
Josephine Baker, la bailarina de cabaret que se convirtió en una diva internacional con una misión secreta
Josephine Baker cautivó al público francés con sus danzas exóticas y sensuales y años después fue honrada como heroína de guerra
La sublime bailarina, actriz y cantante franco-americana se destacó además como agente secreta de la Resistencia francesa durante la Segunda Guerra Mundial
Ramiro Pellet Lastra
La danza era lo suyo. Bailando salió de la miseria de su Missouri natal. Bailando se hizo camino a Broadway, y bailando desembarcó en París, donde siguió bailando y donde se hizo actriz y cantante. Josephine Baker, una de las grandes artistas del siglo XX, una diva que salió de la nada y lo tuvo todo, asumiría también en Francia un oficio donde demostró ser tan talentosa como en el escenario.
Nada hacía pensar que esta encantadora mujer, que emergió de un ambiente de segregación y violencia contra los afroamericanos en Estados Unidos, y que gracias a su magia frecuentó la bohemia y la sociedad de los años locos parisinos en esa desenfrenada década de 1920, arriesgaría su carrera y su vida para transformarse, de la noche a la mañana, en agente de la inteligencia francesa.
Josephine Baker había llegado a París en 1925, a los 19 años, y sus sensuales movimientos al ritmo de charleston dejaron con la boca abierta a los exigentes parisinos, que la veían contonearse en el Folies Bergère, solo ataviada con plumas de avestruz o su icónico cinturón de bananas, un exotismo que hacía estallar los cabarets, los teatros y los cines de la ciudad. Se centró luego en el canto, y en eso también fue grande, inmensa, y cantaría por siempre.

“París era un gran centro de irradiación cultural, y Francia era refugio de los artistas de raza negra americanos. Josephine Baker deslumbró por su figura espectacular, sus movimientos, sus gestos actorales. Era graciosa y carismática, distinta y atractiva”, dijo Carlos Inzillo, referente del jazz en la Argentina y director desde 1984 del ciclo de conciertos Jazzología en el Centro Cultural San Martín.
Pero los años locos no podían durar para siempre. Europa se ensombreció con el cambio de década y vio el ascenso inexorable del nazismo. Hacia fines de 1939, cuando estalló la guerra, un alto oficial del espionaje francés, el comandante Jacques Abtey, la reclutó para el servicio secreto contra el enemigo alemán.
Deuda de gratitud
¿Una bailarina de vaudeville convertida en espía? Josephine no se lo cuestionó. Había obtenido dos años antes la nacionalidad francesa, completando el ciclo de enamoramiento mutuo, del país y la artista, que comenzó al momento de desembarcar en París. Nadie la maltrataba. Nadie la segregaba. Era rica y triunfante, amada y feliz. Se sentía agradecida y en deuda con el abrazo de su patria de adopción, viniendo de una infancia de rechazos. Ponerse generosamente a su servicio estaba fuera de duda.
“Todo lo que quería era servir al país con el que siempre tendré una deuda de gratitud. Francia hizo de mí lo que soy, al margen de todo prejuicio. Estaba dispuesta a darle mi vida”, escribió Josephine en sus memorias.
La historiadora británica Hanna Diamond, profesora de la Universidad de Cardiff y experta en la Francia de aquellos años, explicóque otro elemento crucial que la volcó al mundo del espionaje, además del amor incondicional a su nuevo país, fue el horror al delirio racial.
“Casada en 1937 con Jean Lion, un judío francés, era consciente del antisemitismo que propugnaban los nazis, así como de su racismo, que experimentó de primera mano cuando visitó Alemania y Austria en 1929. Su determinación de luchar por la libertad de quienes eran blanco de los nazis apuntaló su apoyo al esfuerzo bélico de los aliados”, dijo Diamond, quien escribió un libro sobre la diva próximo a publicarse: Josephine Baker’s Secret War: The African American Star Who Fought For France and Freedom.
¿Qué tenía que hacer? Frecuentar los altos círculos, aprovechando su acceso como estrella internacional a las galas de la diplomacia, a los salones exclusivos, y recabar información de oficiales extranjeros. En los primeros meses, parte de su acción sería, por ejemplo, entrar en contacto con japoneses e italianos, cuyos países aún no estaban en guerra, y tantear sus posiciones.

