viernes, 19 de julio de 2024

MODELOS OPUESTOS Y EDITORIAL


La selección encarna una fórmula basada en el profesionalismo, la excelencia, la disciplina y la humildad; en el otro extremo está la AFA: opacidad, improvisación e intereses personales
Luciano Román


Scaloni y Tapia, el país del mérito o de la obsecuencia
Algo ha vuelto a salir bien en la Argentina. El triunfo de la selección en la Copa América representa mucho más que un logro deportivo: nos recuerda que el profesionalismo, la apuesta a la excelencia, la constancia, la disciplina y el liderazgo virtuoso son una fórmula ganadora. Ya lo habíamos visto en Qatar, y se ratifica ahora, un año y medio después. El espectáculo, sin embargo, también nos dejó imágenes penosas que tal vez expliquen nuestro fracaso en otras áreas.
La escena del presidente de la AFA asistido por un amanuense que, detrás de la poltrona, le seca la transpiración de la nuca como si fuera un monarca del siglo XVIII excede lo bizarro o lo pintoresco para convertirse, quizá, en la postal de una cultura dirigencial que concibe sus funciones como un privilegio y que genera a su alrededor un tráfico de favores y obsecuencia que llega hasta la genuflexión. Puede parecer un hecho menor y periférico, pero exhibe una forma de concebir el poder.
La selección parece ofrecer, una vez más, un modelo inspirador que contrasta, incluso, con el primitivismo, la improvisación y la oscuridad que suele exhibir la AFA. Es un modelo que combina talento con esfuerzo, disciplina con tenacidad, y grandeza con humildad, aunque tampoco está exento de errores y actitudes desafortunadas. Es un equipo que transmite sobriedad y equilibrio y que, a pesar de estar integrado por estrellas y celebridades internacionales, expresa cierta modestia aun en los momentos de gloria. Parece una selección “con los pies sobre la tierra”, liderada por una generación que sabe lo que es el sacrificio de ganarse un lugar por mérito propio, pero que al mismo tiempo valora la noción de equipo y reconoce una conducción y un liderazgo nítidos. Es un plantel de atletas profesionales, que hasta ha tenido el buen criterio de no acercarse al poder, ni antes ni ahora, y de no quedar “pegoteado” a una dirigencia futbolística que no parece representarlos.
Las virtudes de la selección parecen contrastar con una degradación cultural y educativa que está en la base del deterioro argentino. Esos mismos valores del mérito, la autoridad, el orden, el esfuerzo y la disciplina que celebramos en el deporte de alto rendimiento son los que lucen desdibujados en el ámbito público en general, donde la exigencia está mal vista y la calidad es sospechosa.
Es cierto que los campeones tampoco están exentos de la equivocación y el error. Los cánticos con connotaciones racistas y homofóbicas contra el seleccionado francés, de parte de un plantel de profesionales de elite, contrastan con esos valores que han transmitido dentro de la cancha. Se puede rescatar, sí, el pedido de disculpas. Y anotar el arrepentimiento y la capacidad de aprendizaje como otra lección positiva, aunque hubiera sido preferible un comportamiento más alejado de la ofensa y la provocación que suelen naturalizarse en la cultura tribunera.
Tal vez valga la pena examinar el modelo de Scaloni desde una perspectiva más amplia que nos reconcilie, incluso, con la idea de “selección”, que implica una valoración de los mejores y simboliza exactamente lo opuesto a la nivelación hacia abajo. Detrás de este equipo exitoso hay mensajes que deben ser escuchados: los lugares se ganan, no se regalan; el esfuerzo se reconoce, no se desalienta; el talento es importante, pero también el sacrificio. Hay algo más: los errores tienen consecuencias.
El logro deportivo nos recuerda que hay una Argentina virtuosa, y que las cosas salen bien cuando se trabaja con seriedad y sentido común. Hay “Messis” y “Scalonis” también en el ámbito de la ciencia, el desarrollo tecnológico, la educación, la producción agropecuaria y el arte, por citar solo algunos campos en los que se identifican islas de excelencia y competitividad. Esta semana hemos conocido los nombres y las historias de Martina Basgall y Ian Gottlieb: son dos argentinos, de 17 y 20 años, que figuran entre los cincuenta mejores estudiantes del mundo. Valorar y destacar esas trayectorias tal vez sea una forma de potenciar el modelo de la selección en ámbitos en los que también podemos volver a ser campeones.
