Milei sueña con gobernar con robots, mientras “la casta inmunda” avanza
Desde el Congreso, la oposición desafía a un gobierno que rechaza el consenso
Martín Rodríguez Yebra
Javier Milei con con Sundar Pichai, CEO de Google
Javier Milei volvió fascinado de la aventura de turismo VIP en Silicon Valley. Mientras su gobierno se resquebrajaba, entre expulsiones, internas crueles y denuncias resonantes, él quedó obnubilado con una idea que comunicó al volver: la posibilidad de hacer una reforma del Estado con inteligencia artificial.
“Estuvimos hablando con la gente de Google y vamos a estar trabajando en eso”, reveló el martes en la Casa Rosada, como quien revela el antídoto a un drama irresoluble. Los robots vienen marchando, parecía decir, como contraste con la crisis analógica del Ministerio de Capital Humano, envuelto en llamas por la incapacidad de distribuir alimentos entre necesitados y de contratar de manera regular a personas capaces de cumplir las tareas básicas de la administración.
Hizo el anuncio, sin mucho detalle, para responder una pregunta sobre el papel que le dará a Federico Sturzenegger, ministro anunciado pero aún no designado, a quien quiere poner al frente de la desburocratización pero teme que su ingreso al Gabinete reflote viejas disputas con Luis Caputo, el jefe de Economía. Hay que definir los “entornos”, dijo. Habrá querido decir “los contornos”, es decir el espacio de acción de cada uno.
La alusión a la inteligencia artificial conecta con la ilusión de un gobierno sin humanos. El propio presidente se regodeó al día siguiente, ante empresarios y economistas, de que tiene en marcha un ajuste para echar a 75.000 empleados públicos.
En el gobierno libertario se mezclan el ansia por achicar el Estado con una convivencia engorrosa en la primera línea de poder. Hasta ahora ha sido pródigo en renuncias, y conseguir recambios se hace cuesta arriba. “Casi siempre la primera y segunda opción dicen que no. Y con suerte termina aceptando el tercero”, explica una fuente de la administración. La crueldad con que fue despedido el amigo presidencial Nicolás Posse de la Jefatura de Gabinete sumó un antecedente relevante para el futuro.
¿Vendrá la inteligencia artificial al rescate de Milei? El módulo de Google para colaborar con gobiernos apunta, en realidad, a mejorar servicios de atención a la población y ciertos procesos logísticos. Son herramientas experimentales que ya se prueban en algunos países, como Singapur. Pero se vislumbra como una solución insuficiente para el karma que arrastra Milei desde que ganó las elecciones: cómo manejar ese Estado que odia, sin experiencia burocrática, en minoría parlamentaria y con un rechazo visceral al consenso como método de transformación social.
A punto de cumplir seis meses en el poder, esos fantasmas aparecieron todos juntos en su puerta. La crisis en Capital Humano lo obligó a ponerse como escudo de Sandra Pettovello. Sentenció que es “la mejor ministra de la historia” para cortar cualquier debate sobre la idoneidad de su amiga para manejar ese petit gobierno que incluye Desarrollo Social, Educación, Cultura, Trabajo y la Anses. La presenta como la gran abanderada contra la corrupción y atribuye a la guerra que libra con los movimientos sociales las falencias en el reparto de alimentos, el escándalo en la contratación irregular de personal y la trituradora de funcionarios en que se convirtió esa cartera.
“No puede permitirse la sospecha sobre Sandra. La verdadera conexión transversal con el público que lo apoya no pasa por las promesas económicas sino por la lucha contra ‘la casta’. Le pueden tolerar falta de idoneidad o inexperiencia, pero no un caso de corrupción”, resume un dirigente del Pro de diálogo fluido con la Casa Rosada.
Gobernabilidad
Sin zanjar aún esa crisis, se volvieron a encender las alarmas sobre la gobernabilidad que persiguen a Milei desde la campaña.
La aprobación en la Cámara de Diputados de una nueva fórmula de actualización de jubilaciones le pega en la línea de flotación al barco libertario. La hipótesis de que una fuerza externa al Gobierno puede amenazar el plan fiscal de Milei erosiona la confianza nacional e internacional de este sujeto siempre tan imprevisible llamado Argentina.
“¡Me importa tres carajos, les voy a vetar todo!”, amenazó Milei a la conjunción de kirchneristas, radicales y republicanos varios que votaron el proyecto previsional. Se refugió otra vez en el terreno confortable del conflicto, después de ofrecerle aire durante semanas a su nuevo jefe de Gabinete, Guillermo
Francos, para negociar una versión de la Ley Bases capaz de pasar el filtro del Congreso.
Se acaba de largar una carrera para ver quién saca la primera ley de esta era histórica. Si es el demorado y achicado proyecto fundacional de los libertarios o la reforma provocadora de un sector de la oposición. El desinterés del Presidente por la política limitó el juego de sus negociadores para evitar semejante derrota, que puede reproducirse ahora en el Senado a costo cero para los legisladores invitados a levantar la mano.
