Secretos del conurbano: el castillo multicolor con un pasado de boliche que hoy es un gran centro de compras
En San Miguel, desde hace 27 años funciona la Feria Persa
En la Feria Persa de San Miguel se pueden conseguir desde ropa hasta elementos de jardinería; en la década del setenta fue una discoteca
Julián Gorodischer
La Feria Persa se erige sobre las pistas de un antiguo boliche, en San Miguel, y es una de las ocho maravillas del conurbano –según la encuesta que comandó el site The Walking Conurban-. Acá es persona notable Silvio Soldán, con domicilio de infancia a dos cuadras e, insinúan algunos puesteros, “uno de los primeros dueños del boliche Sain Kaleh”, en el principio de los tiempos. La estructura de cupulitas y óvalos, cual torta decorada de “los quince”, se mantiene desde la primera memoria del boliche, que luego fue bingo, y –los últimos 27 años– es feria.
Margarita está hace rato apostada en su banqueta. Lo suyo es el Hindú y los Regionales. Compra en Once al por mayor: de a seis prendas por 20.000 pesos; acá revende a 15.000 o 20.000 pesos por artículo. “Cambió mucho. Antes había más movimiento, más venta, más compra. Ahora bajó un montonazo. Nos tienen que venir a conocer. Escucho que muchos después dicen: ‘¡Qué lindo, ¿cómo no conocía yo esto?!’”.
Entre pasillos alfombrados y música suave, se encuentra calzado, jardinería, marroquinería, mascotas, acuario, deportes, accesorios, y el predio es fuerte en jeans. Margarita vino de Perú a los 18 –hace ya casi 30– a cambiar su vida. Trabajaba en casa de familia. Conoció a su marido por medio de la Iglesia Universal del Reino de Dios. “Ponchos salteños. Fajas para uso de la gente de campo. El neo hippie o hippie chic hace combinar la faja con el hindú. No había eso antes. Yo empecé a cambiar las cosas. A medida que ellos piden, yo voy comprando”, dice.
Alegre transitar
Domingo de 10 a 22: el día fuerte; el horario pico, junto con el sábado a la tarde. Algo de la estructura de mercado remite a los de Lima natal de muchos acá. “Pero allá hay más naturaleza y alimento crudo. No piensen en La Salada; somos minoristas que le vendemos al público. Lo que gusta de nosotros es el trato humano que brindamos”, afirman varios puesteros.
Durante el recorrido, nunca desaparece el eco de Sain Kaleh, su huella profunda en el inconsciente colectivo sanmiguelino: fue uno de los mejores boliches de la zona noroeste. El Gran Castillo, lo llamaban. “Las mejores noches de los 70 y 80″; Sain Kaleh: el mejor boliche de las noche de San Miguel y zona norte de la provincia de esos años. Odaliscas y uno de los dj’s más destacados, Mosquito Correa. Así decía la promoción de los años 70: “En el fantasioso mundo de las mil y una noches, con sus tradiciones, príncipes apuestos y gráciles odaliscas…, Sain Kaleh discoteque, un palacio oriental para bailar y divertirse. Sain Kaleh, una realidad jamás soñada con la mejor música del momento”.
“Lo selecto y lo distinguido en la noche. Sábados Elegante Sport. Desde las 22 hasta tarde, bien tarde”.
“En el año 1983 fue mi primer boliche, como tenía 15 años pude ir un domingo de matinée que arrancaba a las 20 h. y a las 02 cada uno a su casa: un recuerdo inolvidable para mí” (de un paseante que fue púber ahí).
Flâneur popular
Todo bien surtido. César –el paseante- la elige por la cercanía y compra –fiel-en la panadería.
–Sí, cualquier cosa. De ropa a facturas.
Churros, chipá, facturas, pebetes, alfajores. Estamos en el centro geográfico del predio: la panadería; acá vienen los feriantes a desayunar y merendar. Protestan por los sueldos. 8000 pesos por el jornal de doce horas. La panadera fue vendedora de oro, toda la vida. Pasó de la joyería a la feria persa. Su hija estudia Comunicación en la Universidad de Buenos Aires (UBA). “¿Qué tenés para comer?”: es la frase mágica. Llegan dos sándwiches de miga y un churro bañado en chocolate. Masitas secas. Las chicas –otras puesteras– piden yogur porque con lo que ganan no les alcanza para otras proteínas. Tres días, doce horas. “Nada”. $24.000 por semana. “No alcanza. Hace falta diez trabajos más”.
