La demanda de cálculo informático condicionará el futuro de la high-tech
de un mundo a otro. La capacidad de almacenamiento de los 8000 data centers que existen en el planeta equivale a 43.750 billones de smartphones (5468 teléfonos por habitante)
Carlos A. Mutto Especialista en inteligencia económica y periodista
PARÍS amás la humanidad realizó inversiones tan colosales en período de paz como las sumas siderales que consagra al desarrollo de la inteligencia artificial (IA). Después de haber destinado casi 100.000 millones de dólares hasta que comenzó la pandemia de Covid, en 2019, movilizó 91.500 millones en 2022 y otros 89.000 millones en 2023, sin contar las inversiones en infraestructura, según el Human-Centered AI de la Universidad de Stanford. Este año, los cuatro colosos de la alta tecnología (Amazon, Meta, Microsoft y Google) proyectan invertir una nueva fortuna de 200.000 millones de dólares en nuevas instalaciones y servicios básicos, de acuerdo con una previsión del gabinete McKinsey. Esa escalada no terminó. Debido a los precios astronómicos que alcanzan los procesadores especializados, como los que produce el líder de semiconductores Nvidia, solo las inversiones privadas en serversdedicados a la IA aumentarán de 25.000 a 125.000 millones de dólares por año (+500% entre 2022 y 2025).
¿Qué razones explican ese fenómeno? “La demanda de cálculo informático para la IA se multiplicó por un millón en los últimos 6 años y aumenta a un ritmo anual de 10%”, aseguró el CEO de Google, Sundar Pichai, el 14 de mayo. Esa frase induce a pensar en millones de pichones con el pico abierto, inmediatamente después de la eclosión, esperando el momento de saciar su voracidad.
La escalada sin límites lanzada por la IA, especialmente en los últimos 10 años, no se limita a una carrera tecnológica para reducir el volumen de los procesadores y aumentar la capacidad de los semiconductores a fin de responder a la demanda de la industria de criptomonedas y la generalización de la tecnología telefónica 5G. También implica una febril búsqueda tecnológica destinada a lograr algoritmos más eficientes, semiconductores más rápidos y poderosos, y construir nuevos CPD (centros de procesamiento de datos o data centers) menos voraces en energía. Como ninguna revolución tecnológica e industrial tiene un “costo” ecológico neutro, esta vertiginosa transición tampoco está exenta de inconvenientes.
En apariencia, un data center es solo un enorme edificio o un alineamiento de módulos prefabricados que alojan baterías de computadoras gigantes que archivan información crítica y procesan los algoritmos al ritmo de millones de cálculos por segundo. Para asegurar un funcionamiento seguro y eficiente, la American Society of Heating, Refrigerating and Air-Conditioning Engineers (Ashrae) aconseja mantener la temperatura óptima de esas granjas electrónicas en un rango de 24°C ± 2°C.
Se calcula que hasta 2020 el parque mundial de data centers tenía una capacidad de más de 1400 exabytes (un exabyte equivale aproximadamente a mil millones de gigabytes). Su volumen se duplica cada dos o tres años, lo que significa que su capacidad de almacenamiento oscila actualmente entre 4500 y 5600 exabytes. Para visualizar ese volumen solo hay que imaginar que la capacidad de almacenamiento total de los 8000 data centers que existen en el mundo equivale a unos 43.750 billones de smartphones (5468 teléfonos por habitante, incluyendo los bebés).
Como integrantes del sector information technology (IT), los data centers se convirtieron en una de las áreas más dinámicas de la economía mundial. Ese mercado colosal, que en verdad emergió hace menos de 20 años, pesaba 215.800 millones de dólares en 2023 y, según la consultora de mercado Grand View Research, espera un crecimiento anual de 10% de 2024 a 2030. Solo los cinco top players (Amazon Web Services, Microsoft Azure, Google Cloud, Equinix y Digital Realty) tuvieron el año pasado una facturación de 196.000 millones de dólares.