El veto como arma tiene doble filo. Los rivales del Presidente tienen la posibilidad de insistir con dos tercios de los votos, una meta en teoría posible a juzgar por el resultado de la sesión del martes. Sería una escalada dramática, pero para nada descartable. Sobre todo cuando en lugar de apaciguar, escuchar o contraofertar Milei denuncia a los “degenerados fiscales”, llama a sus rivales “casta inmunda” y sale a prometer más ajustes del gasto, como el padre que amenaza a un hijo a mandarlo a la cama sin comer.
El artilugio del “principio de revelación”, que Milei aplica para revalidarse en contraposición a sus adversarios, pierde frescura. La “casta” acaso esté perdiendo el miedo al escarnio social. El destrato en política es una artilugio que solo funciona durante el éxito de quien lo ejercita.
El mercado se llenó de ruido en las últimas semanas, alimentado por dudas sobre la viabilidad técnica del programa de Caputo y sobre la virtud política de los libertarios para impulsar reformas estructurales.
La incógnita que sobrevuela al mundo financiero refiere a la capacidad de Milei de mantener altas cifras de apoyo popular durante el desierto de la feroz recesión que vive la Argentina. ¿Llegará la recuperación económica antes de que se agote el apoyo al Gobierno? Todo gira alrededor de la variable “tiempo”, como en cualquier proyecto que camina sobre el hielo delgado de la opinión pública.
A Milei esa certeza lo expone a una trampa. Si las cifras de imagen positiva dependen de la baja de la inflación, ¿cómo hará para tomar el riesgo de salir de la receta que lo llevó hasta acá y que empieza a surtir menos efecto? Si sus seguidores aplauden obnubilados sus ataques al Congreso, ¿qué incentivo lo empujará a evitar el pugilato y destrabar, en cambio, un sendero de reformas legales?
Hasta el Fondo Monetario Internacional (FMI) le acaba de advertir a la Argentina sobre la necesidad de ampliar el respaldo a su programa. En Washington cuesta entender que el Presidente no haya siquiera progresado hacia un acuerdo parlamentario con el Pro, el partido más afín a sus ideas económicas y que hasta ahora lo acompaña con lealtad en las discusiones legislativas.
Disrupción
Milei llegó al poder acompañado por una estrategia muy eficiente. Fue capaz de conectar con el humor social de un país hastiado con su dirigencia, demostró un talento muy particular para comunicarse con los desencantados, y la gravedad de la crisis económica resultó tierra fértil para sus ideas de cambio extremo. Entre los activos de su figura se destaca la condición de hombre que no duda y que desconoce los matices.
Es brutal, es inexperto, es extremista y no se calle ante nadie. Un 30% del electorado lo voto por todas esas razones (no a pesar de ellas). Y otra porción casi equivalente se sumó en el balotaje a darle una oportunidad, como instrumento útil de barrer al kirchnerismo del gobierno.
La perplejidad de su oposición y la falta de liderazgos alternativos le ha dado una gigantesca delegación de poder por parte de la ciudadanía.
La derrota parlamentaria de esta semana, sin embargo, puede ser un punto de inflexión. Un primer tabú se rompió cuando los radicales aceptaron votar una ley con el kirchnerismo. Nada peor para un proyecto basado en la salud fiscal que el desafío latente de una administración paralela que está dispuesta a imponer una agenda de gasto desde el Congreso. La sospecha de un plan de desestabilización se instala en la Casa Rosada.
Si se despierta el monstruo de la política, la urgencia de resultados económicos se hará más acuciante. Milei cosecha aplausos por la baja de la inflación, pero las encuestas empiezan a registrar un temor creciente a perder el empleo. Él insiste con la recuperación ya viene y tendrá forma de V. “La foto es horrible pero la película es maravillosa”, insiste.
Minimiza el duelo con sus rivales. “¡Amo ser el topo dentro del Estado! Soy el que destruye el Estado desde adentro, es como estar infiltrado en las filas enemigas”, dijo estos días en una entrevista con el sitio californiano The Free Press.
Repite frases por el estilo como un rockero que toca sus viejos hits. Traza la línea bien clara entre amigos y enemigos, con la esperanza de recibir el aplauso viral de sus seguidores en las redes sociales.
Comunica con la lógica del algoritmo, a la espera de que sus palabras se amplifiquen en la burbuja donde a menudo nos convertimos en marionetas de nuestros propios gustos. Fantasea con el gobierno racional de la inteligencia artificial, que nos libre de las tentaciones humanas que nos han llevado al desastre.
Es un hombre tironeado por sus dos almas. Muy a su pesar, alcanzar el éxito depende menos del agitador que libra la batalla contra el socialismo universal que del estadista accidental obligado a la rutina oficinesca de gestionar un país.
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¿Se gasta el capital simbólico de Milei ante la realidad de la gestión?
La batalla cultural del Presidente busca mantener el aval de sus votantes, pero es alimentada con acciones que no siempre suman a la hora de las soluciones concretas
Adriana Balaguer
Presentación del libro Capitalismo, socialismo y la trama neoclásica" y show del presidente Javier Milei en el luna park
La batalla cultural del gobierno libertario contra el kirchnerismo no terminó en las elecciones. Se libra día a día y se convirtió en una de las bases sobre las que edifica su poder. Diferenciarse de quienes los antecedieron lo es todo. Frente a un pasado en el que el asistencialismo y el reparto de planes sociales fueron herramientas de construcción electoral, el gobierno de Javier Milei se puso como objetivo terminar con “la casta” y denunciar a los “gerentes de la pobreza” que lucran con la intermediación de dinero, comida o cualquier otro beneficio. A los que viven del Estado, ni cabida. Para ellos, el Presidente insiste en la misma respuesta: la motosierra.
