El menú de los chicos trastoca la mesa familiar
El cuidado de la salud y del medio ambiente gana terreno en la cocina cotidiana; fuerte cambio generacional que revoluciona el almuerzo o la cena
Soledad VallejosTodos participan en la elección del menú en la casa de Ángeles Conturbi
Los más chicos de la casa parecen marcar el nuevo ritmo de los platos que llegan a la mesa. Propuestas más saludables y más atentas a cuidar el ambiente les van ganando la pulseada a las ideas de los mayores de la casa, que en su infancia o su adolescencia no tenían espacio para “debatir” cómo había que alimentarse.
Talleres, las redes sociales y los medios también son actores que acercan nueva información sobre la alimentación y cómo preparar distintos platos.
Reunirse con amigos a cocinar, cuestionar el uso de la sal o la importancia de evitar comidas ultraprocesadas forman parte de la conversación actual en más de una familia. Los expertos en nutrición celebran la posibilidad de entrar en una etapa de dietas más equilibradas.
En su casa, siempre se agregó sal a las comidas. A todas. También, y aunque la mayoría de las preparaciones de su madre eran caseras, se consumía mucha crema, mucha azúcar y mucha harina. Los platos fritos eran frecuentes. Hoy, casado y con dos hijas en edad escolar, Sebastián Recanati, de 42 años, le pone sal a su plato, casi a escondidas, para que sus pequeñas de 8 y 11 años no lo vean. O, mejor dicho, para que no lo “reten”. Es el único que va a contramano de varios de los hábitos que rigen en su familia. “Siempre se genera una polémica cuando agarro el salero, aunque sea sal del Himalaya, que es la única que hay en la alacena –cuenta Sebastián-. Pero no puedo comer la carne sin sal, por ejemplo, y para mí las milanesas son fritas. Pero mis hijas las comen al horno, así les gustan más, y repiten como loros que son mucho más sanas. La piloteamos como podemos, pero hay noches en que la grieta gastronómica es tema de conversación y de pelea”. ¿Qué ocurre cuando los principios de los healthy kids chocan con la cultura de consumo y alimentación de sus padres? En la práctica, son muchos los adultos que, con algo de culpa, se adelantan a pergeñar un plan B cada vez que sus hijos llegan con una nueva idea a la cocina.
Los expertos en nutrición celebran que los chicos empiecen a cambiar los hábitos en la casa en función de lo que aprendieron sobre alimentación saludable en el colegio, en talleres o, incluso, por los medios de comunicación y las redes sociales. Por otro lado, los chicos, los adolescentes y los jóvenes suelen ser más intransigentes con sus convicciones, dicen los especialistas, por lo que las grietas en la mesa se hacen más profundas. En los hogares en los que no hay brecha o en los que lograron superarla, las nuevas generaciones igual toman la delantera. Es lo que ocurre en la casa de Ángeles Conturbi, en Coghlan: las recetas más saludables llegan de la mano de la hija adolescente.
Soledad González Ferrín, socióloga e investigadora de Chacra Experimental Integrada Barrow del INTA, traza una analogía con lo que sucede en otros procesos, como el cuidado del medio ambiente. Así como sucede con la clasificación de la basura, el reciclado o el desperdicio de agua, también son los chicos los que promueven nuevos hábitos relacionados con el consumo responsable y la alimentación consciente. Según un estudio reciente, del que participó González Ferrín, la ingesta de frutas y hortalizas de proximidad o “km 0” es una tendencia en auge, marcada por las nuevas generaciones, que también apuntan a restablecer una conexión directa con los productores de cercanía y el consumo de alimentos frescos, seguros y saludables. Es una práctica que, como refuerza González Ferrín, se convierte en un modo de contribuir con la reducción del daño ambiental porque, entre otras cosas, minimiza pérdidas y desperdicios.
Para la investigadora, la mesa familiar se complejizó, y es una buena noticia. En este cambio, apunta, participan varios factores. “Si vamos unos años hacia atrás, la pandemia brindó a la población la posibilidad de una dieta diferente, impulsada en cierta medida por el aislamiento. Permitió que la gente se volcara al consumo de productos de cercanía, que tenga más tiempo para experimentar con recetas y otras formas de alimentarse. Pero no fue solo la pandemia, el fin de esta homogeneización de la globalización sobre lo que comemos facilitó la reconfiguración de nuevas subjetividades. Y desde las nuevas generaciones vemos que hay mayor compromiso con los procesos y el medio ambiente. Hay una responsabilidad de cuidado frente al otro, y eso abre la posibilidad de nuevos territorios”, reflexiona la experta, con una maestría en Desarrollo Local de la Universidad Nacional de San Martín.
Romina Polnoroff creó @mamasanablog, una cuenta que tiene casi 245.000 seguidores, en la que sube contenidos de vida saludable en familia y cientos de recetas. Investiga el tema y siempre le transmitió a sus hijos –Joaquín, de 16, Esmeralda, de 12, y Federico, de 7– la cultura de una alimentación equilibrada.
