domingo, 28 de enero de 2024

DE NO CREER Y AL MARGEN


Qué lindo volver al reino libertario del gran Milei
— por Carlos M. Reymundo Roberts
El anticastismo siempre fue pensado por Milei como una reforma de segunda generación
Todos los años me cuesta un montón volver de las vacaciones; este, no. Con qué ilusión emprendí la vuelta sabiendo que no me esperaba el país de Massita, Cristina y Alberto, sino el reino libertario de Javier, el León, un león vendiendo sueños. En la playa no había día que no tuviera que contestar la misma pregunta: si era cierto que me había pasado al mileísmo, como declaré formalmente en esta columna después de las elecciones. Mi respuesta también era siempre igual: “Su duda me ofende. ¿Alguna vez no hablo en serio?”.
Mileísta de cabeza y corazón, cada vez más convencido. Me parece mentira que este tipo, surgido de un repollo, les haya ganado al peronismo, al kirchnerismo, al massismo, al populismo, a esos ismos espantosos, para venir a instaurar un nuevo régimen: el anticastismo. Obvio que necesito resetearme todo el tiempo, porque el primer impulso es pensar las cosas con categorías viejas. Por ejemplo: en el arranque del gobierno me pareció que había cierto caos, improvisación, contradicciones. Error. En realidad, estábamos ante un sistema de toma de decisiones fresco, espontáneo, creativo. Nada de largos conciliábulos, consultas, chequeos, planillas Excel. La fórmula es distinta. Inspiración. Intuición. Pragmatismo. Timba. Timba –por favor, no me malinterpreten– entendida como que Javier siente que lo favoreció el reparto de cartas y apuesta fuerte. Y yo apuesto con él. “Elijo creer”, me dijo –ceño fruncido, la vista en la arena– un estrecho colaborador de Mauricio Macri sobre el devenir de los acontecimientos. Yo no elijo: le creo. Creo en él y en las “fuerzas del cielo”. Es impresionante lo que está pasando. Es increíble.
Me pasé la mitad de las vacaciones leyendo los mil artículos que hay entre el megadecreto y la ley ómnibus. Lo de que sean mil es una genialidad: la única forma de asegurarte de que ningún diputado o senador se les va a animar. La convertibilidad de Cavallo tenía un solo artículo y así nos fue. “Los mil de Milei”: hasta la sonoridad ayuda. El lunes, apenas volví, pedí en la Casa Rosada que me resumieran la ley, porque tiene otra trampita: cuanto más la leés, menos entendés. “Es muy sencilla –me explicó el jefe de Gabinete, Nicolás Posse–. Aumenta los impuestos y baja las jubilaciones”. Uh, eso ya no suena tan bien.
La verdad, tengo miedo: estamos asistiendo al desguace de una norma fundacional, llamada a cambiar para siempre la vida de los argentinos. Los diputados de la oposición dialoguista dialogan, pero con el hacha en la mano, y hasta nuestra propia tropa va cercenándola a cambio de votos. No voy a negar que el articulado es desprolijo, impreciso, bastante confuso. Pero había que llegar a mil, pobre Fede Sturzenegger: imposible no darle a la guitarra. Hay un riesgo cierto de que la ley ómnibus, víctima del bullying, mute a una desvalida ley Rastrojero, dicho esto con el debido respeto por ese noble utilitario. ¡Cuando se entere el Presidente! Van a volar todos, como voló anteayer el ministro de Infraestructura, Ferraro, por haber hablado de más. Una lástima, se fue y no pude conocerlo. Qué picardía no haber tratado a un hombre con fama de indiscreto.
Ya se ve que Javier tiene el temperamento de un general en combate y un claro sentido de la autoridad: o te alineás… o afuera. Bien ahí, jefe: duro con los infieles. Además, para qué tener un ministro de Infraestructura si no va a haber obra pública (a excepción de los caniles de la quinta de Olivos), no vamos a infraestructurar nada. Duro también con los fieles, para que no se tienten, y durísimo con el huelguista Riachuelo Moyano, con el golpista Pochoclo Albistur, con el criticón Massita. Insólito lo de Massita, que tiene el tupé de reprobar la marcha de la economía; insólito que lo haya hecho él, culpable de que en cualquier momento a Milei le canten: “Qué pasa, qué pasa, qué pasa, general, está lleno de massistas el gobierno liberal”.
A ver: la política es el arte de lo posible, y el Presi, de bancadas tan desnutridas en el Congreso, está obligado a ceder; está obligado a negociar con la casta, incluso a rodearse de casta. El anticastismo siempre fue pensado como una reforma de segunda generación.
Se podrán cuestionar algunas cosas del Gobierno, pero no me digan que no hay otro clima. Milei viaja en avión de línea y va a la Casa Rosada en auto; hay reuniones de gabinete; en Olivos solo están de fiesta los perritos; Adorni, el vocero, va al grano y no se dedica, como Gaby Cerruti, a vocear gabrieladas y maltratar periodistas (para eso está el general); la canciller –perdón, Cafierito, no podía obviar el dato– habla inglés; Venezuela, Cuba y Nicaragua volvieron a ser dictaduras. Cristina sigue callada, y eso no sé si está bueno. Como que extraño sus clases magistrales; extraño sus tuits y Tiktok, sus aires de diva; extraño verla estrenar ropa todos los días. Cristina callada, guardada. Muy extraño.
No sé si se percataron de que este año febrero tendrá 29 días. Nunca tuve dudas: el cambio va en serio.