Mientras espera que el Congreso le permita mostrar avances con la Ley Bases y la economía aporte resultados, Milei construye su gestión con ladrillos de un nuevo relato convertido en capital simbólico. Un día anuncia que el Centro Cultural CCK pasa a llamarse Palacio de la Libertad. Otro día cruza a artistas como la popular cantante Lali Espósito por cobrar por sus recitales de manos de la política. Un tercero hace un acto en la Casa Rosada para reubicar el busto del expresidente Carlos Menem, elegido referente inmediato del pasado político, en vistas de que la Libertad Avanza no tiene historia propia y necesita construir sus propios hitos en el pasado reciente. Y un cuarto día reúne a sus seguidores en el Luna Park para presentar su último libro, una excusa que le permitió rockear desde el escenario y hablar de economía con el mismo fervor con el que un pastor se dirige a sus fieles.
"El cultivo del capital simbólico se da también afuera del país"
Pero toda construcción simbólica, no importa cuán eficaz resulte, debe contrastarse con la realidad. Y el problema surge, por ejemplo, cuando alimentos a punto de vencer pasan de no repartirse porque existen comedores fantasma a ser, primero, reservorio para catástrofes, y después, la causa por la que un funcionario es despedido y denunciado judicialmente por su jefa, la ministra de Capital Humano, Sandra Pettovello. Detrás de las fallas en la gestión, la construcción de un nuevo discurso trastabilla.
“Todos los gobiernos buscan construir capital simbólico, particularmente a partir de la promoción de determinados valores e ideas que dan lugar a su cosmovisión sobre la realidad”, explica Facundo Cruz, politólogo, docente de la UBA y la Universidad Torcuato Di Tella (UTDT). “También lo hacen con políticas públicas, sobre las cuales dan forma a una mística propia. Milei y su gobierno no escapan a eso, con una salvedad: son pocos los resultados que pueden mostrar hoy en términos de políticas públicas. La mayor parte de su capital simbólico se apoya en la promoción de valores e ideas propios, en su revolución cultural libertaria, que implica un giro de 180° en comparación a las últimas décadas argentinas”.
A la lista de acciones políticas devenidas en “símbolos libertarios”, Cruz considera que hay que agregar el protocolo antipiquetes y la línea de denuncias para quienes pueden estar forzados a ir a marchas y movilizaciones. “Con esas medidas el Gobierno se arroga como propio el logro de haber descubierto una red, cuando en rigor es la Justicia quien lo hizo. Este es un ejemplo –destaca– que muestra una forma de construir y sostener capital simbólico: destapar una olla que, en realidad, compete a otro poder, y todo para sostener ese capital indispensable cuando aún las políticas públicas concretas escasean”.
Este cultivo de capital simbólico también se verifica puertas afuera de la Argentina. Milei apoyando a Israel en pleno conflicto bélico con Hamas. Milei orador estrella en el Congreso de Vox, el partido más conservador de España, tras pelearse con el presidente del gobierno español, el socialista Pedro Sánchez. Milei en decenas de fotos con Elon Musk, representante indiscutible de la industria tecnológica global, ante quien muestra a la Argentina como un lugar ideal para sus negocios gracias al cambio que asegura estar llevando a cabo.
"Milei hackeó el sistema. Es una startup, como Uber”, dice Olivetto"
En esos escenarios da respuestas teóricas de manual a problemas de coyuntura social de su país: “¿Ustedes se creen que la gente es tan idiota que no va a poder decidir? Va a llegar un momento donde se va a morir de hambre, con lo cual va a decidir de alguna manera para no morirse. No necesito que alguien intervenga para resolverme la externalidad de consumo, porque a la postre alguien lo va a resolver”, dijo Milei hace apenas unas semanas durante su discurso en el Instituto Hoover de la Universidad de Stanford, en San Francisco, California. Recibió aplausos de una audiencia que habla su mismo idioma.
Lógica tecno
“Milei hackeó el sistema. Es una startup, como Uber, como un Arbnb, como fue Spotify. Encontró un modelo que producía mucha insatisfacción. Le hablaron directamente al usuario, en este caso a los ciudadanos, le propusieron una manera diferente de hacer las cosas y los ciudadanos le dieron la derecha. Algunas de estas startups funcionaron muy bien, otras no. Eso es lo que hoy está en debate. Pero que Milei sigue la lógica de las startup, que es velocidad exponencial y proponer algo diferente, está claro. No cabe dudas que hay una conexión entre la lógica Milei y la lógica de la tecnología”, dijo en una entrevista reciente en Radio Rivadavia el consultor Guillermo Olivetto, experto en tendencias y análisis del comportamiento humano.