“Es un tema que traen desde chiquitos, elegir lo que vamos a meter en nuestro organismo. Ahora sí, desde que Joaco empezó a entrenar más fuerte y a ir al gym, es quien me dice cómo quiere comer. Con las redes aprenden un montón y, si bien es cierto que hay mucha desinformación circulando, tenemos que actuar como reguladores de lo que ellos escuchan”, aconseja.
La influencer reconoce que también su hija comenzó a preocuparse más por su alimentación: “Le importa el pelo, la piel, los granitos, pero a ella, como a muchas de sus amigas, le gusta cocinar. Cuando ellos exploran cosas nuevas, de un hábito más saludable a líneas más determinantes como el vegetarianismo, el veganismo o [la dieta] keto, nos desafían a aprender cosas, a acompañarlos y ver si es un camino que les sirve. Cuando los cambios vienen de ellos es más fácil que los sostengan”.
El licenciado en nutrición Hugo Benítez, especializado en metabolismo y deportes, comenta que hay muchos pacientes inquietos por el vegetarianismo, el veganismo y los ayunos intermitentes. “Creció mucho la demanda de jóvenes y adolescentes que plantean un cambio en su alimentación y como adultos hay que acompañarlos. Porque más allá de que se intente poner a la alimentación saludable en el centro de la escena, los últimos datos de la Encuesta Nacional de Salud no son alentadores: se evidencia el impacto juvenil por falta de nutrientes”.
Transformación compartida
Benítez explica que cuando recibe a un paciente, también recibe a su familia: “Al cambio de comida a veces se lo estigmatiza con una dieta, y no es así. Hay que tratar de que se coma rico y variado. Para eso hay que planificar la semana, el listado de compras y organizarse. Si el consumo de carne se quiere bajar, por ejemplo, hay que encontrar las recetas para suplantar lo que la carne aporta”.
Sobre el deporte, Benítez agrega: “Muchos jóvenes quieren cambiar algunos hábitos y reemplazar alimentos por otros como un factor preventivo de lesiones. Sacar el azúcar refinada, el gluten, las harinas o, mejor dicho, el factor inflamatorio que tienen ciertos hidratos de carbono. También las grasas saturadas y lo prefrito, embutido y chacinados”.
El efecto derrame hacia el resto de los integrantes de la mesa es recurrente. “Ese impulso que traen a la consulta termina contagiando al resto de la familia. Muchos padres que me dicen: ‘Finalmente, nos pusimos las pilas para cocinar y está buenísimo’”, cuenta el especialista.
Reemplazar la tostada de la mañana por una galleta de arroz o un budín sin gluten ni azúcar, eliminar el consumo de azúcar a la noche y comer fruta en el día y dejar los snacks envasados cuando hay ganas de picotear algo para reemplazarlos por bastoncitos de zanahoria o tomate cherry son algunas de las sugerencias que plantea el experto.
“Lo ideal es hacer un plan para cambiar pequeños hábitos que puedan beneficiar a todos, que la mesa no esté fragmentada y se comparta. Trato de dejar afuera la necesidad de armar platos divididos, y a los más chicos siempre hay que incentivarlos a cocinar”, cierra Benítez.
Para la nutricionista Liliana Papalia, la alimentación está relacionada con lo social, y está claro que los paradigmas cambiaron de una generación a otra. “Los que tenemos 40 y más recordamos que en nuestras casas no se discutía demasiado el menú. Lo que se servía en el plato se comía; no había muchas otras opciones. Hoy, los niños y los adolescentes están criados por padres más permisivos y hay posibilidad de discutir qué les gusta. Hay un diálogo más abierto que tiene que ver con una dinámica parental más moderna”, describe la especialista.
Sin embargo, apunta Papalia –especialista en nutrición clínica, obesidad y trastornos alimentarios–, hay situaciones en las que los supuestos hábitos saludables que impulsan adolescentes y jóvenes van más allá de las buenas prácticas y están vinculados con problemas de la conducta alimentaria.
Por eso, la consulta con un profesional para dialogar sobre los pro y las contras de determinados hábitos es fundamental: “Más allá de los pedidos o los cuestionamientos que puedan hacer los hijos, el adulto es el que debe orientar. Hay muchas chicas y chicos que quieren ser vegetarianos o veganos. Es un camino que debe transitarse con una guía adecuada. Una chica que de repente deja de comer proteína de alto valor biológico y hierro puede tener problemas de suplementación en lo que tiene que ver con la menstruación, trastornos ovulatorios o futuros problemas de osteoporosis”.
La nutricionista Georgina Alberro plantea que la preocupación más notoria sobre los alimentos, impulsada sobre todo por las nuevas generaciones, corresponde a un sector restringido de la sociedad. De la experiencia clínica y basada en los datos de las últimas encuestas de factores de riesgo en la Argentina, Alberro señala que el consumo de frutas y verduras, por ejemplo, sigue siendo bajo, en torno de un 6%. “Y cada vez tenemos más personas obesas o con problemas de sobrepeso. Sí bajó el consumo de sodio. Pero estamos lejos de una alimentación saludable teniendo en cuenta las estadísticas”, apunta la especialista.
