sábado, 15 de junio de 2024

APRENDIZAJE Y EDITORIAL


Ombliguismo, contradicciones y bolsones de violencia autoritaria
¿Qué vimos estos días sobre el funcionamiento del sistema político argentino? Nuestra identidad nacional tiene infinidad de valores positivos, pero la humildad no es, lamentablemente, uno de ellos
Sergio Berensztein

La semana comenzó con el entendible efecto que las elecciones para el Parlamento Europeo generaron en la opinión pública. Confirmado el crecimiento de la nueva derecha a expensas de la socialdemocracia, los verdes y los liberales, con los populares manteniendo su presencia, algunos sectores expresaron preocupación e interrogantes sobre cómo la nueva correlación de fuerzas podría impactar en cuestiones vitales como el apoyo a Ucrania frente a la agresión rusa, las migraciones y la política comercial. ¿Cuál sería el futuro del tan postergado acuerdo comercial entre la Unión Europea y el Mercosur? Otros observadores asociaron el crecimiento de la nueva derecha con los cambios en el comportamiento electoral del año pasado en nuestro país.
¿Hay algún elemento en común desde el punto de vista ideológico o vinculado a la naturaleza de los nuevos liderazgos? No es sencillo establecer criterios comparativos lógicos si se admite que el fenómeno de la “extrema” derecha europea tiene un sinfín de vertientes: por ejemplo, mientras Giorgia Meloni es atlanticista, defiende a Ucrania y apuesta por mejorar la UE, Marine Le Pen es apoyada por un electorado que critica a Macron por confrontar con Rusia y exhibe una especial tirria contra la burocracia comunitaria. Asimismo, estas nuevas expresiones políticas suelen tener cuotas de “euroescepticismo”, pero, a diferencia de lo que ocurrió con el Brexit (del que están ahora arrepentidos la mayoría de quienes lo votaron) o con los albores del Frente Popular francés, no buscan aislarse del proceso de integración ni cuestionan el proyecto europeo.
Si interpretamos lo ocurrido en Europa como disconformidad o protesta de un segmento relevante de la población, comprenderemos lo que está por ocurrir en el Reino Unido, donde la mayoría de los sondeos de opinión pública sugieren una contundente próxima victoria del Partido Laborista. Difícilmente alguien se anime a afirmar, como escuchamos estos días respecto de lo ocurrido en el continente, que la ola libertaria en general y el liderazgo de Javier Milei en particular puedan influir en esa elección. Parece sobrevivir un evidente “ombliguismo” que cruza el arco ideológico vernáculo. Nuestra identidad nacional tiene infinidad de valores positivos de los cuales debemos sentirnos orgullosos. La humildad no es, lamentablemente, uno de ellos.
Otro elemento polémico repetido hasta el hartazgo en estas jornadas, tanto en el Senado como en eventos académicos o empresariales en los que participan el Presidente y otros referentes del oficialismo, es que la Argentina fue “el primer país del mundo” y que dejó de serlo hace 100 años. Además, por culpa del peronismo, nuestra decadencia habría experimentado una aceleración hasta alcanzar la dramática situación actual. En esto último existe un consenso amplio, aunque varían las narrativas respecto de la etiología de nuestro sombrío destino.
Vale la pena destacar que, si bien el país fue capaz de alcanzar un éxito temprano en su desarrollo, de ninguna manera fue una “potencia mundial” ni estuvo exento de momentos críticos que pusieron en duda su continuidad y estuvieron asociados a fenómenos que, más tarde, suelen interpretarse como pésimas decisiones de políticas populistas. Recordemos la gran crisis de 1890 y el enorme default de la deuda externa, una especie de 2001 versión siglo XIX, incluyendo la fragmentación de los partidos existentes y el surgimiento de nuevas fuerzas políticas (el radicalismo y el socialismo). Asimismo, durante la Primera Guerra Mundial se dio un proceso de sustitución de importaciones por el colapso del comercio internacional que derivó en el crecimiento de la industria nacional en diferentes rubros. Más: el incremento del flujo migratorio posterior a la culminación del conflicto bélico generó una crisis en la vivienda popular que terminó con una intervención en el mercado de alquileres para regular los precios, con el aval de la Corte Suprema de Justicia.