Además de sus peleas con algunos líderes mundiales, Milei también ha sido noticia por sus encuentros con personalidades famosas, como el empresario Elon Musk
Para el ensayista Alejandro Katz, hay que considerar que “estamos ante un gobierno cuyos principales objetivos no deben leerse en el terreno económico sino en el terreno social”. De acuerdo a su mirada, “los cambios económicos a los que aspira serán posibles solo si previamente se realizan transformaciones sociales profundas”. Entre ellas, la primera consiste en la “latinoamericanización de los vínculos sociales y de las expectativas de la sociedad”. ¿Qué quiere decir esto? Según Katz, “el Gobierno pretende que cada sector social acepte que el sitio en el que está es ‘el que le corresponde’ y, al aceptarlo, se termine con la extendida creencia de que la movilidad social es no solo algo posible sino exigible”. Por eso, señala que “las principales batallas del Gobierno se están librando en el terreno de lo imaginario, de lo simbólico, no de lo material”.
"La reactivación económica es todavía una promesa"
Eso lo lleva a cometer errores. Por ejemplo, creer que la marcha universitaria no tenía nada que ver con el capital simbólico. Olivetto lo explica así: " En una era dominada por la narrativa, lo visual y las redes, la batalla cultural es clave. Peter Drucker decía que la cultura se come a la estrategia para el desayuno. Estaba hablando de las empresas pero, en definitiva, si sos un presidente que quiere impulsar una agenda de cambios, los primeros que se la tienen que apropiar son quienes los tienen que llevar a cabo. La batalla cultural es muy relevante, después hay que ver cómo termina. Y tal vez pueda haber en ese proceso aciertos y errores, como fue el tema de la universidad. Ahí el Gobierno creyó que estaba peleando con la política cuando en verdad se estaba peleando con el ADN de la argentinidad, que es la movilidad social ascendente”.
Ganar tiempo
Otros consideran que en realidad la batalla cultural, a la que hay que alimentar con capital simbólico, solo sirve como un placebo mientras continúa el tiempo del ajuste y los resultados económicos que alivien el sacrificio de la sociedad se hacen esperar. Para los críticos, se trata de una nueva reversión del pan y circo, pero con menos pan. Una manera de ganar tiempo hasta que los cambios de la economía sean más visibles.
Por el momento solo se verifica una baja sensible de la inflación. En algunos sectores la recesión está siendo más larga de lo esperado por el Gobierno, y la reactivación es todavía una promesa o una expectativa. En este sentido, el analista político Sergio Berensztein propone hacer una pregunta contrafáctica: “¿De qué sirve la batalla cultural si la economía no se recupera?”. Y para responderla recurre a la experiencia: “A fines de los años noventa nadie habló de cambio cultural en la Argentina, a pesar de que se estaba viviendo un momento promercado y aperturista en términos económicos. Y lo que vino después de 2001 demostró que el cambio cultural no había sido tal y que la crisis estaba nuevamente entre nosotros”. Por eso, Berensztein aconseja ser “más prudente” a la hora de establecer esta clase de paradigmas. “Quizá tienen importancia en lo político y te dan idea de trascendencia, pero en la práctica te pueden llevar a cometer profundos errores”.
En el marco de su gira por Estados Unidos con Pichai
La otra pregunta del millón es qué se entiende por batalla cultural, por cambio cultural. “¿Cambio cultural es que la gente vote al chavismo y después siete millones de venezolanos tengan que irse de Venezuela? ¿De qué estamos hablando? ¿De una idea que se pone de moda, que tiene un momento de expansión, de hegemonía, y después pasa? Entonces es una moda, no es un cambio cultural. ¿Cambio cultural es que la Argentina haya votado dos décadas gobiernos de centro izquierda? Bueno, se revirtió totalmente y hoy el kirchnerismo es una especie de mancha venenosa. Para Marcos Peña, cambio cultural era que la gente hubiera votado a Macri. Nosotros tenemos solo que administrar, decía, esto va de abajo hacia arriba, hay una ola. Una pavada total”, dice Berensztein. “En estos casos es importante distinguir lo transitorio de lo permanente. Y recordar que la democracia es así, hay momentos, alternancias, situaciones inesperadas. Por eso es muy pretencioso hablar de cambio cultural”.
Manuel Zunino, sociólogo y docente, especializado en Estado, gobierno y democracia, hace hincapié en la importancia de los consensos a la hora de construir transformaciones que perduren en el tiempo. “Toda imposición, sea de un lado o del otro, como ponerle o sacarle el nombre a algo, genera resistencias y termina reforzando posturas contrarias y antagónicas. Es imposible transformar de manera radical una sociedad y sus parámetros culturales, mucho más en el corto plazo y solo a través de la imposición de medidas de gobierno. Si el objetivo del Gobierno fuera producir un cambio sociocultural a partir de estas acciones, tendrá un éxito relativo, porque las trasformaciones perdurables se producen construyendo consensos”.
¿Por que el Presidente necesita y busca promover estas acciones de alta carga simbólica? “Se trata de gestos políticos coyunturales que se explican por el principal desafío que tiene Milei en este momento, que es hegemonizar el campo antiperonista”, dice Zunino. “Es un espacio en disputa con Mauricio Macri [actual presidente de PRO] en el que tiene dominio parcial, y por eso necesita convertir su alianza electoral y parlamentaria con los sectores más duros de Juntos por el Cambio en algo más estable”.
