Reseña: Arturo, la estrella más brillante, de Reinaldo Arenas
Un duro testimonio vuelto poesía
Marcelo Sabatino
El cubano Reinaldo Arenas (Aguas Claras, 1943-Nueva York, 1990) fue el más original de la segunda camada de realistas mágicos latinoamericanos. Sus dos primeros libros, Celestino antes del alba, y sobre todo el desbocado El mundo alucinante (1969) mostraron que aquellos trucos podían pasar del argumento a la pura lengua. Arenas, surgido de un medio campesino, se convirtió, perseguido por su homosexualidad, en un declarado anticastrista. Sus memorias Antes de que anochezca, publicadas después de su suicidio en el exilio estadounidense, contaron de manera desgarradora esa cruda parábola vital.
Escribiendo siempre desde la urgencia, sus últimos libros fueron poco considerados en vida. Solo el póstumo El color del verano pareció lograr unanimidad. El breve Arturo, la estrella más brillante (1984), con su relato de un homosexual atrapado en un campo de reeducación castrista, fue lisa y llanamente menospreciado. Lo que entonces podía tomarse por una denuncia directa y furiosa, se revela hoy –además de la denuncia que sigue siendo– como una desesperada pieza poética en que un recluso busca evadirse por la imaginación. El estilo de frases encabalgadas, tan características del autor, alcanza una suerte de condensación extrema.
Testimonial, sin duda –y a contracorriente de las directrices ideológicas de la época–, aspira, sin embargo, a la belleza y la autoafirmación: “Un día al levantarse, Arturo descubrió que se había vuelto insólitamente hermoso, la cara, tersa y bronceada, había perdido aquellos rasgos afilados, temerosos…” La literatura fue para el último Arenas su bastión de resistencia final.
Arturo, la estrella más brillante
Por Reinaldo Arenas
Sigilo
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