Las semillas del “socialismo empobrecedor” estuvieron plantadas bastante antes de la llegada del peronismo al poder. Sin embargo, llama la atención que el principal antecedente que Milei y los libertarios toman para legitimar las políticas actuales son las reformas estructurales implementadas durante la presidencia de Carlos Menem, cuyo busto fue incluido, con justicia, junto al resto de sus pares. Recordemos que se trató de un típico exponente del Movimiento Nacional Justicialista y que el actual gobierno tiene múltiples integrantes que trabajaron para (o incluso fueron elegidos como) peronistas, comenzando por Guillermo Francos y Daniel Scioli. A propósito, Milei trabajó como técnico para la campaña presidencial de este último, hace una década. O el peronismo no es tan malo o los problemas del país son un poco más complejos de lo que supone la narrativa oficialista. También se olvidó de Menem el senador Mayans cuando, antes de la votación de la Ley Bases, trazó una continuidad entre las políticas económicas actuales y las de la Revolución Libertadora, Onganía, el Proceso y Macri.
La Argentina fue un país violento, tanto el Estado como su sociedad civil. Uno de los pocos grandes logros de estas cuatro décadas de democracia es haber superado esa situación, pero persisten bolsones acotados de autoritarismo. Los vimos actuar con desparpajo en los alrededores del Congreso durante la sesión en el Senado, con el apoyo y la justificación de algunos legisladores, en especial del kirchnerismo. Un hecho muy destacable es que el Estado supo ejercer su rol y utilizar la fuerza para reaccionar con eficacia y controlar los desbordes. Numerosos detenidos fueron puestos a disposición de la Justicia, a la que ahora le toca investigar si hubo un intento de golpe, como dijo Milei; si participaron escuadrones de tareas o de choque entrenados fuera de la Argentina, o si recibieron ayuda de grupos organizados que ya actuaron en otras partes de la región, como por ejemplo en Chile en octubre de 2019.
¿Se trató de una represión desmedida o de una respuesta proporcional al desafío a las instituciones de la democracia? Esta vez, como había sido comunicado, el “Estado presente” ejerció legítimamente la fuerza para restablecer el orden. El resultado: el Congreso siguió sesionando con normalidad. Dicho de otra manera, fracasaron los que querían evitar el funcionamiento de la democracia, a diferencia de lo ocurrido en diciembre de 2017.
La ley finalmente vio la luz, en una lógica y esperable versión light respecto del proyecto original y hasta de su segunda versión. Aun cuando el Poder Ejecutivo mostró una férrea voluntad de negociación que se extendió hasta último momento, el bajo peso relativo de La Libertad Avanza en el Parlamento jugó en contra de las en principio ambiciosas pretensiones presidenciales. Quedará ver, a partir de su implementación, qué resultados generará y cómo resolverá el Gobierno el agujero fiscal consecuente de que no se haya restablecido el impuesto a las ganancias para la cuarta categoría, que compromete el superávit financiero que continúa siendo, según confirmó Milei, un objetivo inquebrantable. Más allá del resultado, el maratónico debate en el Senado desnudó la pasmosa mediocridad de la mayoría de nuestros legisladores. En algunos casos, daba vergüenza ajena escuchar cómo tropezaban con conceptos más que básicos sobre política pública, cuestiones domésticas o política internacional. La pelota queda ahora en manos de la administración Milei, que deberá demostrar que sabe gobernar. Hasta ahora, la gestión y la comunicación son sus asignaturas pendientes.
Durante la Primera Guerra Mundial se dio un proceso de sustitución de importaciones que derivó en el crecimiento de la industria nacional en diferentes rubros

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La Ley Bases y las nostalgias del aplauso de pie
El trámite legislativo en el Senado y la violencia vivida en las calles anticipan la reacción que tendrán ciertos sectores cuando se afecten sus privilegios
La Ley Bases fue aprobada a duras penas en el Senado, durante una sesión en la que sobrevoló la nostalgia del aplauso de pie celebrando el default y primó el peso de una inercia populista que desguazó la norma en el recinto e intentó frenarla con violencia en la calle.