Era el comienzo de un compromiso con el esfuerzo de guerra francés en distintas áreas. También se incorporó a la Cruz Roja y daba conciertos a los soldados en el frente. Desde entonces combinaría de alguna manera sus espectáculos con el espionaje, sus dotes de artista con los de espía, que se le daba bien. ¿Acaso había diferencia? Se trataba, en los dos casos, de representar un papel.
Claro que un movimiento en falso en este suelo resbaladizo del mundo del espionaje era un adiós definitivo. El resultado de una equivocación, de un desliz, de una delación en su contra, sería el encierro, la tortura y la muerte.
Facilidad de movimientos
El Servicio Histórico de la Defensa francés tiene bien rastreadas las andanzas de Baker en el barro del espionaje, con documentos donde enumera sus misiones y tareas. Los informes señalan que el comandante Abtey le pidió continuar en la clandestinidad sus actividades debido a su facilidad de movimientos por los países en guerra. Nadie iba a sospechar de una diva del espectáculo.
El jefe de espías se haría pasar por su manager, con lo que se desplazaría libremente por Europa de la mano de Baker, ambos con informes a cuestas que debían ser entregados a contactos aliados. “Un mes más tarde, llevó de gira por España y Portugal a una ‘troupe’ formada por Jacques Abtey y otros agentes de inteligencia al servicio de los aliados”, dicen los archivos.
Baker, quien había protagonizado varias películas, hizo el papel de su vida a bordo del tren camino a Lisboa. Cerca de la frontera con España, un grupo de soldados avanzaba por los vagones pidiendo documentos a los pasajeros. Abtey temía ser descubierto. La misma Baker estaba en riesgo de quedar expuesta, porque llevaba información en su ropa interior y mensajes cifrados en sus partituras, un sistema que le dio buen resultado a lo largo del conflicto.
“¡Documentos!”, ordenó el jefe del grupo. Josephine se enderezó y le mostró una sonrisa deslumbrante, de esas con las que desarmaba a los espectadores desde las tablas del Folies Bergère. “¡Pero si sos Josephine Baker!”, se asombró el oficial. Sus compañeros se arracimaron alrededor de la estrella, y ahora, en lugar de documentos, le pedían autógrafos. La suerte les sonreía. Habían conocido en persona a la Venus Negra, como también se la conocía en Francia, que desparramaba su encanto.
“Podía ayudar ser Josephine Baker. Los aduaneros me hacían grandes sonrisas y me pedían papeles, pero eran autógrafos. Y voilà, yo había transmitido los planos como una carta en el correo”, dijo la diva en sus memorias.

También se cuenta una escena similar en el Château des Milandes, el castillo del siglo XV que Baker compró en la Dordoña, en el sudoeste de Francia. Ese mismo castillo simbolizaba su ascenso, luego de haber pasado hambre en su Saint Louis natal, donde escarbaba la basura buscando comida para la casa, y donde, siendo empleada doméstica de una familia, dormía en un sótano sobre una caja de madera.
Baker puso el castillo al servicio de la guerra. Albergaba a refugiados que huían de la persecución y a miembros de la resistencia. Los nazis y sus colaboradores, con ojos y oídos en todas partes, tenían sus sospechas y decidieron darse una vuelta en persona. Había que investigar. Llamaron a la puerta y, una vez más, la estrella consiguió disuadir a los soldados y siguieron su camino.
Casablanca
Su travesía junto al comandante Abtey continuó en Casablanca, en el norte de África, que, como muestra la famosa película del mismo nombre, era un nido de espías, cruce de caminos de los servicios secretos de las fuerzas del Eje y de los aliados. Era un lugar de acción, intrigas y traiciones. ¿Cómo se lo iba a perder? Donde hubiera un enemigo de Francia, Baker le daría batalla.
“Inglaterra, Egipto, por todo el desierto, África del Norte, de vuelta aquí (Francia), etc. Yo cantaba de vez en cuando, pero sobre todo hacía la resistencia”, dijo Josephine en una entrevista de televisión, donde se puede ver a una mujer desenvuelta, cálida y expresiva.
Para Hanna Diamond, su trayectoria bélica fue única y valiente: “Arriesgó su vida en repetidas ocasiones, navegó como única mujer negra en un mundo donde predominaban los hombres blancos, su exotismo le permitió entrar en diversos círculos para espiar para los aliados, su agotador programa de actuaciones de tropas reconfortó a cientos de soldados aliados”. La lista continúa, y los franceses tomaron nota.
Siempre en busca de entuertos que corregir, Baker fue también activista por los derechos civiles en Estados Unidos, y fue oradora en la Marcha de Washington que lideró Martin Luther King, donde el pastor expresó en su famoso discurso los mismos sueños por los que ella luchaba.
Josephine Baker recibió las más altas condecoraciones del gobierno francés, tanto en vida como póstumas. En 2021, muchos años después de su muerte, tuvo el honor supremo, a instancias del presidente Emmanuel Macron, del traslado simbólico de sus cenizas al Panteón, donde yacen las grandes personalidades de la historia del país.
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