El problema es que ese desarrollo vertiginoso y la demanda previsible para el próximo cuarto de siglo requieren nuevas inversiones y la construcción de gigantescas obras de infraestructura a fin de responder, por ejemplo, a la demanda de electricidad: los data centers consumieron el año pasado entre 800-1000
TWh (teravatios), cifra actualmente equivalente a 1,3% de la demanda mundial de electricidad, según tres fuentes coincidentes: el anuario estadístico de energía de BP, la Agencia Internacional de Energía (AIE) y el Enerdata’s Global Energy Statistical Yearbook. Algunos expertos, sin embargo, desechan esos cálculos de un revés de la mano y estiman que las tecnologías digitales movilizan en realidad el 10% de la producción eléctrica global, y llegarán al 20% antes de 2030. Como el 60% de ese total se origina a partir de energías fósiles, un informe del Foro Económico Mundial (WEF) de Davos estima que la generalización de la inteligencia artificial provocará un salto de las emisiones de efecto invernadero de 6-8% del total mundial en la actualidad a 9-10% en 2030.
El impacto también es muy fuerte, aunque menos visible, durante el proceso industrial. Cuanto más pequeños son los componentes, más significativa es su huella técnica. Fabricar un circuito integrado de 2 gramos requiere –por ejemplo– 32 kilos de materias primas. El Global E-waste Monitor del WEF evaluó que en 2023 la industria de high-tech acumuló 146 millones de toneladas de residuos electrónicos, metales y desechos de producción que son casi imposibles de reciclar. Esa cifra no incluye algunos materiales “invisibles”, como los 1,3 millones de kilómetros de cables submarinos depositados en los fondos oceánicos, por donde transita el 97% del tráfico mundial de internet.
“Lejos de liberarnos de las limitaciones del mundo físico, la tecnología digital nos deja el basurero más gigantesco de la historia, que en gran parte será imposible de reciclar”, escribió John Perry Barlow en Declaración de independencia del ciberespacio, publicado en 1996.
El mayor problema, sin embargo, reside en que el funcionamiento de cada server se convierte en una verdadera estufa que genera hasta 60 grados de calor. Una planta de medianas dimensiones requiere sistemas de refrigeración que exigen un consumo suplementario de energía y unos 600.000 metros cúbicos de agua por año. Gracias a la permanente miniaturización de placas y semiconductores diminutos que desarrollan Nvidia y los otros líderes de la high-tech fue posible, hasta ahora, limitar el consumo eléctrico y la producción de altas temperaturas, que contribuyen a agudizar el calentamiento climático. Esas empresas, además, han comenzado a utilizar un arsenal de nuevos métodos de refrigeración, como el llamado free cooling, el liquid cooling o la inmersión de contenedores en el fondo del océano, un procedimiento inventado por el holandés Asperitas. Gracias al aporte de Naval Group, especialista en tecnologías submarinas, Microsoft hizo una primera experiencia con un cilindro con 864 servidores sumergido a 100 metros de profundidad. El gigante chino Alibaba estudia fondear una parte de sus servidores en aceite. Otras empresas optaron por construir data centers en los países nórdicos para aprovechar sus bajas temperaturas.
La última idea consiste en apelar a la misma tecnología que buscan alcanzar los científicos para refrigerar las computadoras cuánticas, que deben funcionar a temperaturas cercanas al cero absoluto (-273°C). “Refrigerar un data center es una verdadera ciencia. Puede ser que de allí venga la próxima revolución del cálculo informático”, predice Jean-Michel Rodriguez, experto de IBM. Es el gran desafío porque para funcionar, antes que la potencia de cálculo, el futuro de la informática depende –ante todo– de un cable y un enchufe.
Los data centers consumieron el año pasado entre 800-1000 TWh (teravatios), cifra actualmente equivalente a 1,3% de la demanda mundial de electricidad
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Cuando la ley es pareja para todos
La condena a Alperovich por nueve cargos de abuso sexual y su reclusión en una cárcel constituyen una buena señal y una alerta para quienes se sienten impunes
La condena a 16 años de prisión que le impuso el juez federal Juan Ramos Padilla al exgobernador tucumano José Alperovich por hallarlo penalmente responsable de tres cargos de abuso sexual, dos en grado de tentativa, y otros seis cargos de abusos agravados, pues hubo acceso carnal, marca un hito por varios motivos. Uno de ellos es la respuesta de la Justicia –aunque lenta– a una de las tantas víctimas de abusos denigrantes por parte de personajes poderosos de la política. Otro es que no importa la condición de señor feudal que ostente el acusado: si ha cometido un delito aberrante, la pena debe ser ejemplar.