Adolfo Rodríguez Saá fue elegido presidente interino de la Nación por la Asamblea Legislativa el 23 de diciembre de 2001, luego de la renuncia de Fernando de la Rúa y de su efímero sucesor, Ramón Puerta. De la Rúa se fue en helicóptero, agobiado por los “cacerolazos” y saqueos alentados por el peronismo bonaerense, que lo obligaron a declarar el estado de sitio. El elevado déficit fiscal había provocado un enorme endeudamiento externo y provocó la crisis de la convertibilidad que llevó al “corralito”. Rodríguez Saá intentó diseñar un plan de ajuste “light”, preservando los salarios estatales y las jubilaciones, pero no logró el apoyo de sus colegas, los gobernadores peronistas, y renunció una semana más tarde.
En su discurso inaugural, el puntano anunciaba una nueva era en la Argentina a partir de la cual “nada será igual”. Un verdadero visionario, pues todo salió peor. Lo único duradero fue la célebre suspensión del pago de la deuda externa, además de su derecho a una pensión de privilegio. “El Adolfo” ya lo había prometido: lo que ahorrase en capital e intereses, se utilizaría para mejorar las jubilaciones.
En aquel momento, la mayoría de los legisladores lo aplaudieron de pie sin prever las consecuencias que ese “default” – el más grande de la historia mundial– tendría para el futuro de la patria. Bien diferente fue la visión de Nicolás Avellaneda cuando enfrentó una grave crisis económica en 1877. Pronunció entonces su famoso mensaje al Congreso Nacional diciendo: “Los tenedores de bonos argentinos deben reposar tranquilos. La República puede estar dividida, pero no tiene sino un honor y un crédito, como solo tiene un nombre y una bandera. Hay dos millones de argentinos que economizarían hasta su hambre y su sed, para responder en una situación suprema a los compromisos de nuestra fe pública en los mercados extranjeros”.
Avellaneda adhería al programa alberdiano basado en la educación común, la inmigración europea (“gobernar es poblar”) y el desarrollo de infraestructura para integrar el inmenso territorio nacional cuya consolidación realizaría su sucesor, Julio Argentino Roca. Se requería preservar el buen crédito de la República para financiarlo y para ello redujo el tamaño del Estado (por entonces, minúsculo), disminuyó sueldos y suspendió la convertibilidad del papel moneda. Al actuar con convicción, el esfuerzo fue breve y los capitales fluyeron, rindiendo frutos abundantes y duraderos. Como señaló Félix Luna el 18 de julio de 2001 al referirse cion a las celebraciones del Centenario:
“En 30 años, una nación periférica, casi sin Estado, pobre, sin moneda ni exportaciones, se había convertido en la mejor expresión de la civilización europea en América Latina”. La Argentina era el sexto país del mundo en PBI per cápita y, para muchos, pronto iba a superar a los Estados Unidos.
El 6 de enero de 2002, Eduardo Duhalde abandonó la convertibilidad. El PBI cayó fuertemente y la pobreza trepó al 55%. A partir de 2003, durante la gestión de Néstor Kirchner, gracias al aumento de precio de las commodities y el no pago de la deuda externa, el país vivió un auge de bienestar con “superávits gemelos” y crecimiento a “tasas chinas” hasta la crisis financiera de 2009.
Las cuatro gestiones kirchneristas pretendieron eludir la indispensable corrección de precios relativos distorsionados desde el salto del dólar en 2002, utilizando la emisión monetaria, el empleo público, los subsidios económicos y sociales, la estatización de empresas privatizadas, las AFJP e YPF, la ruptura de contratos, los controles de precios, de tarifas y de cambios hasta llevar la economía al borde de la hiperinflación.