Volvemos a la construcción de antagonismos. “Milei quiere conformar un nuevo esquema de polarización que lo ubique a él como lo nuevo y el futuro mientras el kirchnerismo represente el pasado”, resume Zunino. “La misma idea de batalla cultural, un término gramsciano utilizado por el kirchnerismo con fuerza durante el periodo 2011-2015, y su actual apropiación por parte de Milei, me parece solo una chicana con la que se busca alimentar la confrontación”.
Javier Milei volvió fascinado de la aventura de turismo VIP en Silicon Valley. Mientras su gobierno se resquebrajaba, entre expulsiones, internas crueles y denuncias resonantes, él quedó obnubilado con una idea que comunicó al volver: la posibilidad de hacer una reforma del Estado con inteligencia artificial.
“Estuvimos hablando con la gente de Google y vamos a estar trabajando en eso”, reveló el martes en la Casa Rosada, como quien revela el antídoto a un drama irresoluble. Los robots vienen marchando, parecía decir, como contraste con la crisis analógica del Ministerio de Capital Humano, envuelto en llamas por la incapacidad de distribuir alimentos entre necesitados y de contratar de manera regular a personas capaces de cumplir las tareas básicas de la administración.
Hizo el anuncio, sin mucho detalle, para responder una pregunta sobre el papel que le dará a Federico Sturzenegger, ministro anunciado pero aún no designado, a quien quiere poner al frente de la desburocratización pero teme que su ingreso al Gabinete reflote viejas disputas con Luis Caputo, el jefe de Economía. Hay que definir los “entornos”, dijo. Habrá querido decir “los contornos”, es decir el espacio de acción de cada uno.
La alusión a la inteligencia artificial conecta con la ilusión de un gobierno sin humanos. El propio presidente se regodeó al día siguiente, ante empresarios y economistas, de que tiene en marcha un ajuste para echar a 75.000 empleados públicos.
En el gobierno libertario se mezclan el ansia por achicar el Estado con una convivencia engorrosa en la primera línea de poder. Hasta ahora ha sido pródigo en renuncias, y conseguir recambios se hace cuesta arriba. “Casi siempre la primera y segunda opción dicen que no. Y con suerte termina aceptando el tercero”, explica una fuente de la administración. La crueldad con que fue despedido el amigo presidencial Nicolás Posse de la Jefatura de Gabinete sumó un antecedente relevante para el futuro.
¿Vendrá la inteligencia artificial al rescate de Milei? El módulo de Google para colaborar con gobiernos apunta, en realidad, a mejorar servicios de atención a la población y ciertos procesos logísticos. Son herramientas experimentales que ya se prueban en algunos países, como Singapur. Pero se vislumbra como una solución insuficiente para el karma que arrastra Milei desde que ganó las elecciones: cómo manejar ese Estado que odia, sin experiencia burocrática, en minoría parlamentaria y con un rechazo visceral al consenso como método de transformación social.
A punto de cumplir seis meses en el poder, esos fantasmas aparecieron todos juntos en su puerta. La crisis en Capital Humano lo obligó a ponerse como escudo de Sandra Pettovello. Sentenció que es “la mejor ministra de la historia” para cortar cualquier debate sobre la idoneidad de su amiga para manejar ese petit gobierno que incluye Desarrollo Social, Educación, Cultura, Trabajo y la Anses. La presenta como la gran abanderada contra la corrupción y atribuye a la guerra que libra con los movimientos sociales las falencias en el reparto de alimentos, el escándalo en la contratación irregular de personal y la trituradora de funcionarios en que se convirtió esa cartera.
“No puede permitirse la sospecha sobre Sandra. La verdadera conexión transversal con el público que lo apoya no pasa por las promesas económicas sino por la lucha contra ‘la casta’. Le pueden tolerar falta de idoneidad o inexperiencia, pero no un caso de corrupción”, resume un dirigente del Pro de diálogo fluido con la Casa Rosada.
Gobernabilidad
Sin zanjar aún esa crisis, se volvieron a encender las alarmas sobre la gobernabilidad que persiguen a Milei desde la campaña.
La aprobación en la Cámara de Diputados de una nueva fórmula de actualización de jubilaciones le pega en la línea de flotación al barco libertario. La hipótesis de que una fuerza externa al Gobierno puede amenazar el plan fiscal de Milei erosiona la confianza nacional e internacional de este sujeto siempre tan imprevisible llamado Argentina.
“¡Me importa tres carajos, les voy a vetar todo!”, amenazó Milei a la conjunción de kirchneristas, radicales y republicanos varios que votaron el proyecto previsional. Se refugió otra vez en el terreno confortable del conflicto, después de ofrecerle aire durante semanas a su nuevo jefe de Gabinete, Guillermo
Francos, para negociar una versión de la Ley Bases capaz de pasar el filtro del Congreso.
Se acaba de largar una carrera para ver quién saca la primera ley de esta era histórica. Si es el demorado y achicado proyecto fundacional de los libertarios o la reforma provocadora de un sector de la oposición. El desinterés del Presidente por la política limitó el juego de sus negociadores para evitar semejante derrota, que puede reproducirse ahora en el Senado a costo cero para los legisladores invitados a levantar la mano.