La Argentina tal vez deba regresar a aquella saludable tradición de los “cuadros de honor”, que simbolizaban una cultura en la que el mérito era celebrado y reconocido. Quizá puedan leerse como un síntoma auspicioso las noticias de esta semana, donde los nombres de Messi y el Dibu Martínez estuvieron en tapa junto a los de Ian y Martina.
Sería un exceso de optimismo, sin embargo, no recordar que la Copa América también dejó aquella imagen de un presidente de la AFA alejado de esos valores de sobriedad y profesionalismo que se vieron dentro de la cancha. Tapia también es un símbolo, pero no de las virtudes, sino de la degradación argentina. Expresa a una burocracia reñida con la transparencia y también con la eficiencia, y a una dirigencia que se regodea en sus privilegios e intereses y ni siquiera cuida las formas.
Detrás de las imágenes del “secanucas” asoman preguntas obvias. El que “asiste” al “patrón” de la AFA es un dirigente de Deportivo Armenio que ha sido rozado por presuntos vínculos con barrabravas y que llegó, de la mano de Tapia, a ocupar un lugar en la conducción de la AFA que le permite viajar por todo el mundo. ¿Qué favores paga el “cortesano” cuando alivia el sudor de “el padrino”? La escena, digna de una película de Coppola, esconde más de lo que muestra. Acá también hay un mensaje, y es exactamente opuesto al que transmite la selección: los lugares no se ocupan por mérito ni por profesionalismo, sino por obsecuencia y “códigos” que remiten a un entramado opaco de intereses. ¿Qué defiende Tapia cuando se opone a las sociedades anónimas deportivas? ¿Ideas y valores, o negocios y poder propios?
Tapia es heredero y exponente de una cultura dirigencial enquistada en el fútbol, pero también en los mundos del sindicalismo y la política. De hecho, la presidencia de la AFA no le ha impedido conservar una silla de poder y de influencia en el organigrama estatal: es vicepresidente de Ceamse, la empresa pública que se ocupa de la administración de los residuos urbanos de toda el área metropolitana. Para entender esa dualidad hay que tirar del hilo que conduce al poder de los Moyano y a los pactos con los barones del conurbano, entre otros sectores de la política.
El domingo a la noche se vio otra imagen de esa cultura dirigencial: Tapia, junto al presidente de la Conmebol, en la foto de la premiación y del triunfo, pero sin haber figurado antes, a la hora de la incertidumbre. Ninguno de los dos había estado para pedir o brindar explicaciones por los graves incidentes y déficits organizativos que empañaron la final. Representa otro rasgo habitual: una dirigencia más proclive a buscar su comodidad y su conveniencia que a asumir su responsabilidad y su deber; más inclinada a apropiarse del mérito ajeno que a hacerse cargo del fracaso propio.
Después de los nervios, de la emoción y del festejo, quedan varias escenas para analizar: la del llanto de Messi nos conmueve y nos inspira, porque muestra la sensibilidad y el amor propio de un ídolo que ganó todo, pero que sin embargo siente que siempre puede dar un poco más, y al que le duele tanto el desgarro físico como la necesidad de dejar su “puesto de trabajo” y su deber con el equipo. La celebración del plantel con el utilero, al que alzan en andas con la copa, también encierra un gran mensaje: un equipo que reconoce a los que están detrás, a los que sostienen con un esfuerzo silencioso, a los que nunca aparecen en “la foto”.
Decodificar los contrastes de la Copa América tal vez nos ayude a entender dos modelos contrapuestos: de un lado el equipo, el esfuerzo, el sacrificio y la excelencia. Del otro, la cultura de los privilegios, de la oscuridad, de la tajada en beneficio propio. En el campo de juego, uno se ha impuesto a pesar del otro. Pero ¿qué pasará afuera? ¿Se impondrá la cultura de Messi y Scaloni o la de Tapia y el “secanuca”? Es una pregunta sobre el futuro. La respuesta tal vez encierre el destino de la Argentina.


