domingo, 27 de octubre de 2024

Roberto “Perlita” Parlamento se asoció al Club Ciudad en 1963 ( 92 AÑOS )


Un crack de 92 años. Se luce como defensor y nunca falta a los “picaditos” de los sábados
Roberto “Perlita” Parlamento se asoció al Club Ciudad en 1963 y, desde entonces, no se pierde los partidos semanales; hoy, asegura que el deporte le da vida 
Pablo Lisotto“Jugué de defensor toda la vida, era muy rápido”, dice Roberto “Perlita”
Cualquiera que se cruce con Roberto Parlamento por el barrio de Caballito jamás podrá imaginar que ese hombre canoso, de lentes, ojos claros y andar sereno es, a los 92 años, un ejemplo de vitalidad. Cada sábado, Roberto prepara su bolso y viaja en colectivo hasta el Club Ciudad de Buenos Aires, para jugar junto a un grupo de socios que desde hace tiempo también se convirtieron en sus amigos y en donde se luce como un firme defensor de fútbol 5 (o seis, o siete). Un tiempista, de esos que con un toque milimétrico hacen “tac” en el momento justo para despejar el peligro.
En poco más de nueve décadas, fue testigo directo de la evolución que tuvo la ciudad de Buenos Aires, tanto en lo social como en lo político y lo edilicio, y eso comparte Tito (o Perlita, deformación de sus otros apodos provenientes de su apellido: “Parla” y “Parlita”) 
–¿Cómo era su familia, Roberto?
–La familia Parlamento viene de la zona de Piamonte, al norte de Italia, cerca del lago Maggiore, a 40 kilómetros de Turín. Mi papá nació en 1896, se llamaba Landolfo (acá le decían Adolfo) y era autodidacta. En el primario lo echaron dos o tres veces, pero no por rebeldía, sino porque era un tipo inquieto, muy creativo. Luego trabajó en fábricas textiles, entre ellas en la de Giansevero Fila, el que creó la marca de indumentaria deportiva. Llegó a ser ayudante y a los 18 años justo comenzó la Primera Guerra Mundial, así que tuvo que entrar en las filas. Me marcó mucho porque era muy independiente. Cuando yo empecé a estudiar en la Facultad de Farmacia y Bioquímica, me dijo: “No trabajes bajo patrón, mejor poné una droguería”. Mi mamá se llamaba Violante.
–¿Cuándo decidieron venir a Buenos Aires?
–Después de la guerra, mi papá ya tenía la idea fija de venir a Buenos Aires. Él había estado antes en la Argentina, conoció a mi mamá, se casaron y vinieron con algo de dinero ahorrado. Pusieron una mini fábrica de entretela, pero llegó la época de la depresión americana en 1929 y se fundió.
–¿Y cómo era esa Buenos Aires de su infancia?
–En Buenos Aires viví en varios barrios, pero crecí principalmente en Urquiza. Crecí en el barrio pobre, que lo llamábamos “La Siberia”. Quizás alguien lo recuerde aún. Le decían así porque no era Urquiza centro, sino Urquiza entre lo que era Republiquetas y casi General Paz, que por entonces era una avenida que casi no se usaba. Incluso, recuerdo camiones que pasaban con esos parlantes grandotes promocionando que la gente la usara. Del lado de allá era todo campo y de este lado estaban las casas clásicas de las familias: el jardín adelante, el patio largo con la parra, los dormitorios, en el fondo las gallinas, los pollos, la higuera. Nunca faltaba eso, como no faltaba el limonero adelante. Todas las casas eran parecidas y la gente en general alquilaba.
–¿Recuerda los juegos de aquella época?
–La infancia era distinta. En el barrio jugábamos a la pelota de trapo, a las bolitas y a las escondidas. Todo al aire libre, porque las calles eran seguras y no había muchos autos. Recuerdo especialmente las tardes de juegos con los amigos del barrio, todo muy sencillo. También jugábamos con figuritas, era un juego en el que tirabas las figuritas contra la pared y las que caían paradas se las ganaba el que las había tirado. La vida era más simple, pero muy linda.
–¿Siempre le gustó el deporte?
–Cuando era adolescente Buenos Aires fue sede de los primeros Juegos Panamericanos, en 1951. Y me enganché con el atletismo. Fui a entrenar a River, toda una curiosidad porque yo soy hincha de Boca. Pero con el estudio lo fui dejando. Y el fútbol me gustó siempre. Jugué de defensor toda la vida, era muy rápido, ahora no tanto.
–¿Cómo llegó al Club Ciudad?
–Con mi mujer nos hicimos socios en 1963, porque entonces era de la Municipalidad. Y aquí sigo. Cada sábado preparo mi bolsito y viajo en colectivo hasta el club para jugar con los muchachos. Es un grupo con el que disfruto mucho más que un partido de fútbol.
–¿Qué siente al poder seguir jugando al fútbol?
–El fútbol me da mucha vida. Los muchachos del club me bancan en todo, y eso me gratifica. A esta edad, uno sigue disfrutando. Hace poco fui en invierno, un día muy frío y lluvioso, y algunos muchachos más jóvenes me ponían como ejemplo. A mis hijos les dije: “El día que yo no vaya al club por voluntad propia o me cueste ir o para mí hacer ese viaje sea una carga, asústense porque perdieron al padre que conocieron”. Porque para mí ir ahí es imprescindible desde hace rato. Lo hace imprescindible el entorno, el grupo, que es espectacular. Y además hago actividad física al aire libre, algo que no tiene precio. Te juro que cada sábado vengo renovado.
–¿Se disfruta llegar a esta edad?
–Se disfruta, claro. Sobre todo cuando los años pasan con buena salud. Aunque no es gratis. Este año fue muy duro porque murieron los tres últimos amigos del colegio con los que me seguía juntando. Siempre decíamos que éramos ‘sobrevivientes’. Cuando me llamaron para contarme, sentí un impacto enorme. Y ahora, ya no queda nadie, ‘la escuela ya no está’. Ya no está porque no quedan esos diálogos, esas charlas… Todo se volvió un monólogo. Era muy especial juntarse, recordar lo que vivimos, pero hoy solo quedan las historias. Esa es la parte triste de la longevidad.
–¿Cuál es el secreto para estar tan activo a los 92 años?
–Yo lo atribuyo a tres factores. Hay algo que está comprobado, al menos hasta ahora, que es la herencia genética. ¿Cuáles son las evidencias? La línea materna, paterna o ambas. Mi abuela materna falleció a los 80 años en Italia (en una época donde cualquier enfermedad te mataba) y mi madre a los 100, ambas completamente sanas. En un segundo escalón ubico a la vida saludable: hacer deporte, ser una persona activa, no comer en exceso ni alimentos demasiado elaborados, así como evitar situaciones estresantes. Y me olvidaba de uno, muy importante: mirar a la izquierda y a la derecha antes de cruzar la calle.

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