domingo, 16 de junio de 2024

Juan Chassaing, escribió los versos de la marcha “A mi bandera"


El joven capitán que, tras la derrota en la batalla, le cantó a la bandera
Con 19 años, Juan Chassaing, miembro de las fuerzas porteñas vencidas en Cepeda, escribió los versos de la marcha “A mi bandera”, cantados luego por generaciones
Miguel Ángel De Marco

Ricardo Gutiérrez y Juan Chassaing

Hay obras que nacen en medio de condiciones adversas para la creación artística. La historia ofrece innumerables ejemplos. Es el caso del poema que dio letra a la marcha “A mi bandera”, escrita por un joven capitán tras una derrota en combate. Ante una nueva conmemoración del Día de la Bandera y de su creador, Manuel Belgrano, el jueves, vale la pena recordar la gestación de esos versos que serían entonados por generaciones de alumnos en los patios de las escuelas de todo el país.
Después de casi cuatro años de forzada convivencia, la Confederación Argentina presidida por el general Justo José de Urquiza, y el Estado de Buenos Aires, gobernado por Valentín Alsina, se prepararon para una guerra inevitable.
El clamor generalizado de los pueblos del interior, el ahogo económico de la Nación, cuyas autoridades residían en Paraná, y la intransigencia de buena parte de los dirigentes porteños hicieron que en enero de 1858 se dispusiera la movilización de las tropas confederadas y que poco después adoptara similar medida el “Estado rebelde”.
El clima bélico se instaló en ambas márgenes del Arroyo del Medio, próximo a San Nicolás y límite natural de ambos contendientes, y tanto la prensa porteña como el periodismo provinciano se embarcaron en una batalla de papel y tinta, preludió de otra más violenta en que se derramaría copiosamente la sangre entre hermanos. La Confederación cifraba sus posibilidades de triunfo en la invencible caballería entrerriana, si bien contaba con aguerridas fuerzas de las demás armas. Buenos Aires era débil en regimientos montados, pero lograba instruir eficazmente e incrementar sus batallones de infantería de línea y de la Guardia Nacional. La juventud porteña que militaba en dos “clubes” políticos antagónicos, Libertad y del Pueblo, dejó sus puestos en las redacciones de los diarios, en la Universidad y en otras actividades para correr a las sastrerías y armerías y comprar uniformes, espadas y revólveres de repetición. Poco más tarde se sumarían a los militares de profesión para llenar las plazas de oficiales en las unidades de la ciudad y la campaña.
En los meses sucesivos se agravaron las tensiones y el asesinato del exgobernador de San Juan y comandante de las fuerzas nacionales en la región, general Nazario Benavídez, atribuido a la acción de los dirigentes de Buenos Aires, impulsó al Congreso Nacional a disponer la reincorporación de ese estado al seno de la República a través de la negociación o por la fuerza.
Papel y pluma
Casi todos los jefes y oficiales llevaron en sus “carteras” resistente papel y plumas para escribir a sus madres, esposas y novias, o con el fin de redactar crónicas destinadas a los diarios locales, sin que faltaran las fotografías “carte de visite” y los daguerrotipos, que quienes partían guardaban en el bolsillo interior de la chaqueta, próximos al corazón.
Entre los porteños formaban dos noveles poetas: el capitán Juan Chassaing, de 19 años, estudiante de derecho ya consagrado por sus versos sonoros y vibrantes en un certamen público en el Teatro Colón, y su íntimo amigo Ricardo Gutiérrez, de 21, que había abandonado los cursos de medicina para marchar a campaña. Chassaing era, además, periodista, y había escrito artículos bravíos en los periódicos La Espada de Lavalle y El Nacional.
Finalmente, ambos ejércitos partieron respectivamente desde Rosario y Buenos Aires, hacia el Arroyo del Medio, en una de cuyas márgenes debía desarrollarse la batalla. Iban a las órdenes de Urquiza y de Mitre, y prácticamente se equiparaban en número hasta un total de algo más de 20.000 combatientes. El 23 de octubre de 1859 chocaron en la cañada de Cepeda, próxima a Pergamino, y si bien los porteños lograron una victoria inicial, el desbande de su caballería por el invencible ataque de la caballería contraria proyectó la derrota a toda la línea y al caer la tarde las fuerzas porteñas estaban completamente cercadas.
Había que retroceder hacia San Nicolás, y el único modo de hacerlo era a marchas forzadas con la orden de fusilar al que se alejase unos pasos de la columna.