Anteayer, la defensa de Alperovich, a cargo del abogado Augusto Garrido, apeló por segunda vez el fallo de Ramos Padilla con el objetivo de que la Cámara Nacional de Casación revise el fallo y lo deje en libertad al entender que su cliente “fue estigmatizado al extremo” y que “toda la política tucumana le dio la espalda”.
No hace falta ser magistrado para darse cuenta de que, si a alguien se estigmatizó durante el último lustro, si a alguien se dañó profundamente, se humilló y hasta se intimidó para que no siguiera adelante con su denuncia, fue a la víctima de Alperovich: su sobrina segunda y exsecretaria. Además, si la dirigencia política ha dejado de lado al otrora hombre poderoso de Tucumán, resulta absurdo que se convierta en motivo ese argumento para pedir clemencia. Es de imaginar el espanto de muchos de los amigos y examigos de ese señor feudal por llegar a verse involucrados –ya sea por omisión, por encubrimiento o por haber sido partícipes de alguna manera– en tamaño delito.
Por otro lado, le caben a Alperovich las generales de la ley: apelar hasta la Corte Suprema de Justicia de la Nación porque su condena no está firme, del mismo modo que pueden hacerlo todos los sometidos a juicio. Hoy está preso porque para Ramos Padilla hay sobrada prueba de su conducta criminal, de la gravísima naturaleza de los hechos que se le imputan y porque el magistrado entiende que el condenado podría fugarse. El juez dijo que el abuso se dio en el marco de una relación de intimidación, en perjuicio de su excolaboradora y pariente, pues se ejercía sobre ella una relación de dependencia, poder y autoridad. La pena vence el 17 de julio de 2040 y los fundamentos de la sentencia se conocerán el 16 de agosto próximo.
Ha sido claro el juez al dictarle la prisión preventiva. Fundamentó que el exgobernador cuenta con una gran fortuna y un círculo social muy amplio para eludir la acción de la Justicia y una inmensa red de contactos sociales y políticos que inexorablemente podrían facilitar su salida del país o, en su caso, su ocultamiento. La defensa de Alperovich justificó sus pedidos de liberación, además, en que no se encontraría bien de salud. Como corresponde en todos los casos, eso también será evaluado.
Si no se hubiera dispuesto la detención, habría sido más que posible que Alperovich no pisara la cárcel: el 13 de abril próximo cumplirá 70 años y a esa edad ya puede pedirle al juez que le conceda la prisión domiciliaria. Será decisión del magistrado definir si se la otorga o si lo deja tras las rejas. No es un trámite automático.
La Defensoría General de la Nación (DGN), que intervino en el proceso como querellante, a través del Programa de Asistencia y Patrocinio
Jurídico a Víctimas de Delitos, comunicó que la víctima se encuentra muy conmovida y aliviada tras haber conocido el fallo condenatorio, porque siente que, luego de cinco años desde que denunció los abusos y después de haber sufrido una campaña de deslegitimación de su palabra, pudo obtener lo que siempre ha buscado, que no es cargos ni fama, sino su sanación a través de la Justicia.
La voz de la mujer abusada por Alperovich se hizo escuchar con crudeza a través del alegato del fiscal del juicio, Sandro Abraldes, quien definió esta instancia del proceso como “un juicio sobre la impunidad del poder. Y sentenció: “Alperovich no la quería para trabajar con él. La quería para la cama. El concepto es primitivo. Manda el señor feudal. Al gran mandón no se le discute. Se hace lo que quiere. Ella estaba en un escenario de sometimiento. En una situación de cautividad. Se sentía prisionera y estaba a merced del abusador. Alperovich fue el constructor de su propio poder. Todo se hizo como él quería. Era dueño de todo”.
Esa tipología, tan dramáticamente expresada por el fiscal para describir al acusado, es harto conocida en nuestro país. Una parte no desdeñable de nuestra dirigencia política actúa como señores feudales que se creen dueños de distritos enteros, de sus tierras, sus bienes materiales y hasta de la vida de las personas a las que mantienen sometidas mediante manejos execrables, cuando no las abandonan a su suerte desviando recursos del Estado para fines privados en lugar de dedicarlos a mejorar la salud, la educación y la seguridad de la población.