“Nosotras vamos a tomar una sopita instantánea. Nos tiene que alcanzar. Un almuerzo te vale 4000 pesos (una hamburguesa). Pero trabajamos tres días y no vamos a venir a comer. Tenés que ir al bar a pedir agua caliente. Hay muy lindos baños”, dice una puestera.
Gente de a pie
Roberto Bottone, dueño del restaurant Jerjes, el rey persa tiene un público cautivo: “Todos los días abro y tengo una clientela fija de 250 puestos. Hay pizza, empanadas y platos principales, desde milanesas a pastas caseras. La cortesía con los empleados de la feria es de un 20 por ciento. San Miguel no tiene muchas otras opciones de este tipo”. Hoy, en Jerjes el plato del día es un cuarto de pollo a la provenzal con papas a la española, cocinado por Daniel Gabrielli –hermano de Roberto y también chef en Verne, del centro de San Miguel–. Acaba de ser declarado ganador del Mundial de Pizza 2024, en Costa Salguero, y hoy su talento ya no es un secreto a voces pero sí un orgullo de la Feria Persa (y al cierre competía en la categoría “Empanadas”).
Los puesteros no saben si es por la situación económica, pero está llegando al predio todo tipo de clase social. Antes era un rubro de consumo asociado a los llamados “sectores populares”. Se confirma en un recorrido por el estacionamiento: hay autos de alta gama; gente que viene a comprar ropa para la familia completa, sobre todo para los chicos. Él –un papá– compró varios pantalones deportivos a 15.000 pesos. Los puestos que no tienen probadores dan la indumentaria y te la podés ir a probar al baño (muy limpio).
Graciela (de un puesto de confección de jeans) está desde 2006: “Usamos una tela brasileña, vicuña brasilera; un elastizado muy bueno. Hay unas 120 o 130 ventas por fin de semana; además, tengo agencia de quiniela, pero esto es lo que me da de comer”. Carla (de Enteritos para niños) expone sus modelos en cuerpitos de bebotes de los años 50 y 60. Vestidito con volados y moño; telas hipo alergénicas a un promedio de entre $9000 y $12.000. Mucho enterito o camperita de peluche; piel de oso. Una muñeca luce un recibidor: es la primera ropita cuando nacen. La clínica pide que sea blanca, pero acá se puede hacer de colores. “Cuesta más la venta de uno a uno; en La Salada, si pegó el modelo en una hora te vas a tu casa”, me cuenta Carla.
Hora de irse
Cuenta Daniel, el administrador de la Feria Persa: “El 4 de julio de 1997 se inaugura esta feria. Era una idea innovadora para la época. Nadie le creía a Daniel (otro Daniel, el dueño de la empresa Feria Persa, que alquila los puestos y locales) que esto iba a funcionar. Hasta entonces, la feria era muy sobre la calle, muy piso de tierra. Y él se tiró a la pileta. Se la rejugó, todo alfombrado, coqueta; ¡los baños, limpios y amplios! Un restaurant de categoría. Todo es lindo, pulcro. No hay multitud. La circulación, a excepción de los domingos, es delicada”.
A partir de las 20, la gente merma y algunos puesteros están mirando la hora para volver a sus hogares. Pagan alquiler según los metros cuadrados que ocupan y por semana; pueden rotar permanentemente. Si pagan el alquiler, siguen. Daniel controla el equilibrio de los rubros, que no se repitan. Supervisa que esté bien en precios. Si alguien sobrefactura, le exige que lo baje. La referencia es el centro comercial de San Miguel, más barato que en la Capital. Acá un jean debe rondar los 10.000 o 15.000 pesos. “Acá lo destacable es la variedad; te entretenés porque tenés de todo: una lamparita, un destornillador, una caña de pescar”. El acercamiento entre los Danieles se dio por afinidad. El actual administrador atendía, hace diez años, el local de la peluquería, dentro de la Feria Persa: “Lo que me hizo diferente fue que no me acercaba por conveniencia. Nos hicimos amigos. No me atrevería a decir amigos, pero tenemos buena relación”.
En estos 400 metros cuadrados, “hoy todos sobreviven; están haciendo la plancha esperando a salir de esto en lo que estamos. Nadie hace plata acá. Acá se hizo plata, hace muchos años”.
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