Chassaing y Gutiérrez tomaban un respiro bajo un ombú, denominado de Guereño, cuando vieron pasar al portaestandarte del batallón “San Nicolás”, Panchito Díaz, de 16 años, que llevaba marcialmente, con la cabeza en alto, el glorioso trapo celeste y blanco hecho jirones y sostenido solo por la mitad superior del asta, pues la otra parte había sido deshecha de un cañonazo. La escena impactó a Chassaing, que poseído de intenso fervor se puso de pie, tomó su cuaderno y compuso las primeras estrofas de su inmortal poema: “Página eterna de argentina gloria,/ melancólica imagen de la patria,/ núcleo de inmenso amor desconocido/ que en pos de ti me arrastras./ ¡Bajo qué cielo flameará tu paño,/ que no te siga sin cesar mi planta...”
Y sin pausa escribió otros versos, los más conocidos, los que entonamos a lo largo de los años muchos miles de argentinos con el nombre de “A mi bandera”: “Aquí está la bandera idolatrada/ la enseña que Belgrano nos legó/ cuando triste la patria esclavizada/ con valor sus vínculos rompió...”
El clarín, que llamaba a formación, separó a los amigos, pero antes de partir Chassaing, tal vez porque su batallón debía aligerar el paso y despojarse de alguna impedimenta, le pidió a Gutiérrez que guardase sus efectos, entre los que estaban las cuartillas de ambos poemas, para entregárselos en Buenos Aires cuando volvieran a encontrarse. Al verse nuevamente, Chassaing rompió ambos textos, pero Gutiérrez le aclaró que no importaba ese inexplicable gesto pues él los llevaba en la memoria y podía reconstruirlos otra vez.
Pavón y después
La victoria de la Confederación sobre Buenos Aires no implicó el fin de la lucha, y pese a los esfuerzos realizados; al Pacto de Unión Nacional del 11 de noviembre de 1859; a la reunión de una Convención Reformadora de la Constitución en 1860, y otros pasos tendientes a alcanzar la paz, porteños y provincianos volvieron a enfrentaron en Pavón, el 17 de septiembre de 1861. Esta vez el triunfo correspondió a Buenos Aires y le tocó a su gobernador y general en jefe, Bartolomé Mitre, encausar el proceso de reorganización del país.
Chassaing, que ejercía el periodismo combativo y era consecuente con sus simpatías hacia el caudillo Adolfo Alsina, y Gutiérrez, fortalecieron día a día su amistad. El primero se doctoró en jurisprudencia y el segundo concluyó los estudios de medicina y tras la guerra del Paraguay se entregó a una humanitaria tarea dedicada sobre todo a niñez, que le ganó justa fama. Pero también cultivó la poesía y sus versos figuran en casi todas las antologías argentinas.
Le tocó a Gutiérrez asistir a su gran amigo que, atacado por la “enfermedad del siglo” –la tuberculosis– halló fuerzas, sin embargo, para escribir con regularidad en su nuevo periódico, El Pueblo,y ocupar una banca en el Congreso Nacional. Allí, en 1864, recibió con otros legisladores, al presidente Mitre en la ceremonia de inauguración del edificio del Parlamento, que permitía a ambas cámaras sesionar en casa propia en lugar de hacerlo en la legislatura porteña. Pero la dolencia de Chassaing lo abatió definitivamente el 3 de noviembre de aquel año, cuando contaba 26 años de edad.
La muerte de aquel hombre de bella estampa, que inspiró uno de los más logrados retratos de Prilidiano Pueyrredón, golpeó con dureza a sus amigos y adversarios. Toda la prensa, aún aquella con la que había combatido en forma constante y dura, elogió sus méritos y servicios, y sus allegados estamparon estas palabras en su tumba: “Poeta, legista, militar, tribuno; como él otros habrá, mejor ninguno”.
Pero la mayor gloria de Chassaing es haber escrito esas páginas de intenso amor al pabellón celeste y blanco; esa especie de marcha sagrada que conmueve e inspira en forma unánime a los argentinos


A MI BANDERA 
 Letra: Juan Chassaing Música: Juan Imbroisi Aquí está la bandera idolatrada, la enseña que Belgrano nos legó. Cuando triste la Patria esclavizada con valor sus vínculos rompió. Aquí está la bandera esplendorosa que al mundo con sus triunfos admiró. Cuando altiva en la lucha y victoriosa la cima de los Andes escaló. Aquí está la bandera que un día en la batalla tremoló triunfal, y llena de orgullo y bizarría a San Lorenzo se dirigió inmortal. Aquí está como el cielo refulgente ostentando sublime majestad. Después de haber cruzado el continente exclamando a su paso: ¡Libertad!¡Libertad! ¡Libertad!

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