En la casa de Ángeles Conturbi todos llevan una alimentación saludable. Su marido, por una convicción ética y en contra del sufrimiento animal, decidió ser vegetariano. Ella, por su colon irritable, mantiene una dieta lo más alineada posible. Con su hijo menor, que tiene 10 años, buscan el equilibrio, porque la comida chatarra sigue siendo una de sus preferidas. Y Juana, que tiene 17, es la que impulsa los cambios en la mesa con preparaciones saludables y la que, gracias a su destreza en la cocina, termina seduciendo a todo el grupo familiar para incorporar nuevos productos y alimentos a la rutina diaria.
En la dinámica de los Conturbi, los hombres son los que se van más temprano de la casa y, como siempre están corriendo, se llevan para el camino una banana y una ración de frutos secos para arrancar el día con energía, cuenta Ángeles.
Ella y Juana suelen tener la mañana más disponible y aprovechan para armar la mesa con huevos, palta y pancakes de avena y fruta. “Juana trajo a casa millones de recetas nuevas y muchas las adoptamos. Cuando se juntan con las amigas, les encanta cocinar. Ayer mismo volvió de la casa de un amigo con un muffin de cacao vegano y harina integral. Estaba calentito, un lujo”, cierra Ángeles.
Para los expertos, es un fenómeno interesante que replantea la manera de consumir y el modo de hacer las compras, de elegir determinados productos –y productores– y de cocinar. El principio de un cambio en la alimentación tiene un efecto directo en la salud y repercute positivamente en la mesa: el momento familiar por excelencia donde se comparte, se socializa, se dialoga y se afianzan los vínculos.
&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&
La política de los idiotas
Javier Cercas
Un idiota es aquella persona que se desentiende por completo de la política. No lo digo yo: lo dice la etimología de la palabra, y las etimologías no suelen errar. La palabra idiota viene del griego (idiotes), que significa exactamente eso: persona que solo se ocupa de lo suyo y se desentiende de lo común, es decir, de lo público, es decir, de la política, palabra que a su vez viene de polis, que en griego significa más o menos ciudad (es decir, lo que pertenece a todos). Hasta aquí, la etimología.
Por supuesto, un país civilizado es aquel en el que sus ciudadanos no deben ocuparse demasiado de política. La palabra clave aquí es “demasiado”: cuando la política se mete en tu casa y tu trabajo, invade tu vida privada y afecta a tus relaciones personales, prepárate para hacer las maletas y salir corriendo, porque algo muy malo está a punto de ocurrir. Todos sabemos cuáles son las cosas importantes de la vida –comer, beber, follar, leer, cuidar de los niños– y todos sabemos que forman parte de nuestra vida privada; lo que solo los idiotas no saben es que la vida pública también forma parte de la privada, porque lo que atañe a todos también nos atañe a cada uno, o simplemente porque los otros forman parte de nosotros. Así que, aunque no nos guste, es recomendable dedicarle un poquito de tiempo a la vida pública, igual que es recomendable limpiar la casa a diario, aunque no nos guste: si no tomas la escoba ni por casualidad, la casa se ensucia, igual que se ensucia la vida pública si no dedicas ni un segundo a intentar que mejore, o al menos a que no empeore.
El idiota piensa que nada cambia nada, que, hagas lo que hagas, todo seguirá igual, y que por tanto lo mejor es no hacer nada. Tremenda idiotez. Borges cuenta que en una ocasión estuvo en el desierto del Sahara, cogió un puñado de arena, dio unos pasos y, mientras dejaba caer la arena, murmuró: “Estoy modificando el Sahara”. Esa es la realidad: hasta el acto más insignificante tiene consecuencias, y todos hemos experimentado que las buenas decisiones –en nuestro oficio, en nuestra vida familiar, en todo– provocan casi siempre buenos resultados, y las malas, malos. Es verdad que, a veces, una mala decisión no provoca un mal resultado inmediato, ni siquiera una segunda o una tercera; pero nadie ignora que, más tarde o más temprano, las malas decisiones se truecan en malos resultados, del mismo modo que, si una casa no se limpia en un mes, se volverá inhabitable, o se caerá a pedazos.
Solo entonces los idiotas se echarán a la calle haciendo aspavientos idiotas, empezarán a protestar como idiotas y blandirán pancartas idiotas con lemas idiotas, sin caer en la cuenta de que el responsable auténtico del desastre fue su propia idiotez: lo que tampoco sabe el idiota es que, si no haces política, te la hacen, y que, si dejas que te la hagan, quienes acabarán haciéndotela serán, en el mejor de los casos, un hatajo de sinvergüenzas y, en el peor, una banda de psicópatas. Si lo sabré yo, que a lo largo de mi vida he sido un idiota redomado. Mi única excusa es que no era el único. Quiero decir que mi generación fue, en gran parte, una generación de idiotas: vimos surgir una democracia, creímos que con su llegada ya no había nada más que hacer, olvidamos que basta dar por hecha la democracia para ponerla en peligro, nos dedicamos a nuestra vida privada y dejamos que la pública la hicieran los peores, o simplemente los más bobos, y nosotros nos tumbamos a la bartola y pasamos de todo (ese era el verbo de moda), con los resultados de todos conocidos, incluido el hecho de que padeciéramos presidentes del gobierno tipo Rajoy o Rodríguez Zapatero, a quien yo voté dos veces. Como un idiota.
