Una crónica que demuestra que el azar puede colocarnos en un abismo en un instante
LIBROS. Silvia Naishtat y Fernández Díaz presentaron Cuesta abajo, testimonio de Juana Libedinsky que se lee con el corazón en la boca
Naishtat, Libedinsky y Fernández Díaz, anoche, en el auditorio del Malba
A sala llena en el auditorio del Malba, la periodista y escritora Juana Libedinsky, columnista presentó ayer su segundo libro, Cuesta abajo (La Bestia Equilátera), donde narra las consecuencias personales y familiares que tuvo el dramático accidente de esquí que su esposo, el abogado Conrado Tenaglia, tuvo a finales de agosto de 2019 en San Carlos de Bariloche (irónicamente, el “happy place” de la autora). “Desde la primera página estamos inmersos en el derrotero de la familia, sufrimos con ella, rezamos con ella, nos salta el corazón en el pecho como a ella”, se lee en el prólogo del periodista Carlos Reymundo Roberts.
Libedinsky conversó anoche con el escritor y periodista Jorge Fernández Díaz, que definió Cuesta abajo como “el libro de una lectora que busca entender en los libros lo que está ocurriendo; esto lo hace original”, y con la periodista y ensayista Silvia Naishtat, que lo caracterizó como “un libro sobre la bondad de los desconocidos, que pusieron el pecho y el corazón”. Y agregó: “Se lee con el corazón en la boca; es un thriller extraordinario, con el don de la escritura que tiene Juana”. Como remarcó Fernández Díaz, esta crónica muestra “cómo el azar nos puede colocar en un abismo en un segundo” y, a su modo, postula la existencia de los milagros.
Entre otros, asistieron a la presentación la cineasta y directora editorial de La Bestia Equilátera, Natalia Meta; el historiador José Emilio Burucúa; la ensayista María Eugenia Estenssoro; la gestora cultural Inés Etchebarne; el escritor Alejandro Manara, y el director Fernán Saguier. El protagonista, Tenaglia, no pudo llegar porque se demoró la partida de su vuelo desde Nueva York, pero envió un mensaje de agradecimiento, al igual que el doctor Ignacio Previgliano (“el doctor Previ” en Cuesta abajo), que lo atendió en Buenos Aires cuando estuvo al borde de la muerte cerebral.
La autora recordó las palabras del hijo de Nora Ephron, el director Jacob Bernstein, en el documental Everything Is Copy, sobre los dichos de la escritora: “Lo que mi madre quería decir era lo siguiente: cuando te resbalás con una cáscara de banana, la gente se ríe de vos. Pero en el momento en que vos le contás a la gente que te resbalaste, es tu risa, sos vos el que se ríe. De alguna manera te convertís en el héroe más que en la víctima de la situación”.
Pese a las circunstancias que se narran, el humor no está ausente en estas páginas. “Conrado quería volver a una oficina gris a revisar documentos –bromeó anoche Libedinsky–. Un poco estábamos decepcionados, pero eso hace que sea una historia distinta”.
“No traté de exorcizar demonios, sino de contar una buena historia –sintetizó–. Si tiene que haber algún mensaje, son ustedes: el enorme apoyo y la contención que surgieron de las personas”. Tras la recuperación de Tenaglia, la periodista debió enfrentar otros percances que conspiraron contra el hecho de ponerse a escribir: el consulado de España en Nueva York la despojó de su ciudadanía, su madre entró en coma, su “abuela adorada” falleció en pandemia.
“No hubo ningún cambio fundamental –dijo sobre el proceso de escritura en el que al principio intervino el editor Luis Chitarroni–. Soy súper fan de Martin Amis, autor de La guerra contra el cliché. No estoy tanto más cerca de la verdad revelada de lo que estaba antes”.
En primera persona, la autora reconstruye en su libro los días de internación de su esposo en un pequeño sanatorio porteño, la incertidumbre de familiares y amigos, el cambio de hábitos (los dos hijos de la pareja, igual que ella, se volvieron “adictos” a Bailando por un sueño), su guía de lecturas, de Edith Wharton a Joan Didion, y de Oliver Sacks a David Foster Wallace; el tour por canchas de tenis del conurbano bonaerense mientras Tenaglia estaba en coma, y el regreso a Estados Unidos, con la familia instalada al norte de Long Island, en Southampton, cuando Nueva York era una de las ciudades con más muertos por Covid-19 en el mundo. “Es muy difícil escribir sobre uno mismo –concluyó–. Estoy contenta con mi eficiencia y orgullosa de mi sangre fría. Traté de ser un vehículo para contar la historia”. “¿Leyó Conrado el libro?”, quiso saber Fernández Díaz. “No le gusta leer documentos adjuntos, salvo que sea por trabajo”, respondió Libedinsky
La autora recordó las palabras del hijo de Nora Ephron, el director Jacob Bernstein, en el documental Everything Is Copy, sobre los dichos de la escritora: “Lo que mi madre quería decir era lo siguiente: cuando te resbalás con una cáscara de banana, la gente se ríe de vos. Pero en el momento en que vos le contás a la gente que te resbalaste, es tu risa, sos vos el que se ríe. De alguna manera te convertís en el héroe más que en la víctima de la situación”.
Pese a las circunstancias que se narran, el humor no está ausente en estas páginas. “Conrado quería volver a una oficina gris a revisar documentos –bromeó anoche Libedinsky–. Un poco estábamos decepcionados, pero eso hace que sea una historia distinta”.
“No traté de exorcizar demonios, sino de contar una buena historia –sintetizó–. Si tiene que haber algún mensaje, son ustedes: el enorme apoyo y la contención que surgieron de las personas”. Tras la recuperación de Tenaglia, la periodista debió enfrentar otros percances que conspiraron contra el hecho de ponerse a escribir: el consulado de España en Nueva York la despojó de su ciudadanía, su madre entró en coma, su “abuela adorada” falleció en pandemia.
“No hubo ningún cambio fundamental –dijo sobre el proceso de escritura en el que al principio intervino el editor Luis Chitarroni–. Soy súper fan de Martin Amis, autor de La guerra contra el cliché. No estoy tanto más cerca de la verdad revelada de lo que estaba antes”.
En primera persona, la autora reconstruye en su libro los días de internación de su esposo en un pequeño sanatorio porteño, la incertidumbre de familiares y amigos, el cambio de hábitos (los dos hijos de la pareja, igual que ella, se volvieron “adictos” a Bailando por un sueño), su guía de lecturas, de Edith Wharton a Joan Didion, y de Oliver Sacks a David Foster Wallace; el tour por canchas de tenis del conurbano bonaerense mientras Tenaglia estaba en coma, y el regreso a Estados Unidos, con la familia instalada al norte de Long Island, en Southampton, cuando Nueva York era una de las ciudades con más muertos por Covid-19 en el mundo. “Es muy difícil escribir sobre uno mismo –concluyó–. Estoy contenta con mi eficiencia y orgullosa de mi sangre fría. Traté de ser un vehículo para contar la historia”. “¿Leyó Conrado el libro?”, quiso saber Fernández Díaz. “No le gusta leer documentos adjuntos, salvo que sea por trabajo”, respondió Libedinsky
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