El veto como arma tiene doble filo. Los rivales del Presidente tienen la posibilidad de insistir con dos tercios de los votos, una meta en teoría posible a juzgar por el resultado de la sesión del martes. Sería una escalada dramática, pero para nada descartable. Sobre todo cuando en lugar de apaciguar, escuchar o contraofertar Milei denuncia a los “degenerados fiscales”, llama a sus rivales “casta inmunda” y sale a prometer más ajustes del gasto, como el padre que amenaza a un hijo a mandarlo a la cama sin comer.
El artilugio del “principio de revelación”, que Milei aplica para revalidarse en contraposición a sus adversarios, pierde frescura. La “casta” acaso esté perdiendo el miedo al escarnio social. El destrato en política es una artilugio que solo funciona durante el éxito de quien lo ejercita.
El mercado se llenó de ruido en las últimas semanas, alimentado por dudas sobre la viabilidad técnica del programa de Caputo y sobre la virtud política de los libertarios para impulsar reformas estructurales.
La incógnita que sobrevuela al mundo financiero refiere a la capacidad de Milei de mantener altas cifras de apoyo popular durante el desierto de la feroz recesión que vive la Argentina. ¿Llegará la recuperación económica antes de que se agote el apoyo al Gobierno? Todo gira alrededor de la variable “tiempo”, como en cualquier proyecto que camina sobre el hielo delgado de la opinión pública.
A Milei esa certeza lo expone a una trampa. Si las cifras de imagen positiva dependen de la baja de la inflación, ¿cómo hará para tomar el riesgo de salir de la receta que lo llevó hasta acá y que empieza a surtir menos efecto? Si sus seguidores aplauden obnubilados sus ataques al Congreso, ¿qué incentivo lo empujará a evitar el pugilato y destrabar, en cambio, un sendero de reformas legales?
Hasta el Fondo Monetario Internacional (FMI) le acaba de advertir a la Argentina sobre la necesidad de ampliar el respaldo a su programa. En Washington cuesta entender que el Presidente no haya siquiera progresado hacia un acuerdo parlamentario con el Pro, el partido más afín a sus ideas económicas y que hasta ahora lo acompaña con lealtad en las discusiones legislativas.
Disrupción
Milei llegó al poder acompañado por una estrategia muy eficiente. Fue capaz de conectar con el humor social de un país hastiado con su dirigencia, demostró un talento muy particular para comunicarse con los desencantados, y la gravedad de la crisis económica resultó tierra fértil para sus ideas de cambio extremo. Entre los activos de su figura se destaca la condición de hombre que no duda y que desconoce los matices.
Es brutal, es inexperto, es extremista y no se calle ante nadie. Un 30% del electorado lo voto por todas esas razones (no a pesar de ellas). Y otra porción casi equivalente se sumó en el balotaje a darle una oportunidad, como instrumento útil de barrer al kirchnerismo del gobierno.
La perplejidad de su oposición y la falta de liderazgos alternativos le ha dado una gigantesca delegación de poder por parte de la ciudadanía.
La derrota parlamentaria de esta semana, sin embargo, puede ser un punto de inflexión. Un primer tabú se rompió cuando los radicales aceptaron votar una ley con el kirchnerismo. Nada peor para un proyecto basado en la salud fiscal que el desafío latente de una administración paralela que está dispuesta a imponer una agenda de gasto desde el Congreso. La sospecha de un plan de desestabilización se instala en la Casa Rosada.
Si se despierta el monstruo de la política, la urgencia de resultados económicos se hará más acuciante. Milei cosecha aplausos por la baja de la inflación, pero las encuestas empiezan a registrar un temor creciente a perder el empleo. Él insiste con la recuperación ya viene y tendrá forma de V. “La foto es horrible pero la película es maravillosa”, insiste.
Minimiza el duelo con sus rivales. “¡Amo ser el topo dentro del Estado! Soy el que destruye el Estado desde adentro, es como estar infiltrado en las filas enemigas”, dijo estos días en una entrevista con el sitio californiano The Free Press.
Repite frases por el estilo como un rockero que toca sus viejos hits. Traza la línea bien clara entre amigos y enemigos, con la esperanza de recibir el aplauso viral de sus seguidores en las redes sociales.
Comunica con la lógica del algoritmo, a la espera de que sus palabras se amplifiquen en la burbuja donde a menudo nos convertimos en marionetas de nuestros propios gustos. Fantasea con el gobierno racional de la inteligencia artificial, que nos libre de las tentaciones humanas que nos han llevado al desastre.
Es un hombre tironeado por sus dos almas. Muy a su pesar, alcanzar el éxito depende menos del agitador que libra la batalla contra el socialismo universal que del estadista accidental obligado a la rutina oficinesca de gestionar un país.
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¿Se gasta el capital simbólico de Milei ante la realidad de la gestión?
La batalla cultural del Presidente busca mantener el aval de sus votantes, pero es alimentada con acciones que no siempre suman a la hora de las soluciones concretas
Adriana Balaguer
La batalla cultural del gobierno libertario contra el kirchnerismo no terminó en las elecciones. Se libra día a día y se convirtió en una de las bases sobre las que edifica su poder. Diferenciarse de quienes los antecedieron lo es todo. Frente a un pasado en el que el asistencialismo y el reparto de planes sociales fueron herramientas de construcción electoral, el gobierno de Javier Milei se puso como objetivo terminar con “la casta” y denunciar a los “gerentes de la pobreza” que lucran con la intermediación de dinero, comida o cualquier otro beneficio. A los que viven del Estado, ni cabida. Para ellos, el Presidente insiste en la misma respuesta: la motosierra.