No aprendáis de nosotros, chavales: no hay nada que aprender. Si acaso, escarmentad en cabeza ajena. No os dejéis engañar. No dejéis que os hagan la política. No dejéis de comer, de beber, de follar, de leer, de cuidar a los niños –por Dios santo, sobre todo que no se os olvide cuidar a los niños–, pero dedicad un ratito cada día a barrer la casa. Solo un ratito. No olvidéis que el Sahara se puede modificar. No seáis idiotas.
&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&
Dos leyes que están en el freezer
María Verónica Nolazco Profesora e investigadora de la Facultad de Derecho de la Universidad Austral
Dos leyes sancionadas por el Congreso el año pasado están desde hace varios meses en el freezer: la ley 27.716 de diagnóstico humanizado para la contención y acompañamiento de las personas que reciben un diagnóstico de trisomía 21 (síndrome de Down) y la ley 27.712 de promoción de la formación y el desarrollo de la enfermería. Ambas fijaron un plazo para su reglamentación y puesta en marcha, pero el Poder Ejecutivo omite su dictado. Por ende, los derechos y deberes por ellas consagrados están congelados.
La ley de diagnóstico humanizado fue aprobada por el Congreso el 19 de abril de 2023 y estableció un plazo máximo de 180 días para que el Poder Ejecutivo dicte las normas que resulten necesarias para su aplicación. La idea de esta ley es asegurar la contención y el acompañamiento de las personas que reciben un diagnóstico de trisomía 21-síndrome de Down para su hijo en gestación o recién nacido. Entre otras medidas, promueve la creación de un protocolo para la comunicación del diagnóstico por parte de los equipos de salud y su capacitación, la elaboración de estadísticas con los casos diagnosticados por jurisdicción y la difusión en la página web de la autoridad de aplicación (sin designar aún) con toda la información que sea necesaria y útil para el tratamiento y desarrollo de las actividades de personas con ese diagnóstico y sus familias. Aun vencido el plazo para su reglamentación, la ley integra el ordenamiento jurídico vigente, pero carece de eficacia y operatividad.
La otra tiene por objeto la profesionalización y el desarrollo de la enfermería en todo el territorio nacional a través de la formación continua y el incremento en la cantidad de enfermeras y enfermeros. Fue aprobada por unanimidad el 13 de abril del año pasado (en la única sesión ordinaria del Senado en ese año parlamentario), fijó un plazo de reglamentación de 120 días desde su entrada en vigencia, pero a la fecha no fue reglamentada.
¿Qué ocurre cuando el Poder Ejecutivo no cumple el plazo impuesto por el Congreso para la reglamentación de una ley? En 2021, la Corte Suprema de Justicia de la Nación, en el fallo “Etcheverry”, tuvo la oportunidad de pronunciarse en un caso de omisión reglamentaria y ordenó al Poder Ejecutivo a reglamentar, en un plazo de 90 días hábiles, un artículo de la ley de contrato de trabajo referido a las salas maternales y guarderías que los empleadores deben asegurar a sus empleados con hijos menores y que estaba sin operatividad desde hace casi 5 décadas. Allí, por unanimidad, se sostuvo que cuando la reglamentación es necesaria para dar efectividad a una ley, la omisión del Poder Ejecutivo de reglamentar un mandato legislativo concreto no solo repercute en la negación de los derechos constitucionales regulados por el legislador en la norma en juego, sino que también implica la frustración de la facultad reglamentaria prevista en el art. 99, inc. 2 de la Constitución nacional.
Si bien tradicionalmente la doctrina argentina consideró como vicios de la facultad reglamentaria el exceso o la desnaturalización de la ley, cabe considerar hoy una nueva categoría de problema constitucional que se configura cuando no se reglamenta la ley o, mejor dicho, cuando existe una omisión reglamentaria. En ese sentido, la omisión reglamentaria se presenta como un problema en el derecho porque desconoce la soberanía del pueblo representada en el Congreso (art. 33 CN) y porque viola los derechos y las garantías reconocidos a los particulares en las leyes al demorar o bloquear su efectividad.
Más allá de la conveniencia o inconveniencia, justicia o injusticia de la ley, la falta de reglamentación de una norma vigente y, por ende, su congelamiento tienen consecuencias muy negativas. No solo conspira contra la racionalidad básica del sistema jurídico, sino que obliga a los ciudadanos cuyos derechos fueron congelados a acudir a la Justicia –con sus costos y tiempos–, pues no hay otro remedio que la pretensión de amparo (art. 43 de la Constitución nacional) para solicitar la reglamentación de una ley vigente.