La falta de inversión desalentó la creación de empleo privado, expulsando a trabajadores hacia la informalidad y el cuentapropismo. Eso redujo la cantidad de aportantes a la Anses, en forma inconsistente con el aumento de beneficiarios. A su vez, luego de tantos años de crisis, millones de personas se encontraron sin cobertura social por la discontinuidad de sus trabajos. A ello se atendió con dos moratorias sin aportes que desequilibraron aún más al sistema jubilatorio, convirtiéndose en el principal gasto del Estado.
La Argentina no tiene salida sin los cambios estructurales impedidos desde tiempo inmemorial por los intereses corporativos que la controlan. Es indispensable reducir el gasto público, bajar la presión fiscal, eliminar privilegios sindicales, regímenes especiales y mercados cautivos para achicar costos y ganar competitividad. Solo así se podrá elevar el nivel de vida de la población, sin la fantasía del “Estado presente”, verdadera fábrica de pobres. Las devaluaciones han sido subterfugios populistas para convalidar una estructura productiva no viable pero rentable para sus beneficiarios.
El programa económico de Javier Milei se encuentra ahora afectado por cambios en la reforma jubilatoria además de los recortes a la Ley Bases. El kirchnerismo tiene por objetivo repetir lo ocurrido con De la Rúa sin preocuparse por las consecuencias, en tanto el resto de la oposición se centró en obtener ventajas sectoriales o locales, como si sus beneficiarios no fuesen argentinos y pudiesen salvarse si el Titanic se hundiese.
Se señala la “hiperrecesión” que provoca el ajuste en curso, sin que se aclare cómo podría evitarse sin emitir moneda en un contexto de enorme fragilidad. En el corto plazo, la única forma de reactivar es a través del ingreso de dólares para poder eliminar el cepo, impulsar las exportaciones y alentar las inversiones. Ello requiere confianza en que la Argentina no será, nuevamente, una trampa para incautos.
Pueden llenarse páginas y páginas criticando los malos modales del Presidente, sus daños autoinfligidos, sus inútiles agravios a legisladores, periodistas y mandatarios extranjeros, sus errores de gestión y sus sorprendentes contramarchas. Pero esas críticas no cambiarán ni su estilo ni sus modales. Aunque parezca difícil, se debe separar la paja del trigo. Una cosa es criticar su estilo y sus equivocaciones y otra, bloquear las transformaciones indispensables para no naufragar.
El Presidente tiene una triple legitimidad para lograr del Congreso de la Nación las herramientas necesarias para gobernar. La primera es que la mayoría de la población lo votó, con sus “guarangadas” incluidas, para que aplique el programa que anunció en campaña. La segunda es que también los mercados votaron. El “riesgo país” bajó fuertemente al asumir Milei, subió con las trabas en el trámite parlamentario y volvió a descender en las últimas horas, luego de la aprobación por el Senado. Esa caída es fundamental para el ingreso de los capitales indispensables para reactivar la obra pública, mejorar las jubilaciones, fortalecer los ingresos y proteger a los más débiles. Y la tercera, es que el consenso de economistas identifica al exceso de gasto público como principal problema de la Argentina. Eso otorga a Milei legitimidad académica en cuanto al rumbo por seguir. Habrá discrepancias con respecto a los medios, pero no sobre los fines. Otras alternativas ya quedaron afuera el pasado 10 de diciembre. Salvo el kirchnerismo y la izquierda, nadie propone continuar emitiendo y subsidiando.
Lo ocurrido anteayer en el Senado y en las inmediaciones del Congreso anticipa la reacción que tendrán los intereses sectoriales cuando se intente suprimir sus privilegios y reducir un Estado dominado por grupos de poder. Es un desafío mayor al que enfrentó la generación del 80, pues, esta vez, no se trata de organizar, educar y cultivar venciendo las adversidades del analfabetismo y el desierto, sino de luchar contra creencias e intereses arraigados que impiden a la Argentina prosperar en “unión y libertad”, como fue el mandato de quienes fundaron la Patria.
El Presidente tiene una triple legitimidad para lograr del Congreso las herramientas necesarias para gobernar

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