Mientras espera que el Congreso le permita mostrar avances con la Ley Bases y la economía aporte resultados, Milei construye su gestión con ladrillos de un nuevo relato convertido en capital simbólico. Un día anuncia que el Centro Cultural CCK pasa a llamarse Palacio de la Libertad. Otro día cruza a artistas como la popular cantante Lali Espósito por cobrar por sus recitales de manos de la política. Un tercero hace un acto en la Casa Rosada para reubicar el busto del expresidente Carlos Menem, elegido referente inmediato del pasado político, en vistas de que la Libertad Avanza no tiene historia propia y necesita construir sus propios hitos en el pasado reciente. Y un cuarto día reúne a sus seguidores en el Luna Park para presentar su último libro, una excusa que le permitió rockear desde el escenario y hablar de economía con el mismo fervor con el que un pastor se dirige a sus fieles.
"El cultivo del capital simbólico se da también afuera del país"
Pero toda construcción simbólica, no importa cuán eficaz resulte, debe contrastarse con la realidad. Y el problema surge, por ejemplo, cuando alimentos a punto de vencer pasan de no repartirse porque existen comedores fantasma a ser, primero, reservorio para catástrofes, y después, la causa por la que un funcionario es despedido y denunciado judicialmente por su jefa, la ministra de Capital Humano, Sandra Pettovello. Detrás de las fallas en la gestión, la construcción de un nuevo discurso trastabilla.
“Todos los gobiernos buscan construir capital simbólico, particularmente a partir de la promoción de determinados valores e ideas que dan lugar a su cosmovisión sobre la realidad”, explica Facundo Cruz, politólogo, docente de la UBA y la Universidad Torcuato Di Tella (UTDT). “También lo hacen con políticas públicas, sobre las cuales dan forma a una mística propia. Milei y su gobierno no escapan a eso, con una salvedad: son pocos los resultados que pueden mostrar hoy en términos de políticas públicas. La mayor parte de su capital simbólico se apoya en la promoción de valores e ideas propios, en su revolución cultural libertaria, que implica un giro de 180° en comparación a las últimas décadas argentinas”.
A la lista de acciones políticas devenidas en “símbolos libertarios”, Cruz considera que hay que agregar el protocolo antipiquetes y la línea de denuncias para quienes pueden estar forzados a ir a marchas y movilizaciones. “Con esas medidas el Gobierno se arroga como propio el logro de haber descubierto una red, cuando en rigor es la Justicia quien lo hizo. Este es un ejemplo –destaca– que muestra una forma de construir y sostener capital simbólico: destapar una olla que, en realidad, compete a otro poder, y todo para sostener ese capital indispensable cuando aún las políticas públicas concretas escasean”.
Este cultivo de capital simbólico también se verifica puertas afuera de la Argentina. Milei apoyando a Israel en pleno conflicto bélico con Hamas. Milei orador estrella en el Congreso de Vox, el partido más conservador de España, tras pelearse con el presidente del gobierno español, el socialista Pedro Sánchez. Milei en decenas de fotos con Elon Musk, representante indiscutible de la industria tecnológica global, ante quien muestra a la Argentina como un lugar ideal para sus negocios gracias al cambio que asegura estar llevando a cabo.
"Milei hackeó el sistema. Es una startup, como Uber”, dice Olivetto"
En esos escenarios da respuestas teóricas de manual a problemas de coyuntura social de su país: “¿Ustedes se creen que la gente es tan idiota que no va a poder decidir? Va a llegar un momento donde se va a morir de hambre, con lo cual va a decidir de alguna manera para no morirse. No necesito que alguien intervenga para resolverme la externalidad de consumo, porque a la postre alguien lo va a resolver”, dijo Milei hace apenas unas semanas durante su discurso en el Instituto Hoover de la Universidad de Stanford, en San Francisco, California. Recibió aplausos de una audiencia que habla su mismo idioma.
Lógica tecno
“Milei hackeó el sistema. Es una startup, como Uber, como un Arbnb, como fue Spotify. Encontró un modelo que producía mucha insatisfacción. Le hablaron directamente al usuario, en este caso a los ciudadanos, le propusieron una manera diferente de hacer las cosas y los ciudadanos le dieron la derecha. Algunas de estas startups funcionaron muy bien, otras no. Eso es lo que hoy está en debate. Pero que Milei sigue la lógica de las startup, que es velocidad exponencial y proponer algo diferente, está claro. No cabe dudas que hay una conexión entre la lógica Milei y la lógica de la tecnología”, dijo en una entrevista reciente en Radio Rivadavia el consultor Guillermo Olivetto, experto en tendencias y análisis del comportamiento humano.

Para el ensayista Alejandro Katz, hay que considerar que “estamos ante un gobierno cuyos principales objetivos no deben leerse en el terreno económico sino en el terreno social”. De acuerdo a su mirada, “los cambios económicos a los que aspira serán posibles solo si previamente se realizan transformaciones sociales profundas”. Entre ellas, la primera consiste en la “latinoamericanización de los vínculos sociales y de las expectativas de la sociedad”. ¿Qué quiere decir esto? Según Katz, “el Gobierno pretende que cada sector social acepte que el sitio en el que está es ‘el que le corresponde’ y, al aceptarlo, se termine con la extendida creencia de que la movilidad social es no solo algo posible sino exigible”. Por eso, señala que “las principales batallas del Gobierno se están librando en el terreno de lo imaginario, de lo simbólico, no de lo material”.