Los más chicos de la casa parecen marcar el nuevo ritmo de los platos que llegan a la mesa. Propuestas más saludables y más atentas a cuidar el ambiente les van ganando la pulseada a las ideas de los mayores de la casa, que en su infancia o su adolescencia no tenían espacio para “debatir” cómo había que alimentarse.
Talleres, las redes sociales y los medios también son actores que acercan nueva información sobre la alimentación y cómo preparar distintos platos.
Reunirse con amigos a cocinar, cuestionar el uso de la sal o la importancia de evitar comidas ultraprocesadas forman parte de la conversación actual en más de una familia. Los expertos en nutrición celebran la posibilidad de entrar en una etapa de dietas más equilibradas.
En su casa, siempre se agregó sal a las comidas. A todas. También, y aunque la mayoría de las preparaciones de su madre eran caseras, se consumía mucha crema, mucha azúcar y mucha harina. Los platos fritos eran frecuentes. Hoy, casado y con dos hijas en edad escolar, Sebastián Recanati, de 42 años, le pone sal a su plato, casi a escondidas, para que sus pequeñas de 8 y 11 años no lo vean. O, mejor dicho, para que no lo “reten”. Es el único que va a contramano de varios de los hábitos que rigen en su familia. “Siempre se genera una polémica cuando agarro el salero, aunque sea sal del Himalaya, que es la única que hay en la alacena –cuenta Sebastián-. Pero no puedo comer la carne sin sal, por ejemplo, y para mí las milanesas son fritas. Pero mis hijas las comen al horno, así les gustan más, y repiten como loros que son mucho más sanas. La piloteamos como podemos, pero hay noches en que la grieta gastronómica es tema de conversación y de pelea”. ¿Qué ocurre cuando los principios de los healthy kids chocan con la cultura de consumo y alimentación de sus padres? En la práctica, son muchos los adultos que, con algo de culpa, se adelantan a pergeñar un plan B cada vez que sus hijos llegan con una nueva idea a la cocina.
Los expertos en nutrición celebran que los chicos empiecen a cambiar los hábitos en la casa en función de lo que aprendieron sobre alimentación saludable en el colegio, en talleres o, incluso, por los medios de comunicación y las redes sociales. Por otro lado, los chicos, los adolescentes y los jóvenes suelen ser más intransigentes con sus convicciones, dicen los especialistas, por lo que las grietas en la mesa se hacen más profundas. En los hogares en los que no hay brecha o en los que lograron superarla, las nuevas generaciones igual toman la delantera. Es lo que ocurre en la casa de Ángeles Conturbi, en Coghlan: las recetas más saludables llegan de la mano de la hija adolescente.
Soledad González Ferrín, socióloga e investigadora de Chacra Experimental Integrada Barrow del INTA, traza una analogía con lo que sucede en otros procesos, como el cuidado del medio ambiente. Así como sucede con la clasificación de la basura, el reciclado o el desperdicio de agua, también son los chicos los que promueven nuevos hábitos relacionados con el consumo responsable y la alimentación consciente. Según un estudio reciente, del que participó González Ferrín, la ingesta de frutas y hortalizas de proximidad o “km 0” es una tendencia en auge, marcada por las nuevas generaciones, que también apuntan a restablecer una conexión directa con los productores de cercanía y el consumo de alimentos frescos, seguros y saludables. Es una práctica que, como refuerza González Ferrín, se convierte en un modo de contribuir con la reducción del daño ambiental porque, entre otras cosas, minimiza pérdidas y desperdicios.
Para la investigadora, la mesa familiar se complejizó, y es una buena noticia. En este cambio, apunta, participan varios factores. “Si vamos unos años hacia atrás, la pandemia brindó a la población la posibilidad de una dieta diferente, impulsada en cierta medida por el aislamiento. Permitió que la gente se volcara al consumo de productos de cercanía, que tenga más tiempo para experimentar con recetas y otras formas de alimentarse. Pero no fue solo la pandemia, el fin de esta homogeneización de la globalización sobre lo que comemos facilitó la reconfiguración de nuevas subjetividades. Y desde las nuevas generaciones vemos que hay mayor compromiso con los procesos y el medio ambiente. Hay una responsabilidad de cuidado frente al otro, y eso abre la posibilidad de nuevos territorios”, reflexiona la experta, con una maestría en Desarrollo Local de la Universidad Nacional de San Martín.
Romina Polnoroff creó @mamasanablog, una cuenta que tiene casi 245.000 seguidores, en la que sube contenidos de vida saludable en familia y cientos de recetas. Investiga el tema y siempre le transmitió a sus hijos –Joaquín, de 16, Esmeralda, de 12, y Federico, de 7– la cultura de una alimentación equilibrada.
“Es un tema que traen desde chiquitos, elegir lo que vamos a meter en nuestro organismo. Ahora sí, desde que Joaco empezó a entrenar más fuerte y a ir al gym, es quien me dice cómo quiere comer. Con las redes aprenden un montón y, si bien es cierto que hay mucha desinformación circulando, tenemos que actuar como reguladores de lo que ellos escuchan”, aconseja.
