Leo Milei: el país le va quedando chico
Carlos M. Reymundo Roberts
Javi, ya tenés una ley, que son como 10 leyes juntas, todas grosas: tu primera estrella. Metiste un 4,2% de inflación en mayo, la más baja desde febrero de 2022, segunda estrella. El FMI dice que sos Gardel y manda 800 palitos, la tercera. La cuarta: se subieron a la ola los chinos –vaya a saber cuáles, porque son muy parecidos– y renovamos por un año el swap de 5000 palitos. El célebre papelón de los troskos y los kirchos en la revuelta frente al Congreso, el miércoles, la quinta. Colonizaste las urnas europeas con tu prédica facha, la sexta. Please, ¿podés dejar de humillarnos?
Gardel, sí, y también Duki, el trapero al que acaban de aclamar 65.000 personas en el Bernabéu. Y Messi, por qué no. ¡Quién te ha visto y quién te ve, campeón! De Dios dicen que escribe derecho sobre renglones torcidos: empiezo a creer que hay algo sobrenatural en lo que estamos viviendo. Ese estilo caoticón, dado a improvisar y pendenciero parecía conducirnos a una tragedia griega, y de pronto el último penal, ya de madrugada, le queda a Cachete Villarruel y la clava en un ángulo. Más respeto por Victoria, por favor. OK, en algún momento sufrió brotes independentistas, te trató de “jamoncito” y no tuviste más remedio que disciplinarla con una legión de trolls; pero a la hora de los bifes, se puso la camiseta. Su voto por la afirmativa, acompañado con una sonrisa made in Leonardo (Vinci en español es Victoria: todo tiene que ver con todo), de pronto la convirtió en ícono y en un pedazo de historia. Vicky, qué linda estabas: qué bien te sienta el sí positivo.
Antes, el que horadó las filas enemigas fue Guille Francos. Le tocó el bardo de tener que convencer… al Presi, para el que la política no es un arte, mucho menos una profesión; es un fast track que conduce al infierno. En la primera horneada de la ley, este verano, el Presi supo mandar de emisarios al Congreso a Santiago Caputo, a Nicolás Posse (el Señor lo tenga en su gloria), a Karina la Hermanita. Ahora envió a un político, que hizo política con los políticos. Un espectáculo desolador; pero tenemos ley. Ya en vuelo a la cumbre del G-7 en Italia, Milei escribió un mensaje de gratitud a los senadores que aprobaron la ley: “Vaya para ustedes mi reconocimiento. Han sentado las bases de la nueva Argentina. Ya no los llamaré ratas, degenerados fiscales. Ya no los llamaré casta inmunda. Ya no los llamaré porque no puedo: tengo el teléfono en modo avión”.
A los chinos les arrancó el swap a un precio algo caro: tendrá que visitar a Xi Jinping, su primer cara a cara con un comunista. Ojo, ojito, no descartaría que pueda evangelizarlo. Muy atentos a las declaraciones de Xi cuando termine la cumbre; si en algún momento menciona la palabra “libertad”, listo, pan comido: otra víctima de la atracción fatal de Javi. Y si Javi pide perdón por los arrumacos que venimos de tener con Taiwán, listo: La Libertad Socialista Avanza.
El 4,2 de inflación es una fiesta. En general pasa eso, ¿no? Cuando “no hay plata”, no hay consumo, no hay inflación. Todo no se puede. Ya llegaremos al 5,8 anual de Uruguay, al 4,6 de Brasil, al 3,7 de Paraguay, al 7,5 de Chile, al 2,1 de Bolivia. Calculo que será cuando gobierne Karina, la amada hermanita. Los mercados tomaron nota de que Leo Milei es cosa seria y ya están gastando a cuenta. También pueden ser perversos. Dicen que supieron del triunfo en el Senado cuando lo vieron a Lousteau al frente de la tropa kirchnerista. Sean más considerados: ¿y si Martín termina siendo candidato en 2027 de una alianza peroncho-radicheta? Más peroncha, en realidad, porque Martín es el primer presidente de la UCR que al mismo tiempo reviste en condición de disidente: votó en contra de todo su bloque. En esa alianza, Massita podría ir de vice. Proyectemos: Malena Galmarini, a Jefatura de Gabinete; Scioli, canciller; Lijo, a Justicia; Máximo, a Interior; Milani, a Defensa; Stiuso, jefe de la Agencia Federal de Inteligencia. No sigo: se me hace agua la boca.
Está flotando en el aire la sensación de que a Milei el país empieza a quedarle chico. Se le inclina el FMI y en cualquier momento le pide la fórmula del ajuste; lo espera un abrazo sincero de Xi en Pekín; los europeos dijeron en las elecciones del domingo que se acabó el zurdaje; en Silicon Valley quieren premiarlo como “el emprendedor del siglo”, y la agenda oficial del G-7, donde los líderes del mundo siguieron la votación de la Ley Bases por streaming, decía que el encuentro iba a comenzar “cuando arribe el presidente Milei”. Desde Alberto Fernández que no se vivía algo así.
El Papa está en otra frecuencia. Lo tiene ahí cerquita y no solo no lo invita, sino que el miércoles se sacó fotos con gremialistas de Aerolíneas Argentinas y, al día siguiente, con Kichi.
Francisco acaso no percibe que Dios escribe derecho y, por estos tiempos, con la derecha.
