miércoles, 3 de julio de 2024

UN DRAMA QUE SIEMPRE EXISTIÓ....






El misterio de Martita Stutz. La desaparición que paralizó al país, confesiones bajo tortura y cartas nunca respondidas
Martita
El suceso quebró la tranquilidad de un barrio de clase media de Córdoba a finales de 1938; la niña, de nueve años, había ido a comprar una revista a la esquina de su casa, nunca regresó; hubo varios sospechosos, pero nadie fue condenado y tampoco se supo cuál fue el destino final de la menor
Gabriela Origlia
CÓRDOBA.- Antes de Internet, antes de la Alerta Sofía, antes de los protocolos y de conceptos como el crimen transnacional organizado, antes, incluso, de la Segunda Guerra Mundial, que comenzó a prefigurar el mundo tal cual hoy lo conocemos, hubo en la Argentina un caso, una desaparición de un menor, que trascendió el territorio donde había ocurrido y se convirtió en una noticia de la que habló el país.
El 19 de noviembre de 1938 alguien se llevó a Marta Ofelia Stutz. Aquel sábado, Martita, que tenía 9 años, llegó a su casa después del acto del último día de clase en la Escuela Normal Superior Dr. Alejandro Carbó. Se sacó el guardapolvo y le pidió a su madre, María Eudora Ceballos, a quien todos conocían como Lola, unas monedas para ir a comprar la revista Billiken al kiosco de la esquina de Galán y el boulevard Castro Barros, en el barrio San Martín, de la capital provincial. Nunca más apareció.
El ataque de un sátiro, los tentáculos de una organización dedicada al proxenetismo, transportes clandestinos en trenes de larga distancia, escondites en estancias y hasta una cremación en el horno de una calera. No hubo ninguna teoría, por alocada que fuese, que no circulara por los titulares de los medios de la época, entre los que se destacaba 
Rumores, torturas a sospechosos en busca de confesiones y hasta datos aportados por videntes y tarotistas. Nada de eso sirvió para develar el misterio. Ni siquiera las cartas desesperadas que Arnoldo Stutz, el padre, pidió a los diarios que publicaran, en la esperanza de que quien tuviera cautiva a su hija la leyera y le diera una prueba de vida y las condiciones o exigencias para devolver a Martita a su hogar, con sus padres y sus dos hermanos menores.
La angustia, la incertidumbre, la falta de noticias de Martita, consumieron a los Stutz en su dolor. Los sospechosos –que con poco más que indicios, e incluso bajo apremios policiales, fueron ligados provisionalmente a la causa–, terminaron exculpados y rehicieron sus vidas en otras provincias sin que nadie más los buscara.
“Martita es como un fantasma; no quedó nadie detenido, no hubo condenados. Probablemente no se convirtió en una ‘santita’ popular porque era una chica de una familia de clase media, pero la historia es, en sí misma, una especie de novela”, dijo   Esteban Dómina, autor del libro La misteriosa desaparición de Martita Stutz.