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El sistema de partidos políticos, en estado de quiebra
Para una democracia republicana estable, se necesitan agrupaciones fuertes y confiables que promuevan y consoliden una nueva generación de dirigentes
El primer cuarto de siglo ha dejado al país en la situación de la que saldrá solo con denodados y perseverantes esfuerzos en dirección de lo indicado por el sentido común. Eso es decir lo menos: un rumbo firme, exactamente contrario a lo que se ha hecho durante tantos años. Si la degradación institucional se ha trasladado en particular a un espacio en términos pasmosos, es al sistema de partidos políticos. Está a la vista la calidad empobrecida que a duras penas conserva el régimen de representatividad ciudadana.
Que el Partido Comunista haya estallado por los aires al colapsar en 1989/91 el imperio soviético no fue, como se comprenderá, motivo de alguna preocupación en cuanto a las eventuales derivaciones en la política interna. Tampoco ha sido tema de atención indispensable en nuestra cultura política la curiosa segmentación a que se han entregado siempre las líneas que reivindican al trotskismo, tan perseguido en su tiempo por el estalinismo y más hábiles que este para mimetizarse con las corrientes mayores del nacionalismo populista.
Uno de los verdaderos problemas para la viabilidad democrática surge, como ocurre ahora, cuando zozobran los partidos cuya trayectoria ha estado consustanciada con los valores fundamentales de la nacionalidad y, en definitiva, con el contrato social expresado en la Constitución nacional de 1853/60 y sus reformas. Ahí, sí, se advierte de qué forma está comprometida la continuidad y efectividad democrática del país. Alarma así la debacle en que se hallan sin excepciones las organizaciones que deben servir como intercesoras entre la sociedad y el Estado.
La cuestión concierne en lo esencial al estado interno crítico de Pro y de la UCR. Al peronismo no se le puede pedir demasiado, aunque nunca será tarde si enmienda sus graves pecados. Se desenvolvió en los 80 años de su existencia en un tironeo permanente entre los requerimientos democráticos de la República y la íntima vocación autoritaria y desparpajo de sus dirigentes en el afán por tomar como propios los bienes públicos. Las últimas experiencias del peronismo en el poder han agravado esos antecedentes y no superará el estado en que se encuentra hasta que expurgue de los cuadros directivos –hoy muy activos en las sombras– convictos de crímenes de lesa economía contra el Estado argentino.
Si Pro y la UCR no se reconstituyen como partidos razonablemente homogéneos más allá de las diferencias internas política y humanamente inevitables, ¿cómo seguir sin que esto desmejore el grado de esperanzas sobre la recuperación del país por vías democráticas? Pro ha vuelto a ponerse oficialmente en manos de quien lo fundó. Es inobjetable que eso haya sucedido dada la influencia natural de Macri sobre parte de los dispersos cuadros partidarios; es también un hecho importante por la cautelosa adhesión de Macri a los puntos más rescatables de la orientación administrativa y económica del presidente Milei.
Habrá que ver de qué modo repercutirá en Pro la posición de la antecesora de Macri, Patricia Bullrich. Primero declaró que se mantendría en el partido y después lo descalificó, diciendo que este ya ha sido absorbido por La Libertad Avanza. Una manifestación de esa naturaleza se ganará un nombre por varias razones, ninguna de ellas condescendiente. A eso se suma la retracción de Horacio Rodríguez Larreta, que por largo tiempo pareció interpretar el papel de sucesor lógico de Macri, pero que no supo o no pudo traducir los éxitos como administrador de la ciudad capital en líder partidario, y menos aún, como candidato hábil para captar una mayoría de voluntades en el ámbito nacional.
Cabe ahora a Pro la tarea de recrearse poco menos que desde cero. Con Bullrich aferrada a sitiales oficiales con uñas y dientes y Rodríguez Larreta, por decirlo amablemente, en otro mundo, Macri deberá comenzar por cumplir con la premisa práctica a la que han sabido atenerse los caudillos políticos. De lo contrario, zozobrará en plazo no lejano en la empresa asumida.