Un caso similar es el protagonizado por el actual intendente de La Matanza, Fernando Espinoza, quien fue recientemente procesado por abuso sexual, acusado de haber sometido por la fuerza a “tocamientos impúdicos” a una secretaria privada, hace tres años, en la casa de la mujer. El fallo fue firmado por la jueza de instrucción de la Capital Federal María Fabiana Galletti. Espinoza también fue procesado por “desobediencia” tras haber desoído la orden judicial de no contactar a la denunciante, que relató que sufrió presiones de una expareja suya y del propio intendente para convencerla de que retirara la denuncia.
Resulta exasperante el silencio que sobre el nefasto accionar de estos anacrónicos especímenes han mantenido y mantienen muchos de los denominados “colectivos” en defensa de los derechos de la mujer. Pareciera que a las víctimas de cierto poder no se las defiende o se lo hace tímidamente o por vergüenza cuando esos grupos son señalados por su grosera falta de empatía.
Esa “sensibilidad selectiva” que practican produce que muchas de las víctimas de violencia sexual no denuncien porque saben que no serán acompañadas. En otros casos ni siquiera se lo plantean por terror a la reacción de los abusadores con poder o porque están convencidas de que no vale la pena denunciar a raíz de la lentitud de los procesos judiciales, que termina esmerilando sus fuerzas. De esa forma, en lugar de sanar las heridas y de poder dar un cierre a los hechos, estos se tornan eternos. Esa es la verdadera estigmatización.
Lo acontecido con Alperovich, preso en la cárcel de Ezeiza, y el avance que se espera que tenga la investigación en el caso Espinoza, entre tantos otros, son hitos que nos recuerdan que la ley se aplica para todos.
Resulta exasperante el silencio de los denominados “colectivos” en defensa de los derechos de la mujer respecto de estos casos en que se acusa al poder político. Pareciera que las abusadas por los señores feudales no existen para ellos
Esa grosera falta de empatía, la lentitud de muchos procesos judiciales y el terror ante eventuales represalias de parte de los abusadores provocan que numerosas mujeres no denuncien. Alperovich no fue estigmatizado, como aduce su defensa. Las verdaderas estigmatizadas son las víctimas
PARÍS amás la humanidad realizó inversiones tan colosales en período de paz como las sumas siderales que consagra al desarrollo de la inteligencia artificial (IA). Después de haber destinado casi 100.000 millones de dólares hasta que comenzó la pandemia de Covid, en 2019, movilizó 91.500 millones en 2022 y otros 89.000 millones en 2023, sin contar las inversiones en infraestructura, según el Human-Centered AI de la Universidad de Stanford. Este año, los cuatro colosos de la alta tecnología (Amazon, Meta, Microsoft y Google) proyectan invertir una nueva fortuna de 200.000 millones de dólares en nuevas instalaciones y servicios básicos, de acuerdo con una previsión del gabinete McKinsey. Esa escalada no terminó. Debido a los precios astronómicos que alcanzan los procesadores especializados, como los que produce el líder de semiconductores Nvidia, solo las inversiones privadas en serversdedicados a la IA aumentarán de 25.000 a 125.000 millones de dólares por año (+500% entre 2022 y 2025).
¿Qué razones explican ese fenómeno? “La demanda de cálculo informático para la IA se multiplicó por un millón en los últimos 6 años y aumenta a un ritmo anual de 10%”, aseguró el CEO de Google, Sundar Pichai, el 14 de mayo. Esa frase induce a pensar en millones de pichones con el pico abierto, inmediatamente después de la eclosión, esperando el momento de saciar su voracidad.
La escalada sin límites lanzada por la IA, especialmente en los últimos 10 años, no se limita a una carrera tecnológica para reducir el volumen de los procesadores y aumentar la capacidad de los semiconductores a fin de responder a la demanda de la industria de criptomonedas y la generalización de la tecnología telefónica 5G. También implica una febril búsqueda tecnológica destinada a lograr algoritmos más eficientes, semiconductores más rápidos y poderosos, y construir nuevos CPD (centros de procesamiento de datos o data centers) menos voraces en energía. Como ninguna revolución tecnológica e industrial tiene un “costo” ecológico neutro, esta vertiginosa transición tampoco está exenta de inconvenientes.