La influencer reconoce que también su hija comenzó a preocuparse más por su alimentación: “Le importa el pelo, la piel, los granitos, pero a ella, como a muchas de sus amigas, le gusta cocinar. Cuando ellos exploran cosas nuevas, de un hábito más saludable a líneas más determinantes como el vegetarianismo, el veganismo o [la dieta] keto, nos desafían a aprender cosas, a acompañarlos y ver si es un camino que les sirve. Cuando los cambios vienen de ellos es más fácil que los sostengan”.
El licenciado en nutrición Hugo Benítez, especializado en metabolismo y deportes, comenta que hay muchos pacientes inquietos por el vegetarianismo, el veganismo y los ayunos intermitentes. “Creció mucho la demanda de jóvenes y adolescentes que plantean un cambio en su alimentación y como adultos hay que acompañarlos. Porque más allá de que se intente poner a la alimentación saludable en el centro de la escena, los últimos datos de la Encuesta Nacional de Salud no son alentadores: se evidencia el impacto juvenil por falta de nutrientes”.
Transformación compartida
Benítez explica que cuando recibe a un paciente, también recibe a su familia: “Al cambio de comida a veces se lo estigmatiza con una dieta, y no es así. Hay que tratar de que se coma rico y variado. Para eso hay que planificar la semana, el listado de compras y organizarse. Si el consumo de carne se quiere bajar, por ejemplo, hay que encontrar las recetas para suplantar lo que la carne aporta”.
Sobre el deporte, Benítez agrega: “Muchos jóvenes quieren cambiar algunos hábitos y reemplazar alimentos por otros como un factor preventivo de lesiones. Sacar el azúcar refinada, el gluten, las harinas o, mejor dicho, el factor inflamatorio que tienen ciertos hidratos de carbono. También las grasas saturadas y lo prefrito, embutido y chacinados”.
El efecto derrame hacia el resto de los integrantes de la mesa es recurrente. “Ese impulso que traen a la consulta termina contagiando al resto de la familia. Muchos padres que me dicen: ‘Finalmente, nos pusimos las pilas para cocinar y está buenísimo’”, cuenta el especialista.
Reemplazar la tostada de la mañana por una galleta de arroz o un budín sin gluten ni azúcar, eliminar el consumo de azúcar a la noche y comer fruta en el día y dejar los snacks envasados cuando hay ganas de picotear algo para reemplazarlos por bastoncitos de zanahoria o tomate cherry son algunas de las sugerencias que plantea el experto.
“Lo ideal es hacer un plan para cambiar pequeños hábitos que puedan beneficiar a todos, que la mesa no esté fragmentada y se comparta. Trato de dejar afuera la necesidad de armar platos divididos, y a los más chicos siempre hay que incentivarlos a cocinar”, cierra Benítez.
Para la nutricionista Liliana Papalia, la alimentación está relacionada con lo social, y está claro que los paradigmas cambiaron de una generación a otra. “Los que tenemos 40 y más recordamos que en nuestras casas no se discutía demasiado el menú. Lo que se servía en el plato se comía; no había muchas otras opciones. Hoy, los niños y los adolescentes están criados por padres más permisivos y hay posibilidad de discutir qué les gusta. Hay un diálogo más abierto que tiene que ver con una dinámica parental más moderna”, describe la especialista.
Sin embargo, apunta Papalia –especialista en nutrición clínica, obesidad y trastornos alimentarios–, hay situaciones en las que los supuestos hábitos saludables que impulsan adolescentes y jóvenes van más allá de las buenas prácticas y están vinculados con problemas de la conducta alimentaria.
Por eso, la consulta con un profesional para dialogar sobre los pro y las contras de determinados hábitos es fundamental: “Más allá de los pedidos o los cuestionamientos que puedan hacer los hijos, el adulto es el que debe orientar. Hay muchas chicas y chicos que quieren ser vegetarianos o veganos. Es un camino que debe transitarse con una guía adecuada. Una chica que de repente deja de comer proteína de alto valor biológico y hierro puede tener problemas de suplementación en lo que tiene que ver con la menstruación, trastornos ovulatorios o futuros problemas de osteoporosis”.
La nutricionista Georgina Alberro plantea que la preocupación más notoria sobre los alimentos, impulsada sobre todo por las nuevas generaciones, corresponde a un sector restringido de la sociedad. De la experiencia clínica y basada en los datos de las últimas encuestas de factores de riesgo en la Argentina, Alberro señala que el consumo de frutas y verduras, por ejemplo, sigue siendo bajo, en torno de un 6%. “Y cada vez tenemos más personas obesas o con problemas de sobrepeso. Sí bajó el consumo de sodio. Pero estamos lejos de una alimentación saludable teniendo en cuenta las estadísticas”, apunta la especialista.