"La reactivación económica es todavía una promesa"
Eso lo lleva a cometer errores. Por ejemplo, creer que la marcha universitaria no tenía nada que ver con el capital simbólico. Olivetto lo explica así: " En una era dominada por la narrativa, lo visual y las redes, la batalla cultural es clave. Peter Drucker decía que la cultura se come a la estrategia para el desayuno. Estaba hablando de las empresas pero, en definitiva, si sos un presidente que quiere impulsar una agenda de cambios, los primeros que se la tienen que apropiar son quienes los tienen que llevar a cabo. La batalla cultural es muy relevante, después hay que ver cómo termina. Y tal vez pueda haber en ese proceso aciertos y errores, como fue el tema de la universidad. Ahí el Gobierno creyó que estaba peleando con la política cuando en verdad se estaba peleando con el ADN de la argentinidad, que es la movilidad social ascendente”.
Ganar tiempo
Otros consideran que en realidad la batalla cultural, a la que hay que alimentar con capital simbólico, solo sirve como un placebo mientras continúa el tiempo del ajuste y los resultados económicos que alivien el sacrificio de la sociedad se hacen esperar. Para los críticos, se trata de una nueva reversión del pan y circo, pero con menos pan. Una manera de ganar tiempo hasta que los cambios de la economía sean más visibles.
Por el momento solo se verifica una baja sensible de la inflación. En algunos sectores la recesión está siendo más larga de lo esperado por el Gobierno, y la reactivación es todavía una promesa o una expectativa. En este sentido, el analista político Sergio Berensztein propone hacer una pregunta contrafáctica: “¿De qué sirve la batalla cultural si la economía no se recupera?”. Y para responderla recurre a la experiencia: “A fines de los años noventa nadie habló de cambio cultural en la Argentina, a pesar de que se estaba viviendo un momento promercado y aperturista en términos económicos. Y lo que vino después de 2001 demostró que el cambio cultural no había sido tal y que la crisis estaba nuevamente entre nosotros”. Por eso, Berensztein aconseja ser “más prudente” a la hora de establecer esta clase de paradigmas. “Quizá tienen importancia en lo político y te dan idea de trascendencia, pero en la práctica te pueden llevar a cometer profundos errores”.

La otra pregunta del millón es qué se entiende por batalla cultural, por cambio cultural. “¿Cambio cultural es que la gente vote al chavismo y después siete millones de venezolanos tengan que irse de Venezuela? ¿De qué estamos hablando? ¿De una idea que se pone de moda, que tiene un momento de expansión, de hegemonía, y después pasa? Entonces es una moda, no es un cambio cultural. ¿Cambio cultural es que la Argentina haya votado dos décadas gobiernos de centro izquierda? Bueno, se revirtió totalmente y hoy el kirchnerismo es una especie de mancha venenosa. Para Marcos Peña, cambio cultural era que la gente hubiera votado a Macri. Nosotros tenemos solo que administrar, decía, esto va de abajo hacia arriba, hay una ola. Una pavada total”, dice Berensztein. “En estos casos es importante distinguir lo transitorio de lo permanente. Y recordar que la democracia es así, hay momentos, alternancias, situaciones inesperadas. Por eso es muy pretencioso hablar de cambio cultural”.
Manuel Zunino, sociólogo y docente, especializado en Estado, gobierno y democracia, hace hincapié en la importancia de los consensos a la hora de construir transformaciones que perduren en el tiempo. “Toda imposición, sea de un lado o del otro, como ponerle o sacarle el nombre a algo, genera resistencias y termina reforzando posturas contrarias y antagónicas. Es imposible transformar de manera radical una sociedad y sus parámetros culturales, mucho más en el corto plazo y solo a través de la imposición de medidas de gobierno. Si el objetivo del Gobierno fuera producir un cambio sociocultural a partir de estas acciones, tendrá un éxito relativo, porque las trasformaciones perdurables se producen construyendo consensos”.
¿Por que el Presidente necesita y busca promover estas acciones de alta carga simbólica? “Se trata de gestos políticos coyunturales que se explican por el principal desafío que tiene Milei en este momento, que es hegemonizar el campo antiperonista”, dice Zunino. “Es un espacio en disputa con Mauricio Macri [actual presidente de PRO] en el que tiene dominio parcial, y por eso necesita convertir su alianza electoral y parlamentaria con los sectores más duros de Juntos por el Cambio en algo más estable”.
Volvemos a la construcción de antagonismos. “Milei quiere conformar un nuevo esquema de polarización que lo ubique a él como lo nuevo y el futuro mientras el kirchnerismo represente el pasado”, resume Zunino. “La misma idea de batalla cultural, un término gramsciano utilizado por el kirchnerismo con fuerza durante el periodo 2011-2015, y su actual apropiación por parte de Milei, me parece solo una chicana con la que se busca alimentar la confrontación”.
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