En apariencia, un data center es solo un enorme edificio o un alineamiento de módulos prefabricados que alojan baterías de computadoras gigantes que archivan información crítica y procesan los algoritmos al ritmo de millones de cálculos por segundo. Para asegurar un funcionamiento seguro y eficiente, la American Society of Heating, Refrigerating and Air-Conditioning Engineers (Ashrae) aconseja mantener la temperatura óptima de esas granjas electrónicas en un rango de 24°C ± 2°C.
Se calcula que hasta 2020 el parque mundial de data centers tenía una capacidad de más de 1400 exabytes (un exabyte equivale aproximadamente a mil millones de gigabytes). Su volumen se duplica cada dos o tres años, lo que significa que su capacidad de almacenamiento oscila actualmente entre 4500 y 5600 exabytes. Para visualizar ese volumen solo hay que imaginar que la capacidad de almacenamiento total de los 8000 data centers que existen en el mundo equivale a unos 43.750 billones de smartphones (5468 teléfonos por habitante, incluyendo los bebés).
Como integrantes del sector information technology (IT), los data centers se convirtieron en una de las áreas más dinámicas de la economía mundial. Ese mercado colosal, que en verdad emergió hace menos de 20 años, pesaba 215.800 millones de dólares en 2023 y, según la consultora de mercado Grand View Research, espera un crecimiento anual de 10% de 2024 a 2030. Solo los cinco top players (Amazon Web Services, Microsoft Azure, Google Cloud, Equinix y Digital Realty) tuvieron el año pasado una facturación de 196.000 millones de dólares.
El problema es que ese desarrollo vertiginoso y la demanda previsible para el próximo cuarto de siglo requieren nuevas inversiones y la construcción de gigantescas obras de infraestructura a fin de responder, por ejemplo, a la demanda de electricidad: los data centers consumieron el año pasado entre 800-1000
TWh (teravatios), cifra actualmente equivalente a 1,3% de la demanda mundial de electricidad, según tres fuentes coincidentes: el anuario estadístico de energía de BP, la Agencia Internacional de Energía (AIE) y el Enerdata’s Global Energy Statistical Yearbook. Algunos expertos, sin embargo, desechan esos cálculos de un revés de la mano y estiman que las tecnologías digitales movilizan en realidad el 10% de la producción eléctrica global, y llegarán al 20% antes de 2030. Como el 60% de ese total se origina a partir de energías fósiles, un informe del Foro Económico Mundial (WEF) de Davos estima que la generalización de la inteligencia artificial provocará un salto de las emisiones de efecto invernadero de 6-8% del total mundial en la actualidad a 9-10% en 2030.
El impacto también es muy fuerte, aunque menos visible, durante el proceso industrial. Cuanto más pequeños son los componentes, más significativa es su huella técnica. Fabricar un circuito integrado de 2 gramos requiere –por ejemplo– 32 kilos de materias primas. El Global E-waste Monitor del WEF evaluó que en 2023 la industria de high-tech acumuló 146 millones de toneladas de residuos electrónicos, metales y desechos de producción que son casi imposibles de reciclar. Esa cifra no incluye algunos materiales “invisibles”, como los 1,3 millones de kilómetros de cables submarinos depositados en los fondos oceánicos, por donde transita el 97% del tráfico mundial de internet.
“Lejos de liberarnos de las limitaciones del mundo físico, la tecnología digital nos deja el basurero más gigantesco de la historia, que en gran parte será imposible de reciclar”, escribió John Perry Barlow en Declaración de independencia del ciberespacio, publicado en 1996.