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La paradoja irresuelta de Javier Milei
— por Héctor M. Guyot

Javier Milei sigue siendo una incógnita. Lleva casi cincuenta días en la presidencia y no termino de entenderlo. He hecho un esfuerzo para no trasladar al Milei presidente muchas impresiones negativas que me había provocado el Milei candidato, en la convicción de que el país necesita cambios estructurales que van en el sentido de aquellos que impulsa el Gobierno. A veces el Presidente ofrece razones que justifican el empeño, pero otras veces me digo que no hay caso, que aquella primera impresión es la que vale. Ahora echó a un ministro porque habría filtrado una frase suya pronunciada durante una reunión de gabinete en la que, supuestamente, dijo que dejará “sin un peso” a los gobernadores si se oponen a la ley ómnibus. Raro. No la frase, perfectamente creíble, sino la reacción de Milei ante un trascendido que no revela nada nuevo. Con otras palabras, eso ya lo había dicho. Y un ministro clave como Luis Caputo había advertido más o menos lo mismo a los gobernadores que no apoyaran el déficit cero al que apunta el proyecto de ley. ¿Entonces? ¿Cuál es el verdadero motivo del despido?
Hay en Milei una paradoja que no acaba de resolverse. Su determinación, clave para obtener el voto de un electorado harto y para cumplir con el mandato de cambio que asumió, es al mismo tiempo motivo de desconfianza. ¿De qué está hecha esa determinación? ¿Es fruto de la razón o prima en ella la fe ciega del fanático? ¿Proviene de un meditado diagnóstico de la realidad que busca transformar o surge del apego a un dogma que quiere imponer sin atender las circunstancias del contexto en el que se deben realizar los cambios?
Lo segundo sería un problema. La voluntad, el deseo, por más fuertes que sean, están llamados a darse de bruces contra la pared cuando están desconectados de la realidad en la que pretenden desplegarse. La suerte de un hombre va fraguándose en el diálogo que sus anhelos entablan con sus circunstancias, que ofrecen siempre una oportunidad tanto como un límite. El marketing y la publicidad nos venden otra cosa. Just do it. Suena muy lindo, pero no todo es posible. Macri quería terminar con el hambre. Milei quiere poner a la Argentina en el podio de los países más ricos del mundo. Aflojemos, muchachos. Podemos conformarnos con menos: abran los ojos, vean cómo estamos y empecemos a caminar con pasos firmes hacia el cambio posible. Porque del deseo desbocado al desengaño y a la frustración hay un solo un paso.
¿Cuál es el cambio posible? Lo tenemos ante nosotros, siempre que sebado pamos aprovechar la oportunidad. Se trata de una ocasión inédita, dada por la confluencia de dos datos íntimamente relacionados. Primer dato: hoy la mayoría de los argentinos quiere un cambio. Segundo dato: la reacción al cambio pasa por su peor momento, con un peronismo debilitado y relegado a una minoría en razón del daño causado al país por los gobiernos kirchneristas.
Se sintió en la movilización que la CGT orquestó el miércoles y, sobre todo, en los discursos de los dirigentes sindicales: el ánimo golpista parece exacerpor la nebulosa conciencia de la propia desorientación. No tienen plan. Todavía no se reponen del golpe que les asestó un electorado que los alejó del poder, su único norte. En un peronismo alicaído, nadie se atreve a correr al costado a quien lo usó en su provecho sin ocultar su desprecio, para dejarlo tal como está. Sin líderes, los herederos de Perón se recuestan en lo de siempre, el sindicalismo, esta vez también desprestigiado por su aval irrestricto al gobierno de Alberto Fernández y por un cambio de época que descoloca a los viejos dinosaurios como nunca antes.
Este es el contexto que habilita la oportunidad. Al mismo tiempo, el contexto impone límites, desde la resistencia de poderosos intereses hasta una cultura del privilegio y de la prebenda muy enquistada entre nosotros. Esos obstáculos no se superarán de un plumazo, por más determinación que haya. Habrá que enfrentarlos. Pero la oportunidad, la transformación posible, se perdería si los que representan a la mayoría de los ciudadanos no se ponen de acuerdo en la instrumentación del cambio y por necedad acaban convertidos en dos o más orgullosas minorías. Puede pasar, a la vista de las agónicas jornadas legislativas de esta semana.
¿Seguirá Milei empecinado en imponer la cruzada de la revolución libertaria? Desde mi perspectiva, si mantiene esa tesitura tiene más para perder que para ganar. No le conviene. Ni a él ni al país. Para lograr su cometido de impulsar el cambio de rumbo económico le convendría, creo yo, ampliar el foco y considerar al liberalismo como un todo que incluye también aspectos filosóficos y políticos. Entre ellos, la aceptación de la opinión ajena y el pluralismo. Eso habilitaría un diálogo más abierto, esencial para obtener los apoyos y consensos que imperiosamente necesita. ¿Será capaz el Milei presidente de lo que no pudo ni quiso el Milei candidato? La esperanza es un deber del sentimiento, escribió Fernando Pessoa, firmando con uno de sus heterónimos.
¿De qué está hecha la determinación del Presidente? La voluntad está llamada a darse contra la pared cuando se divorcia de la realidad en la que busca desplegarse

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