En la casa de Ángeles Conturbi todos llevan una alimentación saludable. Su marido, por una convicción ética y en contra del sufrimiento animal, decidió ser vegetariano. Ella, por su colon irritable, mantiene una dieta lo más alineada posible. Con su hijo menor, que tiene 10 años, buscan el equilibrio, porque la comida chatarra sigue siendo una de sus preferidas. Y Juana, que tiene 17, es la que impulsa los cambios en la mesa con preparaciones saludables y la que, gracias a su destreza en la cocina, termina seduciendo a todo el grupo familiar para incorporar nuevos productos y alimentos a la rutina diaria.
En la dinámica de los Conturbi, los hombres son los que se van más temprano de la casa y, como siempre están corriendo, se llevan para el camino una banana y una ración de frutos secos para arrancar el día con energía, cuenta Ángeles.
Ella y Juana suelen tener la mañana más disponible y aprovechan para armar la mesa con huevos, palta y pancakes de avena y fruta. “Juana trajo a casa millones de recetas nuevas y muchas las adoptamos. Cuando se juntan con las amigas, les encanta cocinar. Ayer mismo volvió de la casa de un amigo con un muffin de cacao vegano y harina integral. Estaba calentito, un lujo”, cierra Ángeles.
Para los expertos, es un fenómeno interesante que replantea la manera de consumir y el modo de hacer las compras, de elegir determinados productos –y productores– y de cocinar. El principio de un cambio en la alimentación tiene un efecto directo en la salud y repercute positivamente en la mesa: el momento familiar por excelencia donde se comparte, se socializa, se dialoga y se afianzan los vínculos.
&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&
La política de los idiotas
Javier Cercas
Un idiota es aquella persona que se desentiende por completo de la política. No lo digo yo: lo dice la etimología de la palabra, y las etimologías no suelen errar. La palabra idiota viene del griego (idiotes), que significa exactamente eso: persona que solo se ocupa de lo suyo y se desentiende de lo común, es decir, de lo público, es decir, de la política, palabra que a su vez viene de polis, que en griego significa más o menos ciudad (es decir, lo que pertenece a todos). Hasta aquí, la etimología.
Por supuesto, un país civilizado es aquel en el que sus ciudadanos no deben ocuparse demasiado de política. La palabra clave aquí es “demasiado”: cuando la política se mete en tu casa y tu trabajo, invade tu vida privada y afecta a tus relaciones personales, prepárate para hacer las maletas y salir corriendo, porque algo muy malo está a punto de ocurrir. Todos sabemos cuáles son las cosas importantes de la vida –comer, beber, follar, leer, cuidar de los niños– y todos sabemos que forman parte de nuestra vida privada; lo que solo los idiotas no saben es que la vida pública también forma parte de la privada, porque lo que atañe a todos también nos atañe a cada uno, o simplemente porque los otros forman parte de nosotros. Así que, aunque no nos guste, es recomendable dedicarle un poquito de tiempo a la vida pública, igual que es recomendable limpiar la casa a diario, aunque no nos guste: si no tomas la escoba ni por casualidad, la casa se ensucia, igual que se ensucia la vida pública si no dedicas ni un segundo a intentar que mejore, o al menos a que no empeore.
El idiota piensa que nada cambia nada, que, hagas lo que hagas, todo seguirá igual, y que por tanto lo mejor es no hacer nada. Tremenda idiotez. Borges cuenta que en una ocasión estuvo en el desierto del Sahara, cogió un puñado de arena, dio unos pasos y, mientras dejaba caer la arena, murmuró: “Estoy modificando el Sahara”. Esa es la realidad: hasta el acto más insignificante tiene consecuencias, y todos hemos experimentado que las buenas decisiones –en nuestro oficio, en nuestra vida familiar, en todo– provocan casi siempre buenos resultados, y las malas, malos. Es verdad que, a veces, una mala decisión no provoca un mal resultado inmediato, ni siquiera una segunda o una tercera; pero nadie ignora que, más tarde o más temprano, las malas decisiones se truecan en malos resultados, del mismo modo que, si una casa no se limpia en un mes, se volverá inhabitable, o se caerá a pedazos.
Solo entonces los idiotas se echarán a la calle haciendo aspavientos idiotas, empezarán a protestar como idiotas y blandirán pancartas idiotas con lemas idiotas, sin caer en la cuenta de que el responsable auténtico del desastre fue su propia idiotez: lo que tampoco sabe el idiota es que, si no haces política, te la hacen, y que, si dejas que te la hagan, quienes acabarán haciéndotela serán, en el mejor de los casos, un hatajo de sinvergüenzas y, en el peor, una banda de psicópatas. Si lo sabré yo, que a lo largo de mi vida he sido un idiota redomado. Mi única excusa es que no era el único. Quiero decir que mi generación fue, en gran parte, una generación de idiotas: vimos surgir una democracia, creímos que con su llegada ya no había nada más que hacer, olvidamos que basta dar por hecha la democracia para ponerla en peligro, nos dedicamos a nuestra vida privada y dejamos que la pública la hicieran los peores, o simplemente los más bobos, y nosotros nos tumbamos a la bartola y pasamos de todo (ese era el verbo de moda), con los resultados de todos conocidos, incluido el hecho de que padeciéramos presidentes del gobierno tipo Rajoy o Rodríguez Zapatero, a quien yo voté dos veces. Como un idiota.
