viernes, 21 de junio de 2024

Eduardo Sacheri Y"Los días de la violencia" es el segundo tomo de la serie histórica


Eduardo Sacheri: “Malvinas y la Selección comparten el mito de la unidad”
En “Los días de la violencia”, segundo volumen de su serie histórica, el escritor y docente explica como si estuviera al frente de una clase las razones que llevaron a “Argentina a ser Argentina”
Natalia Blanc
"Los días de la violencia" es el segundo tomo de la serie histórica de Sacheri
“No estudiamos Historia por el puro placer de asomarnos al pasado. Lo que más nos interesa entender es el presente, como herramienta para movernos de cara al futuro”, dice Eduardo Sacheri en el prólogo de Los días de la violencia (Alfaguara), segundo volumen de su serie histórica. Con tono coloquial, como si fuera una de las clases que dicta en un secundario bonaerense, el escritor y docente se centra en el período 1820-1852 para explicar por qué “Argentina empieza a ser Argentina” entre la batalla de Cepeda y la de Caseros.
"Los días de la violencia" (Alfaguara; $24.499)Random House

–¿Por qué Argentina empieza a ser Argentina en aquellos años?
–Esta serie de Historia está estructurada sobre una pregunta: cuándo y cómo se construyó la Argentina. Y mi respuesta, que saco de todo lo que he leído, es que ese proceso llevó muchas décadas. En 1852, después de Caseros, ya se puede hablar de una nación a medias. ¿Por qué a medias? Porque recién va haber una constitución, que es clave para hablar de un Estado nacional, en 1853, pero Buenos Aires se va a negar a firmar hasta 1861 y no habrá una capital ni una moneda nacional hasta 1880.
–Cuando decís que en ese período se establece la violencia, ¿te referís a la violencia política, que continuó de distintas maneras a lo largo de la historia?
–Esa es una época particularmente violenta y salvaje, donde la política se concibe como la aniquilación del adversario. No creo que a lo largo de nuestra historia siempre esa haya sido la ecuación; me parece que hay momentos. Hasta 1810 no hay una discusión sobre el poder, que viene de España. Cuando la élite de Buenos Aires se enfrenta a la de las provincias, ya hay una discusión por el poder. Hay política recién a partir de esa ruptura. Aparece entonces la figura de Juan Manuel de Rosas como el Restaurador, el hombre que condensa todos los poderes. Tiene la decisión sobre la vida y de la muerte, sobre qué se reparte y qué no.
–¿Esa figura todopoderosa puede ser leída desde esta época como el líder carismático que tuvimos en distintos momentos?
–Esa idea vuelve mucho después con una figura fuerte como Perón; son personajes carismáticos, cada uno con sus particularidades, que ejercen el poder de una manera muy personalista y, a su vez, quieren, como se les dice ahora “superpoderes”, es decir, todos los poderes del Estado para poder imponer sus políticas.
–Muchas veces, a lo largo de la historia, el país estuvo dividido en dos. ¿Hubo alguna etapa de consenso?
–Cuando cae Rosas, Urquiza, Mitre, Sarmiento y Alberdi coinciden en vincularnos con Europa como agroexportadores. Logran consenso frente a la necesitad de traer inmigrantes y capitales de afuera, en tener ferrocarriles. Aunque tienen diferencias políticas, porque siempre el poder implica diferencias, hay un consenso fuerte sobre que el futuro es liberal; esa idea se sostiene durante 60 o 70 años. Ahí hay un proyecto de país bastante compartido. Un ejemplo cercano serían los años 80 y la restauración democrática. Existía un consenso de “basta de golpes militares” y una defensa de la democracia. Ahora parece normal, pero veníamos de 50 años donde había habido golpes, habían tomado el gobierno y habían logrado gobernar.
–Mirando el presente, parecía que no podemos superar los antagonismos: a favor o en contra del gobierno. ¿Qué opinás?
–Esta época es muy antagónica, pero eso está pasando en todo Occidente. Excede a la Argentina.
–En una entrevista reciente, Isabel Allende dijo que los avances y retrocesos de la derecha son “pendulares”. ¿Coincidís?
–El liberalismo no es solo cuestiones económicas, también son derechos individuales; las reivindicaciones vinculadas con la libertad sexual y de credo, por ejemplo, son mucho más liberales que de izquierda. Yo, en general, invito al matiz. Creo que estamos en una época sin centros y que hay una trinchera desde donde muchos se ponen el casco y pelean. Coincido en pensar más pendularmente, creo que se da cierta combinación de factores que lleva a un enardecimiento de la violencia. Y, después, eso cede. Luego, en otros momentos, volverá con enorme crudeza. Pero no es algo que se produzca a repetición. Me parece que la idea de la repetición cíclica no está buena porque tiende a entender la historia con cierta fatalidad. Prefiero el optimismo, en el sentido de no responsabilizar a la sociedad. Si a nuestra sociedad le gusta sucumbir a blancos y negros puede ser porque los fanatismos son mucho más fáciles de ejercer que las dudas.