Se supo que habría ley cuando Lousteau quedó al frente del bloque kirchnerista
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La misma lluvia de piedras, con otro final
HÉCTOR M. GUYOT
Esta semana, en el Senado se jugaba algo más que la suerte de una ley. El Congreso fue la arena en la que se midieron dos fuerzas opuestas. Por un lado, la voluntad de cambio; por el otro, la resistencia a esos vientos para mantener las cosas como están. Por eso, si la Ley Bases no salía, no solo el Gobierno se hubiera visto frente a un problema grave. De algún modo, el fracaso del proyecto oficialista habría significado el aval de los representantes del pueblo a la patria corporativa y al estancamiento del país, es decir, otro impulso a un proceso de degradación que viene de lejos y parece no tener término. La ley salió. Apenas por un voto, pero salió. Por un pelo, prevaleció la esperanza de un cambio.
Operó en el Congreso, por detrás de las convicciones o las conveniencias de los senadores, una fuerza que de algún modo los supera y no pueden desoír, salvo pagando un costo alto. Es el mandato de cambio de una sociedad agotada que está haciendo un sacrificio sin precedente para dar una vuelta de timón en el rumbo del país, convencida de que es inviable seguir como veníamos. No se trata de una cuestión ideológica. El daño moral y material de décadas de populismo, clientelismo y mafias “legalizadas” para esquilmar al Estado es palpable. Entra por los sentidos. Se siente en el bolsillo, en la falta de trabajo, en la pobreza que se ve en las calles, en los hijos que se van. Hay en la sociedad un reconocimiento y una madurez inédita, producto de lo mucho que dolió la caída tras el impacto combinado de la pandemia y las gestiones del kirchnerismo, coronadas por el mazazo de su cuarto gobierno. El grueso de la sociedad quiere, exige, necesita un cambio. Lo que no se traduce en homologar sin condiciones el proyecto de Javier Milei.
Pero reparemos primero en la fuerza reaccionaria. El statu quo no tiene proyecto. Su apuesta es perpetuar la decadencia. Aun sin proyecto, los que sacan provecho particular de la malaria general resisten el cambio y hacen lo que pueden para que todo siga igual. Con ese objetivo, atacan al gobierno que no les pertenece para que se vaya, a fin de recuperar el control del Estado. Desde la vuelta de la democracia, esta ha sido una constante del peronismo. Con Alfonsín, con De la Rúa, con Macri. Las piedras que habían prometido en campaña sus voceros más locuaces llegaron el miércoles. Fueron las mismas que llovieron sobre el Congreso en diciembre de 2017 en contra de la reforma jubilatoria, a partir de las cuales el gobierno de Macri, que venía de ganar las elecciones de medio término, empezó a declinar. La película se repite: otra vez la violencia y el vandalismo como medios para boicotear una sesión legislativa, frustrar la sanción de una ley y herir a un gobierno. Esta vez no funcionó. Pero el daño lo sufren la sociedad y el país, porque no hay nada más antidemocrático que el uso de la fuerza para cancelar un proyecto de cambio que, aunque ajeno, recibió el aval de las urnas.
El debate mostró hasta qué punto la lógica de las redes sociales ha permeado el discurso político. En su gran mayoría las intervenciones fueron elementales, en muchos casos por falta de preparación. Pero abundaron las posiciones extremas dirigidas a matar, simbólicamente, al otro. Darle entidad o derecho a la existencia al oponente pondría en jaque la propia identidad, la propia verdad o el propio interés. Entonces, se lo convierte en enemigo y se lo destruye. En estos términos, el debate se vuelve simplista. Y tan ideologizado que cancela el intercambio de ideas y relega al olvido los problemas de la gente.
En mi opinión, es saludable que la ley no haya salido tal como la gestó el Gobierno. Bienvenidas las modificaciones. Un líder como Milei, apegado de modo férreo a una doctrina y tan extremo en sus posiciones, necesita de un contrapunto que lo modere. El Presidente actúa como una persona confinada dentro de los límites de una teoría económica que pretende absoluta, verdad irrefutable, ordenadora incluso de lo político. Esa teoría suya, centrada en el paraíso perdido del mercado en estado puro, al que quiere volver, lo lleva a relegar una gran cantidad de problemas sociales o políticos acuciantes y de gran incidencia. El mercado puede generar crecimiento, pero no responde, por ejemplo, al fenómeno de la desigualdad, una deuda pendiente de la democracia. Y una de las razones que explican la crisis de esta forma de gobierno, la menos mala que existe, a nivel global.
La flexibilidad que tuvo que asumir el Gobierno para acordar las modificaciones a la ley, empujado por la oposición constructiva, es buena señal. Y lleva a la pregunta por la naturaleza del cambio que necesitamos. No se trata solo de pasar de la izquierda a la derecha o viceversa, o de tener más o menos o intervención del Estado. Quizá la verdadera transformación pasa por inaugurar una etapa de diálogo y de convivencia en la disidencia. El día en que los políticos, tan seguros de sí mismos, dejen de destrozarse infantilmente entre sí, tal vez dejen de dañar al país con sus rencillas mezquinas y cambie la historia. Pero esa señal de cambio, esa exigencia, también tiene que partir de la sociedad.
No hay nada más antidemocrático que el uso de la violencia para cancelar un proyecto de cambio que, aunque ajeno, recibió el aval de las urnas
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