No aprendáis de nosotros, chavales: no hay nada que aprender. Si acaso, escarmentad en cabeza ajena. No os dejéis engañar. No dejéis que os hagan la política. No dejéis de comer, de beber, de follar, de leer, de cuidar a los niños –por Dios santo, sobre todo que no se os olvide cuidar a los niños–, pero dedicad un ratito cada día a barrer la casa. Solo un ratito. No olvidéis que el Sahara se puede modificar. No seáis idiotas.
&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&
Dos leyes que están en el freezer
María Verónica Nolazco Profesora e investigadora de la Facultad de Derecho de la Universidad Austral
Dos leyes sancionadas por el Congreso el año pasado están desde hace varios meses en el freezer: la ley 27.716 de diagnóstico humanizado para la contención y acompañamiento de las personas que reciben un diagnóstico de trisomía 21 (síndrome de Down) y la ley 27.712 de promoción de la formación y el desarrollo de la enfermería. Ambas fijaron un plazo para su reglamentación y puesta en marcha, pero el Poder Ejecutivo omite su dictado. Por ende, los derechos y deberes por ellas consagrados están congelados.
La ley de diagnóstico humanizado fue aprobada por el Congreso el 19 de abril de 2023 y estableció un plazo máximo de 180 días para que el Poder Ejecutivo dicte las normas que resulten necesarias para su aplicación. La idea de esta ley es asegurar la contención y el acompañamiento de las personas que reciben un diagnóstico de trisomía 21-síndrome de Down para su hijo en gestación o recién nacido. Entre otras medidas, promueve la creación de un protocolo para la comunicación del diagnóstico por parte de los equipos de salud y su capacitación, la elaboración de estadísticas con los casos diagnosticados por jurisdicción y la difusión en la página web de la autoridad de aplicación (sin designar aún) con toda la información que sea necesaria y útil para el tratamiento y desarrollo de las actividades de personas con ese diagnóstico y sus familias. Aun vencido el plazo para su reglamentación, la ley integra el ordenamiento jurídico vigente, pero carece de eficacia y operatividad.
La otra tiene por objeto la profesionalización y el desarrollo de la enfermería en todo el territorio nacional a través de la formación continua y el incremento en la cantidad de enfermeras y enfermeros. Fue aprobada por unanimidad el 13 de abril del año pasado (en la única sesión ordinaria del Senado en ese año parlamentario), fijó un plazo de reglamentación de 120 días desde su entrada en vigencia, pero a la fecha no fue reglamentada.
¿Qué ocurre cuando el Poder Ejecutivo no cumple el plazo impuesto por el Congreso para la reglamentación de una ley? En 2021, la Corte Suprema de Justicia de la Nación, en el fallo “Etcheverry”, tuvo la oportunidad de pronunciarse en un caso de omisión reglamentaria y ordenó al Poder Ejecutivo a reglamentar, en un plazo de 90 días hábiles, un artículo de la ley de contrato de trabajo referido a las salas maternales y guarderías que los empleadores deben asegurar a sus empleados con hijos menores y que estaba sin operatividad desde hace casi 5 décadas. Allí, por unanimidad, se sostuvo que cuando la reglamentación es necesaria para dar efectividad a una ley, la omisión del Poder Ejecutivo de reglamentar un mandato legislativo concreto no solo repercute en la negación de los derechos constitucionales regulados por el legislador en la norma en juego, sino que también implica la frustración de la facultad reglamentaria prevista en el art. 99, inc. 2 de la Constitución nacional.
Si bien tradicionalmente la doctrina argentina consideró como vicios de la facultad reglamentaria el exceso o la desnaturalización de la ley, cabe considerar hoy una nueva categoría de problema constitucional que se configura cuando no se reglamenta la ley o, mejor dicho, cuando existe una omisión reglamentaria. En ese sentido, la omisión reglamentaria se presenta como un problema en el derecho porque desconoce la soberanía del pueblo representada en el Congreso (art. 33 CN) y porque viola los derechos y las garantías reconocidos a los particulares en las leyes al demorar o bloquear su efectividad.
Más allá de la conveniencia o inconveniencia, justicia o injusticia de la ley, la falta de reglamentación de una norma vigente y, por ende, su congelamiento tienen consecuencias muy negativas. No solo conspira contra la racionalidad básica del sistema jurídico, sino que obliga a los ciudadanos cuyos derechos fueron congelados a acudir a la Justicia –con sus costos y tiempos–, pues no hay otro remedio que la pretensión de amparo (art. 43 de la Constitución nacional) para solicitar la reglamentación de una ley vigente.
http://indecquetrabajaiii.blogspot.com.ar/. INDECQUETRABAJA
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
Nota: sólo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.