–Solés usar las redes sociales, en especial X, para expresar tus ideas. ¿Creés que son parte del problema de la violencia que se ejerce en la actualidad?
–Sospecho que, en nuestra época, la comunicación instantánea y permanente también favorece las posturas extremas, superficiales, epidérmicas y emocionales. Creo que vivimos en una época extremadamente emocional y eso no está bueno ni para los que en un momento ganan ni para los que pierden. Por supuesto que es inevitable la emocionalidad, pero no que nos gobierne la emocionalidad por sobre la racionalidad para tomar decisiones políticas o electorales. Me parece que el amor y la indignación no son buenos consejeros ni en la vida de las personas ni en la vida de la sociedad. Por eso me parece interesante estudiar historia del modo más racional y menos afectivo posible. Digamos que las redes tienen dos grandes peligros, que son inevitables: el anonimato y la palabra escrita. Lo que queda escrito deja una marca en la cultura. En mis días optimistas quiero pensar que como humanidad todavía no tenemos experiencia en el manejo de esto, es algo demasiado nuevo y no hemos sido todavía capaces de procesarlo de manera positiva.
"Me parece interesante estudiar historia del modo más racional y menos afectivo posible", dice el "profe" Sacheri
–¿Cómo explicás esto a los alumnos en una clase?
–Te aclaro algo: no creo en la militancia, en esa cosa romántica de “te milito” en el aula. No me lo banco, no me parece que sea bueno. Lo abordo desde el intento de objetividad, que no es neutralidad, desde la pluralidad de enfoques y desde la puesta en duda de la propia postura. Eso sí se puede hacer. Me parece que es importante edificar la tolerancia y creo que aún desde la defensa de grandes valores podemos ser extremadamente intolerantes. Eso genera y viene generando frustraciones fuertes que emergen de la peor manera.
–Con tu experiencia de muchos años como docente, ¿cómo ves a los adolescentes de hoy?
–Viven en un presente muy marcado. Es muy difícil referenciar en un tiempo anterior al propio como si el presente tuviera una densidad y una presencia única. No tienen ni idea del pasado, pero tampoco del pasado cercano. Es un gran desierto; entonces eso es una dificultad. Hay una construcción un poco arquetípica que hacemos los adultos de una juventud intelectualmente inquieta y contestataria; a lo mejor eso existe desplazado a temas muy individuales, no a temas de sociales. Hay reivindicaciones más personales.
–Venís publicando un año una novela y el otro, un libro de Historia. ¿En qué trabajás ahora?
–En la próxima novela me voy a meter con la guerra de Malvinas. Creo que es un tema muy incómodo, que sigue quemando en nuestra sociedad. Me interesa, no porque yo tenga los puños llenos de verdades, sino porque me parece interesante volver a esa sociedad que se embarca con todo en ese proyecto demencial que tiene consecuencias gravísimas. Es un vértigo de 70 y pico de días. Yo tenía 14 años y recuerdo perfectamente lo que pasaba. Quiero meterme no solo con lo que pasó allá, sino con lo que pasó acá como sociedad. Otra cosa que tiene ese tema es que me da la sensación de que Malvinas es el último reducto de identidad compartida. Malvinas y el fútbol.
–Justo te iba a preguntar por el fútbol, la identidad nacional y la violencia, dado que hoy empieza la Copa América. ¿Se desatará un fanatismo tan grande como con el último Mundial?
–No sé si tan grande, porque me parece que es un momento de sosiego al respecto. Creo que, en la la sociedad futbolera, todavía está instalada la gratitud. Como si todavía le dijeran a la Selección: “Gracias por lo que hicieron”. El gran desafío será el próximo Mundial. Con el triunfo se dio como una especie de nacionalismo que no se veía desde Malvinas. Fijate que en el famoso cantito del Mundial, “Muchachos”, la única referencia extra futbolística que se hace son los pibes de Malvinas. Creo que Malvinas comparte con el fútbol ese mito de unidad.

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