El mayor problema, sin embargo, reside en que el funcionamiento de cada server se convierte en una verdadera estufa que genera hasta 60 grados de calor. Una planta de medianas dimensiones requiere sistemas de refrigeración que exigen un consumo suplementario de energía y unos 600.000 metros cúbicos de agua por año. Gracias a la permanente miniaturización de placas y semiconductores diminutos que desarrollan Nvidia y los otros líderes de la high-tech fue posible, hasta ahora, limitar el consumo eléctrico y la producción de altas temperaturas, que contribuyen a agudizar el calentamiento climático. Esas empresas, además, han comenzado a utilizar un arsenal de nuevos métodos de refrigeración, como el llamado free cooling, el liquid cooling o la inmersión de contenedores en el fondo del océano, un procedimiento inventado por el holandés Asperitas. Gracias al aporte de Naval Group, especialista en tecnologías submarinas, Microsoft hizo una primera experiencia con un cilindro con 864 servidores sumergido a 100 metros de profundidad. El gigante chino Alibaba estudia fondear una parte de sus servidores en aceite. Otras empresas optaron por construir data centers en los países nórdicos para aprovechar sus bajas temperaturas.
La última idea consiste en apelar a la misma tecnología que buscan alcanzar los científicos para refrigerar las computadoras cuánticas, que deben funcionar a temperaturas cercanas al cero absoluto (-273°C). “Refrigerar un data center es una verdadera ciencia. Puede ser que de allí venga la próxima revolución del cálculo informático”, predice Jean-Michel Rodriguez, experto de IBM. Es el gran desafío porque para funcionar, antes que la potencia de cálculo, el futuro de la informática depende –ante todo– de un cable y un enchufe.
Los data centers consumieron el año pasado entre 800-1000 TWh (teravatios), cifra actualmente equivalente a 1,3% de la demanda mundial de electricidad
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Cuando la ley es pareja para todos
La condena a Alperovich por nueve cargos de abuso sexual y su reclusión en una cárcel constituyen una buena señal y una alerta para quienes se sienten impunes
La condena a 16 años de prisión que le impuso el juez federal Juan Ramos Padilla al exgobernador tucumano José Alperovich por hallarlo penalmente responsable de tres cargos de abuso sexual, dos en grado de tentativa, y otros seis cargos de abusos agravados, pues hubo acceso carnal, marca un hito por varios motivos. Uno de ellos es la respuesta de la Justicia –aunque lenta– a una de las tantas víctimas de abusos denigrantes por parte de personajes poderosos de la política. Otro es que no importa la condición de señor feudal que ostente el acusado: si ha cometido un delito aberrante, la pena debe ser ejemplar.
Anteayer, la defensa de Alperovich, a cargo del abogado Augusto Garrido, apeló por segunda vez el fallo de Ramos Padilla con el objetivo de que la Cámara Nacional de Casación revise el fallo y lo deje en libertad al entender que su cliente “fue estigmatizado al extremo” y que “toda la política tucumana le dio la espalda”.
No hace falta ser magistrado para darse cuenta de que, si a alguien se estigmatizó durante el último lustro, si a alguien se dañó profundamente, se humilló y hasta se intimidó para que no siguiera adelante con su denuncia, fue a la víctima de Alperovich: su sobrina segunda y exsecretaria. Además, si la dirigencia política ha dejado de lado al otrora hombre poderoso de Tucumán, resulta absurdo que se convierta en motivo ese argumento para pedir clemencia. Es de imaginar el espanto de muchos de los amigos y examigos de ese señor feudal por llegar a verse involucrados –ya sea por omisión, por encubrimiento o por haber sido partícipes de alguna manera– en tamaño delito.
Por otro lado, le caben a Alperovich las generales de la ley: apelar hasta la Corte Suprema de Justicia de la Nación porque su condena no está firme, del mismo modo que pueden hacerlo todos los sometidos a juicio. Hoy está preso porque para Ramos Padilla hay sobrada prueba de su conducta criminal, de la gravísima naturaleza de los hechos que se le imputan y porque el magistrado entiende que el condenado podría fugarse. El juez dijo que el abuso se dio en el marco de una relación de intimidación, en perjuicio de su excolaboradora y pariente, pues se ejercía sobre ella una relación de dependencia, poder y autoridad. La pena vence el 17 de julio de 2040 y los fundamentos de la sentencia se conocerán el 16 de agosto próximo.
Ha sido claro el juez al dictarle la prisión preventiva. Fundamentó que el exgobernador cuenta con una gran fortuna y un círculo social muy amplio para eludir la acción de la Justicia y una inmensa red de contactos sociales y políticos que inexorablemente podrían facilitar su salida del país o, en su caso, su ocultamiento. La defensa de Alperovich justificó sus pedidos de liberación, además, en que no se encontraría bien de salud. Como corresponde en todos los casos, eso también será evaluado.