Francisco Rabanal, legendario jefe de la UCR en la ciudad, exponía las exigencias del caso en términos simples: para un papel de conducción lo primero que se necesita es gozar de buena salud, porque se requiere estar las 24 horas del día entregado a la actividad política. ¿Tendrá pasta para entenderlo quien cuando no está presenciando un partido de tenis internacional medita sobre el curso de partidas en mesas de bridge o se entrega a horas y horas de viajes por obligaciones contraídas con la controvertida organización mundial del fútbol profesional?
Una cosa o la otra. El papel de jefe político y de figura estelar del jet set social se lleva tan mal como lo han probado las consecuencias que aquel debió pagar durante la firma del pacto de Tucumán, aterido a la intemperie, y sin recibir el trato que merecía como expresidente de la Nación y aliado a Milei en asuntos trascendentes. Macri incurrió en distracciones impropias del papel que ha reasumido. Podrá alegar que se había convenido con Milei algo distingo de lo que ocurrió: firmar, por ejemplo, aquel pacto junto con los gobernadores.
Otros argüirán, en cambio, que disponía de la suficiente experiencia como para ignorar los reaseguros que deben adoptarse en relación con un presidente primordialmente atento al lucimiento de su propia personalidad. Puede llamar la atención que Milei se despreocupe de la cortesía mínima que según los buenos hábitos se dispensa en cualquier ceremonia a los invitados. Otros, antes que Macri, han tropezado con el inaudito comportamiento presidencial, que se desentiende hasta de la baja temperatura reinante en los recintos acondicionados a su gusto personal por los acólitos, con olvido de la sensibilidad de los invitados.
Con el respaldo legislativo de apenas 38 diputados y 7 senadores nacionales, Milei ha encomendado a su hermana, secretaria general de la Presidencia, la reorganización de La Libertad Avanza, partido que había sido configurado a las apuradas con tal de llegar con una identidad más o menos definida a las elecciones de 2023. Habrá que desear a Karina éxito en el empeño de constituir un partido sólido, asentado a lo largo y ancho del país. Si lo logra, superando su amateurismo en estas lides, habrá hecho el milagro de dar bases orgánicas imprescindibles a las políticas trazadas por el Presidente.
Entretanto, no se espere del Presidente otra focalización más obsesiva, y no menos curiosa, que la de acariciar su ego en el plano internacional. Lo hace, como está a la vista por innumerables viajes, no precisamente para dialogar con jefes de Estado, sino a fin de entreverarse con movimientos políticos más definidos por su marcado derechismo que por idearios provenientes de las fuentes históricas y tolerantes de la Ilustración.
No es mejor la situación del radicalismo que la de las otras fuerzas nacionales. Atraviesa por el momento de mayor atomización y desconcierto que se recuerde. Que el senador Martín Lousteau, presidente del partido, haya votado algunas delicadas cuestiones legislativas absolutamente al margen de su bloque ha sido signo inequívoco de un delirio que no puede prolongarse. ¿Tendrá Lousteau el temple de presentar la renuncia o de arbitrar los medios que aceleren la recomposición de los cuadros dirigentes del partido más que centenario? Lo dudamos.
Hay pendiente un llamamiento más general, no solo para el jefe nominal de la UCR, sino para el resto de las personalidades que influyen en el radicalismo y, en especial, las del núcleo no desdeñable en número de gobernadores que articulan algunas de las líneas internas que aún flamean. ¿Quién es la personalidad indicada para tomar en sus manos esa bandera y llevarla al triunfo en coaliciones lógicas, pues sería extremar la demanda que lo hiciera a esta altura librado a sus menguadas fuerzas?
Como no habrá una democracia republicana estable sin partidos políticos fuertes, y además confiables en el cumplimiento de los ideales que pregonan, habrá que facilitar medios para promover y consolidar una nueva generación de dirigentes. Urge aprobar una legislación electoral –entre otras leyes, las demoradas boleta única de papel y ficha limpia– que prescinda de procedimientos que dificultan la transparencia de los comicios. Un buen comienzo sería reducir drásticamente el número de partidos políticos actuantes en la esfera nacional y en los distritos locales y de provincias. La tarea por realizar es inmensa; no admite demoras.
Que Lousteau haya votado al margen de su bloque es a todas luces un delirio
En cuanto a Pro, le cabe recrearse poco menos que desde cero

http://indecquetrabajaiii.blogspot.com.ar/. INDECQUETRABAJA

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