Cuando la desaparición de Martita tomó estado público, conmocionó a Córdoba. Esa conmoción creció en volumen y trascendió los límites de la provincia hasta llegar a las primeras planas en cuestión de días.
Los Stutz eran una familia típica de la clase media de la época de la preguerra: el padre, oficinista; la madre, ama de casa, y los chicos, aplicados estudiantes que iban a una reputada escuela pública de Córdoba capital.
La nena, ataviada con un vestido azul y con un moño blanco que le sujetaba el cabello castaño, salió de su casa hasta el kiosco cercano, frente a la escuela Yrigoyen, donde había bastante gente porque se inauguraba una obra en ejecución y al acto iría el gobernador, el radical Amadeo Sabattini.
A Martita no le podía tomar más de cinco minutos ir y volver con la Billiken en sus manos. Pero no. Pasada media hora, Lola Ceballos, preocupada, fue a buscarla. Manuel Cardozo, el kiosquero –el lugar cerró hace pocos años–, la conocía a Martita. Le aseguró que la había visto cruzar la calle y caminar en dirección a su casa, adonde nunca llegó.
Comenzó una búsqueda desesperada. Los padres, los vecinos, la propia policía. El gobernador estaba en el barrio, y varios políticos escucharon lo que pasaba e intercedieron para que el rastrillaje fuera exhaustivo. Incluso dragaron la cañada e ingresaron en los túneles del río Primero. Pero nada.
“La búsqueda fue intensa, con los medios que había a disposición, que no eran sofisticados, pero la investigación se hizo con torpeza, fue rudimentaria”, describe Dómina. El caso rápidamente trascendió los límites de Córdoba. Sin pistas, la policía estaba “desconcertada”.
No eran desconocidos para la policía y el gran público los casos de desapariciones de niños, pero con fines extorsivos. el año anterior, en el verano de 1937, Eugenio Pereyra Iraola, de dos años, hijo de Simón y de Dolores Santamarina, integrantes de una de las familias más conocidas de la aristocracia argentina, fue raptado en la casa de veraneo en la estancia La Sorpresa, en Camet, cerca de Mar del Plata. Alguien pidió un rescate de 100.000 pesos fuertes. Y la familia los pagó. Sin embargo, a los pocos días, a Eugenio lo encontraron muerto cerca del alambrado perimetral del establecimiento. Lo habían estrangulado. Tiempo después, José Gancedo, un español que había ido a la estancia a buscar trabajo por esos días, fue detenido. Apareció ahorcado en su celda antes de enfrentar un juicio por el crimen. Pero eso es otra historia…
Los primeros sospechosos
En el caso de Martita en Córdoba, pasaron varios meses hasta que una prostituta señaló a un presunto sospechoso: Antonio Suárez Zabala, un hombre sin antecedentes, casado, padre de dos hijos, que trabajaba para un laboratorio médico. La joven afirmó que había escuchado que “pedía chicas”. Así nació la historia del “vampiro de Córdoba”.
Antonio era hermano de Francisco Suárez Zabala, el farmacéutico y bioquímico que inventó el Geniol en sociedad con el perfumista Blas Dubarry. Las versiones señalaban que él había ayudado a los autores del rapto de Martita a trasladar el cuerpo hasta la estancia Montelén, situada a 20 kilómetros de la localidad bonaerense de Bragado. En ese establecimiento donde se erigía una capilla neogótica que fue arrasada por un tornado en 1974, Martita aparecería como un espectro, un fantasma. Seguía alimentándose la leyenda.
En esa nueva etapa del caso hay ribetes que Dómina no duda de rotular como “alocados”. Las líneas de investigación llevaron hacia José Bautista Barrientos, un guardia de trenes casado “con una mujer ligada a las ‘casas de citas’”. La información que circulaba entonces era que habían llevado a su casa a Martita, ya muerta, y que le habían entregado el cuerpo a Humberto Vidoni, dueño de unos hornos de cal en La Calera, donde la habrían incinerado.
Se pidió ayuda a la Policía Federal, que envió a sus expertos junto con “Mono”, el can entrenado en búsquedas de personas. El sabueso señaló un colchón enterrado en el patio de los Barrientos, que terminaron presos junto con el hermano del inventor del Geniol.

