro explicó que renunciaba en respuesta al expreso pedido del entonces jefe del Estado.
“El Presidente me dijo: ‘Yo te creo, sos un tipo extraordinario’, pero marche preso”, afirmó. Qué menos podría haberle dicho el responsable último de las 130.000 muertes por Covid que aún lamentamos en la Argentina. Miembros de una runfla de incompetentes solo podían arrojarse flores y ponderaciones entre ellos. Cómo entender si no que el saliente ministro afirmara sin ruborizarse: “Hicimos mucho y bastante bien… Nadie lo valora”. En una mirada retrospectiva, según expresó durante aquella entrevista, se sintió “defenestrado” por el propio gobierno a tal punto que “quedó mal parado ante la gente” sin poder defenderse.
En cuanto a Verbitsky, cuyas declaraciones fueron el detonante del escándalo, González García refirió una “confusión involuntaria” de su secretaria privada. Mientras él se encontraba en Entre Ríos, ella citó al periodista al ministerio para ser vacunado, por lo cual se pidió permiso al director del Hospital Posadas para que fueran a vacunar allí a nueve personas. Respecto de la actitud del periodista, lo acusó de mentir: “Primero, dijo que era amigo mío y, segundo, que se vacunó por ser amigo mío. Las dos cosas son macanas. Eso fue lo que también me crucificó. Pero no puedo decir que me hicieron una cama”.
La causa también contempla el retiro de cinco vacunas asignadas al de Salud que se trasladaron al domicilio particular de Eduardo Duhalde. González García dice haber autorizado esta vacunación extramuros por tratarse de un exmandatario; respecto de su esposa, hijas y secretario de Duhalde, solo argumentó un “uso eficiente de la vacuna”. En relación con las 35 dosis aplicadas en el Hospital Posadas a personas elegidas discrecionalmente y por motivos particulares, sin cumplir con los criterios de prioridad epidemiológica, el exministro negó la acusación.
Luego de la reconstrucción de las circunstancias de tiempo, modo y lugar, los acusados fueron encontrados responsables de abuso de autoridad y peculado de bienes y servicios, al vacunar a personas que no eran personal esencial.
Los fiscales EduardoTaiano y Sergio Rodríguez, titular de la Procuraduría de Investigaciones Administrativas (PIA), le pidieron a la jueza Capuchetti que lo procese.
El peculado, esto es la sustracción y empleo en provecho propio de efectos que un funcionario tiene bajo su custodia, como en este caso las vacunas, se castiga con entre dos y diez años de prisión.
Bajo los estándares morales de quienes gobernaron este país durante tanto tiempo, corrompiendo todo a su paso, los responsables del vacunatorio vip no merecerían castigo alguno, mucho menos quienes participaron de la fiesta de Olivos. Tampoco quienes saquearon las arcas públicas para llenarse los bolsillos a costa del hambre y la salud de los argentinos. Para ellos, impunidad era el nombre del juego. En esta nueva partida, que la Justicia haga, sin más demoras, su parte.

http://indecquetrabajaiii.blogspot.com.ar/. INDECQUETRABAJA

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