Si no se hubiera dispuesto la detención, habría sido más que posible que Alperovich no pisara la cárcel: el 13 de abril próximo cumplirá 70 años y a esa edad ya puede pedirle al juez que le conceda la prisión domiciliaria. Será decisión del magistrado definir si se la otorga o si lo deja tras las rejas. No es un trámite automático.
La Defensoría General de la Nación (DGN), que intervino en el proceso como querellante, a través del Programa de Asistencia y Patrocinio
Jurídico a Víctimas de Delitos, comunicó que la víctima se encuentra muy conmovida y aliviada tras haber conocido el fallo condenatorio, porque siente que, luego de cinco años desde que denunció los abusos y después de haber sufrido una campaña de deslegitimación de su palabra, pudo obtener lo que siempre ha buscado, que no es cargos ni fama, sino su sanación a través de la Justicia.
La voz de la mujer abusada por Alperovich se hizo escuchar con crudeza a través del alegato del fiscal del juicio, Sandro Abraldes, quien definió esta instancia del proceso como “un juicio sobre la impunidad del poder. Y sentenció: “Alperovich no la quería para trabajar con él. La quería para la cama. El concepto es primitivo. Manda el señor feudal. Al gran mandón no se le discute. Se hace lo que quiere. Ella estaba en un escenario de sometimiento. En una situación de cautividad. Se sentía prisionera y estaba a merced del abusador. Alperovich fue el constructor de su propio poder. Todo se hizo como él quería. Era dueño de todo”.
Esa tipología, tan dramáticamente expresada por el fiscal para describir al acusado, es harto conocida en nuestro país. Una parte no desdeñable de nuestra dirigencia política actúa como señores feudales que se creen dueños de distritos enteros, de sus tierras, sus bienes materiales y hasta de la vida de las personas a las que mantienen sometidas mediante manejos execrables, cuando no las abandonan a su suerte desviando recursos del Estado para fines privados en lugar de dedicarlos a mejorar la salud, la educación y la seguridad de la población.
Un caso similar es el protagonizado por el actual intendente de La Matanza, Fernando Espinoza, quien fue recientemente procesado por abuso sexual, acusado de haber sometido por la fuerza a “tocamientos impúdicos” a una secretaria privada, hace tres años, en la casa de la mujer. El fallo fue firmado por la jueza de instrucción de la Capital Federal María Fabiana Galletti. Espinoza también fue procesado por “desobediencia” tras haber desoído la orden judicial de no contactar a la denunciante, que relató que sufrió presiones de una expareja suya y del propio intendente para convencerla de que retirara la denuncia.
Resulta exasperante el silencio que sobre el nefasto accionar de estos anacrónicos especímenes han mantenido y mantienen muchos de los denominados “colectivos” en defensa de los derechos de la mujer. Pareciera que a las víctimas de cierto poder no se las defiende o se lo hace tímidamente o por vergüenza cuando esos grupos son señalados por su grosera falta de empatía.
Esa “sensibilidad selectiva” que practican produce que muchas de las víctimas de violencia sexual no denuncien porque saben que no serán acompañadas. En otros casos ni siquiera se lo plantean por terror a la reacción de los abusadores con poder o porque están convencidas de que no vale la pena denunciar a raíz de la lentitud de los procesos judiciales, que termina esmerilando sus fuerzas. De esa forma, en lugar de sanar las heridas y de poder dar un cierre a los hechos, estos se tornan eternos. Esa es la verdadera estigmatización.
Lo acontecido con Alperovich, preso en la cárcel de Ezeiza, y el avance que se espera que tenga la investigación en el caso Espinoza, entre tantos otros, son hitos que nos recuerdan que la ley se aplica para todos.
Resulta exasperante el silencio de los denominados “colectivos” en defensa de los derechos de la mujer respecto de estos casos en que se acusa al poder político. Pareciera que las abusadas por los señores feudales no existen para ellos
Esa grosera falta de empatía, la lentitud de muchos procesos judiciales y el terror ante eventuales represalias de parte de los abusadores provocan que numerosas mujeres no denuncien. Alperovich no fue estigmatizado, como aduce su defensa. Las verdaderas estigmatizadas son las víctimas
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