Los puntos oscuros de la investigación
“La gente se agolpaba frente a las pizarras de los diarios donde se publicaban las noticias, devoraban el caso”, señaló Dómina.
Se decía que una “mujer rubia” se había llevado a Martita de la mano después de que la niña comprara su Billiken en la esquina. “Ese color de pelo se convirtió –por un tiempo– en un “estigma. Era la perversa, la malvada que la había entregado; por eso, ninguna mujer quería ser rubia” porque temían ser tomadas como sospechosas, dijo el escritor.
Dos niños señalaron que dos hombres se habían llevado a una niña idéntica a la de los carteles que empapelaban las vidrieras de los comercios de Córdoba. Dijeron haberlos visto en un coche verde. Nada... Los anónimos llegaban de a miles. El juez de instrucción Wenceslao Achával llegó, incluso, a escuchar las revelaciones de un astrólogo. El radiestecista Lucio Berto aseguraba que sus dones le revelaban que la niña estaba viva. Era un placebo los oídos de los padres, pero simple material inerte para el avance de la causa.
El caso, además de un rompecabezas para la policía de Córdoba, se había convertido en hiel para el radical Sabattini; la oposición demócrata buscó golpear al mandatario con el caso, e incluso logró interpelar al ministro de Gobierno.
En eso, un nuevo episodio complicó todavía más la causa y la gestión del oficialismo cordobés: Vidoni, el dueño de los hornos de cal donde teóricamente habían cremado a Martita, murió torturado por la policía, que buscaba sacarle una confesión. Eso derivó en la renuncia del jefe de la fuerza, Argentino Auchter, que en 1946 fue candidato a gobernador por el peronismo en la provincia.
“Sabattini sufrió un desgaste. Como a nivel nacional gobernaban los conservadores, incluso se llegó a plantear la posibilidad de intervenir la provincia de Córdoba”, explicó Dómina. Deodoro Roca, el impulsor de la reforma universitaria cordobesa de 1918, se convirtió en el defensor del principal sospechoso que quedaba, Antonio Suárez Zabala, que también fue torturado, aunque los tormentos no lo doblegaron y no confesó. Quizás, simplemente, porque no tenía qué confesar.


No obstante, en 1941 fue condenado a 17 años de prisión por proxenetismo. Dos años después, el caso llegó en apelación a la Cámara, que dejó libre a Suárez Zabala por falta de pruebas. “Los camaristas votaron divididos; Antonio de la Rúa –padre del expresidente, Fernando– opinó que era culpable. Pero las pruebas eran débiles, todas testimoniales. Y sin el cuerpo del delito era difícil” probarle el homicidio de Martita. Los camaristas Alfredo Vélez Mariconde y Jorge Díaz le dieron la razón a la defensa y, una vez libre, al hermano del bioquímico célebre se le perdió el rastro entre Mendoza y Chile.
Mientras, la familia buscaba algo de paz, pero la ausencia los carcomía. Esperaban noticias que no llegaban. No lograban entender por qué se habían llevado a Martita. Incluso llegaron a ir a las redacciones de los principales diarios para pedir encarecidamente la publicación de una carta escrita a máquina en la que encarecían, a quienes tuvieran a la niña, que les hicieran llegar una prueba de vida e, incluso, les hicieran saber las condiciones para poder regresarla a casa.
“Muy señor mío: ruégole haga público en su diario que estamos ansiosos y desesperados de tener noticias de mi hijita Martita Ofelia por medio de una carta escrita por ella y mi decisión de recuperarla con vida a costa del requerimiento que se me hiciera, ofreciendo toda mi mayor reserva y perdón para los autores, si con este fin se hizo el secuestro. Saludo a usted muy atentamente”, rubricó Augusto Stutz en esa misiva que pasó a la posteridad. No hubo prueba de vida. No hubo nada.
El caso Stutz marcó a Córdoba durante años. “Los mayores recuerdan que sus madres no los dejaban salir solos, les pedían no hablar con extraños, no aceptar caramelos. La familia Stutz, consumida por el dolor, dejó todo. El hermano menor de Martita murió hace pocos años; su hermana vive, pero nunca quiso hablar”, concluyó Dómina, autor del libro que retrata el drama de otro niño desaparecido que, hace más de 85 años, paralizó a la Argentina. Otro crimen sin resolver.

http://indecquetrabajaiii.blogspot.com.ar/. INDECQUETRABAJA

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